El regreso del jinete del dragón

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En la tumba del jinete del dragón estaba oscuro, a pesar de que fuera el sol del mediodía ardía sobre la tierra. Sólo un par de rayos polvorientos se colaban por las rendijas del muro, cayendo sobre los extraños dibujos que adornaban las paredes de la tumba. La cúpula de albañilería albergaba un espacio de tales dimensiones que hasta Lung cabía debajo. Un aroma exótico y denso ascendía de unas hojas marchitas que cubrían el suelo alrededor de un sarcófago de piedra.

—Mira —dijo Subaida Ghalib haciendo que Ben se acercara a él. Las hojas secas crujían bajo sus pies—. ¿Ves esos extraños caracteres? —la investigadora de dragones pasó la mano por la lápida de piedra que cubría el sarcófago. Ben asintió.

—Me costó mucho tiempo descifrarlos —prosiguió Subaida—. Numerosos signos estaban corroídos por el aire salado del mar. Y abajo, en el pueblo, nadie sabía lo que aquí estaba escrito. Nadie recordaba las antiguas historias. Gracias a la ayuda de dos mujeres muy viejas cuyas abuelas les habían hablado del jinete del dragón, conseguí despertar de nuevo a la vida las palabras olvidadas; y hoy, cuando os vi a ti y a Piel de Azufre entrar en el pueblo a lomos de Lung, se hicieron realidad durante un instante.

—¿Qué es lo que pone? —preguntó Ben.

Su corazón había latido enloquecido cuando la señora Ghalib lo introdujo en la tumba. Los cementerios le desazonaban. Le daban miedo. Y ahora se había metido en una tumba. Pero el aroma que exhalaban las hojas le tranquilizaba.

—Aquí dice —contestó Subaida Ghalib pasando sus dedos llenos de anillos por los signos medio corroídos— que el jinete del dragón regresará en la figura de un chico de piel tan pálida como la luna llena para salvar a sus amigos, los dragones, de un poderoso enemigo.

Ben contempló el sarcófago con incredulidad.

—¿Eso dice? Pero… —se volvió desconcertado hacia el profesor.

—¿Acaso lo anunció en su día una pitonisa? —preguntó Barnabas Wiesengrund.

Subaida Ghalib asintió.

—Ella estaba presente cuando el jinete del dragón murió. Algunos afirman incluso que las palabras del jinete fueron exactamente esas.

—¿Regresar? Pero él era humano, ¿verdad? —preguntó Piel de Azufre soltando una risita—. Y vosotros, los humanos, no regresáis de Otro país. Os perdéis allí. Os perdéis u olvidáis el mundo del que procedéis.

—¿Y tú qué sabes si eso es aplicable a todos los humanos? —le preguntó Subaida Ghalib—. Yo sé que tú puedes ir al otro mundo las veces que se te antoje. Todos los seres fabulosos pueden hacerlo. Excepto los que mueren de muerte violenta. Pero algunas personas creen que sólo tenemos que conocer la muerte un poquito mejor para volver cuando nos apetezca. Así que, ¿quién sabe?, a lo mejor Ben lleva en su seno algo del antiguo jinete del dragón.

El chico se miró desasosegado de arriba abajo.

—¡Venga ya! —Piel de Azufre se rio burlona—. Si lo encontramos en medio de cajones y de cajas de cartón al otro lado del mundo, y no tenía ni idea, pero es que ni pajolera idea, de dragones ni de duendes.

—Eso es cierto —terció Lung inclinando su cuello sobre el hombro del chico—. Pero se ha convertido en un jinete de dragón, Piel de Azufre, en un auténtico jinete de dragón. No hay muchos en el mundo. Nunca los hubo, ni siquiera en los tiempos en que los dragones vagaban libres sin necesidad de ocultarse. A mí, —levantó la cabeza y miró a su alrededor—, me da completamente igual que lleve en su seno algo del antiguo jinete del dragón… Está aquí y quizá pueda ayudarnos a vencer a Ortiga Abrasadora. Sea como fuere, hay una cosa que sí es cierta, —Lung dio un empujoncito a Ben y le apartó el pelo de la cara con un soplido—: es pálido como la luna. En este momento, me parece que incluso un poco más pálido todavía.

Ben dirigió al dragón una sonrisa tímida.

—Pffff, —Piel de Azufre cogió una de las hojas aromáticas y la colocó debajo de su nariz—, yo también soy un jinete de dragón. Desde que tengo memoria. Pero nadie habla de ello.

—En cualquier caso, no eres pálida como la luna —medió Pata de Mosca contemplando su rostro peludo—. Más bien tienes el color de las nubes de lluvia, para que lo sepas.

Piel de Azufre le sacó la lengua.

—A ti nadie te ha dado vela en este entierro —le bufó.

Barnabas Wiesengrund se aclaró la garganta y se apoyó en el viejo sarcófago, meditabundo.

—Mi querida Subaida —dijo—, supongo que nos has enseñado esta antigua inscripción porque opinas que Lung debería continuar, pese a su inquietante perseguidor. ¿Me equivoco?

La investigadora de dragones asintió.

—En absoluto. Lung ha llegado tan lejos, le han ayudado tantos en su camino, que sencillamente me niego a creer que todo haya sido en vano. Opino que ya va siendo hora de que los dragones hagan desaparecer a Ortiga Abrasadora para siempre, en lugar de esconderse de él por más tiempo. ¿Ha habido nunca mejor ocasión para ello? —miró a su alrededor—. Tenemos un dragón que ya no tiene nada que perder, una duende que espanta del cielo a los cuervos encantados, un muchacho humano que es un auténtico jinete de dragón y que incluso aparece en una antigua profecía, un homúnculo que conoce casi todos los secretos de su maestro —levantó sus brazos haciendo tintinear sus pulseras—, y humanos que añoran a los dragones surcando los cielos. Sí, creo que Lung debe proseguir su viaje. Yo le revelaré cómo puede vencer a la luna.

En la tumba del jinete del dragón reinó el silencio. Todos contemplaban expectantes al dragón, que miraba al suelo, pensativo. Finalmente alzó la cabeza, observó en torno suyo, y asintió.

—Continuaré el vuelo —anunció—. Quizá sea cierto lo que dice esa piedra. Acaso se refiera realmente a nosotros. Pero antes de proseguir el vuelo, Pata de Mosca debe intentar averiguar dónde se encuentra ahora su señor —rogó dirigiendo una mirada interrogante al homúnculo.

Pata de Mosca notó que sus piernas empezaban a temblar, pero asintió.

—Lo intentaré —musitó—. Tan cierto como que me llamo Pata de Mosca y he salido de un vaso.

Cuando regresaron, el poblado parecía desierto. El calor del mediodía gravitaba sobre personas y animales. El aire era demasiado denso para respirar. Ni siquiera se veían niños. Pero dentro de las cabañas guisaban y asaban, y detrás de las cortinas de colores, por todas partes, surgían voces excitadas.

—En el pueblo, todos esperan que nos traigas suerte —informó Subaida a Lung mientras se dirigían a su cabaña—. Creen que la suerte llueve de las escamas de un dragón igual que el polvo de oro, que se depositará sobre nuestros tejados y en las redes de nuestros pescadores y que permanecerá aunque te hayas ido volando con tus amigos hace mucho tiempo.

—Esta misma noche continuaremos —comunicó Lung—. Cuanto antes reemprendamos el vuelo, más difícil le resultará a Ortiga Abrasadora seguirnos.

Subaida Ghalib asintió.

—Sí, es verdad. Pero si he de ayudarte a burlar a la luna, tendrás que esperar esta noche a que esté alta en el cielo. Acompáñame.

Condujo a Lung y a los demás a la parte trasera de su cabaña, donde había un huerto cercado en el árido suelo. En él crecían flores con hojas espinosas cuyos capullos estaban completamente cerrados.

—Como todos sabéis, la mayoría de las plantas viven gracias al sol —explicó Subaida apoyándose en la cerca—. A estas flores sin embargo, les ocurre algo diferente. Se alimentan de la luz de la luna.

—Asombroso —murmuró Barnabas Wiesengrund.

Vita se apoyó en la valla para contemplar con mayor detenimiento las extrañas plantas.

—Nunca había oído hablar de una planta semejante, Subaida —comentó—. ¿Dónde la descubriste?

La investigadora de dragones sonrió.

—Encontré las semillas ahí arriba, en la tumba del jinete del dragón. Las plantas debieron de haber sido depositadas allí alguna vez y se habían convertido en polvo hace mucho tiempo, pero sus semillas seguían alrededor del sarcófago. Así que las recogí, las dejé unos días en agua y luego las sembré aquí. El resultado lo tenéis ante vuestros ojos. Las hojas que pisasteis en la tumba son restos de mi última cosecha. Yo sigo secando allá arriba las flores para obtener nueva simiente. Y, dicho sea de paso, las he llamado flores de dragón, ¿cómo si no? —Subaida Ghalib acarició uno de los capullos firmemente cerrados—. Sólo se abren a la luz de la luna. Sus flores azules exhalan entonces un aroma tan intenso que todas las mariposas nocturnas revolotean a su alrededor como si fuesen farolillos. Pero lo más asombroso es que cuanto más tiempo las ilumina la luna, más intenso es su brillo, hasta que la luz de la luna se concentra en sus hojas como gotas de rocío.

—¡Inconcebible! —Barnabas Wiesengrund contemplaba las flores fascinado—. ¿Lo descubriste por casualidad o te habló alguien de esta planta?

—Oye, Barnabas —replicó Subaida Ghalib—, ¿qué es la casualidad? Yo recordé las historias antiquísimas en las que los dragones también volaban de día por el cielo. De eso sólo hablan las historias antiguas, muy antiguas. «¿Por qué?», me pregunté a mí misma. «¿Por qué desde cierto momento los dragones sólo pueden volar a la luz de la luna?». Busqué una respuesta ahí arriba, en las inscripciones de la tumba… y encontré las semillas, por casualidad si quieres. Creo que el jinete del dragón también seguía la pista del misterio. Al fin y al cabo, el dragón que lo curó con su fuego llegó también en una noche sin luna, ¿no? —la mujer observó los ojos dorados de Lung—. Creo que estas flores le proporcionaron la fuerza necesaria. Creo que el rocío que recogen en sus hojas posee el poder de la luna.

—¿De veras? —Piel de Azufre rebullía debajo de la valla olfateando las hojas espinosas—. Pero nunca has hecho la prueba, ¿no es eso?

La investigadora de dragones negó con un gesto.

—¿Cómo? Lung es el primer dragón vivo que he visto en mi vida. No existe otro ser capaz de elevarse en el aire únicamente con ayuda de la luna.

—¿Has oído? —Piel de Azufre se volvió hacia Lung—. También puede ocurrir que caigas del cielo en picado si confías en estas cosas espinosas.

Lung agitó las alas.

—A lo mejor no necesitamos su ayuda, Piel de Azufre. Tal vez cuando aparezca la luna negra hayamos llegado a La orilla del cielo. Pero ¿qué será de nosotros si vuelve a sucedemos lo mismo que cuando estábamos sobrevolando el mar? ¿Qué haremos si la luna nos falla encima de las montañas?

Piel de Azufre se estremeció.

—Vale, vale, ya está bien. Tienes razón —arrancó una hoja a una flor y mordisqueó la punta con desconfianza—. No sabe del todo mal, aunque sabe más a maro que a luz de luna, si quieres que te diga la verdad.

—¿He de comerla? —preguntó Lung a la investigadora de dragones.

Subaida Ghalib meneó la cabeza.

—No. Basta con que lamas el rocío de sus hojas. Pero como no puedo darte las flores, desde que Barnabas me habló de ti, he recogido el rocío de luna. Esta noche haré lo mismo con el fin de entregarte una botellita llena para el viaje. Si la luna falla, uno de tus amigos te verterá unas gotas en la lengua. Seguramente notarás cuántas necesitas. El rocío permanecerá claro como el agua hasta la próxima luna llena, después se enturbiará. Así pues, si necesitas más para tu vuelo de regreso, tendrás que hacerme otra visita.

Lung asintió y miró pensativo al horizonte.

—Me muero de impaciencia —musitó—. Quiero avistar de una vez La orilla del cielo.