Pata de Mosca, el traidor

46

Pata de Mosca cerró los ojos. Esperaba que Ben lo expulsara de su hombro, que Lung lo transformase con su fuego en una chinche, pero nada sucedió. Entre las antiguas columnas se hizo un silencio sepulcral. Un viento cálido recorrió la tierra en dirección al mar acariciando el pelo del pequeño homúnculo.

Al ver que nada ocurría, Pata de Mosca abrió de nuevo los ojos y lanzó un rápido vistazo de reojo. Ben lo contemplaba horrorizado, tan horrorizado y decepcionado que su mirada partió el corazón al homúnculo.

—¿Tú? —balbuceó Ben—. ¿Tú? Pero, pero… ¿qué hay de los cuervos?

Pata de Mosca se miraba las piernas finas como alambres, que se difuminaron al empañarse sus ojos. Las lágrimas resbalaron por su puntiaguda nariz y gotearon sobre su mano y su regazo. —Los cuervos son sus ojos —sollozó el homúnculo—, pero sus oídos… soy yo. Yo soy el espía del que oyó hablar el profesor. Se lo he contado todo. Que el profesor tiene dos escamas suyas, que estáis buscando La orilla del cielo, que queríais preguntar al djin azul, lo único que… —no pudo continuar.

—¡Yo-siempre-lo-supe! —rugió Piel de Azufre.

Y de un salto se abalanzó sobre el homúnculo intentando apresarlo con sus garras afiladas.

—¡Déjalo! —gritó Ben, haciéndola retroceder de un empujón.

—¿Cómo? —el pelaje de Piel de Azufre se erizó de ira—. Pero ¿todavía lo proteges a pesar de que él mismo reconoce habernos delatado a ese monstruo? —gruñó y volvió a avanzar enseñando los dientes—. Me daba en la nariz que había algo en el alfeñique que no encajaba. Pero tú y Lung estabais completamente chiflados por el hombrecillo. ¡Debería arrancarle ahora mismo la cabeza de un mordisco!

—¡No harás nada en absoluto, Piel de Azufre! —exclamó Ben alzando su mano protectora ante Pata de Mosca—. Deja de hacerte la salvaje. Ya estás viendo que lo lamenta…

Se quitó del hombro a Pata de Mosca con cuidado y lo depositó en la palma de su mano. Las lágrimas seguían goteándole la nariz del homúnculo. Ben sacó un pañuelo polvoriento del bolsillo del pantalón y limpió el rostro del hombrecillo.

—Era mi maestro —balbuceó el homúnculo—. Yo abrillantaba sus escamas. Le cortaba las garras y le conté mil veces sus heroicas hazañas, que jamás se hartaba de escuchar. Yo fui su limpiacorazas desde que me crearon, ignoro a partir de qué —prorrumpió de nuevo en sollozos—. Quién sabe, a lo mejor también soy uno de esos cangrejos de pinzas castañeantes, quién sabe. En cualquier caso, me trajo a este mundo la misma persona que creó a Ortiga Abrasadora. Hace muchos cientos de años, oscuros, fríos y solitarios años. Yo tenía once hermanos y Ortiga Abrasadora se los comió a todos. —Pata de Mosca se cubrió el rostro con las manos—. También devoró a nuestro creador. Y con vosotros pretende hacer lo mismo. Con vosotros y con todos los dragones. Sin excepción.

Ginebra se situó de pronto junto a Ben. Apartándose de la frente sus largos cabellos, dirigió al homúnculo una mirada compasiva.

—¿Por qué desea devorar a todos los dragones? —le preguntó—. Él es uno de ellos, vamos, digo yo.

—¡No lo es! —respondió con voz entrecortada Pata de Mosca—. Tan sólo lo parece. Caza dragones porque fue creado para ello. Igual que un gato, que nace para cazar ratones.

—¿Cómo? —Barnabas Wiesengrund lo miró incrédulo por encima del hombro de Ben—. ¿Que Ortiga Abrasadora no es un dragón? Entonces, ¿qué es?

—Lo ignoro —susurró Pata de Mosca—. Tampoco sé a partir de qué criatura lo creó el alquimista. Su coraza es de metal indestructible, pero nadie sabe lo que se oculta debajo. El creador dio a Ortiga Abrasadora aspecto de dragón para que pudiera aproximarse mejor hasta ellos durante la caza. Cualquier dragón sabe que es preferible huir de los humanos, pero ningún dragón huye de uno de sus congéneres.

—Eso es verdad —asintió pensativa Subaida Ghalib—. Pero ¿para qué necesitaba el alquimista un monstruo que matase dragones?

—Para sus experimentos. —Pata de Mosca se limpió las lágrimas de los ojos con una punta de su chaqueta—. Era un alquimista de gran talento. Como podéis comprobar por mí, había descubierto el secreto de crear vida. Pero eso no le bastaba. Deseaba fabricar oro, como todos los alquimistas de su tiempo. Tratándose del oro, las personas enloquecen por completo, ¿no?

Vita Wiesengrund pasó a Ginebra la mano por el pelo y asintió.

—Sí, algunas sí —reconoció.

—Bien, pues mi creador… —prosiguió Pata de Mosca con voz temblorosa—… comprobó que para fabricar oro necesitaba un componente ineludible: los cuernos molidos de los dragones que se componen de un material aún más raro que el marfil, pero los caballeros que envió a cazarlos para proveerle de cuernos no abatían suficientes dragones. Para sus experimentos necesitaba más, muchos más. Así que creó su propio matador de dragones. —Pata de Mosca miró a Lung—. Le dio aspecto de auténtico dragón, pero lo hizo mucho más grande y fuerte que ellos. Ortiga Abrasadora, sin embargo, era incapaz de volar, porque el alquimista lo envolvió en una pesada coraza de metal indestructible, a la que nada, ni siquiera el fuego de dragón, podía dañar… y después envió de caza a Ortiga Abrasadora.

Pata de Mosca calló unos instantes y dirigió la vista a las barcas de pesca, que faenaban en el mar.

—Los atrapó a todos —continuó el homúnculo—. Se abatió sobre ellos como una tempestad. Mi creador se dedicaba día y noche a sus experimentos. Un día, de repente, los dragones desaparecieron. Ortiga Abrasadora los buscó por todas partes hasta que sus garras perdieron el filo y le dolieron los huesos. Pero los dragones siguieron sin dar señales de vida. Mi creador estaba loco de ira. Pronto tendría que suspender todos sus experimentos. Rápidamente comprendió que aquella no era la mayor de sus preocupaciones. Ortiga Abrasadora comenzó a aburrirse, y cuanto más se aburría, más aumentaban su maldad y su cólera. El alquimista creó a los cuervos encantados para que recorrieran el mundo en busca de los dragones desaparecidos, pero en vano. Entonces Ortiga Abrasadora, llevado por la ira, devoró primero a todos mis hermanos. Sólo me dejó a mí, porque necesitaba un limpiacorazas.

Pata de Mosca cerró los ojos al recordarlo.

—Y luego, un buen día —prosiguió en voz baja—, cuando otro de los cuervos regresó sin noticias de los dragones, Ortiga Abrasadora, el Dorado, devoró a nuestro creador, y con él el misterio de su origen. Pero a los dragones… —levantó la cabeza hacia Lung—, todavía los sigue buscando. Los últimos que encontró se le escaparon. Las serpientes marinas y la impaciencia le privaron de su botín. Esta vez es más astuto y espera con paciencia a que vosotros lo conduzcáis hasta la meta de su larga búsqueda.

El homúnculo calló y con él todos los demás.

Un mosquito se posó en las delgadas piernas de Pata de Mosca, que lo ahuyentó con un cansino movimiento de la mano.

—¿Dónde está ahora Ortiga Abrasadora? —preguntó Ben—. ¿Por aquí o en las cercanías?

Piel de Azufre miró inquieta en torno suyo. A ninguno de ellos se le había ocurrido pensar que el dragón dorado estuviera muy cerca. Pata de Mosca, sin embargo, negó con la cabeza.

—No —contestó—. Ortiga Abrasadora está lejos, muy lejos, pues aunque le informé de la respuesta del djin —una fugaz sonrisa se deslizó por su cara llorosa—, le mentí. Por primera vez —miró orgulloso a su alrededor—, por primera vez en mi vida, yo, Pata de Mosca, mentí a Ortiga Abrasadora, el Dorado.

—¿Ah, sí? —preguntó recelosa Piel de Azufre—. Y nosotros tenemos que creerte, ¿verdad? ¿Por qué ibas a mentirle de repente, habiendo sido un espía fabuloso que ha tomado el pelo a todo el mundo?

Pata de Mosca la miró enfurecido.

—¡Desde luego que no por ti! —replicó desdeñoso—. Si te devorase no derramaría ni una sola lágrima.

—¡Pfff, te devorará a ti! —bufó Piel de Azufre, iracunda—. En el caso de que le hayas mentido, claro.

—¡Le he mentido! —insistió Pata de Mosca con voz temblorosa—. Lo envié al Gran Desierto, muy lejos de aquí, porque, porque… —carraspeó y dirigió una tímida mirada a Ben—… porque también quería comerse al pequeño humano. El joven señor fue amable conmigo sin motivo. Amabilísimo. Nunca se había portado nadie así conmigo. —Pata de Mosca se sorbió los mocos, se restregó la nariz, bajó la mirada a sus rodillas huesudas y añadió en voz muy baja—: Por eso he decidido también que a partir de ahora será mi maestro. Si él quiere… —el homúnculo miró atemorizado al muchacho.

—¡Su maestro! ¡Por la amanita muscaria! —Piel de Azufre soltó una risita sarcástica—. ¡Qué gran honor! ¿Y cuándo lo traicionarás?

Ben volvió a sentarse sobre el dragón de piedra y depositó a Pata de Mosca encima de su rodilla.

—Déjate de pamplinas sobre maestros y de llamarme continuamente «joven señor» —le ordenó—. Podemos ser amigos. Sencillamente amigos. ¿Entendido?

Pata de Mosca sonrió. Otra lágrima se deslizó por su nariz. Pero esta vez de alegría.

—Amigos —repitió—. Sí, amigos.

Barnabas Wiesengrund, con un carraspeo, se inclinó sobre ambos.

—Pata de Mosca —le dijo—. ¿A qué te referías hace un momento con eso de que enviaste a Ortiga Abrasadora al desierto? ¿A qué desierto?

—Al más grande que logré encontrar en vuestro mapa —respondió el homúnculo—. Sólo el desierto puede retener cierto tiempo a Ortiga Abrasadora, ¿sabéis? Porque… —Pata de Mosca bajó la voz como si su antiguo maestro fuese la sombra negra que proyectaba la cúpula de piedra—, él habla y ve a través del agua. Sólo el agua le confiere poder y movilidad. Así que lo envié al lugar donde casi no existe.

—Es un maestro del agua —musitó Lung.

—¿Qué? —Barnabas Wiesengrund lo miró atónito.

—Eso nos contó una serpiente marina que encontramos durante nuestro viaje —le explicó el dragón—. Nos dijo que Ortiga Abrasadora tenía más poder sobre el agua que ella misma.

—¿Cómo? —preguntó Ginebra mirando con curiosidad al homúnculo—. ¿Sabes lo que eso significa?

Pata de Mosca negó con la cabeza.

—Por desgracia, no conozco todos los misterios en los que le inició el alquimista. Cuando yo o algún otro de sus servidores escupe en el agua o tira una piedra dentro, aparece la imagen de Ortiga Abrasadora. Habla con nosotros como si estuviera a nuestro lado, aunque se encuentre en la otra punta del mundo. Ignoro cómo lo consigue.

—¡Ah, de modo que eso es lo que hacías aquel día junto al aljibe! —exclamó Piel de Azufre—. Cuando me contaste que estabas hablando con tu reflejo. ¡Pequeña langosta traicionera! ¡Canijo…!

—¡Cállate, Piel de Azufre! —la interrumpió Lung mirando al homúnculo.

Pata de Mosca agachó la cabeza avergonzado.

—Tiene razón —murmuró—. Aquel día hablé con mi maestro.

—Pues eso es lo que debes seguir haciendo —le dijo Subaida Ghalib.

Pata de Mosca se volvió hacia ella asombrado.

—A lo mejor puedes reparar tu propia traición —le explicó la investigadora de dragones.

—¡A mí se me acaba de ocurrir lo mismo, Subaida! —Barnabas Wiesengrund se golpeó la palma de la mano con el puño—. Pata de Mosca podría convertirse en una especie de agente doble. ¿Qué te parece, Vita?

Su mujer asintió.

—No es ninguna tontería.

—¿Agente doble? ¿Y eso qué es? —preguntó Piel de Azufre.

—¡Muy sencillo! Pata de Mosca fingirá que sigue siendo el espía de Ortiga Abrasadora —le explicó Ben—, pero en realidad lo será nuestro. ¿Comprendes?

Piel de Azufre se limitó a fruncir el ceño.

—¡Está claro! Pata de Mosca podría seguir desviándole de vuestro rastro —exclamó Ginebra. Y mirando ansiosa al homúnculo, añadió—: ¿Harías eso? Quiero decir, ¿no será demasiado peligroso?

Pata de Mosca sacudió la cabeza.

—No, qué va —contestó—. Pero me temo que Ortiga Abrasadora sabe hace mucho que le he traicionado. Os olvidáis de los cuervos.

—Bah, esos son cangrejos de nuevo —comentó Piel de Azufre con un despectivo ademán.

—Él tiene muchos más cuervos, cara peluda —replicó Pata de Mosca con altivez—. Por ejemplo, aquel con el que jugaste a tu jueguecito de las piedras encima del mar. Era mi montura, y ya muy desconfiado de por sí. Tu pedrada debió de cabrearlo mucho.

—Bueno, ¿y qué? —gruñó Piel de Azufre.

—Pero ¿de verdad no tienes más que pelos en la cabeza? —exclamó el homúnculo—. ¿No comprendes que su furia quizá lo impulse a ver a mi antiguo maestro? ¿No crees que cuando el cuervo cuente a Ortiga Abrasadora que hemos cruzado el mar de Arabia a lomos de una serpiente marina se despertará su desconfianza a pesar de que yo le haya dicho que los dragones se ocultan en un desierto situado muchos miles de kilómetros más al oeste?

—¡Oh! —murmuró Piel de Azufre rascándose detrás de la oreja.

—¡No! —Pata de Mosca meneó la cabeza—. No sé si es una buena idea comparecer ante él. ¡No menospreciéis a Ortiga Abrasadora! —el homúnculo se estremeció y miró a Lung, que lo observaba preocupado desde las alturas—. No sé por qué buscas La orilla del cielo, pero creo que deberías regresar. O acaso guíes a vuestro mayor enemigo hasta la meta de sus malvadas pesadillas.

Lung calló ante la mirada de Pata de Mosca.

Después, informó:

—He emprendido este largo viaje para encontrar una nueva patria para mí y para los dragones que hace mucho, muchísimo tiempo, se dirigieron hacia el norte huyendo de Ortiga Abrasadora y de los humanos. Allí teníamos una patria, un valle apartado, húmedo y frío, pero en el que vivíamos en paz. Ahora lo ambicionan los humanos. La orilla del cielo es nuestra única esperanza. ¿Dónde si no voy a encontrar un lugar que todavía no pertenezca a los humanos?

—Así que por eso estás aquí —comentó en voz baja Subaida Ghalib—. Por eso buscas La orilla del cielo, según me refirió Barnabas —asintió—. Claro, el Himalaya, donde al parecer se esconde ese misterioso lugar, no pertenece realmente a los humanos. Quizá por eso no encontré yo La orilla del cielo. Porque soy humana. Creo que tú podrías lograrlo. Mas ¿cómo impediremos que Ortiga Abrasadora te siga hasta allí?

Barnabas Wiesengrund sacudió la cabeza sin saber qué partido tomar.

—Lung tampoco puede volver a casa —murmuró—, o conducirá a Ortiga Abrasadora hasta los dragones del norte. ¡La situación es verdaderamente endiablada, amigo mío!

—¡Sin duda! —Subaida Ghalib suspiró—. Pero creo que todo esto tenía que suceder. Todavía no habéis escuchado hasta el final la antigua historia del jinete del dragón. Seguidme, quiero enseñaros algo, sobre todo a ti, jinete del dragón.

Y tomando a Ben de la mano lo arrastró hacia el interior de la tumba medio derruida…