Pata de Mosca toma una decisión

35

Lung habría preferido salir volando inmediatamente. Pero el sol todavía estaba alto en el cielo, y a pesar de que en la sima del djin ya oscurecía, aún faltaban muchas horas hasta el crepúsculo. Así que buscaron un lugar junto al río, muy lejos del escondrijo del djin, entre las hojas que tan bien le sabían a Piel de Azufre, para esperar a la luna. El dragón, incapaz de conciliar el sueño, paseaba inquieto de un lado a otro por la orilla del río.

—Lung. —Ben extendió el mapa sobre un mar de flores blancas y se inclinó sobre él—. Deberías dormir, en serio. Queda todavía un largo camino hasta el mar.

Lung apoyó el cuello sobre el hombro de Ben y siguió con los ojos el dedo del muchacho sobre montañas, simas y terrenos yermos.

—Aquí —le explicó Ben—, aquí deberíamos encontrar la costa. ¿Ves la señal de la rata? En mi opinión, el trayecto hasta allí no nos causará problemas. Sin embargo, esto —recorrió suavemente con el dedo el enorme mar que se encontraba entre la península Arábiga y el delta del Indo—, esto me preocupa. No tengo ni idea de dónde podrás posarte. No hay una sola isla a la redonda. Y precisamos dos noches como mínimo para cruzarlo —meneó la cabeza—. No tengo ni idea de cómo conseguirlo sin hacer escalas.

Lung, meditabundo, contempló primero el mapa, y después al chico.

—¿Dónde está el pueblo en el que vive la investigadora de dragones?

Ben dio un golpecito en el mapa.

—Aquí. Justo en la desembocadura del Indo, de modo que no nos supondría un rodeo visitarla. ¿Sabes dónde nace el Indo?

El dragón negó con la cabeza.

—¡Justo en el Himalaya! —exclamó Ben—. Eso concuerda, ¿no? Ya sólo nos queda encontrar el palacio que he visto y luego…

—Y luego, ¿qué? —Piel de Azufre se acuclilló junto a ellos sobre las flores perfumadas—. Romperás la luz de la luna en la cabeza de un dragón. ¿Puedes explicarme lo que significa eso?

—Todavía no —reconoció Ben—. Pero ya lo entenderé.

—¿Y lo de los veinte dedos? —la duende bajó la voz—. Suponiendo que ese tipo azul no nos haya tomado el pelo.

—¡Oh, no, no! —Pata de Mosca subió al regazo de Ben—. Esa es sencillamente la forma de expresarse de los djins. El joven señor tiene razón. Las palabras se desvelarán por sí mismas. Ya lo verás.

—Ojalá —gruñó Piel de Azufre, enroscándose debajo de una enorme hoja de helecho.

Lung se tumbó a su lado y reclinó la cabeza sobre sus patas.

—Destruir la luz de la luna —murmuró—. Suena realmente enigmático —y bostezando cerró los ojos.

El frío y la oscuridad se abatieron sobre las palmeras. Ben y Piel de Azufre se arrimaron a las cálidas escamas de Lung y pronto los tres se quedaron dormidos.

Sólo Pata de Mosca permanecía sentado y despierto a su lado entre las flores blancas, cuyo aroma le mareaba. Al escuchar la tranquila respiración de Ben y contemplar las escamas plateadas y el rostro amable del dragón, tan distinto del de su maestro, suspiró. Una pregunta zumbaba en su cabeza como un abejorro encerrado:

«¿Debo informar a mi maestro de la respuesta del djin traicionando así al dragón plateado?».

A Pata de Mosca esa pregunta le provocaba tales dolores de cabeza que apretaba las manos contra sus sienes palpitantes. Tampoco había robado la escama al muchacho. Se reclinó en la espalda de Ben y cerró los ojos. Quizá el sueño trajese por fin algo de sosiego a su mente. Pero justo cuando sentía que el aliento tranquilo de los otros tres lo iba adormeciendo, algo tiró de su manga. El homúnculo se incorporó, asustado. Por casualidad, ¿no empezaría a mordisquearle uno de los horrendos lagartos gigantes que tanto abundaban entre las enredaderas?

Pero el que estaba posado entre la hojarasca tirándole de la manga con el pico era el cuervo.

—¿Qué quieres? —susurró irritado el homúnculo.

Se levantó sigiloso e hizo una seña al ave para que se alejase de los durmientes. El gran pájaro caminó torpemente tras él.

—Te has olvidado de informar —graznó—. ¿Cuánto tiempo pretendes esperar todavía?

—¿Y a ti qué te importa? —Pata de Mosca se detuvo detrás de un arbusto alto—. Yo… yo prefiero esperar a que hayamos cruzado el mar.

—¿Se puede saber por qué? —el cuervo picoteó una oruga en las ramas y miró al homúnculo con desconfianza—. No hay absolutamente ningún motivo para esperar —graznó—. Eso solamente enojará al maestro. ¿Qué ha dicho el djin?

—Eso se lo referiré yo a nuestro maestro —repuso, evasivo, Pata de Mosca—. Y tú podrías haber abierto los oídos.

—¡Baaaah! —graznó el pajarraco—. Ese tipo azul no paraba de crecer, de manera que preferí ponerme a salvo.

—Bueno, pues mala suerte para ti.

Pata de Mosca se rascó una oreja y atisbó a Lung a través de las ramas. Sin embargo, el dragón y sus amigos dormían profundamente, mientras las sombras de la sima se tornaban cada vez más negras.

El cuervo se atusó el plumaje con el pico y miró al homúnculo con gesto de desaprobación.

—Te estás volviendo muy descarado, alfeñique —graznó—. Y no me gusta. Quizá debería informar de ello al maestro.

—¡Oh, pues hazlo! El diablo sabe que eso no supondrá una novedad para él —replicó Pata de Mosca, aunque con el corazón latiendo acelerado—. Por otra parte, tranquilízate. Yo… —dijo haciéndose el importante— le informaré hoy mismo. Te doy mi palabra de honor. Pero antes necesito ver el mapa. El mapa del chico.

El cuervo ladeó la cabeza.

—¿El mapa? ¿Por qué?

Pata de Mosca adoptó una expresión sarcástica.

—No lo entenderías, pico torcido. Y ahora lárgate de una vez. Como te vea la duende, no volverá a creer que no existe ninguna relación entre nosotros.

—¡Vale! —el cuervo atrapó otra oruga y batió las alas—. Pero os seguiré. No te quitaré ojo de encima. Y darás tu informe.

Pata de Mosca siguió al cuervo con la vista hasta que desapareció entre las copas de las palmeras. Después se dirigió a toda prisa hacia la mochila de Ben, sacó el mapa y lo extendió. Sí, informaría. Ahora mismo. Pero sería un informe especial, muy especial. Inspeccionó el mapa buscando mares y montañas, hasta que sus ojos se detuvieron en una vasta superficie de color marrón claro. Él sabía lo que significaba marrón. Ben había explicado con todo detalle cómo leer esa maravilla de mapa. Marrón significaba: ni una gota de agua a la redonda. Justo lo que buscaba Pata de Mosca.

—¡Estoy harto! —murmuró—. Verdaderamente harto de ser su espía. Lo mandaré al desierto. Sí, al mayor desierto que pueda encontrar.

Solamente el desierto sería capaz de mantener un tiempo a Ortiga Abrasadora lejos del pequeño humano y del dragón plateado. Si su maestro sólo hubiera querido zamparse al antipático duende, ¡de acuerdo: concedido! Pero al humano, no. En eso él, Pata de Mosca, no le ayudaría. Había presenciado cómo Ortiga Abrasadora devoraba a sus hermanos y a su creador. Pero Ortiga Abrasadora no le hincaría jamás sus ávidos dientes al pequeño humano. Jamás.

Pata de Mosca grabó en su mente la situación del gran desierto. Y después se internó más profundamente en la sima, muy lejos del escondrijo del djin azul y del dragón dormido.

E inclinándose sobre el río, informó a su maestro.