II

La última reunión del día se había prolongado hasta tarde. Habían pedido a una empresa de catering que trajera comida y, al final, incluso habían podido abrir una botella de champán para sellar el acuerdo. Después de tanta publicidad negativa, Gina Brønsted había tenido que negociar duramente y ofrecer muchas garantías. Pero las cosas volvían a su cauce.

Como la reunión se había alargado tanto, Brønsted había decidido quedarse en su ático privado, situado encima de las oficinas. La verdad era que le encantaba ese ático desde cuyos ventanales se dominaba todo el puerto y la zona donde estaban construyendo el nuevo teatro de ópera. Se sirvió una copa y empezó a saborear el champán y la vista al mismo tiempo. Un día toda la ciudad sería suya. Y también Copenhague.

De pronto, captó un reflejo en el cristal con el rabillo del ojo. Giró en redondo.

—¿Qué hace usted aquí? —Su tono era más de perplejidad que de cólera—. ¿Cómo ha entrado?

—¿Sabe quién soy? —preguntó la mujer rubia, plantada en medio del salón.

—¿Qué diantre quiere decir? —Ahora sí había cólera en su voz—. Por supuesto que sé quién es. ¿Va a explicarme qué demonios hace aquí? Ya no tengo nada más que decirle.

—¿Sabe mi nombre? —preguntó la mujer.

—Claro que sé su nombre. ¿Es que ha perdido el…?

Brønsted se interrumpió de golpe. Tenía la mirada fija en la pistola que la mujer había sacado de entre los pliegues de su abrigo negro.

—Mi nombre no es el que usted cree. Mi nombre, mi verdadero nombre, es Liane Kayser. Soy una Valquiria. Usted lo sabe todo sobre las Valquirias, ¿verdad, Gina?

—Yo… —La expresión de Brønsted, tras la primera sorpresa, se había teñido de temor—. Escuche, puedo darle trabajo…

—Quiere decir que puede utilizarme. ¿Como utilizó a Margarethe Paulus y a Anke? Lo curioso, fíjese, es que yo no sabía que me importaba. Creía que era incapaz de sentir nada por nadie. Pero sí me importa. Ellas eran lo más parecido que tenía a una familia. De modo que sí, voy a hacer algo por usted, Gina. Sé que le gusta salir en las noticias. Pues voy a convertirla en noticia. Mañana estará en todos los medios, se lo aseguro.

—Puedo compensarla…

Los ojos de Brønsted recorrieron enloquecidos el salón. El botón de pánico. El teléfono. Ambos a una distancia sideral.

—¿Sabe qué, Gina? Tiene razón. Puede compensarme.

Liane Kayser apretó dos veces el gatillo; dos disparos amortiguados por el silenciador incorporado a su automática Makarov PM. Brønsted cayó al suelo. Respiraba agitada, entrecortadamente. La mujer rubia se acercó unos pasos.

—¿Sabe lo que significa en realidad la palabra «valquiria»? Proviene del nórdico antiguo Valkyrja. Significa «la que escoge a los caídos». —Apretó dos veces más el gatillo. A la cabeza—. Adiós, Gina.