Le escocía. Le escocía de mala manera, aunque sabía que tenía dejarlo correr. Pero un día, se juró Fabel a sí mismo, conseguiría pruebas suficientes contra ella para encerrarla de por vida. Miró con furia el televisor de la sala principal de la brigada de homicidios. Dos caras bien conocidas.
—¿No es una vergüenza para el grupo NeuHansa? —preguntó Sylvie Achtenhagen—. ¿Y una grave responsabilidad suya por el hecho de haber contratado y confiado en un hombre que ha resultado ser un criminal? ¿Alguien que ordenó y pagó por el asesinato de tantas personas?
—Lo primero que quiero dejar claro es lo siguiente —dijo Gina Brønsted con una sonrisita, como si estuviera hablando con un crío—. El departamento de delitos corporativos de la Polizei de Hamburgo me ha sometido a mí y a todos mis negocios a un exhaustivo escrutinio. Y no hay absolutamente ninguna prueba que indique que yo estaba al corriente de las actividades criminales de Svend Langstrup. Obviamente, él dirigía su propio imperio clandestino en el interior del grupo NeuHansa. Es cierto que consiguió salirse con la suya durante un tiempo, pero no hay ninguna…
Werner apagó la televisión con el mando a distancia.
—No te abrumes por lo de esa zorra, Jan —le dijo—. Has de dejarlo correr. Ya caerá, tarde o temprano. Los de delitos corporativos tienen tantas ganas como tú de atraparla.
—Y OLAF —dijo Fabel, con aire lúgubre—. Y Økokrim en Noruega. Y la policía nacional danesa. Gina Brønsted tendrá que andarse con mucho tiento de ahora en adelante.
—¿Qué hay de esa historia del primer lunes de mes? Ya sabes, lo del mensaje en Muliebritas. Se acerca el día. ¿Vamos a montar un dispositivo de vigilancia?
—No tiene sentido —dijo Fabel—. De las tres Valquirias, una está muerta y la otra encerrada de nuevo en un sanatorio mental… La tercera hará cualquier cosa salvo llamar la atención.
—Cierto. —Werner se rio, malicioso—. De todos modos, si quiere charlar se pasará por tu casa.
Fabel le lanzó una mirada fulminante; Werner recogió unos papeles de su mesa y se retiró enseguida. Cuando hubo salido, Fabel tomó el teléfono y marcó un número.
—Hola, ¿Frau Meissner? Soy Jean Fabel. He recibido su invitación para hablar en Sabinas sin Fronteras sobre la iniciativa de la Polizei de Hamburgo respecto al maltrato a las mujeres. Estaré encantado…