Langstrup llevó el vino al salón. Anke, sentada en la alfombra frente a la chimenea, contemplaba las llamas. El resplandor acentuaba la curva perfecta de sus pómulos y su mandíbula, y añadía un halo dorado a su cabello rubio.
—¿Ha entrado en calor?
—Hum, sí, ahora sí —murmuró satisfecha, pese a las persistentes molestias de la herida de su pierna. Anke miró alrededor. Tomó un buen trago de vino. Su mirada se detuvo en la fotografía con marco de plata de la mesita auxiliar. Langstrup y una atractiva mujer de pelo rubio rojizo aparecían en un jardín, mirando sonrientes a la cámara. Él la envolvía en sus brazos y su sonrisa era de completa satisfacción. De alegría. La sonrisa de su esposa era distinta, como si realmente no estuviera presente tras ella. Un rasgo que Anke reconoció.
—¿Su esposa?
Él asintió, pero sin mirar la fotografía.
—Sí. Es Silke.
—Es muy guapa.
—Sí.
—¿Dónde está esta noche? No creo que le guste que se traiga a desconocidas de la playa y les sirva una copa de vino…
—Silke tuvo problemas. Problemas mentales —dijo él, mirando su copa—. Una depresión. Se suicidó.
—Dios mío, cuánto lo siento. No debería haber preguntado…
—Usted no tenía por qué saberlo. Era una pregunta perfectamente natural —dijo Langstrup, y dio un buen trago de vino blanco—. Fue hace dos años. La policía dijo que no estaba claro si se trababa de una muerte accidental o de un suicidio. No dejó ninguna nota, ¿entiende?
—¿Por eso estaba usted junto a la playa?
—No sé. Sí, puede.
Anke volvió a mirar la foto; aquella máscara de una sonrisa cubriendo un vacío total.
—Lo siento muchísimo —dijo, poniéndose de pie—. Yo sé lo que es perder a alguien así como así.
—¿De veras? Lamento saberlo.
—Mi tío. —Dio otro sorbo de vino y miró fijamente el fuego de la chimenea—. Ya sé que no parece gran cosa, pero era mucho más que un tío para mí. Más bien como un padre. Mis padres… bueno, mis padres no estaban a mi lado y fue él quien me crio. Me enseñó todo lo que sé. Todo lo que soy se lo debo a él.
—¿Murió hace poco?
—Sí. —Dejó la copa de vino en la mesita de café y se volvió para mirarlo de frente.
Langstrup levantó la vista con aire inquisitivo.
—¿Hay algún problema?
Entonces sonó el timbre.
—Disculpe —dijo. Se puso de pie, encogiéndose de hombros—. No recibo muchas visitas, pero esta noche…
El timbre sonó otra vez de forma insistente. Luego empezaron a aporrear la puerta. Langstrup frunció el ceño y se volvió hacia el pasillo.
En cuanto le dio la espalda, Anke se lanzó sobre él de un salto. El cuchillo de policarburo negro describió un arco y le alcanzó a Langstrup en la parte lateral del cuello. Agarrándolo de la cabeza con la otra mano, Anke usó todo su peso para arrastrarlo al suelo. Él era robusto y ágil, sin embargo, y le asestó un codazo en las costillas. Se derrumbaron los dos sobre la mesita de café. Langstrup aún tenía el cuchillo clavado en el cuello, pero ella había calculado mal el golpe, no le había alcanzado la carótida, y ahora oyó que estaban tirando la puerta abajo. Se zafó de él y se puso de pie de un brinco, aunque casi perdió el equilibro a causa de la herida en la pantorrilla.
La puerta se abrió de golpe y se estrelló contra la pared del vestíbulo con estrépito. Anke se sacó la Beretta de la cinturilla. Langstrup rodaba por el suelo, agarrando el mango del cuchillo que tenía en el cuello, con los aquellos ojos pequeños y duros ahora desorbitados de terror. Como ella había deseado.
Los tres agentes irrumpieron en el salón y la apuntaron con sus armas, gritándole para que bajara la pistola. Anke reconoció entre ellos a Jean Fabel, que había dirigido la operación en el Alsterpark. Sabía que la mujer era Karin Vestergaard, la jefa y antigua amante de Jens Jespersen, a quien había asesinado en la habitación de su hotel. Ahora le quedaban dos opciones: enfrentarse a ellos o rematar a Langstrup. Miró a los dos hombres y a la mujer que estaban en la entrada del salón, tensos y angustiados. Les sonrió. «Tampoco está tan mal —quería decirles—. No se asusten, matar no está realmente tan mal».
La adrenalina que inundaba su organismo lo ralentizó todo. Por un instante se sintió fuera del tiempo. Pensó en Liane y en Margarethe. Volvió a pensar en el tío Georg. Pensó en todos los encuentros que había vivido, en todos los últimos momentos que había presenciado.
Anke Wollner se decidió. Le disparó cuatro tiros a Langstrup, todos en la cabeza, antes de que la policía abriese fuego.