Acababa de aparcar frente a la casa de Blankenese cuando recibieron el mensaje de que el coche de Jana Eigen había aparecido en un bosque al sur de Sülldorf.
—Dios mío —dijo Fabel—. Está solo un poco más al norte. Es un paseo hasta aquí.
—¿Jana Eigen es Anke Wollner? —preguntó Vestergaard.
—Y Anke Wollner es la Valquiria. —Sacó su pistola automática de la funda y revisó el cargador—. Mierda. Esto significa que ha vuelto. Hay algo en la casa que necesita. —Se volvió hacia Van Heiden—. Escucha, Horst, hemos de asegurarnos de que no está ahí dentro. Podríamos esperar a que llegaran refuerzos.
—No nos han servido de mucho en Alsterpark… Vamos.
Fabel le hizo a Van Heiden un gesto para que esperase y buscó en la guantera. Sacó una SIG-Sauer automática metida en una funda y envuelta en una correa para el hombro, y se la tendió a Karin Vestergaard. Pero no la soltó cuando ella ya se disponía a cogerla; primero miró a Van Heiden.
—Qué demonios —dijo este, encogiéndose de hombros.
Vestergaard tomó el arma, se quitó el abrigo y se colocó la funda en el hombro; luego volvió a meter el cargador en la pistola y la enfundó.
Para los niveles de Blankenese era una propiedad bastante modesta. Tres dormitorios, dos baños, un comedor, la cocina y el salón. Todo desierto. El registro de la casa resultó más estresante por el alarido de la alarma que Fabel había disparado al forzar la puerta. Una vez comprobado que Anke Wollner no estaba, Fabel llamó al Präsidium y pidió que enviaran un equipo forense para revisar la casa.
—Y por el amor de Dios, llama a la comisaría veintiséis, en Osdorf, y diles que se trata de una falsa alarma —dijo Fabel—. Y que envíen a alguien para desconectar este maldito cacharro.
Lo registraron todo a fondo. Los cajones, los armarios, los roperos. Fabel bajó la escalera plegable y subió al desván. A primera vista no había nada: ningún alijo de armas, ningún maletín lleno de pasaportes y dinero en metálico. Ninguno de los instrumentos de un asesino profesional. Tal como en el piso de Georg Drescher, daba la impresión de que allí no vivía nadie propiamente hablando. Todo muy lujoso y escogido con gusto, pero sin los signos de estar realmente habitado: como si fuese una habitación de hotel más que un hogar.
—Eso es un sillón Ox de Hans Jørgen Wegner —dijo Vestergaard.
—¿Danés?
—Muy danés. Y más caro todavía.
—No está aquí. —Fabel alzó la voz para hacerse oír por encima del estrépito de la alarma—. Lo que ha vuelto a buscar, sea lo que sea, no está aquí, en esta casa. No se me ocurre qué.
—¿No habrá sido para cambiar de coche, quizá? —apuntó Vestergaard. La alarma enmudeció y ellos enfundaron las pistolas.
—Podría ser, supongo —dijo Fabel—. En ese caso, ya se ha largado. Pero ella sabe que esta dirección ha sido descubierta. No creo que se arriesgara a volver solo para recoger un coche, que por lo demás también estaría registrado en esta dirección.
Oyó varios coches afuera. Aparecieron tres agentes uniformados y un tipo con mono. Fabel les ordenó que se encargaran de que todo permaneciera intacto, o tan intacto como ellos lo habían dejado después de su registro, y les informó de que el equipo forense estaba en camino.
—¿Así que crees que sigue en Blankenese? —dijo Van Heiden.
—Si ha abandonado el coche y ha venido a pie hasta aquí es con algún propósito. —Fabel se acercó al comisario uniformado que había llegado con el técnico de la alarma—. ¿Es usted de la comisaría veintiséis de Osdorf?
—Sí, Herr Hauptkommissar.
—¿Puede llamar a la comisaría y pedirles que envíen de inmediato el máximo número posible de agentes? Estamos buscando a una mujer llamada Anke Wollner que vivía aquí bajo el nombre supuesto de Jana Eigen.
Una expresión alarmada cruzó el rostro del joven comisario.
—Dios mío… ¿se refiere a la mujer que ha matado a todos esos policías en el centro? ¿Cree que está aquí?
—Usted llame a Osdorf y haga que vengan cuanto antes.
Fabel se volvió hacia Vestergaard y Van Heiden.
—¿Por qué tendría que haber vuelto? Me estoy repitiendo, ya lo sé, pero no es lógico. Podemos dar por seguro que tiene varias identidades alternativas bajo la manga. Nosotros hemos fallado y no hemos conseguido atraparla. Podría haberse limitado a desaparecer del mapa. Ya debe de haber deducido a estas alturas que algo le ha pasado a Georg Drescher. —Se quedó paralizado de repente—. Ellos lo delataron…
—¿Qué? —dijo Van Heiden.
—Espera. —Fabel llamó con el móvil al Präsidium y pidió que le pusieran con Hans Gessler.
—Ha salido ya —le dijo el agente.
—Entonces páseme la llamada a su móvil.
Hubo una pausa. Tapando el teléfono, Fabel se dirigió a Van Heiden y Vestergaard.
—Delataron a Drescher. Era Gina Brønsted quien contrató a la Valquiria durante todos estos años. Drescher tenía información suficiente sobre ella para mandarla a la cárcel de por vida. Era su plan de jubilación. Cuando Brønsted empezó a hacer limpieza, eliminando a Westland, Claasens y Lensch, había planeado deshacerse también de Frolov y Drescher. Recurrió a la otra Valquiria, a la trastornada Margarethe Paulus, para hacer ese trabajo sucio. Fue Brønsted quien le proporcionó a Margarethe el dinero y los recursos necesarios. Pero ella nunca se ocupó de estas cosas directamente… —Alzó la mano y volvió a concentrarse en su móvil—. ¿Hola, Hans? Soy Fabel. ¿Dónde me dijiste que vivía Svend Langstrup?
—¿Cómo? Ah… En Blankenese.
—¿Tienes la dirección?
—Creo que es justo detrás de Strandweg. Espera…
Tras unos instantes, Gessler le pasó la dirección.
—Ha venido a matar a Svend Langstrup —dijo Fabel al colgar—. Y luego, si no me equivoco, irá a por Gina Brønsted.