No había ningún motivo sólido para ir hasta la otra punta de la ciudad a tomarse una copa, pero Fabel sintió necesidad de pasar por el bar que había sido su local habitual durante todo el tiempo que había vivido en Pöseldorf. No sabía bien por qué lo echaba tanto de menos. Tampoco es que entonces se pasara allí las horas, pero era un sitio donde lo conocían, donde los camareros y parroquianos lo saludaban con la cabeza o con un gesto. Había sido como un ancla: un punto de referencia que contribuía recordarle quién era Jan Fabel.
Sentado en la esquina de la barra, bebió a sorbos su cerveza Jever mientras pensaba en las mujeres. Tanto si le gustaba reconocerlo como si no, habían sido ellas las que habían determinado el rumbo de su vida. Incluso en sus menores detalles.
Había sido una mujer la que lo había impulsado a iniciar su carrera como policía.
Antes de ponerse a estudiar historia europea en la Universidad de Hamburgo, Fabel pasó por la Universidad Carl von Ossietzky de Oldemburgo. Mientras estuvo allí no se entregó nunca del todo a las previsibles tonterías de la vida estudiantil, pero era un chico atractivo y tuvo a todas las chicas que quiso. Una de ellas fue Hanna Dorn, compañera de clase e hija de uno de sus profesores. Hanna era una chica guapa y alegre, y los dos fueron conscientes, suponía Fabel, de que lo suyo no iba a durar para siempre. Se divirtieron, simplemente, con la arrogante despreocupación de la juventud. Ahora, cada vez que recordaba la cara de Hanna, se concentraba para evocar cada detalle. Era una cara que, de no haber ocurrido lo que ocurrió, se habría desvanecido, igual que su nombre, en los polvorientos desvanes de la memoria.
Una noche, cuando llevaban juntos unas dos semanas, Hanna se marchó sola después de salir con él. Fabel debía quedarse a terminar un trabajo. Ella nunca llegó a casa.
Lutger Voss tenía treinta años y era un simple celador del hospital St George. No había en él nada excepcional, salvo su psicosis. Voss sorprendió a Hanna de camino a casa y la raptó.
La autopsia y las pruebas forenses mostraron después que Voss torturó y violó repetidamente a Hanna. Cuando hallaron su cuerpo, Fabel fue interrogado durante horas por la Polizei de Hamburgo; era su novio y la última persona que la había visto viva. Finalmente se convencieron de su inocencia. Pero él no se quedó tan convencido de estar libre de culpa. El hecho de tener un trabajo que entregar ya no le parecía una razón suficiente para no haberla acompañado. Incluso ahora, después de veinte años, se despertaba con frecuencia en mitad de la noche, atormentado por los remordimientos, por no haber estado allí para salvarla.
Lutger Voss fue encerrado en un sanatorio estatal tres días antes de que Fabel se licenciara. Él presentó al día siguiente la solicitud para entrar en la Polizei de Hamburgo.
El joven barman le puso otra Jever delante sin que la hubiera pedido. Cuando Fabel alzó las cejas inquisitivamente, hizo un gesto con la cabeza hacia un hombre alto, desgarbado y medio calvo que se aproximaba a su rincón de la barra.
—Eres un tardón —dijo Fabel.
—Y tú un obsesivo. —Otto Jensen sonrió con el mismo aire bobalicón que Fabel recordaba de su época de estudiantes—. O tal vez solo un depresivo. Te he visto nada más entrar. Te preguntaría en qué estás pensando, pero no sé si vale la pena.
—Estaba pensando en las mujeres —dijo Fabel.
—No te preocupes. —Otto seguía sonriendo—. Es la edad. Y no es tan malo tampoco. La crisis de los cuarenta es como la pubertad pero sin el acné.
—Pensaba en Hanna Dorn.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Otto.
—¿En Hanna? ¿Cómo es que piensas en ella después de tantos años?
—Otto, amigo mío, raramente pasa una semana sin que piense en ella. O al menos en lo que le pasó.
Los interrumpió el barman, que traía una cerveza de trigo para Otto.
—Cada vez que interrogo a un asesino sexual me acuerdo de Voss —continuó Fabel cuando se alejó el camarero y la música y las voces los envolvían de nuevo—. Cada vez que leo el informe forense de una víctima de violación y asesinato, pienso en Hanna. De no haber sido por lo que le pasó a ella, no me habría convertido en policía. No habría decidido trabajar en la brigada de homicidios.
—Y si yo no hubiera leído a Heinrich Böll, no habría dedicado mi vida a los libros —dijo Otto—. Así es la vida, Jan.
—¿Cómo va el negocio? —dijo Fabel. Otto dirigía la librería Jensen Buchhandlung, en las elegantes galerías Alster Arkaden.
—Resistiendo. La semana pasada organicé la presentación de un autor de ciencia ficción que anunció gentilmente que su próximo libro no estará en nuestras estanterías. Piensa publicarlo exclusivamente como libro electrónico y como audiolibro. Estamos llegando por fin, me aseguró, a la «sociedad postalfabética» que muchos escritores de ciencia ficción, incluido él mismo, llevan prediciendo desde hace tiempo. Así que hazme sitio: quizá también yo me haga policía. —Otto tomó un largo trago de su cerveza—. En fin, ¿por qué me has propuesto que quedásemos aquí? Este ya no es tu bar.
—Por eso estaba pensando en las mujeres —dijo Fabel, sombrío—. ¿Recuerdas cuándo me vine a vivir a Pöseldorf?
—Cuando tú y Renate os separasteis.
—Exacto. ¿Sabes, Otto? A mí me gusta verme a mí mismo como una especie de librepensador: una persona libre de dogmas, prejuicios e ideas preconcebidas, capaz de ver el mundo limpiamente, desde su propia perspectiva. Chorradas. La verdad es que soy un producto de mi educación como el resto de la gente: un luterano del norte de Alemania, simplón, predecible y estrecho de miras. Cuando me casé con Renate y llegó Gabi pensé «bueno, ya está. Esta es mi vida». Para los restos. Luego, cuando Renate se largó con Behrens, todo mi mundo reventó por las costuras. Y acabé ahí, en ese ático de la esquina, donde traté de reconstruir mi vida. Entonces, cuando ya me había asentado y volvía a tener claro cuál era mi sitio, conocí a Susanne y, de repente, casi sin darme cuenta, me encontré viviendo en Altona y otra vez en pareja.
—Ya te entiendo —dijo Otto, frunciendo el ceño en plan burlón—. Esa bella y malvada mujer te ha arrebatado tu libertad. ¿Cómo puedes vivir sin pasarte las noches solo delante de la tele, comiendo platos para llevar? ¿Pretendes decir que te arrepientes de haberte liado con Susanne?
—No, en absoluto. Lo que digo es que, en cada paso del camino, ha sido una mujer la que ha definido mi situación. Hanna, Gisela Frohm…
—No se a dónde quieres ir a parar.
Fabel sonrió y le dio una palmada en el hombro a su amigo.
—No pongas esa cara de preocupado, Otto. No te sienta bien. Es solo… no sé, este caso que estoy investigando. Todo tiene que ver con mujeres.
—Ah, sí, joder… el famoso Ángel de Sankt Pauli.
—Eso es solo una parte. Hay otra historia, además. Una asesina profesional, seguramente afincada en Hamburgo. —Fabel percibió la expresión de su amigo—. ¿Que te pasa?
—Tú… —Otto parecía asombrado—. Tú nunca me has hablado de un caso en el que estuvieras trabajando. Nunca.
—Será que me estoy volviendo indiscreto con la edad. Y si no puedo confiar en ti, Otto, no sé en quién demonios voy a confiar. —Fabel dio un sorbo de Jever—. Bueno, el caso es que ahora mismo todo parece estar relacionado con mujeres violentas. Hablando de lo cual… Renate me ha estado hinchando los huevos también.
—¿A santo de qué?
—Gabi ha expresado el deseo de hacerse policía. Es todo por mi culpa, según parece.
—Probablemente lo es. Yo creo que lo mejor es dar siempre por supuesto que te equivocas tú. A mí me funciona con Else. En todo caso, no me cabe duda de que Gabi ha recibido tu influencia. No es de extrañar que piense en hacerse policía.
Había quedado libre una mesa del rincón y fueron a sentarse allí con sus cervezas. Mientras charlaba con su amigo, Fabel notó que se relajaba. Otto era una de las personas más torpes y caóticas que conocía y, sin embargo, le constaba que aquella mole desgarbada e inestable de dos metros poseía una de las mentes más agudas con las que había tropezado. Se habían hecho amigos nada más conocerse, y Otto poseía la habilidad de bajarle los humos a Fabel cuando este se daba más importancia de la cuenta o se pasaba de la raya. Mientras seguían charlando, Fabel se distrajo mirando a un hombre mayor que estaba en la barra. Lo había visto en otra parte, aunque no recordaba dónde. Iba vestido de modo más bien informal, pero apestaba a dinero. Tenía el pelo blanco pulcramente acicalado y llevaba un lujoso suéter azul oscuro de cachemir. Parecía fuera de lugar en aquel local, pero Fabel dedujo que estaba allí para complacer a su acompañante, una mujer de extraordinaria belleza que se hallaba a su lado en la barra, aunque separada de él por tres décadas al menos.
—Está con él por su atractivo y su personalidad —dijo Otto, que había seguido la mirada de Fabel—. Se llama hipergamia, Jan: la tendencia de las mujeres a escoger pareja de un nivel socioeconómico más alto. Considerémonos afortunados por el hecho de que Else y Susanne no fueran demasiado exigentes.
—No son pareja —dijo Fabel—. Ella es solo una distracción para él. Y no es eso lo que me mosquea: es el tipo. Estoy seguro de haberlo visto en alguna parte. ¿Lo conoces?
Otto hurgó en el bolsillo de la chaqueta, se caló las gafas y se echó hacia delante, escrutando a la pareja.
—Joder, Otto. —Fabel lo empujó hacia atrás—. ¿Dices que te harás hacerte policía si el negocio del libro desaparece? Olvídalo. La vigilancia encubierta te resultaría muy difícil.
Otto sonrió.
—Pasaría desapercibido de tan evidente. En realidad, sí lo conozco. Bueno, no personalmente, pero sé quién es. Es Hans-Karl von Birgau. Un pez gordo de los negocios, de familia aristocrática. Aunque por más que lo intento no consigo recordar de qué tipo de negocios. ¿Te sirve?
—La verdad es que no. —Fabel frunció el ceño—. No recuerdo dónde, pero seguro que lo he visto antes. En alguna parte.
—Quizá dejó su Rolls-Royce en doble fila y le pusiste una multa.
Se echó a reír a carcajadas de su propio chiste.
Fabel se olvidó del viejo y su joven acompañante en cuanto se trasladaron a una mesa del fondo del local. Todavía siguió una hora más con Otto, aunque él, como de costumbre, pronto se pasó a la cerveza con limonada.
Al salir, Fabel le dijo a su amigo que tomaran juntos un taxi y que de camino lo dejaría en casa. Después del cálido ambiente del pub, el aire nocturno resultaba frío y húmedo. Se había levantado un viento que les arrojaba gotitas heladas a la cara. Había pedido un taxi por teléfono y se enojó al ver que no llegaba. Vio a Birgau y a su acompañante cuando salían del pub y pasaban a toda prisa por su lado. De inmediato parpadearon las luces de un Range Rover Vogue nuevecito aparcado un poco más abajo. Los dos subieron al vehículo y se alejaron.
—Quizás era su hija —dijo Otto con una sonrisa irónica.
Un Mercedes beis se detuvo frente a ellos. Fabel se sorprendió a sí mismo comprobando el rótulo y la matrícula antes de subir. Otto fue el que más habló hasta que llegaron a su casa. Jan se sentía cansado. Y había algo indefinido que le daba vueltas en la cabeza.
—Altona —dijo, cuando el taxista le preguntó hacia dónde seguían. No habían recorrido más que unas manzanas cuando sonó su móvil.