Ute Cranz arrastró un poco más a Drescher hasta meterlo del todo en la cocina. Este la veía maniobrar sobre él con un escalpelo en la mano. Sentía náuseas y pensó de golpe que sería un alivio vomitar. Supuso que el relajante muscular habría eliminado el reflejo nauseoso y que moriría ahogado en su propio vómito. Sin toser. Sin espasmos ni lucha. Al menos, sería mejor que lo que Ute Cranz le tenía preparado. Ella le tiró de la ropa. La vio lanzar el escalpelo hacia abajo, aunque no notó el contacto. Estaba desgarrándole las ropas, despojándolo de los últimos jirones. Ahora yacía desnudo y tenía frío; más por el miedo, seguramente, que por la temperatura del apartamento.
Alzando la capa de plástico, Ute le puso algo bajo la cabeza y los hombros para que quedase medio incorporado. Luego le colocó sobre sus piernas de plomo una mesa-bandeja con un portátil grande encima. La pantalla le quedaba a Drescher justo delante, ocupando prácticamente todo su campo visual. Ute pulsó una tecla. Una foto de colores chillones abarcó la pantalla entera. Sangre por todas partes. Un cuerpo femenino desnudo —la cabeza no entraba en el encuadre—, yacía encajonado entre una cama empapada de sangre y una pared llena de salpicaduras.
—Esto es lo que hacen los hombres con las mujeres. Mírelo. ¿Lo ve? —Ute pulsó otra vez la tecla. Otra escena: esta vez una mujer muerta tirada medio vestida entre unos matorrales, con una ligadura en el cuello—. ¿Lo ve? —Otra foto del escenario de un crimen—. ¿Lo ve?
Hizo doble clic en un mando y la pantalla empezó a pasar automáticamente de una imagen a otra. Fotos nauseabundas de asesinatos. De violaciones. Imágenes pornográficas violentas de abusos sexuales. Caras femeninas crispadas de terror.
—Es lo que hacen los hombres a las mujeres. Lo que les han hecho siempre. Los hombres como usted. —Ute dejó que desfilaran las imágenes unos segundos más y después cerró la tapa y retiró el portátil y la bandeja. Se acuclilló junto a Drescher y le susurró al oído—: Las mujeres se ven obligadas a vivir en el temor. En todo el mundo, cada día. Y es un miedo real, tan auténtico como el que siente usted ahora. Sé que está asustado, Drescher. Sé que está muy asustado. Y sigue preguntándose: «¿Por qué? ¿Por qué hace esto?». —Le puso una fotografía delante para que la viera bien—. ¿Sabe quién es? Es mi hermana, Margarethe. Está muerta. Se mató. Cuando usted terminó con ella, se volvió loca y la encerraron. Y luego se mató. En el hospital donde estaba creían que habían tomado todas las precauciones necesarias para impedir que se quitara la vida, pero cuando has adiestrado a alguien para matar, para matar de tantas maneras, te resulta fácil acabar con tu vida. No te hace falta mucho para encontrar los medios y la ocasión.
Drescher miraba la fotografía y escuchaba. No podía hacer más que mirar y escuchar. La cara de la foto. La conocía. La recordaba. Y lo que le aterrorizaba era que Ute Cranz no parecía advertir de quién era de verdad —sin maquillaje, sin el pelo teñido— aquella fotografía. Su corazón retumbaba, atrapado en la jaula de su cuerpo.
—Le he perseguido durante catorce años. Catorce años preparando este momento. Le prometí a mi hermana, le prometí a Margarethe que me encargaría de arreglarlo todo. Bueno, eso voy a hacer. Y me lo voy a tomar con calma. Disfrutando cada momento. ¿Recuerda cuando les enseñaba a las chicas cómo funciona el flujo sanguíneo, cómo puede utilizarse para acelerar o retrasar la muerte? ¿Recuerda que les habló de la ejecución con sierra en la Edad Media? Colgaban a la víctima cabeza abajo y la serraban por la mitad, desde la ingle hasta el cuello. Como estaba del revés, el cerebro se mantenía irrigado y la víctima permanecía consciente durante todo el proceso.
Se puso otra vez de pie y apartó de una patada el objeto con el que lo había mantenido incorporado. La cabeza de Drescher se estampó en el suelo con un golpe sordo. El dolor le reverberó por todo el cráneo. Ute se colocó a horcajadas sobre él.
—Usted arrastró a la locura a mi hermana. La arrastró a la muerte. Ahora yo voy a volverlo loco a usted. Va a morir, pero antes sufrirá tanto dolor que perderá el juicio.
Él la miró desde el suelo y pensó en lo bella que era. En su terrible belleza.