8

Plantado en la sala de llegadas del aeropuerto Fuhlsbüttel de Hamburgo, mientras sujetaba una tablilla con el nombre VESTERGAARD escrito en mayúsculas con rotulador, Fabel se sentía vagamente ridículo. Esperaba junto a otros que hacían exactamente lo mismo: algunos con nombres, otros con logos de empresas. Pero todos los demás eran chóferes profesionales enviados para recoger a ejecutivos que llegaban en avión.

Fabel podría haberse limitado a mandar un coche patrulla para que un agente uniformado recogiera al poli danés, pero le había parecido más diplomático presentarse personalmente. Había una especie de protocolo, unas normas de cortesía para estas cosas que él siempre parecía interpretar mal. Había decidido, pues, que lo mejor sería hacer acto de presencia. Por lo visto, Vestergaard era un oficial de categoría y, al fin y al cabo, uno de sus hombres había muerto en Hamburgo. Pero mientras aguardaba allí con su tablilla, Fabel no se sintió como un diplomático, sino más bien como un chófer y, sobre todo, como un idiota.

El panel de información anunció el aterrizaje del vuelo de Copenhague y, al cabo de unos minutos, una oleada de ejecutivos trajeados empezó a desfilar por la puerta de llegadas. Fabel se entretuvo observando las figuras que emergían y apostando consigo mismo a que sería capaz de identificar a Vestergaard antes de que él se diera a conocer. Lo distrajo un momento una rubia muy atractiva con un traje de aspecto caro y un abrigo azul marino. Ella lo miró a los ojos un instante y Fabel se apresuró a desviar la vista, en parte avergonzado por haber sido sorprendido mientras la observaba y en parte irritado por haberse dejado distraer.

Entonces lo vio: un hombre de elevada estatura y pelo rubio claro, de unos cincuenta años, cuyo traje no ocultaba la magnitud de sus hombros ni suavizaba su expresión de duro. Todo en él proclamaba que era policía, y Fabel se imaginó que Jespersen debía de haber tenido en vida un aspecto similar. El hombre hizo un gesto en su dirección y caminó hacia él. Fabel sonrió y ya iba a tenderle la mano cuando el otro pasó de largo y le entregó su equipaje al chofer que esperaba al lado con un rótulo de la IBM. Por si no bastara con el golpe que acababan de sufrir los poderes deductivos de Fabel, el «danés» se puso a darle instrucciones al chófer con acento bávaro.

—Supongo que no soy lo que esperaba… —dijo una voz femenina en inglés. Fabel se volvió. La atractiva rubia que había visto antes se había parado frente a él, arqueando una ceja.

—¿Politidirektør Vestergaard? —farfulló.

—Sí, soy Karin Vestergaard. Lo siento. Ya sé que resulta desconcertante. —Suspiró, poniendo los ojos en blanco—. Me ascendieron porque soy tremendamente buena haciendo café. Y me han enviado aquí porque todos los hombres estaban muy ocupados resolviendo casos complicados.

Fabel acogió el chiste con media sonrisa, pero se la guardó enseguida al percibir un brillo glacial en los ojos azules de Vestergaard. Un mal comienzo.

—Tengo el coche aparcado ahí fuera —dijo débilmente.

No fue un trayecto muy agradable. Después de preguntarle a Karin Vestergaard qué tal había ido el vuelo y qué tiempo hacía en Copenhague, Fabel se devanó los sesos para darle conversación mientras iban al aparcamiento y subían al BMW. La Politidirektør Vestergaard no era, obviamente, una persona dicharachera. Circularon en silencio por Alsterkrugchausee hacia el centro de la ciudad.

—Tenemos elecciones dentro de pocos meses —dijo al fin, con forzada animación—. Para el cargo de alcalde, es decir, de primer ministro del estado de Hamburgo. El caso es que una de las candidatas es danesa. Bueno, alemana-danesa, de la minoría de lengua danesa de Schleswig-Holstein.

Karin Vestergaard lo miró con una ligera sonrisa que denotaba indulgencia pero ningún interés. Había algo en su rostro que inquietaba a Fabel, aunque no lograba precisar de qué se trataba. Pasaron junto a un cartel que les informaba de que estaban entrando en el distrito de Eppendorf.

—¿No es aquí donde se encuentra la sede de su Instituto de Medicina Legal? —preguntó ella.

—Sí —dijo Fabel—. En efecto. ¿Conoce Hamburgo?

—No. Lo he mirado antes de venir. ¿Jens está ahí?

—Ahí se encuentra la morgue, sí.

—Me gustaría verlo ahora.

—¿Quiere ir ahora? Había pensado llevarla primero al hotel antes de acompañarla al Präsidium. Ya sé que…

—No entiendo. —Karin Vestergaard lo interrumpió con frialdad—. No veo cuál es el problema si estamos pasando por Eppendorf. Quiero ver el cuerpo de Jens. ¿Podemos ir o no?

Fabel se encogió de hombros y giró sin más comentarios por Geschwister-Scholl-Strasse.

La Clínica Universitaria Eppendorf era un gran complejo de edificios, casi como una ciudad en sí misma, situada entre Geschwister-Scholl-Strasse al norte y Martinistrasse al sur. Poseía incluso su propio parque por debajo de Martinistrasse y, al pasar por su lado norte hacia Butenfeld, vieron varias grúas enormes por encima del complejo.

—Esto es un hospital docente —le explicó Fabel—. Ahora están construyendo un nuevo campus. Todo de tecnología punta.

Si Vestergaard estaba impresionada, lo disimulaba muy bien. Ella se limitaba a mirar al frente con aire lúgubre, como si su mente se hubiera anticipado y ya se encontrara en la morgue con su colega muerto. Fabel encontró un hueco para aparcar frente al Instituto de Medicina Legal e hizo pasar a Vestergaard al vestíbulo por la doble puerta de cristal. Tardó un par de minutos en arreglar las cosas para ver el cuerpo de Jespersen; Vestergaard aguardó sentada en recepción con aire impasible.

—Ya podemos pasar —le dijo al fin, y ella lo siguió a la morgue.

Fabel no sabía qué esperar en el depósito. A pesar de haber compartido con ella el trayecto desde el aeropuerto, la agente danesa seguía siendo para él una completa desconocida. No sabía nada de su relación profesional con Jespersen, o del tipo de relación personal que podrían haber mantenido ambos. Fabel observó atentamente su rostro cuando retiraron la sábana y descubrieron el cadáver de Jespersen. Una vez más, lo distrajo su aspecto físico. Había algo en ella que le desconcertaba… Y entonces comprendió qué era: sus rasgos resultaban perfectos, poseían una absoluta simetría y cada uno de ellos guardaba una proporción clásica con el resto. El efecto era extraño: le proporcionaba su belleza, una belleza verdaderamente arquetípica. Pero se trataba de una belleza olvidable.

Fabel contempló la insulsa belleza del rostro de Karin Vestergaard cuando el cuerpo de su subordinado quedó expuesto ante ella. Hubo en su expresión un destello que desapareció casi al instante. Pero Fabel lo reconoció: era rabia. Estaba rabiosa con Jespersen por el hecho de que hubiera muerto.

—Lo siento mucho —dijo Fabel—. ¿Llevaban mucho tiempo trabajando juntos?

—¿Cuándo está prevista la autopsia?

—Mañana —dijo Fabel—. A las dos de la tarde.

Vestergaard se inclinó hacia delante y examinó más de cerca la cara de Jespersen. Luego apartó la sábana del todo para ver el cuerpo entero.

—¿Qué está buscando? —preguntó Fabel, ya sin ocultar la irritación que le inspiraba su exagerada reserva.

—¿Quién se encargará de la autopsia?

—El doctor Möller. Es nuestro patólogo jefe. Es realmente…

—Dígale que busque pinchazos. Marcas de aguja. Sobre todo en la zonas ocultas: en el cuero cabelludo, en los pliegues de la piel, alrededor del ano…

—Mire —dijo Fabel—. Esto ya ha ido demasiado…

—¿Usted cree que fue de muerte natural? —Vestergaard se volvió hacia él. Más fuego gélido en sus ojos.

Fabel suspiró.

—Se parece mucho a un ataque cardíaco.

—¿Usted cree que fue de muerte natural? —repitió.

—No. Al menos tengo mis dudas. Anna Wolff, una de mis agentes, me llamó la atención al respecto. Ella también piensa que hay algo sospechoso.

Vestergaard se irguió de nuevo, aunque continuó con la vista fija en el rostro de su colega muerto. Al cabo de unos momentos, miró a Fabel.

—Tenemos que hablar…

Fabel acompañó a Vestergaard a su hotel, en el Alter Wall. En cierto modo no le sorprendió que hubiera hecho la reserva en el mismo hotel donde había muerto Jespersen. No le sorprendió, pero lo encontró desacertado. Pidió que les sirvieran café en un rincón con sillones un poco alejado del bar mientras Vestergaard subía a la habitación con el equipaje.

—He pensado que podríamos tomarnos un café y luego irnos al Präsidium y hablar de Jespersen —le dijo cuando regresó.

—Hablemos aquí mismo —respondió ella—. Aquí estamos solos y es territorio neutral. Luego podemos ir la Präsidium.

—¿Territorio neutral? —dijo Fabel—. Se supone que vamos a colaborar. No creo que los colegas necesiten «territorio neutral».

—Era solo una expresión —dijo Vestergaard, sorbiendo su café y dejando un rastro rosa en el borde de la taza—. Quizás es que mi inglés no es tan bueno como el suyo. He observado que no lo habla con acento alemán.

—Lo aprendí de joven —dijo, irritado por esa distracción táctica. Sabía lo que Vestergaard estaba haciendo; y ella sabía que él lo sabía. Ambos eran policías, expertos interrogadores—. Soy medio escocés. Me eduqué de modo bilingüe.

—Ya veo. —Otro sorbo—. Es insólito oír a un alemán hablarlo sin acento. En Dinamarca subtitulamos todas las películas y programas de televisión de habla inglesa. Ustedes los doblan. Los alemanes no están en contacto directo como nosotros con la lengua original. Es como un condón cultural. Por eso nosotros, los daneses y holandeses, hablamos mejor el inglés. Con menos acento, quiero decir. Pero ya he notado cuando me ha recogido en el aeropuerto que usted no tenía ningún acento. Lo cual habría facilitado mucho las cosas con Jens. ¿Dice que no llegó a encontrarse con él?

—Hablamos por teléfono. Una vez. —Fabel se rio sin ningún calor—. ¿Esto es un interrogatorio, Frau Vestergaard? Si es así, le recuerdo que el agente de policía aquí soy yo. Y si hay algo sospechoso en la muerte de Jespersen, el caso es mío, no suyo. Estamos en mi jurisdicción.

—A Jens no le gustaban los alemanes —dijo ella, todavía impasible. Fría—. ¿Lo sabía?

—No —suspiró Fabel—. ¿Algún motivo en particular?

—El de siempre: la guerra. Jens, igual que yo, se sentía orgulloso de ser policía danés. Es una noble herencia para nosotros. ¿Sabe cuál es uno de los momentos de los que más nos enorgullecemos?

—Ya me imagino lo que va a contarme.

—Durante la guerra, a diferencia de la policía de otros países ocupados, la policía danesa se negó a colaborar. Apenas lo hicieron. Básicamente intentaron continuar con lo que se suponía que era su trabajo. O sea, ejerciendo de policías. Luego, cuando ustedes los alemanes les dijeron que debían vigilar las instalaciones militares frente a los ataques de la resistencia danesa, ellos los mandaron al cuerno. ¿Sabe qué pasó? —Fabel se encogió de hombros—. Que ustedes los enviaron al campo de concentración de Buchenwald.

—Oiga, Frau Vestergaard, yo no envié a nadie a ningún campo de concentración. No había nacido aún. Y si hubiera estado vivo entonces, no habría sido nazi.

A Fabel le daba rabia que ella hubiese logrado sacar a la luz su irritación. Lo estaba provocando deliberadamente.

—¿De veras? —dijo, como si estuviera vagamente sorprendida—. En todo caso, docenas de policías daneses murieron en Buchenwald. Después, cuando los trasladaron y pasaron a ser prisioneros de guerra, el índice de mortalidad descendió. Pero ellos siguieron negándose a hacer lo que ustedes… quiero decir, los alemanes… quiero decir, los nazis… perdone, me hago un lío, ya no sé quiénes fueron los que violaron la soberanía de Dinamarca… lo que ustedes querían que hicieran.

—¿Y por eso odiaba Jespersen a los alemanes? Para ser sincero, tengo la sensación de que usted comparte su prejuicio.

—Jens procedía de una larga tradición familiar de servicio policial. Su abuelo fue policía durante la guerra y su padre, que solo tenía veintiún años entonces, también. Ambos fueron deportados a Buchenwald. El abuelo de Jespersen fue uno de los que murieron. Su padre logró sobrevivir por los pelos.

—Ya veo. Entiendo. Pero ¿qué quiere decirme con todo esto?

—Que Jens no habría pisado Alemania de no haber tenido un poderoso motivo para hacerlo.

—¿Y usted no sabe por qué vino?

—Tengo una ligera idea. Pero nada más. Jens era… —Por primera vez desde que la había visto, Vestergaard pareció vacilar, como si no encontrase la palabra adecuada—. Jens podía ser a veces una persona difícil. Tenía tendencia a desaparecer y a hacer las cosas por su cuenta. A seguir sus corazonadas.

—No tiene nada de malo seguir una corazonada.

—No, siempre y cuando mantengas informados a tus colegas, y a tu superior, de tu paradero y de lo que estás haciendo.

—Pero nosotros recibimos una solicitud oficial firmada por usted misma para que le proporcionáramos ayuda a Jespersen. Usted sabía que venía aquí.

—Él me contó una parte de lo que tenía entre manos, pero no todo. Las cosas no eran fáciles con Jens. Yo había empezado bajo su mando y él era un policía de la vieja escuela. Le resultaba muy difícil aceptar que ahora dependía directamente de mí. Por si fuera poco, tenía la costumbre de emprender pequeñas cruzadas por su propia cuenta.

Vestergaard debió de percibir un cambio sutil en la expresión de Fabel.

—Parece como si mis palabras hubieran tocado una fibra sensible —dijo.

—Es una larga historia —dijo Fabel—. Yo tengo… tenía una agente que hacía lo mismo. Y le costó la salud mental.

—Ya veo. Bueno, yo creo que la última cruzada de Jespersen puede haberle costado la vida. ¿Ha oído hablar de la Patrulla Sirius?

Fabel meneó la cabeza.

—La Patrulla Sirius es una unidad de las fuerzas especiales de la marina danesa. Tiene la responsabilidad de vigilar el extremo noreste de Groenlandia, por si nuestros amigos rusos decidieran hacernos una visita algún día. Son los tipos más duros con los que puedes llegar a tropezarte. Cubren casi veinte mil kilómetros de litoral, viajando principalmente en trineo a temperaturas que llegan a los treinta grados bajo cero. Y en invierno, naturalmente, lo hacen todo en una noche perpetua.

—¿Jespersen?

—Un par de años, sí. Después, cuando se enroló en la policía nacional danesa, lo admitieron en el Politiets Aktionsstyrke o AKS. Son las fuerzas especiales de nuestra policía. Una unidad de élite para situaciones extremas, redadas antidroga, etcétera. Supongo que ya entiende lo que pretendo decirle.

—¿Que Jespersen era un hijo de puta muy duro?

—Eso y que estaba extraordinariamente preparado. Se encontraba tan en forma como cuando era soldado de Sirius.

—No era candidato a un ataque cardíaco…

—Digamos que no era un candidato típico. Desde luego, entra dentro de lo posible y sería la explicación más sencilla, pero yo no acabaré de creérmelo a menos que la autopsia muestre algún defecto cardíaco congénito. —Vestergaard apuró su taza y meneó la cabeza cuando Fabel iba a volver a llenársela—. Demasiado café me pone nerviosa.

Fabel trató de imaginarse nerviosa a Karin Vestergaard, pero eso superaba sus dotes para la fantasía.

—Bueno, ¿y a qué viene lo de buscar posibles pinchazos en el cadáver? ¿Tiene idea de quién podría estar detrás de la muerte de Jespersen?

—Lo único que tengo, comisario jefe, es una serie de hechos inconexos. Y sospecho que era lo único que tenía Jens, pero él de algún modo lo situaba todo en una perspectiva más amplia. Estoy dispuesta a compartir con usted todo lo que sé, pero espero una pequeña compensación a cambio… Herr Van Heiden me aseguró que podría contar con toda su colaboración. Yo le agradecería que ampliara esa cooperación hasta el punto de mantenerme plenamente informada de sus progresos. Sospecho que las ramificaciones de este caso se extienden a través de nuestra frontera común. Y quizá más allá. Y si mis… si nuestras sospechas son correctas, estamos hablando del asesinato en Hamburgo de un destacado agente de la policía danesa. Lo que no es poca cosa.

Fabel observó a Vestergaard un momento. Se había retocado el maquillaje cuando había subido a su habitación. Un matiz distinto que cambiaba sutilmente su aspecto. Tal vez si tenías unos rasgos perfectamente regulares podías cambiar de look más fácilmente que los demás. Pese a su belleza, supuso Fabel, Karin Vestergaard podía adoptar incluso una apariencia sencilla y carente de interés.

—Supongo que piensa pasar un tiempo en Hamburgo.

—He dejado la reserva abierta.

—Tal vez debiéramos pensar en otro hotel. El escenario del crimen está aquí, si la muerte de Jespersen fue un asesinato.

—En ese caso podría resultar útil estar cerca. —La expresión de Vestergaard seguía sin delatar la menor emoción.

—Como prefiera —dijo Fabel—. Pero voy a asignarle un agente para tenerlo todo controlado.

—No hace falta —dijo Vestergaard—. Ya le he dicho que Jens Jespersen había sido en su momento mi superior, y no al revés. Bueno, pues eso fue mientras los dos estábamos en el Politiets Aktionsstyrke. Créame, señor Fabel, soy muy capaz de cuidar de mí misma.

—Sí. Como Jespersen —dijo él.