Fabel aparcó frente al Centro Psiquiátrico de la Clínica Universitaria de Eppendorf y, saludando con un gesto al guardia de seguridad del mostrador, subió al primer piso. Llamó a una puerta cuya placa decía: Dra. Eckhardt: Psicología Forense.
—Hola, forastero… —La mujer sentada tras el escritorio tenía treinta y pico largos y el pelo oscuro recogido en una trenza de espiga. Hablaba con un suave acento bávaro. Fabel sonrió.
—Hola… Espero no haberte despertado anoche cuando llegué.
—Ya me conoces —dijo Susanne—. Cuando estoy dormida, no me entero de nada. ¿A qué hora llegaste?
—Hacia las cuatro. Me he levantado muy tarde, de todos modos. —Bostezó aparatosamente.
—No te ha servido de mucho. Hoy no te quedarás trabajando hasta altas horas de la madrugada, ¿no?
—No si puedo evitarlo —dijo Fabel—. En fin, he de irme. Me venía de paso y he subido a dejarte esto… —Puso una gruesa carpeta beis sobre la mesa—. No podía pasártelo todo por email.
—¿Tiene que ver con el caso del Ángel?
—Con el caso del Imitador del Ángel, si mi instinto no me engaña. ¿Podrías echarle un vistazo? Ya me encargaré del papeleo para pagarte el tiempo que dediques. —Se fue hacia la puerta, pero se detuvo frunciendo el ceño—. ¿Te cuento una cosa extraña? De anoche, quiero decir.
—¿Qué?
—Sylvie Achtenhagen, ya sabes, la periodista y presentadora de la tele, esa de HanSat… bueno, me estaba siguiendo. Hice que la interceptase un patrullero. Y entonces ella empezó a ofrecerme su ayuda en este caso. Absurdo, ya lo sé, pero lo raro… —Se interrumpió, soltó una carcajada y meneó la cabeza—. No, supongo que estaba demasiado cansado.
—No. Venga, sigue.
—Bueno, en realidad quería convencerme para que la ayudase a conseguir una exclusiva en el caso del Ángel. Pero habría jurado que me estaba ofreciendo acostarse conmigo…
—¡Bromeas!
—No. Me dijo que fuésemos a su casa para hablar más cómodamente.
—Debe de estar desesperada por un buen reportaje —dijo Susanne, arqueando una ceja.
—Muy amable. Pero sí, creo que lo está. Dios sabe que hizo más daño que otra cosa en el caso original del Ángel. Es casi como si estuviera obligada a averiguar quién es el asesino.
Susanne se arrellanó en su silla, dándose golpecitos con un lápiz entre sus dientes blanquísimos.
—Si no recuerdo mal, Sylvie Achtenhagen es una mujer bastante atractiva.
—Pues sus encantos resultan totalmente inútiles conmigo —dijo Fabel—. No la soporto.
—Te venía de paso… ¿a dónde?
—¿Cómo? —Fabel frunció el ceño.
—Has dicho que te venía de paso subir a verme.
—Ah, tengo que recoger a ese policía danés en el aeropuerto. —Consultó su reloj—. Mierda, he de irme. Échale un vistazo a eso cuando puedas. Te llamo más tarde.