Fabel se sentía exhausto. Había sido una experiencia mucho más agotadora de lo previsto. Susanne le había acompañado, cosa que él le había agradecido.
—Ha sido muy provechoso —dijo una mujer alta y delgada de unos cincuenta años acercándose a Fabel. Su chapa de identificación le informó de que era Hille Deicher, de la revista Muliebritas—. Confío en que pueda sacar algo útil de nuestro taller.
Fabel sonrió. No entendía por qué los ejecutivos, los gurús de autoayuda y demás ralea se empeñaban en llamar «talleres» a las conferencias. Nadie confeccionaba nada. Ninguno de los asistentes a esos actos trabajaba con las manos.
—Ha sido interesante —respondió—. Aunque espero haber dejado claro que la Polizei de Hamburgo no necesita que la animen a abordar el problema de la violencia doméstica, o los maltratos a la mujer en general. Somos muy… —buscó la palabra.
—Proactivos —apuntó Susanne.
—Exacto —dijo Fabel—. Llevamos muchos años aplicando un programa contra la violencia. Nosotros, se lo aseguro, tenemos una actitud de tolerancia cero cuando se trata del maltrato contra las mujeres o los niños. Y contamos con las mejores estadísticas de Europa en el tratamiento del problema. Pero debo añadir que nos dedicamos a proteger a todos los ciudadanos de Hamburgo sin distinción de género. O de origen étnico.
—Me temo que el crimen sí hace distinción de géneros —dijo Deicher—. Usted mismo ha explicado en su presentación que la gran mayoría de los asesinatos son de hombres contra mujeres, y que la mayoría de esos casos se producen en el entorno doméstico. Y todavía hay que añadir la infinidad de asaltos a mujeres en su propia casa.
—Todo eso es cierto. —Fabel le lanzó una mirada suplicante a Susanne—. Y nosotros, como digo, lo hemos convertido en una de nuestras prioridades.
—Tal vez por ello está cometiendo esa mujer esos asesinatos en Sankt Pauli. —Deicher sonrió fríamente—. Quizá su intención es restablecer el equilibrio en la violencia ejercida por el hombre sobre la mujer. No se me ocurre ningún lugar mejor para hacerlo, al fin y al cabo. Es absurdo que exista en Hamburgo una calle en la que las mujeres tengan prohibida la entrada.
—Escuche, Frau Deicher. —Fabel se sentía bruscamente irritado—. No es la policía ni el Estado quien…
—¿Qué significa exactamente Muliebritas? —dijo Susanne interrumpiéndolo y mirando a Deicher con una sonrisa.
—Es el término latino de «feminidad». Y es el nombre de la revista en la que trabajo y de la organización a la que apoyamos. —Miró a Fabel con toda intención—. Facilitamos alojamiento de emergencia a las víctimas de la violencia doméstica.
—Un nombre interesante —dijo Susanne, sin dejar de sonreír—. ¿Es de ahí de donde procede la palabra española mujer?
Susanne se las arregló para llevar la conversación por derroteros más tranquilos y, al cabo de un rato, Deicher se alejó para departir con otros delegados.
—Gracias —dijo Fabel cuando ya se había ido—. Esta mujer estaba empezando a sacarme de quicio. No sé por qué se han empeñado en enviarme a mí a esta historia.
—Porque eres el jefe de la Mordkommission de Hamburgo y, te guste o no, lo que decía Frau Deicher es cierto: todavía vivimos en una sociedad donde las mujeres son víctimas de la violencia. En todo caso, me ha parecido que lo has hecho muy bien. —Susanne sonrió y le ajustó la corbata, como si estuviera a punto de enviarlo al colegio—. Sobre todo teniendo en cuenta que las mujeres te ponen nervioso.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Fabel, indignado.
—Es la verdad. Está bien claro que tú crees que las mujeres procedemos de un planeta completamente distinto. Pero no te preocupes, a la mayoría de los hombres les pasa igual.
Fabel se disponía a responder cuando zumbó su móvil. Miró la pantalla. Era de la brigada.
—Perdona —dijo encogiéndose de hombros y llevándose el teléfono al oído—. Otro asesinato, seguramente.
—Si lo es —dijo Susanne—, incluso con todo este asunto del Ángel en marcha, apuesto a que la víctima es una mujer…