—¿Un día duro?
—Creía que estabas dormida —le dijo Fabel a la silueta tendida en la cama.
—Lo estaba. Te preguntaba si has tenido un día muy duro…
—Como siempre. Asesinato, caos, papeleo. ¿Y tú?
—Como siempre. He oído que tienes entre manos el asesinato de otro personaje famoso. ¿Seguro que no te los cargas tú para progresar en tu carrera?
—En nuestra carrera. Ya veo que voy a tener que implicarte también en este caso —dijo Fabel—. Hagamos un trato: yo me los seguiré cargando para que tengamos trabajo los dos. —Se deslizó entre las sábanas, notando en la piel su tacto fresco y limpio—. Por cierto, ¿has visto mi reproductor de MP3 por ahí?
—No. Ya me lo has preguntado. ¿Cómo te ha ido con Renate?
Fabel suspiró.
—¿Cómo me va siempre con Renate? Estaba hosca y resentida, como de costumbre. No sé cómo demonios se las ha arreglado para darle la vuelta completa a la situación y convertirse en la parte ofendida. Fue Behrens quien la plantó, no yo.
—Es algo muy femenino. —Susanne aún le daba la espalda—. Si el hombre no está a mano para echarle la culpa, busca a otro que cargue con ella. Yo te considero culpable de que Hans Zimmerman no me eligiera como compañera en el desfile del jardín de infancia.
—Ya notaba yo que había algo —dijo Fabel—. El caso es que Gabi está pensando en entrar en la policía. Renate me culpa y quiere que le quite la idea de la cabeza.
—¿Lo harás?
—No. Disuadirla no. Darle una descripción precisa, sí. Pero nada de disuadirla.
—Lo hablamos mañana. —Susanne sonaba muy soñolienta, pero Fabel se deslizó junto a ella, la estrechó en sus brazos y cubrió su pecho con una mano.
—Me gustaría compensarte por lo de ese desfile del jardín de infancia…