Fabel llegó en coche al Präsidium de Policía, en el barrio de Alsterdorf, a las diez y media. Solo había podido dormir cinco horas y se sentía pesado y abotargado. Se pasó el resto de la mañana preparando la sesión informativa. Su cansancio se intensificó bruscamente cuando lo paró en el ascensor el Kriminaldirektor Horst van Heiden.
—Hemos de hablar un minuto, Jan.
Van Heiden pulsó el botón de la quinta planta, la de los mandamases, cosa que indicaba que se trataba de una conversación formal. Fabel siguió a van Heiden hasta su despacho y tomó asiento. El director se acomodó tras el escritorio en su butaca ejecutiva de cuero, se ajustó la corbata y movió de sitio el bloc de notas y el bolígrafo. Cuando quedó restaurado el orden de su universo burocrático, empezó a hablar.
—Solo quería repasar un par de cosas. ¿Estás preparado para esa conferencia sobre la violencia contra la mujer? Me ha vuelto a llamar la organizadora. Me parece que le preocupa que le enviemos a algún novato.
—Podría acabar sucediendo, para serte sincero.
—¿El asesinato de anoche? —preguntó Van Heiden.
—Supongo que es una de las cosas que querías hablar conmigo —dijo Fabel, sin lograr ocultar el cansancio en su voz.
—Ha salido en todos los medios —dijo Van Heiden—. Y algunos nos culpan por no haber atrapado al Ángel en el primer intento. Suponiendo que sea con ella con quien nos enfrentamos.
—No lo sé, Horst, aunque más bien lo considero improbable. El modus operandi es completamente distinto. Pero estoy desempolvando los antiguos expedientes. Obviamente, el caso no era mío entonces.
—Hum… —Van Heiden giró una centésima de grado el bolígrafo de plata—. Esa es la cuestión. Voy a serte del todo franco, Jan: estamos recibiendo muchos fondos del BKA (el Bundeskriminalamt, la oficina federal de la policía criminal) para que montes esa súperbrigada criminal. Es todo un espaldarazo para la Polizei de Hamburgo contar con una unidad cuyas atribuciones abarcan la república; sin restricciones legales, quiero decir. Como ya te he dicho otras veces, es una oportunidad para que nos convirtamos en un punto de referencia en la investigación de asesinatos múltiples complejos, tal como lo es en el campo de la ciencia forense el Instituto de Medicina Judicial de Eppendorf.
—¿Pero…? —Fabel arqueó una ceja. Van Heiden empezaba a sonar como un anuncio publicitario. Y él siempre te soltaba un anuncio antes de lanzarte el mensaje principal.
—Pero no me engaño pensando que el prestigio que nos ha aportado este espaldarazo sea colectivo. Es tuyo, Jan. Eres tú el que está considerado unánimemente como el principal experto de Alemania en casos de asesinatos múltiples complejos.
—Gracias por el cumplido. —Había un resignado escepticismo en la sonrisa de Fabel. Ambos sabían que Van Heiden recibía muchas palmaditas en la espalda por los logros de Fabel—. Y ahora déjame que lo adivine: voy a heredar el caso del Ángel de Sankt Pauli que nadie fue capaz de resolver en los años noventa y, si no obtengo resultados, mi reputación sufrirá un duro golpe.
—Algo así.
—Bueno, por si te sirve de algo, yo realmente no creo que esto sea obra del Ángel. Pero aún no estoy en condiciones de afirmarlo públicamente. —Fabel se puso de pie.
—Ah… —Van Heiden abrió un cajón y del que sacó una carta—. Hay una cosa más. Hemos recibido una solicitud de la policía danesa para hacerte una entrevista.
—¿Sobre? —Fabel se inclinó sobre el escritorio y tomó la carta.
—No lo dice. Como ya sabes, la policía danesa tiene aquí un agente de enlace, pero esto viene directamente de un tal Politidirektør Vestergaard. Uno de sus agentes, Jens Jespersen, volará expresamente desde Copenhague para hablar contigo. No hay más detalles. Parece que tu fama adquiere realmente dimensiones internacionales.
Tras revisar en vano todos sus cajones para ver si se había dejado el reproductor de MP3 en el despacho, Fabel se tomó un café y un bocadillo de queso frente a su escritorio y luego dedicó unos minutos a preparar su encuentro con Anna Wolff. Sabía que no iba a ser fácil. Y lo mismo debía de pensar ella, a juzgar por su expresión cuando entró en el despacho, como siempre sin llamar.
—Siéntate, Anna —dijo Fabel.
—¿De qué va esto? —dijo aún de pie—. ¿Estoy despedida?
Fabel soltó un profundo suspiro.
—Sí, Anna. Efectivamente.
Por vez primera desde que se conocían, ella parecía realmente consternada. Se desmoronó en la silla y miró a Fabel con cara de no entender nada.
—Lo siento, Anna. Voy a solicitar tu traslado. Te he advertido sobre tu actitud más veces de las que puedo recordar.
—¿Cómo? ¿Todo por el comentario que hice anoche?
—No solo por eso, Anna, aunque debo decirte que no ayudó. Yo necesito agentes que respeten las decisiones que tomo y cumplan mis órdenes. Y lo más importante, necesito un equipo donde todos vayan a una. Gente en la que pueda confiar.
—¿Está diciendo que no puede confiar en mí? ¿Cuándo le he fallado? —Anna hizo un esfuerzo para recuperar la compostura.
—Escucha, Anna. Construir y mantener una brigada de homicidios eficiente supone una lucha constante. A esto hay que añadir una responsabilidad suplementaria que el BKA me ha pedido que asuma. En los últimos cuatro años hemos visto morir a Paul Lindemann, y Maria Klee ha sufrido… Bueno, ella va a necesitar que la cuiden durante mucho tiempo.
—No hace falte que recuerde lo de Paul Lindemann —dijo Anna, de nuevo desafiante—. Era mi compañero, al fin y al cabo. Y Maria es amiga mía.
—Y ambos estaban bajo mi responsabilidad. —Fabel hizo una pausa—. Ya sé que tenías una estrecha relación con ellos, Anna. Pero la muerte de Paul y lo que le ocurrió a Maria me hicieron ver con claridad que hemos funcionar de un modo más estricto. Debemos trabajar como un equipo totalmente disciplinado. Y esta disciplina imprescindible no parece estar a tu alcance.
Se hizo un silencio. Anna escrutó el rostro de Fabel, tratando de calibrar el margen de negociación de que disponía. Algo semejante a la resignación pareció apoderarse de su expresión.
—Yo creía que nos había reunido en este equipo porque éramos todos distintos. Porque cada uno tenía alguna cosa que ofrecer.
—Así es —dijo Fabel—. Pero necesito que esta brigada funcione de forma cohesionada, sin gente que vaya a su aire o tenga sus propias prioridades.
—Un momento… Todo esto es por lo de Maria, ¿verdad? Porque ella emprendió una cruzada personal, usted ha decidido acabar con cualquier muestra de personalidad.
—No se trata de que expreses o no tu personalidad, Anna. Estoy hablando de que no tienes para nada en cuenta que formas parte de un equipo. —Fabel advirtió que había levantado la voz. Tomó aire y añadió en tono más mesurado—: No puedo tener a un disidente en mi equipo.
—Claro —dijo ella una expresión casi desdeñosa—, porque se irían al carajo sus posibilidades de convertirse en el Cruzado Número Uno contra el Crimen de Alemania. ¿Qué sucede, Jan?, ¿le da miedo que lo deje en ridículo? —Esta vez fue Anna la que hizo una pausa—. Lo lamento. Es aquí donde quiero trabajar. Si me traslada, dejaré el cuerpo.
—Eso es decisión tuya, Anna. Y créeme, habría deseado que las cosas fuesen de otra manera. Quería ascenderte y convertirte en subjefe de la brigada junto con Werner. Pero no puedo proponerte como comisaria superior a causa de tu actitud.
—¿Ha cursado ya la solicitud? —preguntó Anna—. De mi traslado, quiero decir.
—Aún no. He de poner en marcha este nuevo caso del Ángel. Además, quería darte la oportunidad de que pidieras tú misma el traslado. Quedará mejor en tu currículum.
—Deme hasta el final de este caso, Chef. Y luego me marcharé discretamente.
—De acuerdo. —Fabel vaciló un instante—. Voy corto de personal, de hecho. Pero mientras formes parte de esta unidad, necesito que refrenes un poco ese espíritu tan independiente.
Cuando ella salió del despacho, Fabel se quedó un rato mirando por la ventana las copas cubiertas de nieve del parque Winterhude. La expresión de Anna permanecía aún en su retina. Recordó a la chica entusiasta, aunque picajosa, que había reclutado cinco años atrás. Había sido ese temperamento, su empuje y energía, lo que lo había convencido de que podía resultar valiosa para el equipo. Pero de algún modo, en algún punto de esos cinco años, había perdido su sintonía con ella.
Lo que lo reconcomía por dentro, aun así, era que no estaba seguro de estar manejando bien la cuestión.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el timbre del teléfono. Era Ulrich Wagner, del BKA, la oficina federal de la policía criminal. Wagner le caía bien, pero hubiera preferido no sufrir aquella interrupción; estaba deseando preparar la sesión informativa. Tras los dimes y diretes habituales, Wagner fue al grano.
—Se ha emitido una alerta en toda la República Federal, no sé si te habrás enterado, en relación con Margarethe Paulus.
—No, no sabía nada —dijo Fabel—. Estoy hasta las cejas con el crimen de Sankt Pauli. El supuesto regreso del asesino o asesina llamado Ángel.
—Bueno, en parte te llamo por eso. Margarethe Paulus estaba confinada en un sanatorio mental del estado en Mecklemburgo; a ti no te queda muy lejos. Ha pasado allí trece años y hace tres días decidió darse de alta por su cuenta. Extraoficialmente. No ha habido ni rastro de ella desde entonces. Margarethe Paulus está considerada como una persona extremadamente peligrosa. Antes de que la internaran, hubo una serie de robos a mano armada ejecutados con gran eficacia por una mujer sola muy profesional. En cada ocasión se trataba de una mujer de apariencia totalmente distinta. El objetivo variaba también: un banco, luego unos almacenes, un furgón de seguridad… Pero siempre robaba dinero en efectivo, nunca joyas ni cualquier otro botín que hubiera tenido que vender a un perista. Esto evitaba la necesidad de implicar a un tercero.
—¿Cómo la atraparon, pues? —preguntó Fabel.
—No la atraparon. La policía de Mecklemburgo no logró reunir las pruebas suficientes para identificar a la mujer, ni mucho menos para echarle el guante a Margarethe Paulus. Pero ella empezó a pensar en grande. Buscó cómplices, o al menos eso es lo que creemos, y se enredó con una banda de moteros. Lo que ella contó fue que se reunió con el grupo para hablar de una posible colaboración. Pero a ellos no les interesó y la cosa se puso fea. Tres miembros de la banda intentaron violarla.
—¿Intentaron?
—He visto las fotos del escenario del crimen, Jan, y resulta casi imposible creer que una mujer sola contra tres matones curtidos pudiera hacer todo aquello. Pero las pruebas forenses demostraron que sí.
—¿Los mató a los tres?
—Más aun. Los castró. Por lo que pudieron deducir los forenses de Mecklemburgo, mató a dos en el acto y los castró post mórtem. Pero al tercero, al cabecilla… lo mantuvo consciente durante todo el proceso. Fueron sus gritos los que alertaron a varios vecinos, que se apresuraron a llamar a la policía.
—Joder… —Fabel reflexionó en lo que Wagner acababa de contarle—. Eso encaja con los asesinatos originales del Ángel.
—Sí. Pero ella no pudo cometerlos. Estaba encerrada en el sanatorio mental en aquel entonces. No obstante, cuando he visto el informe de los últimos asesinatos…
—Ya te entiendo —dijo Fabel—. Pero esta vez no hay castración. Evisceración, sí, pero los huevos intactos. ¿Puedes enviarme por email los datos básicos sobre ella, incluidas las fotos más actualizadas que tengas?
—Ya me he encargado.
—La policía de Mecklemburgo tendrá su ADN. ¿Podrías arreglarlo para que me manden el informe también? Es posible que nuestra asesina haya dejado rastro en esta ocasión. Un pelo.
—No hay problema —dijo Wagner—. Así que quizás encuentres un resquicio esta vez…
—Tal vez. Pero no cuento con ello.
Fabel mantuvo la sesión informativa en el centro de coordinación de la Mordkommission, la brigada de homicidios. Además del mermado núcleo integrado ahora por Werner, Anna y el compañero de esta, Henk Hermann, había dos detectives más que Fabel había reclutado con el fin de reforzar el equipo. Uno de ellos, Thomas Glasmacher, era un rubio enorme y fornido que no paraba de sorber por la nariz y de estornudar en su pañuelo: llevaba una semana tratando de quitarse de encima aquel resfriado. El otro, Dirk Hechtner, era un tipo menudo y moreno que Fabel había tomado prestado de la dirección policial del barrio de Harburg. En su breve trayectoria hasta la fecha, tanto Glasmacher como Hechtner habían demostrado cualidades muy prometedoras, además de una capacidad considerable para pensar de modo poco convencional en caso necesario. Ambos ignoraban que Fabel estaba considerando la posibilidad de reclutarlos de forma permanente. En total, Fabel tenía que encontrar a cuatro nuevos investigadores para su equipo: cinco, una vez que Anna se hubiera ido. Además, iba a presionar para poder contar con especialistas adjuntos a la brigada.
En la pizarra del centro de coordinación había tres fotografías de Jake Westland: una ampliación de la foto del pasaporte, un retrato publicitario y la última instantánea que habrían de sacarle jamás, totalmente lívido sobre una tabla de mármol del depósito de Eppendorf. Al otro lado había fotos pequeñas de otros cinco hombres y varios recortes de periódico. Fabel se acercó a la pizarra y escribió con rotulador rojo cuatro palabras: premeditado, acosador, ángel e imitador.
—Bueno, todos habéis leído el expediente tal como lo tenemos hasta ahora. El único testigo directo del asesinato fue el propio Westland, cuyo relato nos ha llegado de segunda mano. A mi modo de ver, estos cuatro puntos definen las opciones que se nos presentan con mayor claridad por el momento. —Señaló la palabra premeditado—. Todo parece indicar que Westland se presentó en el sitio equivocado a la hora equivocada. Sus actos anoche tras el concierto parece que fueron totalmente impulsivos. Pero si suponemos por un momento que alguien sabía que estaría detrás de la Herbertstrasse a determinada hora, entonces podríamos hallarnos ante un asesinato premeditado y con móvil definido. La billetera, el dietario y el teléfono de la víctima han desaparecido, así que podríamos considerar el robo como móvil principal, aunque a mí me parece muy improbable. Antes del concierto, Westland pasó unos minutos solo en su camerino; quizá se llevaron el teléfono y el dietario para hacer desaparecer los detalles de un encuentro planeado previamente, aunque Dios sabe por qué iba a concertar Westland una cita en una sórdida calleja del Kiez. Me he puesto en contacto con la policía británica y les he pedido que nos proporcionen el registro de llamadas de su teléfono móvil. Entre tanto quiero que llevemos a cabo la investigación habitual sobre la vida y los antecedentes de Westland: su matrimonio, sus negocios; en fin, las comprobaciones de costumbre.
Hizo una breve pausa y señaló con el dedo la palabra acosador.
—Jake Westland era un cantante famoso. Un ídolo en los años setenta y principios de los ochenta. También era multimillonario. En fin, era exactamente el tipo de personaje que atrae la atención enfermiza de las personalidades obsesivas. He enviado un email a la policía inglesa para ver si tienen información sobre posibles acosadores, fans pertinaces, mensajes de amenaza, esa clase de cosas. Mientras, he hablado con los guardaespaldas de Westland… —Fabel hizo caso omiso de la sonrisita de Werner—. Y me han confirmado que no sucedió nada fuera de lo normal ni antes ni después del concierto. De hecho, habían estado con él durante toda la gira y, según dicen, no se produjo nada insólito ni preocupante desde su llegada a Alemania. Están casi seguros asimismo de que Westland quiso visitar el Kiez obedeciendo a un impulso. En resumen, creo que cualquiera de estas opciones es improbable. Lo cual nos lleva a… —Rodeó con un círculo la palabra ángel—. Entre 1996 y 1999 fueron asesinados cinco hombres en el Kiez. Sus edades oscilaban entre los 35 y los 57 años. Todos ellos frecuentaban la Reeperbahn y eran clientes habituales de las prostitutas. Cada víctima encontró la muerte del mismo modo: con la garganta abierta de un solo tajo lateral. En todos los casos la hoja había entrado por el lado derecho del cuello, seccionando la tráquea desde atrás y saliendo hacia fuera. La muerte se habría producido de un modo rápido. Y silencioso, puesto que la tráquea había sido cortada. Los cuerpos aparecieron en distintas partes del Kiez, la mayoría de las veces en el coche de la víctima. Los análisis forenses indicaban que habían sido atacadas desde el asiento del copiloto. Nunca se halló ningún rastro forense: ni huellas, ni ADN ni restos de tejido; absolutamente nada. Pero quizás esta vez nuestro asesino haya cometido un desliz: hemos recuperado un pelo rubio en la escena del crimen. Si realmente pertenece al asesino o asesina, se trataría de una diferencia respecto a los crímenes originales. La otra diferencia importante es que el criminal de entonces nunca dejó a sus víctimas con vida el tiempo suficiente para que contaran que había sido el Ángel quien las había matado. El último de la ellos, un ingeniero naval de cuarenta y nueve años, fue encontrado en noviembre de 1999. Después, nada.
—Hasta ahora… —dijo Werner.
—¿Y cómo llegó a adquirir el apodo de Ángel? —preguntó Dirk Hechtner.
—Los medios prestaron al caso una atención enorme en la época, como todos recordáis —dijo Fabel—. Cuando llegué ayer por la noche a la comisaría de Davidwache me recibió Sylvie Achtenhagen con su equipo de cámaras. Como todos sabéis, Frau Achtenhagen se ha convertido ella misma en una celebridad, con su propio espacio informativo en HanSat. Pero hace diez años nadie había oído hablar de ella. Entonces era solo una joven y ambiciosa reportera de una cadena pública. Ganó notoriedad con sus crónicas de los asesinatos y al final le permitieron grabar un programa especial de una hora sobre el caso. Debo reconocer que manejó todo el asunto con mucha astucia, aun cuando estaba totalmente equivocada en sus conclusiones. Básicamente, Achtenhagen le dio a todo el asunto un giro feminista. Según ella, casi exactamente cien años después de Jack el Destripador, una Destripadora mujer estaba haciendo exactamente lo mismo en Hamburgo. Todos conocemos el dicho, según el cual Hamburgo es el barrio más oriental de Londres… En fin, Achtenhagen se dedicó a exagerar las similitudes entre ambas ciudades. También trazó paralelos entre uno y otro caso: el uso de una hoja de filo quirúrgico, las mutilaciones de los cadáveres, la sustracción de trofeos. En el caso de Jack el Destripador tales trofeos eran a veces los genitales; en el caso del Ángel eran exclusivamente los genitales. Ambas series de asesinatos se produjeron en el barrio rojo de la ciudad: Whitechapel en Londres; el Kiez en Hamburgo. Y por supuesto, las dos series de asesinatos parecían producirse en el contexto de una relación cliente-prostituta.
—¿Él Ángel era (o es) una prostituta? —preguntó Werner.
—Parece probable. O se hace pasar por una. En todo caso, Sylvie Achtenhagen le dio la vuelta a la idea; parecía sobrentenderse que, mientras que Jack el Destripador representaba la época de la represión y del maltrato a las mujeres, el Ángel representaba su liberación. Una auténtica sandez, desde luego, pero consiguió arraigar en la imaginación de la gente. Poco faltó para convertir al Ángel en un icono feminista. Achtenhagen se las arregló para insinuar, sutilmente, claro está, que eran las víctimas los verdaderos agresores.
—¿Y ese documental fue el primero en describir a la asesina como el Ángel? —preguntó Anna.
—Achtenhagen esperaba ganar renombre con aquel programa especial. Y lo consiguió. Pero también consiguió acuñar un nombre famoso para el asesino, el Ángel de Sankt Pauli, que prendió en la imaginación popular y quedó consagrado desde entonces. —Fabel lanzó el rotulador sobre la mesa—. Lo que más me molestó del trabajo de Achtenhagen fue que cimentara la idea de un ángel vengador femenino que andaba al acecho por las calles de Hamburgo buscando víctimas masculinas. Aunque pudiera ser así, lo cierto es que solo contamos con el relato de un testigo que vio a una de las víctimas en compañía de una joven prostituta rubia poco antes de la hora estimada de su muerte. Por lo que sabemos, aparte de eso, el asesino podría haber sido perfectamente un hombre. Y la precisión y el tipo de corte en la garganta podrían apuntar a alguien con formación militar, incluso de las fuerzas especiales. Pero Achtenhagen consiguió cegar al público frente cualquier otro dato que no encajara en su icónica mujer vengadora.
—No sé… —Werner hizo una mueca—. Eso de castrarlos. Matar a un tío es una cosa; pero rebanarle la polla… Yo apuesto a que era mujer.
—Muy bien, calma —dijo Fabel para cortar las risas que estallaron—. Como ya he dicho, parece más probable que el Ángel sea una prostituta. Por lo que he entresacado de los expedientes originales, se sospechaba que podía tratarse de una asesina en serie tipo Aileen Wuornos. Una mujer, víctima de abusos en su infancia, que se lanza a la prostitución y se desquita cometiendo asesinatos entre sus clientes. Pero fuese un hombre o una mujer, y más allá de los motivos que le impulsaran, el Ángel se cuidaba mucho de no dejar pruebas forenses ni el menor indicio sobre su identidad. Por eso me inspira muchas dudas la idea de que le revelara su identidad a Westland para anunciar que ha renacido de sus cenizas. Esto me lleva a la opción que considero más probable… —Dio un golpe en la pizarra junto a la última de las cuatro palabras: imitador—. Si no como realidad, el Ángel de Sankt Pauli existe al menos como concepto, un poderoso concepto que quizá no solo haya prendido en la imaginación popular. Me parece muy factible que el asesinato de Westland haya sido inspirado, pero no ejecutado, por el Ángel. Hay diferencias fundamentales entre este asesinato y la serie original: la asesina no ha efectuado una castración post mórtem ni se ha llevado ningún trofeo…
—Eso podría explicarse sencillamente porque la interrumpieron —dijo Werner—. Christa Eisel encontró a Westland todavía vivo y sangrando en abundancia. Si no le hubiera aplicado presión, ni siquiera habría llegado vivo a la ambulancia. Quizá la asesina oyó acercarse a Christa.
—Quizá. Pero una huida precipitada no cuadra con el hecho de que ningún testigo haya visto a nadie abandonando el escenario del crimen. El equipo de Carstens Kaminski, de la comisaría de Davidwache, ha interrogado prácticamente a todas las chicas que estaban trabajando anoche en el Kiez. Y tened presente que la mayoría se pasan el rato observando las calles desde sus escaparates. Normalmente cualquier mujer desconocida que pasase por la calle llamaría la atención; el problema es que era una noche excepcional en el Kiez, debido a la protesta feminista que casi degeneró en disturbios. Pero antes de que las manifestantes invadiesen la Herbertstrasse, nadie se fijó en ninguna mujer desconocida que merodease por allí. Christa Eisel jura, por lo demás, que no se cruzó con nadie que saliera de la plaza. Pero vamos a suponer que la asesina se hubiera visto sorprendida por su llegada: sigue siendo un hecho que evisceró a Westland en lugar de abrirle la garganta. Y algo más: Westland iba a pie, cuando todas las víctimas originales iban en su propio coche. No olvidemos tampoco que ha pasado casi una década desde él último asesinato del Ángel. No obstante, hay algunas similitudes peculiares: especialmente la destreza en el uso de un arma blanca. Por el momento, yo apostaría a que se trata de la obra de un imitador.
Fabel sacó una hoja impresa de la carpeta que tenía delante y la fijó en la pizarra. Una mujer de unos treinta años miraba inexpresiva desde la fotografía. Iba sin maquillar, con el pelo rubio cepillado enérgicamente hacia atrás. La imagen, bastante descolorida, tenía la cruda iluminación de una foto oficial.
—Esta es Margarethe Paulus —explicó Fabel—. El BKA me acaba de enviar sus datos. Hace tres noches escapó de un sanatorio mental vigilado de Mecklemburgo-Vorpommern. No he tenido mucho tiempo de estudiar los detalles, pero lo más importante que debéis retener es que se trata de una persona altamente peligrosa. Mató y castró a tres hombres en 1994, y habría sido la principal sospechosa de los asesinatos del Ángel de no haber estado ya encerrada. Tengamos presente asimismo que Paulus cometió sus asesinatos de golpe, no en serie. Al parecer, conoce bien Hamburgo. Se crio en Zarrentin, al noroeste de Mecklemburgo, que estaba en la antigua Alemania del Este pero queda a solo setenta kilómetros de Hamburgo. Dado que escapó hace solo tres días, es muy poco probable que esté implicada en este asesinato, pero conviene mantener abiertas todas las posibilidades. Ella sería sin duda una posible candidata de asesina por imitación. Como mínimo, hemos de mantenernos alerta por si apareciera.
—¿Cómo se las arregló para escapar?
—Se largó por la entrada principal, por lo visto. Había empezado a quejarse de que se encontraba mal, y un celador y una enfermera la acompañaron para ir al médico. Ella le rompió el brazo al celador antes de dejarlo fuera de combate; a la enfermera le robó el uniforme, la llave electrónica y el documento de identidad, y la dejó atada y amordazada en un almacén. Está claro que Paulus es una persona extremadamente preparada. Según parece, se las había arreglado para reunir maquillaje y tinte de pelo durante Dios sabe cuánto tiempo con el fin de hacerse pasar por esa enfermera.
—O sea, que se había puesto a esa enfermera en particular como objetivo en lugar de aprovechar una ocasión para escapar —preguntó Dirk Hechtner.
—Seguramente con meses de anticipación.
Fabel dedicó el resto de la sesión a repasar los datos con los que contaban a partir de las declaraciones y de las primeras pruebas forenses. Luego asignó tareas de investigación a cada miembro del equipo. Una vez concluida la reunión, Werner se entretuvo hasta que hubieron salido los demás.
—Dispara, Werner —dijo Fabel, mientras recogía sus papeles—. ¿Qué tienes entre ceja y ceja?
—Anna me ha contado vuestra conversación.
—Joder. No ha tardado en encontrar un hombro para llorar sus penas.
—No es eso, Jan. Yo le he preguntado qué tal había ido. Está consternada, me parece. Y yo también, a decir verdad.
—¿Crees que estoy cometiendo un error? —preguntó Fabel.
—Para ser sincero, Jan, creo que lo habrías manejado de otro modo si Anna hubiera sido un hombre.
—No me vengas con esas otra vez, Werner. Yo no dejo que el género me influya a la hora de tratar con mis agentes.
—Sea cual sea el motivo, creo que deberías darle a Anna otra oportunidad. Se ha jugado el cuello más de una vez para atrapar a un asesino.
—Pero ¿no ves que ese es el problema? Anna se ha jugado el cuello, y precisamente por eso ha estado dos veces a un tris de que la mataran. Esto no es el Salvaje Oeste, Werner, creía que lo entendías. Has sido tú, al fin y al cabo, quien me ha impedido cagarla más de una vez, porque siempre insistes en seguir el procedimiento. Anna ha vuelto inadmisibles algunas pruebas por no haber seguido las directrices del fiscal.
Werner suspiró y se pasó una mano por la pelusa gris del cráneo casi rapado al cero. Fabel siempre había pensado que su subordinado parecía un boxeador retirado o un marino curtido: su nariz rota —un percance sufrido al principio de su carrera, cuando patrullaba por la calle— y su acento bajoalemán, típico de Hamburgo, combinados con su modo de vestir ligeramente desastrado y su fornida complexión, le daban todo el aire de una persona más proclive a usar los músculos que el cerebro. Y no obstante, nadie tenía tanto ojo como Werner para los detalles. Una mínima incongruencia en una declaración, un hecho que no encajara del todo en la cronología de un crimen, una prueba menor olvidada que podía cambiarlo todo: esas eran las cosas que Werner captaba cuando todos los demás, incluido Fabel, las habían descuidado. La opinión de Werner, a decir verdad, tenía mucho peso para Fabel, y le preocupaba que su amigo pensara que estaba cometiendo un error con Anna.
—Escucha —dijo Werner—, sé que estás buscando a alguien que sustituya a Maria Klee como compañera mía. Ponme con Anna mientras tanto y junta a Henk y Dirk provisionalmente. Tengo la impresión de que Anna y yo trabajaríamos bien juntos. Nos equilibraríamos. Haz la prueba durante un mes o dos. Si luego sigues creyendo que debe irse, qué se le va hacer.
—¿Le has comentado tu idea? —preguntó Fabel, suspicaz.
—No. Te lo prometo. Pero es que ella se muere por quedarse en la brigada, Jan. Y creo que sería una pérdida para el equipo. Otra más. Es una buena agente, solo le hace falta que la pongan en vereda. Déjame intentarlo.
—Bueno, me lo pensaré —dijo Fabel.