Durante los meses siguientes, Fabel siguió con interés las noticias sobre Peter Wiegand que aparecían en todas las portadas, y se sorprendió al verse a sí mismo utilizando Internet para estar al día sobre el caso en los canales informativos americanos. Wiegand litigó con gran energía para evitar la extradición, pero perdió, y, cuando el yate de lujo de Korn atracó finalmente en Portland, Maine, las autoridades americanas comprobaron que Dominik Korn no estaba a bordo.
Como Fabel había previsto, el FBI acusó a Wiegand del asesinato de un ciudadano americano fuera de Estados Unidos. El comisario no creía que Wiegand hubiera causado la muerte de Korn, e imaginaba también que a las autoridades americanas les costaría sustentar una acusación oficial de asesinato. Pero a medida que la investigación avanzaba, salieron a la luz más y más revelaciones sobre los manejos del vicepresidente del Proyecto Pharos. Los delitos corporativos, advirtió Fabel, provocaban más titulares en Estados Unidos que un simple asesinato, por lo que dedujo que ya era muy improbable que Peter Wiegand volviera a ver la luz del día.
La prensa alemana también tuvo mucho de qué informar: Frank Bädorf, el jefe de la Oficina de Consolidación y Objetivos, hizo una confesión completa y reconoció haber organizado los asesinatos de Berthold Müller-Voigt, Daniel Föttinger y Jens Markull. No hizo, sin embargo, ninguna declaración inculpando a su jefe, ni tampoco acerca de Meliha Kebir, o Yazar, como ella se hacía llamar. Lo cual fue una lástima, porque la noche antes del juicio Bädorf se quitó la vida, asfixiándose con una bolsa de plástico pasada de contrabando.
Hubo tres cosas más que sucedieron casi al mismo tiempo, más o menos una semana después del arresto de Wiegand. La primera, que el análisis del ADN familiar demostró que el torso arrastrado por la corriente al Fischmarkt no tenía relación con Mustafa Kebir. La segunda, que la Polizei de Baja Sajonia encontró los cuerpos de dos hombres en una granja abandonada de un paraje remoto, cerca de Cuxhaven; ambos tenían el cuello roto. La acción se había realizado de un modo muy profesional.
La tercera fue la más extraña: un carnicero de Wilhelmsburg entró en la comisaría local y, deshaciéndose en lágrimas, confesó el asesinato y desmembramiento de su insoportable esposa, cuyos restos pulcramente seccionados había arrojado en medio del río.
La cumbre de «Hamburgo, problemas globales» arrancó con escasas protestas. En la sesión plenaria de inauguración, se dedicó un minuto de silencio a la memoria de Berthold Müller-Voigt. No se hizo ninguna mención de Daniel Föttinger.
Fabel asistió al funeral de Berthold Müller-Voigt en un día soleado y sin una nube, junto con una gran representación de lo mejor y más granado de Hamburgo. No sabía muy bien por qué se había sentido obligado a hacer acto de presencia; simplemente, le parecía que entre el político y él había existido una conexión que debía conmemorar de algún modo. Mientras permanecía junto a la tumba, en Osdorf, comprobó con sorpresa que Tim Flemming estaba allí, a cierta distancia de la multitud, en compañía de una joven cabizbaja cuya cara quedaba oculta por un sombrero y cuyos temblorosos hombros evidenciaban que estaba sollozando. A Fabel, sin embargo, lo poco que pudo ver de su cara le recordó una fotografía que le habían enseñado una vez.
Observó cómo se marchaban los dos antes que nadie y consideró la posibilidad de detenerlos e interrogarlos sobre los dos consolidadores encontrados con el cuello roto.
Pero al final decidió abstenerse. Como si no existieran.