Capítulo treinta y tres

El Köhlbrandbrücke, un gran puente para vehículos que trazaba una amplia curva sobre el Elba, se hallaba suspendido de unos puntales de ciento treinta y cinco metros de altura que parecían gigantescos tenedores invertidos. Cuando Fabel llegó allí con Werner, la policía uniformada ya había cortado el tráfico por el puente. Unos setecientos metros más allá de la barricada policial, el comisario en jefe vio un vehículo blindado Thyssen TM 170 de los Comandos Móviles de Asalto MEK de la Polizei de Hamburgo, cruzado sobre los carriles de la calzada. Un grupo de agentes del MEK, provistos de casco negro y chaleco antibalas, se parapetaban tras el blindado y apuntaban con sus armas a la figura que estaba de pie sobre el antepecho del puente, mirando hacia abajo, con una pistola en la mano. Fabel calculó que el hombre se encontraba, aproximadamente, en el centro del puente, lo cual significaba que se abría ante él un abismo de unos cincuenta metros hasta el agua.

—Tengo que ir allí —le dijo al comisario uniformado de la barrera, señalando el blindado—. Necesito un megáfono.

Una vez equipados con cascos y chalecos antibalas, Fabel y Werner corrieron medio encorvados hacia el TM 170 detrás de dos agentes del MEK, que los cubrían del hombre armado con escudos antidisturbios.

—Lo único que nos faltaba…, turistas —masculló el mando del MEK cuando los agentes de la brigada de homicidios llegaron al blindado.

—¿Qué tal te va, Bastian? —preguntó Fabel—. ¿Le has disparado últimamente a alguien que yo conozca?

Bastian Schwager señaló la figura del puente, y contestó:

—¿Qué interés tiene tu brigada en ese idiota?

—Creemos que mató al tipo que sacamos ayer del río. Es una especie de ecoterrorista. Pero además, padece graves problemas mentales. Es un suicida en potencia.

—Si vuelve a apuntar hacia aquí con la pistola, Jan, voy a tener que ahorrarle las molestias de tirarse.

—Escucha, Bastian, ese tipo es un testigo clave. Tengo que hablar con él. ¿Podemos acercarnos un poco más?

—¿Y ofrecerle un blanco fácil? No lo creo. Por lo que me dices, con enfermedad mental o sin ella, no solo representa un peligro para sí mismo. —Schwager resopló y señaló el megáfono—. De acuerdo, utiliza esto y dile que vamos a acercar el blindado para que puedas oírlo.

—Niels… —Sonó un pitido de acoplamiento. Fabel se acercó más el megáfono a la boca—. Niels…, soy el comisario en jefe Fabel de la Polizei de Hamburgo. Quiero hablar con usted. Quiero escuchar lo que tenga que decir, pero desde aquí no puedo. Estoy demasiado lejos. Vamos a aproximar el vehículo blindado hacia usted. Nadie le va a disparar ni tratará de atraparlo. Solo quiero hablar con usted. Si está de acuerdo, levante por favor la mano derecha.

Niels gritó algo.

—No puedo oírlo, Niels. Levante el brazo si está de acuerdo en que nos acerquemos.

La figura del puente se mantuvo inmóvil, sujetando flácidamente hacia abajo la pistola y mirando fijo el agua, que se deslizaba a cincuenta metros.

—Niels…

La figura siguió sobre el antepecho sin moverse durante una eternidad. Finalmente, levantó el brazo con desgana.

Bastian Schwager ladró una serie de órdenes a sus hombres, primero de viva voz y luego por radio. El TM 170 arrancó con un gruñido, se encarriló y avanzó lentamente. La unidad MEK, así como Fabel y demás agentes, se parapetaron junto al flanco del vehículo. Cuando el blindado se detuvo, los tiradores volvieron a apuntar a Niels, que se hallaba a veinte metros.

—Niels… —lo llamó Fabel, una vez que el motor del blindado enmudeció—, quiero que se baje de ahí. Quiero hablar con usted sobre todo lo ocurrido.

El chico no respondió de inmediato; seguía de espaldas, mirando fijamente hacia abajo. Al fin dijo:

—¿Quiere saber algo gracioso? Yo antes le tenía miedo al agua. Y a la altura. ¿Divertido, no?

—Niels… —Fabel mantenía un tono sereno y equilibrado—, tiene que dejar la pistola en el suelo. Se está poniendo en peligro a sí mismo con ese chisme en la mano. Quiero que la suelte.

—¿Esto? —Niels alzó la automática y la miró como si nunca hubiera visto una pistola. Fabel percibió que los hombres del MEK se aprestaban a abrir fuego, y alzó la mano para contenerlos—. Yo pensaba que ya la había tirado. Y que ya había pensado que la había tirado cuando la tiré la otra vez. No sé si esto es una pistola. Quizá la primera era… Da igual, ya no la necesito.

Abrió la mano y dejó que se le escapara el arma, que golpeó el antepecho con un chasquido y cayó al vacío.

—Hizo exactamente lo mismo la otra vez —afirmó.

Como Niels ya no representaba un peligro para nadie, salvo para sí mismo, Fabel y los demás agentes salieron de detrás del TM 170. Bastian Schwager ordenó a todos sus tiradores, excepto a uno, que bajaran las armas.

—Muy bien, Niels, así me gusta —dijo Fabel—. Ahora necesito que baje del antepecho, no sea que se vaya a caer.

—No. No voy a hacerlo. Me voy a quedar aquí. Se ve mucho mejor desde la altura. En todos los sentidos, quiero decir. ¿No le parece divertido? Sí, eso que le he dicho, que a mí antes me daba miedo el agua y la altura. ¿No es gracioso que ahora esté aquí arriba, a tanta altura, sobre el agua? Pero ya no tengo miedo. ¿A qué altura debo de estar?

—No lo sé. Cincuenta, o cincuenta y cinco metros. Lo bastante para morir si resbala. Así que, ¿por qué no se baja de ahí?

Niels levantó la vista del río y contempló la ciudad.

—¿Sabe? Es un crimen que este puente esté cerrado a los peatones. Hay una vista fantástica desde aquí. Pero así es el mundo en que vivimos. El coche es Dios. —Se calló, repentinamente turbado—. O al menos yo creía que es el mundo en que vivimos. Estoy confuso. Quizá este sea el otro lugar. Lo tenía todo bien claro en mi cabeza, pero ahora se ha vuelto a embrollar y ya no sé cuál es cuál.

—Se ha hecho un lío con un montón de cosas, Niels. Está cansado y confuso. ¿Por qué no viene conmigo y lo hablamos? Lo aclararemos todo.

—No voy a ir a ningún sitio a donde no quiera ir. Y usted me llevaría a algún sitio al que no quiero ir, donde no podré ver las cosas que quiero ver, ni ir a donde yo quiera.

—Niels, ¿por qué mató a Daniel Föttinger?

—¿A quién?

—Al hombre que murió abrasado en el Schanzenviertel.

—¡Ah, ese! Me dijeron que lo hiciera. Era un enemigo de Gaia.

—Pero ese hombre estaba trabajando en proyectos, en tecnología destinada a proteger el planeta.

—Eso no importa —dijo el chico con aire distraído, encogiéndose de hombros, mientras continuaba contemplando el paisaje desde lo alto—. Había hecho cosas. Cosas malas. Cosas que habrían dejado en mal lugar al movimiento.

—¿Qué cosas, Niels?

—¡Ah! No lo sé. —Volvió a concentrarse en el río, a sus pies—. ¿Usted cree que el agua es como un espejo?, ¿que debajo hay una copia exacta de nuestro mundo?

—No, Niels, no lo creo. ¿Quién le dijo que matara a Föttinger?

—El Comandante. Pero a él se lo dijeron los trajes grises, me parece. Y yo sí lo creo: creo que esa es la verdad. —Hablaba repentinamente animado, como si acabara de resolver un gran enigma—. Mejor dicho…, es lo lógico. Esa sensación que tengo de que todo esto no es real. ¿No lo ve? No es real. El mundo real está al otro lado del agua. Somos nosotros los que estamos bajo la superficie. —Señaló el río—. El mundo real esta ahí abajo…, quiero decir, ahí arriba…

—Niels, necesito que se concentre. Dígame, ¿quiénes son los trajes grises? ¿Quién le dio al Comandante la orden de matar a Föttinger?

Como si no hubiera escuchado una palabra, el chico siguió volcando toda su atención en la lejana superficie del agua.

—No lo había comprendido antes, pero ahora todo cobra sentido. Yo siempre supe que esto era una especie de copia. Que es una especie de copia. Que yo solo soy una especie de copia. El mundo real y el yo real están allí…

Fabel vio que Niels se había inclinado un poco hacia delante, y sintió que se le encogía el estómago.

—Niels, escúcheme… Esto es el mundo real. No hay nada allá abajo, solo la muerte, créame. Y ahora, por favor, ¿quiere venir conmigo para que podamos aclararlo todo?

Por primera vez, Freese volvió la cabeza y miró al comisario directamente.

—No. Usted se equivoca. No lo culpo, porque es todo muy convincente, está muy bien recreado, pero yo no me trago que este sea el mundo real. Creo que está al otro lado del agua. Voy a echar un vistazo…

Dicho esto, dio un paso y desapareció de la vista de Fabel.

Los demás agentes corrieron a asomarse al antepecho. Fabel permaneció en su sitio. No quería ver el cuerpo destrozado de Freese flotando en las oleaginosas aguas del Elba. Así, al menos una parte de él podría creer que el deseo del chico se había cumplido, que ahora se encontraba en otra realidad.

Una realidad más amable con él. Una realidad donde vería las cosas tal como eran realmente.