Anna Wolff estaba junto a la ventana del despacho de Fabel, contemplando las oscuras siluetas de los árboles del Winterhude Stadtpark. Afuera la luz se iba extinguiendo, pero el cielo, ahora despejado, era un lienzo de seda azul oscuro.
—Ese café ha durado mucho… —dijo, volviéndose, cuando Fabel entró en el despacho.
—¿Cómo? ¿Ahora eres nuestro nuevo sistema de control de rendimiento? —El comisario tomó asiento detrás del escritorio—. Acabo de mantener una charla muy interesante con Fabian Menke, de la BfV, sobre el Proyecto Pharos.
—De eso quería hablar con usted. De eso y de lo que el departamento técnico ha sacado de los ordenadores requisados esta tarde. —Anna dio unos golpecitos en una carpeta que reposaba sobre el escritorio—. Datos provisionales. Ahora mismo, esos bichos raros informáticos están hurgando cada vez más a fondo en las profundidades del silicio. —Arrugó la nariz como si fuera un pequeño roedor.
—¿Algún dato prometedor?
—Nada en absoluto —suspiró ella—. Da la impresión de que estos tipos están limpios. Chiflados pero limpios. Desde luego, nos ha faltado un ordenador.
—No podía quitárselo, Anna. Si hubieras venido… No…, si hubieras venido tú, te lo habrías llevado. Y, seguramente, le habrías confiscado también la silla de ruedas.
—Tenemos que revisar ese ordenador. Aunque el hombre resulte físicamente improbable como sospechoso, es posible que haya algo en sus interacciones con las víctimas que pueda darnos una pista.
—Lo entiendo perfectamente, Anna. Ya he pedido que envíen a casa de Reisch a uno de los hombres de Kroeger para revisar el portátil. —Fabel cogió la carpeta y hojeó el informe que había dentro—. Supongo que habrá que seguir probando y organizar redadas en otra remesa de direcciones IP.
—Nos podríamos pasar toda la eternidad haciéndolo.
—Es lo único que tenemos —repuso Fabel, y le señaló la silla que tenía enfrente—. Siéntate, Anna.
—Estoy bien así —dijo ella distraídamente—. Prefiero quedarme de pie. Me he pasado el día sentada, y la pierna se me agarrota un poco.
Durante una fracción de segundo, Fabel se quedó sin palabras. A ella no se le escapó.
—Estoy bien, Jan —dijo—. Me gustaría que dejáramos de rehuir este asunto de una vez. No fue culpa suya.
Él no quitaba la vista del informe que tenía delante, no tanto para estudiarlo como para no mirarla a los ojos.
—Fue culpa mía —masculló—. Yo estaba al mando. Igual que la noche que mataron a Paul.
—Este es un trabajo peligroso, Jan. Yo lo sé y Paul lo sabía. Usted no puede controlar cualquier eventualidad.
—Sueño con él continuamente —explicó Fabel con voz apagada—. Casi cada semana, o cada dos semanas. Siempre el mismo sueño: estamos en el despacho de mi padre, en la casa familiar de Norddeich, y Paul habla conmigo, aunque no se trata de nada importante o significativo. Sencillamente, está allí sentado y charla conmigo. Pero yo sé que está muerto. Tiene la herida en la cabeza y a veces me explica que le cuesta emitir una opinión o mantener un punto de vista sobre aquello de lo que estemos hablando, porque él está muerto.
—Creía que esos sueños ya habían desaparecido.
—Eso le digo a Susanne. La versión oficial. Es duro convivir con una psicóloga. No sé si ella me cree, pero es lo que le digo. La cuestión es que yo sé que si hubiera hecho las cosas de otro modo, Paul seguiría vivo, Maria Klee no estaría en un sanatorio mental y a ti no te habrían disparado. —Suspiró—. Lo siento. ¿Podemos cambiar de tema?
—Usted manda. —Anna le sonrió—. Sobre el Proyecto Pharos, si yo le enseño mis cartas, ¿usted me enseñará las suyas?
—Adelante… —Y se arrellanó en la silla.
—No sé exactamente por qué quería que investigara, pero me han llegado comentarios muy chungos sobre Pharos. Y no voy a preguntarle cómo lo ha sabido, pero sí hay una conexión con los asesinatos. —El comisario se quedó atónito—. Supongo que usted me pidió que lo investigara porque hay una conexión, ¿no? —preguntó Anna.
—No…, no, en absoluto. Como te dije, no tiene nada que ver.
—Entonces es toda una coincidencia. Ha habido que indagar un poco, pero resulta que Dominik Korn, el director del proyecto, dirige también el consorcio que es propietario y gestor de Virtual Dimension, el programa de realidad virtual en el que estaban registradas todas las víctimas. ¿Usted por qué estaba interesado en Pharos?
—Por una hipótesis más bien arriesgada… Se me ocurrió que podía haber alguna relación con el otro cuerpo que encontramos; el que arrastró la corriente. Verás, hay una mujer que parece haber desaparecido: Meliha Yazar. Creo que tal vez tenga algo que ver con el Proyecto Pharos. Es posible que ella los hubiera estado investigando.
—¿En qué anda metido, Jan? —Anna se apartó de la ventana y se inclinó sobre el escritorio, con aire de sincera inquietud.
—En un asunto en el que quizá no debería haber intervenido —contestó Fabel, y lo decía en serio—. Me engatusó Berthold Müller-Voigt. Esto, Anna, ha de quedar estrictamente entre nosotros…
Ella asintió.
—Müller-Voigt está liado con esa mujer…
—Y con la mitad de la población femenina de Hamburgo, por lo que cuentan.
—No, no es así. Él está loco por esa mujer. Y parece realmente angustiado por su desaparición. —Fabel le resumió una parte de lo que le había contado el senador.
—¿Sabe? —dijo Anna cuando concluyó—, será mejor que me siente, al fin y al cabo. No se hace una idea de lo que he descubierto sobre Pharos. Si el último ligue de Müller-Voigt estaba investigándolos, podría ser muy bien que se hubiera inmiscuido en un asunto demasiado grande para ella. Ese proyecto es una creación de Dominik Korn. ¿Ha oído hablar de él?
—No hasta que Müller-Voigt me lo mencionó.
—No es de extrañar. Korn es uno de los hombres más ricos del mundo (tiene miles de millones, igual que su segundo, Peter Wiegand), pero también uno de los hombres más reservados del mundo. Nadie, aparte de Wiegand y de su círculo íntimo de asesores, ha tenido contacto con él desde hace años. De vez en cuando participa en videoconferencias con otros altos cargos de su imperio empresarial. Vive en un yate inmenso. Y quiero decir inmenso, capaz de acomplejar al típico oligarca ruso.
—¿Por qué lleva una vida tan solitaria?
—Según parece, sufrió un accidente de submarinismo: un síndrome de descompresión que le provocó una especie de derrame cerebral de grandes proporciones y otras complicaciones. No debería estar vivo. Fue un milagro que sobreviviera, pero el accidente lo dejó en el mismo estado que el tipo al que ha interrogado esta tarde. Desde entones, necesita cuidados médicos las veinticuatro horas del día.
—¿Y él es el líder de la secta?
—El gurú número uno, por lo visto. Podrá aparentar que es un chiflado, pero dicen que está tan sobrado de materia gris como de dinero. Tiene un coeficiente intelectual fuera de serie. Estudió… —Anna echó un vistazo a su cuaderno—… oceanografía, hidrología y ciencia medioambiental en Estados Unidos. Posee la doble nacionalidad alemana y americana, por cierto. Luego hizo una tesis doctoral de hidrología y prosiguió sus estudios para especializarse en hidrometeorología. —Volvió a consultar las notas—: «Estudio de la interacción entre las grandes masas de agua y el clima». Korn se convirtió en el más importante experto mundial en ecohidrología. En eso se encontraba trabajando cuando tuvo el accidente. Había diseñado un sumergible fuera de serie para investigar, y estaba llevando a cabo la inmersión inaugural cuando se fue todo al garete.
—Cuando sufrió el síndrome de descompresión, ¿no?
—Y su epifanía, por lo visto.
—Sí… Müller-Voigt me habló de una especie de revelación que había tenido en el fondo del mar.
—Mientras no tuvo lugar el accidente, el Proyecto Pharos había sido un programa de investigación oceanográfica. Korn había invertido millones de su propia fortuna. Se trataba de estudiar en las profundidades oceánicas el impacto medioambiental de la actividad humana. Pero a consecuencia del accidente y de las lesiones que le causó, él cambió por completo la naturaleza del proyecto. De entrada, se convirtió en un grupo de presión que hacía campaña contra las prospecciones petrolíferas en aguas profundas. Ganó mucha credibilidad después del vertido de BP en el Golfo de México. Posteriormente, dio su visto bueno para que los miembros de Pharos se implicaran en las protestas y en las medidas de acción directa. Y entonces, unos nueve meses después del descalabro, empezó a hablar de su epifanía y de lo que significaba.
—¿Y qué significaba?
—Durante toda su vida, Dominik Korn había sido un adepto de la «ecología profunda», lo cual significa, al parecer, que los seres humanos no deberían considerarse distintos del ecosistema y que tendrían que manipular el medio ambiente con conocimiento de causa, preservando la biodiversidad, etcétera, etcétera. Pero tras el accidente, Korn abandonó por completo la idea de la ecología profunda y pregonó todas sus teorías sobre la «desconexión». Decía que su experiencia a cinco mil metros de profundidad le había revelado una especie de verdad universal.
—Todos repiten la misma canción. A juzgar por la cantidad de sectas que existen, debe de haber una infinidad de verdades universales.
—Bueno, esa revelación en particular decía que él había sufrido esas lesiones durante su inmersión porque era un humano en un medio donde los humanos no tenían razón de ser. La filosofía del Proyecto Pharos sostiene que la humanidad debería erradicarse a sí misma del medio ambiente. —Anna se encogió de hombros—. Esa es la «desconexión» de la que habla.
—¿De dónde has sacado toda esta información?
—De los federales. Tengo un contacto allí: un exnovio. Aunque se mostraba bastante reservado. Me ha dicho que este asunto es muy importante para la BfV. Según parece, los servicios de seguridad franceses y el FBI americano también andan detrás de ese proyecto. Él no sabe qué es exactamente lo que ha disparado las alarmas, pero dice que Pharos figura en todas las listas de prioridades.
—Eso parece. Tus pesquisas no han pasado desapercibidas.
—¿Se refiere a Menke?
—Sí. Sabía que habías estado indagando. Tu exnovio, de tan reservado, se habrá sentido obligado a cubrirse las espaldas.
—¿Y qué le ha explicado Menke?
—Menos que tú, pero lo bastante para hacerme pensar que, si Meliha Yazar andaba fisgoneando sobre Pharos, entonces Müller-Voigt podría tener razón cuando asegura que ella está en peligro. Menke ha prometido enviarme más información.
—¿Pero? —Anna arqueó una ceja.
—Pero creo que no ven nuestro interés con buenos ojos. Aunque, para ser justos, yo tampoco le he confiado a Menke lo que me explicó Müller-Voigt, ni su inquietud por Meliha Yazar. Aunque él sí me ha contado que el Proyecto Pharos cumple todos los criterios de una secta destructiva. Especialmente, por el control dictatorial sobre sus miembros. No ha entrado en detalles, pero parece la historia de siempre: conversión, adoctrinamiento, lavado de cerebro… A todo lo cual, según dice, Korn ha añadido algunos detalles de su propia cosecha. Otro aspecto distintivo de Pharos es su poder financiero. Los miembros de la camarilla íntima son todos altos cargos de las diversas empresas que forman el emporio Korn. Lo cual, por lo que tú has dicho, incluye a los creadores de Virtual Dimension.
—Quizá debiéramos convertir sus fisgoneos en una investigación oficial. Si cree posible que ese cadáver sea el de Meliha Yazar, podríamos pedir una muestra del ADN familiar…
Fabel meneó la cabeza y dijo:
—No es tan sencillo… Además, me parece que puede resultar una búsqueda inútil. —Miró el reloj y vio que eran las once y media—. Es tarde. Me voy a casa. Continuaremos mañana.
Fabel llamó otra vez al móvil de Susanne mientras salía del ascensor y cruzaba el garaje del sótano del Präsidium. Masculló una maldición cuando saltó de nuevo el buzón de voz. Dejó un mensaje, diciéndole que aquel era su número de móvil provisional y pidiéndole que le devolviera la llamada.
No había comido desde la hora del almuerzo y no le apetecía cocinar, así que decidió detenerse en algún lugar de camino a casa. Mientras conducía por las calles en plena noche, sus pensamientos divagaban repasando todo lo sucedido en las últimas cuarenta y ocho horas. Dos cuerpos encontrados en el agua. Dos modus operandi diferentes. Supuso que la prensa se volcaría al día siguiente sobre la aparición del segundo cadáver, y que Van Heiden lo llamaría para repetirle las cosas obvias de siempre. Aunque resultara extraño, sin embargo, no era eso lo que acaparaba realmente sus pensamientos, sino su conversación de la noche anterior con Müller-Voigt y todo cuanto había descubierto desde entonces sobre el Proyecto Pharos.
Cuando hubo parado su BMW, advirtió dónde estaba. Como si hubiera ido todo el rato en piloto automático, había bajado al puerto. Sabía por qué lo había hecho y sintió que se le instalaba en el pecho una tristeza opresiva. Era lógico: había trabajado hasta muy tarde y le había apetecido cenar de camino a casa; de modo que, como tantas otras veces, había conducido hacia el puerto para beberse una cerveza y comer algo caliente en el puesto Schnellimbiss de Stellamanns.
Dirk Stellamanns había regentado un puesto de comida en el puerto desde que se había retirado de la Polizei de Hamburgo. De origen frisio, igual que él, Stellamanns era ya un veterano cuando Fabel había entrado en el cuerpo y se había encargado de enseñarle cómo funcionaba todo. Lo tomó bajo su protección desde el primer momento y entre ellos solo hablaban en el bajo sajón de Frisia. A lo largo de los años, pese a los sucesivos ascensos de Fabel, continuaron siendo amigos. Después, ya jubilado, Dirk había montado su puesto de comida (una caravana con un mostrador y un toldo, rodeada de mesas con parasoles: todo mantenido siempre de forma impecable), justo en medio de la zona que él había patrullado en su momento, a la sombra de las grandes grúas del puerto.
Fabel acudía regularmente a tomarse una cerveza y comer un bocado, sobre todo cuando algo le preocupaba. Ver a Dirk y escuchar su acento —un acento tan holgado y tan llano como el paisaje donde ambos se habían criado— le levantaba el ánimo. Stellamanns había sido siempre ese tipo de persona: por muchos agobios que la vida le trajera, él siempre parecía tomárselo todo con jovialidad filosófica.
El comisario bajó del coche, se detuvo en un círculo iluminado de la calle adoquinada y contempló un trecho vacío, cubierto de maleza, que quedaba junto a la calle.
El verano anterior, en un día muy caluroso, Dirk había estado trabajando de lo lindo. Con el tiempo, había conseguido atraer a una nutrida clientela de camioneros que se detenían allí al entrar o salir de los muelles. Estaba trabajando en los fogones cuando sufrió un ataque cardíaco que acabó con su vida antes de que se desplomara en el suelo de la caravana.
Para Fabel, aunque fuese en el subconsciente, durante esos minutos en los que había conducido pensando en sus asuntos, Dirk aún estaba vivo y el puesto de comida seguía abierto al público como siempre. Por eso había bajado a aquel lugar.
El mundo que lo rodeaba estaba cambiando. Y como el resto de la gente, Fabel a veces perdía el hilo de los cambios producidos. Personas que para él habían sido una presencia constante, que siempre habían estado ahí, de repente ya no estaban. Le deprimía y le irritaba haber olvidado, aunque fuese por un momento, que Dirk había muerto. Le había pasado con frecuencia lo mismo al pensar en la casa de su infancia en Norddeich: creer que su padre, muerto hacía mucho, seguía vivo, que estaba sentado en su despacho, encorvado sobre algún mapa antiguo de la costa, con las gafas en precario equilibrio sobre la punta de la nariz… Era eso lo que te pasaba: tenías un universo entero en la cabeza, aquel con el que habías crecido, y permanecía allí siempre, intacto.
—Ya no está aquí.
Se volvió, sobresaltado. Una joven había surgido de la nada, materializándose en el círculo iluminado. El comisario miró a uno y otro lado de la calle, pero no vio ningún otro coche aparcado.
—¿Cómo dice?
—Ya no está aquí —repitió la joven—. El puesto de comida.
—¡Ah…, sí! Sí, lo sé.
—Yo también estaba buscándolo.
Por un momento, Fabel se preguntó si no sería una prostituta, a pesar de que esa no era una de las zonas reguladas. Pero la joven, de rasgos regulares y cabello rubio más bien corto, iba muy elegante —traje de chaqueta gris oscuro y escarpines—, como si trabajara en un banco o en una compañía de seguros. Atractiva, aunque no impresionante.
—Ya hace mucho que no está aquí —dijo el detective.
—Yo tampoco venía desde hace mucho —añadió ella.
—¿Dónde ha estacionado? No he visto…
—Ah, por allí… —Señaló vagamente hacia el fondo de la calle, por el lado de los muelles—. ¿Es usted policía?
—¿Por qué lo pregunta?
—Bueno, «¿Dónde ha estacionado?» es una pregunta bastante típica de un policía. Y además, el tipo que regentaba el puesto era un antiguo agente y tenía entre sus clientes a muchos de sus viejos colegas. Pero usted no parece un camionero.
—No, supongo que no. ¿Qué la trae por aquí?
—Como le he dicho, yo también andaba buscando el Schnellimbiss. Me apetecía comer algo.
—Es un sitio algo apartado.
—No hay ningún sitio realmente apartado. ¿Lo conocía bien? Al tipo del puesto.
—Mucho.
—Era un hombre agradable. Muy… —la joven se esforzó para encontrar la palabra—… paternal. Como un tío bondadoso.
Fabel empezaba a sentirse incómodo. Había algo en la chica que lo inquietaba. Era casi como si estuviera coqueteando con él, aunque la falta de expresividad de su rostro le hizo pensar en Reisch, en aquel hombre condenado a una silla de ruedas y a una visión tan nítida como aterradora de su inmediato futuro.
—Sigo sin entender qué hace usted aquí realmente —dijo sacando su identificación y desplegándola un instante—. Si no le importa, me gustaría ver su documento de identidad.
—¿Y si me importa?
—Me gustaría verlo igualmente.
—No comprendo por qué le preocupa tanto mi presencia. No soy yo quien vive en el pasado y olvida que su amigo está muerto.
Fabel se puso rígido, pero insistió:
—Muy bien, déjeme ver su documento de identidad.
—Claro, agente. —La chica sonrió, aunque de un modo artificioso, simplemente porque era lo que tocaba. Hurgó en el bolso que llevaba colgado del hombro y le mostró el documento: Julia Henning, de Eppendorf—. Solo estaba dándole conversación. ¿He hecho algo malo?
—No, Frau Henning. Pero tendría que andar con más cuidado. Esto es muy solitario de noche y no debería estar aquí sola.
—No estoy sola, ¿no? Cuento con protección policial. ¿O es que le preocupa que me haya citado por Internet con el Asesino de la Red?
—Me parece muy raro que diga eso.
—¿Ah, sí? Bueno, como está tan inquieto por mi seguridad… Y ese tipo sale continuamente en las noticias. —Suspiró—. En fin, no lo molesto más. Buenas noches, comisario en jefe.
—¿Cómo conoce mi rango?
—Por su identificación. Lo decía ahí. Buenas noches. Espero que encuentre algún sitio donde cenar.
Fabel la observó desaparecer en la oscuridad. Volvió a subir al BMW, llamó al Präsidium de la Policía y dio el nombre y la dirección de Eppendorf que figuraban en el documento de la chica. En la sala de control le dijeron que el nombre y la dirección cuadraban y que no tenía antecedentes. Aguardó unos instantes, arrancó y circuló muy despacio hacia los muelles en la dirección que la joven había tomado para comprobar que había vuelto a su coche. Tardó solo tres o cuatro minutos en llegar al final, a las verjas cerradas de los muelles.
Ni rastro de ella. Y no se había cruzado con ningún coche en la dirección opuesta.