Fabel llegó al Präsidium justo a tiempo para pillar el comienzo de la sesión informativa dirigida por Anna Wolff. Werner y él habían dejado que Glasmacher y Hechtner se encargaran del seguimiento en el escenario del crimen.
Henk Hermann también se disponía a entrar en ese momento en la sala de conferencias.
—Hola, Chef —dijo al verlo acercarse—. He comprobado la dirección con el Departamento de Vivienda. No consta en sus archivos ninguna inquilina llamada Meliha Yazar, y el piso lleva un mes vacío. Si la chica existe, nunca ha estado allí.
—Ya lo creo que existe —contestó Fabel—. Tiene que haber vivido en alguna parte. Gracias, de todos modos, Henk.
—Por cierto, ¿sabe ese torso que apareció en el Fischmarkt…?
—¿Qué pasa?
—Yo no sabía que la policía de Schleswig-Holstein también estuviera interesada. ¿Qué pintan ellos en esto?
—Henk —dijo Fabel, impaciente, mirando por la puerta entornada cómo se iba llenando de agentes la sala de conferencias—, no tengo ni la menor idea de qué me estás hablando.
—Alguien de la Polizei de Schleswig-Holstein (de la división Kiel, creo) fue a la morgue a ver el torso de esa mujer. Un comisario… —Henk trató de recordar el nombre—. Un tal comisario Höner, me parece. Les enseñó su identificación y les dijo que ya había hablado con usted.
Fabel se lo quedó mirando un momento mientras procesaba la información.
—Envía allí ahora mismo a un par de uniformados para que obtengan una descripción —ordenó—, o mejor aún, una imagen del circuito cerrado. Yo no le he dado permiso a nadie para que examinara el cuerpo: ni de Schleswig-Holstein, ni de ninguna parte.
La sala de reuniones de la brigada de homicidios estaba llena de detectives y agentes uniformados cuando Fabel entró, y Anna ya había empezado a emparejar equipos y direcciones.
—He pensado al final que no te vendrían mal un par de hombres más —le dijo Fabel a su ayudante—. Pero, bueno, tú diriges la función. —Se volvió para dirigirse a todos—. Quiero que sepáis que las apuestas han subido: acabamos de encontrar otro cadáver. Este sí que parece ser cosa del Asesino de la Red.
Un murmullo general.
—Vale, vale… —dijo Anna para acallar las voces—. Escuchad. Si tenemos otra víctima, quiere decir que sufriremos todavía más presión para atrapar a ese tipo. Vamos a centrarnos concretamente en cuatro direcciones. No son las que habíamos planeado originalmente…
—¿Ah, no? —la interrumpió Fabel.
—El comisario jefe Kroeger se ha vuelto a poner en contacto con nosotros —explicó Anna—. Su equipo está trabajando en los ordenadores y teléfonos móviles de las víctimas, pero ya han podido recuperar comunicaciones parciales con cuatro hombres comunes a todas ellas. Y todos en la misma página web. Bueno, algo más que una página web…
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabe, esas páginas raras donde la gente tiene una vida alternativa. Una vida virtual, para ser exactos. Sitios donde diriges una granja que no apesta, o donde construyes un emporio empresarial en un mundo ficticio. Ese tipo de chorradas.
—Ya las conozco, sí —dijo Fabel. Las conocía, pero no lograba entenderlas. ¿Por qué habría de querer la gente malgastar su tiempo viviendo en una ficción?
—Bueno, pues esta se llama Virtual Dimension. Es en parte una red social y en parte un lugar virtual que funciona en tiempo real. Dicen que sirve para «consolidar realidades».
—¿Y eso qué demonios significa? ¿Por qué no puede hablar esa gente con un lenguaje normal?
Anna se encogió de hombros, en plan de «¿y a mí qué me cuenta?».
—Según la propia página, Virtual Dimension fusiona deliberadamente ese disparatado mundo virtual con el mundo real. Cómo lo hace, no lo sé. A mí me parece todo muy estrafalario. En todo caso, al menos dos de las mujeres tuvieron contacto en Virtual Dimension con una serie de hombres (si es que son hombres en la vida real). Y de esos hombres, cuatro chatearon con una de las víctimas restantes.
—Humm… —Fabel asintió, pensativo—. Esto promete.
—¡Ah! —Anna acababa de recordar algo—. Hablando de realidades virtuales, lo estaba buscando ese policía del puerto con el que hablamos en el Fischmarkt.
—¿Quién?
—El adjunto de Kreysig. Tramberger. Ha llamado para preguntar si aún queríamos que introdujera los datos en ese modelo informático, su «Elba virtual».
—No perdemos nada. ¿Puedes hablar tú con Holger Brauner y pedirle que te diga el peso del cuerpo y que te haga un cálculo aproximado de cuánto tiempo estuvo en el agua? Envíaselo a Tramberger, a ver si consigue sacar algo.
—Estará encantado. Se siente muy orgulloso de su juguete. Curioso, porque no me parece el típico loco de la informática.
—Bueno, ¿quién no lo es hoy en día? ¿Algo más?
—Sí. He hecho averiguaciones sobre el Proyecto Pharos y espero varias llamadas. Pero he estado muy liada con la organización de las redadas. ¿Dice que está dispuesto a ocuparse de una de ellas?
—Claro. ¿Qué tienes para mí?
Anna le entregó una carpeta y una orden de la oficina del fiscal.
—Es en la zona de Billstedt. Entre Horn y Schiffbek. La dirección IP corresponde a un tal Johann Reisch.
—Porque él pague las facturas no quiere decir que sea la única persona que usa el ordenador.
Anna meneó la cabeza y le explicó:
—Según el censo, Johann Reisch, de cuarenta y cinco años, es el único ocupante de la vivienda. Y esta… —le mostró a Fabel la impresión de una página web—… es la identidad on-line de Herr Reisch. —Fabel examinó la foto: un joven a dos décadas de cumplir los cuarenta y cinco, con gafas de sol y un musculoso torso desnudo, sonreía a la cámara bajo el sol de una playa extranjera. En la información de la página figuraba el nombre Thorsten66—. ¿Le parece bien este?
—De acuerdo. —Fabel cogió la hoja impresa—. La función la diriges tú… Chefin.
Schiffbek quedaba al este del centro. La dirección que Anna había encomendado a Fabel y Werner estaba en una calle inmaculada de casas adosadas, muy cerca del cementerio.
El comisario en jefe aparcó al final de la calle y ordenó al coche de policía sin distintivos que estacionase detrás de él. No convenía delatar su presencia en el barrio antes de tiempo. Los dos agentes uniformados lo siguieron a él y a Werner. Al acercarse a la casa, Fabel observó que el diminuto jardín delantero estaba bien cuidado, aunque había muy pocas plantas, como si se quisiera reducir el trabajo al mínimo. También observó que había una rampa junto a los escalones de acceso.
Werner llamó al timbre. Abrió una mujer baja, de hirsuto cabello rubio, que usaba gafas. Llevaba prendida en el mandil una placa con su nombre: una identificación del estado de Hamburgo que la acreditaba como asistente social. Miró a ambos hombres, y luego a los agentes uniformados que se hallaban detrás, con una evidente falta de interés.
—¿Qué desea?
—Polizei de Hamburgo —dijo Fabel—. Tenemos una orden para entrar en la vivienda y hablar con Herr Johann Reisch.
—¿Herr Reisch? —La mujer frunció el entrecejo—. ¿Qué demonios quieren de él?
—Deduzco que usted no es Frau Reisch —comentó Fabel, mirando la placa de identificación.
Ella se echó a reír y contestó:
—Hace años que no hay ninguna Frau Reisch. Se largó. Será mejor que entren.
Los hizo pasar y los guio por un pasillo corto y bien iluminado hasta una sala con puertas acristaladas que daban al exiguo patio de la parte trasera. Había un hombre sentado ante una mesa en la que reposaba un ordenador portátil. El hombre levantó la vista muy despacio, moviendo la cabeza rígidamente. Fabel observó que no había en su rostro sorpresa ni alarma; ninguna expresión en absoluto, en realidad.
—¿Herr Reisch? Soy el comisario en jefe Fabel de la brigada de homicidios de Hamburgo. Tengo una orden para requisar su equipo informático.
—No puede llevarse su ordenador —dijo la mujer del mandil—. Es lo único que posee.
—Según esta orden, sí puedo. —El comisario mostró el documento—. Por favor, no se inmiscuya o podría incurrir en… —La frase se le quedó muerta en los labios. Acababa de advertir que el hombre estaba sentado en una silla de ruedas motorizada y que un collar cervical le sujetaba la cabeza. Reisch le devolvió la mirada con ojos lacrimosos y la misma falta de expresión.
—Es lo único que le queda —siguió protestando la asistente social—. Es todo su mundo.
—¿Puede hablar? —le preguntó Fabel a la mujer.
—Sí, puedo hablar —contestó Reisch. Tenía una voz apagada y parecía jadear entre una palabra y otra—. Por ahora. Aunque pronto también perderé esa facultad. Pero por el momento puedo y estoy aquí. No hace falta que se refiera a mí en tercera persona.
—Perdone, Herr Reisch. ¿Es este su único ordenador?
—Sí. ¿Por qué han de llevárselo? Frau Rössing tiene razón. Estaría totalmente perdido sin él. Debe de haber algún error…
—No se trata de un error, Herr Reisch. Ocurre que usted es una de las muchas personas que han… —Fabel se detuvo y se volvió hacia Werner, que asintió y se llevó de la sala de estar a la asistente social y a los dos agentes uniformados—. Usted ha entrado en un chat e interactuado con dos mujeres que más tarde han sido asesinadas.
—¿Esa historia del Asesino de la Red? —El habla de Reisch seguía puntuada por breves jadeos, que despojaban a la pregunta de cualquier tono de sorpresa o consternación.
El inspector le mostró la impresión de la página de Thorsten66.
—¿Es esta… —Fabel se devanó los sesos para buscar la palabra adecuada—… la identidad que usa en Internet?
—En esta web en particular, y en otras dos más, sí. —El hombre hizo una pausa, y añadió—: Pensará que soy patético.
—Yo no hago juicios de ese tipo, Herr Reisch. Ni siquiera me puedo imaginar lo que debe de ser estar en su situación. ¿Me permite que le pregunte cuál es la causa de su dolencia?
—Esclerosis lateral amiotrófica. —De nuevo los breves jadeos entre cada palabra—. Un tipo de enfermedad motoneuronal.
—¿Es tratable?
—Hay muy pocas cosas que los médicos puedan afirmar con certeza, Herr Fabel, pero yo tengo la fortuna de haber recibido respuestas categóricas sobre mi estado. Es totalmente intratable y fatal en el cien por cien de los casos. Mi sistema neuronal va fallando poco a poco, función a función. El año que viene no podré hablar. Seis meses después, no podré tragar mi propia saliva ni respirar sin ayuda. Moriré asfixiado. ¿Y sabe qué es lo más gracioso?, ¿cuál es la ironía del asunto? Que seré totalmente consciente. Una mente sana atrapada en un cuerpo en ruinas.
—Lo lamento.
—¿Debe llevarse mi ordenador? Me parece que usted puede comprender que para mí significa mucho más que para los demás. Me paso horas con él todos los días. Es mi única ventana al mundo y no la tendré ya mucho tiempo.
—¿Cómo lo maneja? Quiero decir, teniendo en cuenta su estado.
—Logro mover un poco las manos, aunque no mucho. Mi ordenador está programado con un sistema de reconocimiento de voz; lo controlo con órdenes orales. Cuando pierda la facultad de articular, también perderé esto.
Fabel bajó la mirada a la hoja impresa que llevaba: el alter ego de Reisch; su yo de fantasía.
—Se está usted preguntando por qué… —dijo Reisch—, por qué finjo ser joven y sano, ¿verdad? Muy sencillo: mientras estoy en esas páginas, en la web, me convierto en semejante persona. Escogí la foto porque yo tenía un aspecto parecido a la misma edad. La misma mirada insolente. En otra época.
—Entiendo.
—No, no lo entiende. No lo digo por criticarlo, pero la verdad es que uno no puede ni imaginárselo siquiera si no ha pasado un minuto en este cuerpo.
—Usted mantuvo contacto con dos de las mujeres que han sido asesinadas. Incluso le propuso a una de ellas una cita. ¿Por qué hizo una cosa así? ¿Y cómo lo hizo?
Reisch emitió un ruido traqueteante que desconcertó al comisario; enseguida cayó en la cuenta de que era la manera que tenía de reírse, o de intentar reírse, aquel hombre discapacitado.
—Yo me cité con esas mujeres. Me he reunido con docenas de mujeres. A veces hemos salido toda la noche. Pero no aquí, en el mundo real. Cuando lea los mensajes en los que quedábamos, piense que todos los lugares de reunión se encuentran en Virtual Dimension. Todo formaba parte de la fantasía. Ya sé que, en el mundo real, yo no podría salir y citarme con las mujeres con las que hablaba en Internet, desde luego. Pero mientras estaba allí, en ese mundo, creía que todo era posible.
—Pero ¿nunca le ha pedido a ninguna que viniera aquí?, ¿que lo visitara en su casa?
—Nunca. Ahora demuestra que no lo entiende. Yo existo en dos universos. Distintos y separados. Y jamás trataré de unirlos.
Reisch hizo otra pausa. Una pausa de jadeos breves y superficiales. Escucharlo le producía a Fabel una sensación opresiva en el pecho.
—¿Sabía —prosiguió Reisch— que en un próximo futuro la gente como yo probablemente estará enchufada a un mundo virtual todo el tiempo que quiera? Se tratará de una realidad alternativa donde podrán llevar una vida normal.
—Pero no será una vida real. Yo creo que preferiría ser discapacitado en el mundo real que vivir una especie de fantasía rodeado de gente que no existe.
—Pero esa es la cuestión: no será así, sino un mundo poblado por otras personas como yo: todos huyendo de su dolencia e interactuando entre sí. Gente real en un mundo irreal. Aunque, naturalmente, ya será tarde para mí. Pero por eso me registré en Virtual Dimension. Era lo máximo que podía aproximarme a ese tipo de realidad alternativa.
—¿Alguien más tiene acceso al ordenador?
—Nadie.
—¿Y Frau Rössing?
—Nunca. Está protegido con contraseña. Y no creo que ella supiera manejar un ordenador. Es muy anticuada.
—Ya… —musitó Fabel. Y por un momento no supo qué decir a continuación; qué hacer exactamente—. Siento haberlo molestado, Herr Reisch. No creo que sea necesario llevarse su ordenador. Pero tal vez uno de nuestros técnicos venga a echarle un vistazo. Es posible que haya mensajes de esas víctimas que puedan resultar importantes para nuestra investigación.
—Lo entiendo —dijo Reisch, siempre con aquella voz entrecortada y carente de expresión—. Colaboraré como sea necesario. Lo único que quiero es conservar mi portátil.
La jornada iba a alargarse hasta bien entrada la noche. Fabel trató de localizar a Susanne, primero en su hotel y luego en el móvil, pero saltó el buzón de voz. Dejó un mensaje, diciéndole que quizá debería tomar un taxi desde el aeropuerto al día siguiente. Se interrumpió un instante, y luego, sin saber bien por qué, añadió:
—Ese mensaje de texto no procedía del trabajo. Aunque, bueno, creo que lo he borrado sin querer. Voy a tener que dejar este teléfono aquí para que lo revisen. Te llamaré más tarde para darte el número del aparato de repuesto.
Glasmacher y Hechtner habían vuelto ya de Poppenbüttel. Fabel les pidió que empezaran a redactar el informe. Llamó a Müller-Voigt a su casa, pero el político no estaba y, de nuevo, se encontró hablándole a una máquina:
—Hola, Herr senador. Me temo que no he tenido mucho tiempo para investigar sobre el asunto que comentamos anoche. Pero, indudablemente, ella no está localizable en esa dirección, tal como usted dijo. He hecho algunas averiguaciones y volveré a llamarlo en cuanto tenga algo que contarle.
A continuación, telefoneó a Kroeger a la unidad de cibercrimen y le explicó lo del mensaje de texto que había desaparecido de su móvil. Kroeger le dijo que su gente lo examinaría en cuanto se lo enviara. Después de recoger un móvil de repuesto en el departamento técnico, decidió entrar en la cantina y sentarse a tomar un café. Iba a pasarse la mitad de la velada ante su escritorio y le apetecía estar unos minutos fuera del despacho. No había tomado nada desde el almuerzo, pero no quiso entretenerse comiendo; ya compraría algo de camino a casa.
—¿Le importa que lo acompañe?
Fabel levantó la vista y se llevó una sorpresa al ver a Menke, el agente de la BfV, plantado ante su mesa. Tenía un vaso de café en la mano y le clavaba una mirada azul tras sus gafas sin montura.
—No…, no, en absoluto. Pero es muy tarde para que siga aquí, Herr Menke.
—Sí. —El agente se sentó frente a él—. Me he pasado el día de reunión en reunión con los jefes de las unidades MEK. —Se refería a los Comandos Móviles de Asalto, el ala especial de intervención rápida de la Polizei de Hamburgo—. Ya sabe, preparando el dispositivo de «Hamburgo, problemas globales».
—No lo envidio. Creo que hay un montón de chiflados que intentarán convertir la cumbre en un espectáculo para darse publicidad.
—Sí, tiene mucha razón —afirmó Menke con rotundidad—. Estará la prensa de todo el mundo para registrarlo. Habrá manifestaciones masivas que desembocarán probablemente en actos violentos, como el incendio de ese coche el otro día. Esa ha sido la idea clave en mis reuniones con los jefes del MEK: tratar de establecer una estrategia de contención.
—¿Quiere decir un cordón policial? —inquirió Fabel con auténtica sorpresa—. Confinar a los manifestantes en un área limitada no era legal en el ochenta y seis y tampoco lo es ahora. No creo que Herr Steinbach dé su aprobación. —Se refería al presidente de la policía de Hamburgo, Hugo Steinbach.
Menke se quedó callado un instante y, mientras daba un sorbo de café, clavó la vista en el comisario en jefe. Inexpresivamente. Fabel pensó en el hombre de la silla de ruedas con el que había hablado esa tarde, y se preguntó distraídamente si Menke no padecería una versión emocional de la dolencia de Reisch.
—Claro que no me refiero a un cordón policial —explicó Menke al fin—. Vivimos en una época sofisticada, Herr Fabel, desde el punto de vista tecnológico. Lo cual nos da algunas ventajas con las que antes no contábamos. Nuestro enfoque se acerca más a la cirugía de precisión que al impacto de la fuerza indiscriminada. Cuando hablo de estrategia de contención, quiero decir que nos proponemos identificar y neutralizar a todos aquellos extremistas que se oculten entre los auténticos manifestantes. Nuestras fuentes de información son excelentes y mejoran de día en día. No pretendemos contener el fuego; pretendemos impedir que llegue a prender.
—Entiendo —dijo Fabel, removiendo el poso del café y mirándolo abstraídamente—. Dicho de otra manera, tiene gente dentro. Infiltrados.
Menke insinuó una sonrisa.
—Como he dicho, ahora contamos con una sofisticada tecnología. Pero, en último término, las labores de inteligencia dependen y siempre han dependido del factor humano.
Fabel se disculpó, alegando que debía volver a la brigada. Había aparecido otro cuerpo, dijo. Y ya iban cuatro.
—¿Qué hay del torso desmembrado sobre el que Herr Müller-Voigt parecía tan interesado en hablar con usted en la reunión del otro día? ¿Lo han descartado definitivamente?
—Definitivamente, no. Pero no acaba de encajar —contestó Fabel, levantándose y apurando su café—. La investigación criminal, como el trabajo de inteligencia, depende del factor humano.
—¿Ha visto hoy al senador? —preguntó Menke.
—No. ¿Por qué debería haberlo visto?
—No, por nada. Es que se suponía que debía asistir a nuestra reunión de hoy. Era el tipo de reunión a la que yo creía que daría máxima prioridad… Él se ve a sí mismo como el guardián del derecho del pueblo a protestar y, para ser sincero, me parece que no se fía demasiado de nosotros. Me sorprende mucho que se la haya perdido. Nos ha enviado un correo electrónico diciendo que no podía llegar.
—¡Ah, vaya! —dijo Fabel. Prefirió no mencionar que se había reunido con Müller-Voigt la noche anterior y que había tratado de localizarlo esa tarde por teléfono infructuosamente—. Bueno, Herr Menke, seguro que volvemos a vernos pronto.
El agente de la BfV permaneció sentado y se limitó a distender los labios en una sonrisa mecánica.
—Seguro, Herr Fabel.
El comisario ya le había dado la espalda cuando Menke añadió:
—¡Ah, por cierto! Tengo entendido que la comisaria Wolff está recabando información sobre el Proyecto Pharos…
—Sí, en efecto.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Porque yo se lo he pedido.
—¿Y puedo preguntarle por qué se lo ha pedido? ¿Tiene algo que ver con esos asesinatos?
Fabel suspiró. Habría preferido que el agente de la BfV no se enterase de su interés en Pharos hasta que hubiera conseguido averiguar un poco más sobre la misteriosa Meliha Yazar de Müller-Voigt. Pero ahora que ya se había enterado, nadie mejor que él a quien preguntarle.
—Estoy investigando en muchas direcciones. Y el Proyecto Pharos ha surgido en el camino. Me gusta comprobarlo todo.
—Podría haber recurrido a mí.
—Tenía intención de hacerlo. Ya me imagino, dada la naturaleza de ese proyecto (quiero decir, es cosa admitida que se trata de una secta), que la BfV está interesada en Pharos y que usted dispone de un expediente sobre la organización.
—Ya lo creo que estamos interesados en Pharos… —Soltó una risa sarcástica—. No es que tengamos un expediente sobre ellos, sino a un equipo de cinco hombres a tiempo completo…
Fabel recuperó la silla y se sentó de nuevo.