Capítulo catorce

Müller-Voigt trajo al salón una bandeja con una jarra de café y un par de tazas. Fabel observó que el servicio era de una refinada porcelana blanca y de un diseño elegante, sobrio y moderno. Había visto ese mismo juego de café en los almacenes Alsterhaus de la avenida Jungfernstieg y había sentido la tentación de comprarlo, pero al final había decidido que no podía justificar semejante gasto. Su mesura frisia se había impuesto a su savoir faire hamburgués.

Mientras el senador estaba en la cocina, el comisario había cogido la pequeña escultura que estaba en el centro de la mesita de café, y la había examinado. Era una pieza modernista; una especie de dragón estilizado. No carecía de cierta belleza, pero, al mismo tiempo, había algo en ella que lo inquietó. Era un pedazo inanimado de bronce, mas daba la impresión de que se retorciera mientras lo examinaba. Volvió a dejarlo en su sitio cuando reapareció su anfitrión.

—¿Le gusta? —dijo el senador mientras dejaba la bandeja en la mesa—. Me lo hicieron por encargo. Es una representación de Rahab, el antiguo demonio del mar hebreo, creador de las tempestades y padre del caos.

—Extraña elección —dijo Fabel, aún con los ojos en la pieza de bronce, casi esperando verla contorsionarse y retorcerse.

—Representa a mi enemigo, si quiere —añadió el político—. Un monstruo que estamos creando nosotros a partir de la naturaleza. —Se interrumpió para pasarle al comisario la taza—. Bueno, como le iba diciendo, hablé con los organizadores de la conferencia en la que había conocido a Meliha, y les pedí que revisaran sus listas de delegados y asistentes. No era una conferencia abierta al público, y todos los que asistían lo hacían con rigurosa invitación y debían registrarse. Pero no conservaban ningún registro de ella. Yo había visto su placa de delegada, Fabel. Todos debíamos facilitar una fotografía para esa placa de identificación, además de una serie de datos personales, por motivos de seguridad. Como ciudadana extranjera, ella habría tenido que mostrar su pasaporte para certificar su identidad. Ese es uno de los motivos, por cierto, por los que le he dicho antes, cuando me lo ha preguntado, que no podía tratarse de una ilegal. De lo contrario, con la actual psicosis de seguridad, no la habrían dejado acceder al Centro de Congresos. Es más, yo me atrevería a afirmar que es totalmente imposible que Meliha hubiera podido estar allí si no hubiese figurado en el registro y no hubieran comprobado sus datos.

—Los errores administrativos existen. Quizá sus datos fueron eliminados accidentalmente.

—Humm… Del mismo modo que su correo electrónico ha desaparecido de mi ordenador…

—Pero eso sí sabemos que ocurrió por culpa de un virus informático.

—Una gran coincidencia pese a todo, ¿no cree?

—Supongo… —A decir verdad, si había algo en lo que el comisario en jefe no creía era en las coincidencias.

—¿Y quién dice que el virus Klabautermann no tiene objetivos específicos?, ¿que no es un instrumento para borrar información cuidadosamente seleccionada, escudándose en una destrucción masiva de datos?

Fabel se echó a reír y replicó:

—Lo lamento, Herr senador, pero creo que estamos metiéndonos en la zona resbaladiza de las teorías de la conspiración.

—¿Usted cree? —Müller-Voigt le ofreció más café. Fabel aceptó, aun sabiendo que lo lamentaría más tarde. Tenía muy poca tolerancia a la cafeína y le constaba que una segunda taza lo mantendría despierto toda la noche. Susanne se burlaba de él a veces, diciéndole que eso le pasaba porque lo único que había tomado durante su juventud en Frisia oriental era té. De todas formas, intuía que no sería solo el café lo que le impediría conciliar el sueño.

Afuera ya había oscurecido. Fabel notó que la luz del salón aumentaba automáticamente para compensar la diferencia de luminosidad.

—Escuche, Herr Müller-Voigt, tengo que hacerle esta pregunta: ¿Le dio usted dinero, regalos o algo de valor a Meliha?, ¿o tal vez alguna información que pueda tener interés o resultar útil…?

—¡Ah, ya! —lo interrumpió el político—. Usted piensa que me han tendido una trampa sexual. No hay peor idiota que un viejo idiota, ¿no es eso?

Fabel quiso protestar, pero el senador alzó la mano, replicando:

—No lo culpo. Debo reconocer que se me ha pasado la idea por la cabeza, pero la respuesta es que no. No podría afirmar sinceramente que jamás le haya transmitido nada que tuviera un valor material, comercial o político. Nos convertimos en amantes. Así de simple y así de complicado. Y ahora ha desaparecido, y yo he de esforzarme para convencerlo a usted de que existió. Yo mismo empiezo a tener que hacer un esfuerzo para convencerme de ello.

—Las personas existen o no existen, Herr senador. Y si existen dejan huellas tangibles.

—Eso creía yo también. Cuando se me agotaron las ideas, recurrí a una amiga que tengo en el Departamento de Educación. Le pedí que efectuara una comprobación a través de su propio contacto en la Universidad de Estambul, y le comuniqué el período aproximado durante el cual yo calculaba que Meliha habría estado estudiando.

—Y tampoco su amiga sacó nada —dijo Fabel, dándolo por supuesto más que preguntándolo.

—Por eso le he dicho antes que no es que Meliha se haya ido: es que ha desaparecido. No solo físicamente; también, por lo que veo, de cualquier clase de registro público. Es casi como si hubieran pulsado un botón y la hubieran borrado del mapa.

Un denso silencio se instaló entre ambos. El detective miró fijamente su taza de café y reflexionó en lo que Müller-Voigt le había dicho. Había oído contar historias de esa clase. La gente enloquecía de angustia cuando desaparecía una persona, y acababa ideando una gran conspiración para tratar de comprenderlo. Pero él estaba seguro de que este no era el caso. Lo que aquel hombre le estaba explicando era totalmente absurdo, pero él, sin embargo, lo creía a pies juntillas.

—Si lo que dice es cierto… No, mejor dicho: si lo que sospecha es cierto, se requerirían unos recursos enormes y una gran organización. ¿Me está diciendo que el Gobierno, o algún gobierno, está detrás de todo esto? Antes ha comentado que usted creía que Meliha estaba metida en algún asunto que podía ponerla en peligro. ¿A qué se refería exactamente?

Müller-Voigt lo miró un momento, como estudiándolo, y le dijo:

—¿Recuerda lo que le he explicado: que en tiempos estábamos más conectados con la naturaleza?, ¿que sabíamos descifrar nuestro entorno?

Fabel asintió.

—Me interesa que lo tenga presente. ¿Ha oído hablar del Proyecto Pharos?

El comisario recordó el cartel que había visto junto a la autopista cuando llevaba a Susanne al aeropuerto: el simbolismo exagerado del faro en medio de la tormenta.

—En realidad, no —respondió—. Algo he oído, pero no sé gran cosa del asunto.

—El Proyecto Pharos es, supuestamente, una organización de tipo medioambiental detrás de la cual hay un inmenso grupo empresarial dirigido por su fundador. La central europea de ese proyecto está, lo crea o no, a solo unos kilómetros de aquí. Hay un viejo faro inutilizado en la costa, justo al norte de Hörne. Ellos han reformado el faro original y añadido un enorme edificio al lado. Al edificio lo llaman Europa Pharos. Debería verlo; es una bella obra arquitectónica y, por supuesto, autosuficiente desde el punto de vista ambiental. Se adentra en el agua sobre unos pilares. Al parecer, hay otro edificio en la costa de Maine, el América Pharos. En todo caso, el proyecto utiliza su estatus como grupo de investigación medioambiental, y sus influencias como grupo de presión, para no ser catalogado como un movimiento religioso o filosófico, ni como una organización descaradamente política.

—¿Pretenden encubrir que se trata de una secta?, ¿es eso lo que está diciendo?

—Usted ha conocido hoy a Fabian Menke, de la BfV. Yo he tenido ocasión de hablar con él del Proyecto Pharos, y me ha reconocido que es un grupo que sus hombres están vigilando. Muy atentamente, por cierto.

—Eso…, humm, ¿no le preocupa? Quiero decir, el hecho de que la BfV investigue una organización medioambiental. Al fin y al cabo, usted es el más franco defensor del ecologismo de Hamburgo.

—Vamos a dejar una cosa bien clara: el Proyecto Pharos no tiene nada que ver con ninguna de mis convicciones. Ese proyecto es una secta. Más aun: una secta peligrosa y maligna. Debería hablar del tema con Menke.

—¿Y qué conexión tenía Meliha con ese grupo?

—Ella era muy reservada sobre su trabajo, pero, como le he dicho, me llevé la impresión de que era una especie de investigadora de alguna organización, aunque ignoro cuál. O tal vez una periodista de investigación. Una vez más, la he buscado en Internet y no encuentro el menor rastro de que haya colaborado en revistas, periódicos o canales de televisión. En todo caso, sé que estaba reuniendo toda la información posible sobre el Proyecto Pharos. También se interesó por lo que yo sabía del asunto, que resultó ser mucho menos de lo que conocía ella.

—¿Y qué es lo que sabe usted?

—Bueno, he investigado bastante desde que ella desapareció. Y he conseguido sacarle a Menke algunos datos. Nada de lo cual suena bien. El proyecto cumple todos los criterios para ser catalogado como una secta peligrosa: su estructura es tremendamente dictatorial y sus líderes, en particular Dominik Korn, son venerados como semidioses; se exige a sus miembros que donen todos sus bienes a la organización; tiene una especie de ideología apocalíptica; ejerce un control absoluto sobre sus adeptos y muestra una actitud increíblemente hostil y agresiva contra cualquier persona crítica.

—¿Y usted cree que esos métodos agresivos han sido dirigidos contra Meliha?

—¿Recuerda lo que le he dicho: que ya no conectamos con el medio ambiente? Pues esa desconexión es justamente lo que el Proyecto Pharos, y en concreto su líder, Dominik Korn, propugna abiertamente. Él considera que la mejor manera de salvar el medio ambiente es eliminar de él a la humanidad.

—¿Y cómo se proponen conseguirlo?

—En general, las sectas creen en algún momento de epifanía: el Día del Juicio, Ragnarök, el Apocalipsis… El Proyecto Pharos no es distinto en este sentido. Ellos creen en un acontecimiento que llaman la «consolidación». No sé más. Creo que Menke le podrá dar más detalles. A mí solo estaba dispuesto a contarme hasta cierto punto; pero usted no es un político, es policía.

—¿Y usted cree que la desaparición de Meliha está relacionada con la secta de Pharos?

—A ellos no les gusta que nadie los investigue o los critique. Y Meliha parecía estar indagando en sus actividades antes de desaparecer. —Müller-Voigt hizo una pausa—. Voy a llegar hasta el final de este asunto, Fabel. Lo haré sin su ayuda si es necesario. Me resultará más difícil, pero lo haré. La pregunta sigue en pie: ¿querrá ayudarme?

—Como usted mismo ha dicho, no hay pruebas de asesinato. Ni siquiera hay prueba alguna de que esa joven haya existido, por lo que usted me ha explicado. Yo, sencillamente, no puedo iniciar una investigación oficial de la brigada de homicidios basándome en lo que me ha contado.

—¿Está diciendo que no me ayudará?

—No he dicho eso. Voy a investigar. Dios sabe que ya tengo bastante trabajo con ese caso del Asesino de la Red. Pero miraré a ver qué puedo hacer. Lo que no tiene sentido es que vea usted el cuerpo que encontramos. Era solamente un torso: sin cabeza, brazos ni piernas.

Fabel observó cómo el político palidecía intensamente a pesar del bronceado. Por un instante temió que fuese a vomitar.

—Escuche, senador. Me parece improbable que sea Meliha. Nosotros creemos que el cuerpo fue desmembrado para impedir la identificación. Por lo que usted me ha dicho esta noche, la identidad de esa mujer no figura en ningún registro. Deme unos días y veré qué consigo averiguar.

—Gracias. Se lo agradezco. ¿Puedo pedirle otro favor? ¿Sería posible que todo esto quede entre nosotros…, al menos por el momento?

—De acuerdo, Herr senador.

No era una investigación oficial, al fin y al cabo. Todavía.

—Habrá de reconocer, de todos modos —añadió—, que no me ha dado gran cosa para ponerme en marcha. ¿No se le ocurre ningún dato sobre Meliha que pueda serme de ayuda?

Müller-Voigt soltó una risita triste y amarga, y le dijo:

—Después de que desapareciera, me di cuenta de lo poco que sabía de ella realmente. Cada vez que pensaba en hablar con usted —o con alguien como usted— sobre su desaparición, me daba cuenta de que casi no podía explicar nada sobre esa joven. Pero yo la conocía. La conocía tan bien como si hubiéramos pasado toda la vida juntos. Conocía su esencia, si usted quiere. —Reflexionó un momento—. Ella era kemalista. Ya sabe, por Mustafa Kemal Atatürk, el padre de la Turquía moderna. Atatürk es una figura trascendental para muchos turcos porque creó algo que era radicalmente distinto de lo que había habido hasta entonces. Sencillamente, repensó el concepto de Turquía y le confirió la forma de una república secular progresista. Convenció a una nación entera para que dejara el pasado atrás y abrazara un futuro que no habían imaginado siquiera. Entiendo que sea una figura tan inspiradora para los turcos. Como le he dicho, Meliha era una apasionada defensora del medio ambiente. Y esa era su gran obsesión: pensaba que el mundo necesitaba un «Atatürk del ecologismo»; alguien capaz de repensar nuestra forma de vida. Siempre me acusaba a mí, y a otros como yo, de ser «ecologistas pop». Meros diletantes.

—No veo cómo…

—«Hell hath no fury like a woman scorned» —recitó Müller-Voigt en inglés—. ¿Está familiarizado con Shakespeare, Herr Fabel?

—Es de Congreve —dijo Fabel—: «Heaven has no rage like love to hatred turned, nor hell a fury like a woman scorned»[2]. No es una obra de Shakespeare, sino de Congreve.

—Por supuesto —aceptó Müller-Voigt, sonriendo—. Se me olvidaba que es usted un policía muy culto, ¿no es así, Herr Fabel? En todo caso, yo diría que Meliha sentía una furia semejante. No porque hubiera sido desdeñada en sentido romántico, sino en sentido filosófico. Ella era una gran admiradora de Dominik Korn, de sus ideas ecologistas. Al menos del Dominik Korn del principio cuando presentó su visión inicial del Proyecto Pharos. Yo creo que lo vio como la gran esperanza para el futuro del medio ambiente.

—¿Su «Atatürk del ecologismo»?

—Exacto. Pero Korn sufrió una especie de accidente —un accidente de submarinismo, creo— y desde entonces llevó una vida cada vez más recluida. El Proyecto Pharos, que había empezado como una organización genuinamente innovadora en la investigación medioambiental, se convirtió en una extraña secta siguiendo las concepciones filosóficas cada vez más excéntricas de Korn. Meliha estaba verdaderamente obsesionada con esa transformación. Estaba convencida de que era algo peor que una oportunidad perdida. Estaba convencida de que era una traición.

—¿Y usted cree que ella se había embarcado en una especie de misión para desenmascarar a Korn y su proyecto?

—Lo creo muy probable. Si lo que me pregunta es por dónde intentar buscar a Meliha, yo le diría que empiece por Pharos.

—Por cierto, esa fotografía que tiene en el marco digital…, ¿podría darme una copia impresa?

—Se la puedo enviar por correo electrónico. Tengo un nuevo portátil y un correo privado que no están conectados con el sistema del Estado y que, por tanto, no han sufrido el ataque del maldito virus Klabautermann.

—Si no le importa, Herr senador, preferiría una copia impresa.

Müller-Voigt pareció sorprendido por un instante.

—Bueno… Me parece que tengo una en mi despacho. Haré que se la manden al Präsidium mañana por la mañana con un mensajero. O si no, puedo imprimírsela en cuanto me devuelvan mi viejo ordenador. Ahora lo están desinfectando, o como demonios se llame lo que hacen para recuperar los datos.

Mientras arrancaba y se alejaba de la casa, Fabel se sintió asediado por un montón de ideas e inquietudes. La explicación más sencilla de la desaparición de Meliha (y de que no hubiera rastros de su identidad por ninguna parte) le parecía obvia: la joven, por la razón que fuera, le había dado a Müller-Voigt un nombre falso. Eso explicaría lo sucedido en la conferencia: ella sí tenía una placa oficial de delegada, pero bajo otro nombre, y, una vez que se hubo presentado como Meliha Yazar, al senador no se le había ocurrido mirar el nombre de la placa. Tal vez la joven era, en efecto, periodista de investigación, o pertenecía a uno de esos grupos ecologistas radicales de los que Menke había hablado, y, simplemente, pretendía ganarse la confianza de un miembro influyente del Gobierno de Hamburgo.

Sí…, era lo más lógico: que ella hubiera utilizado un nombre falso. Y sin embargo, por algún motivo, mientras conducía en la oscuridad junto a las orillas del canal, que se elevaban en aquel tipo de knick al que Müller-Voigt se había referido, Fabel no acababa de creerlo.

Tal vez fuera posible que alguien, de algún modo, hubiera sido capaz de borrar todas las huellas de la mujer que había sido Meliha Yazar.