16
EXTERMINACIÓN
La escopeta se disparó y arrancó un enorme pedazo de yeso del techo. Gina y yo fuimos testigos del tormento al que Mather hubo de someterse a través de la nube de polvo descendente. Mather agitaba las manos desesperado de dolor mientras el mosquito no dejaba de producir todo tipo de ruiditos atroces. Parecía furiosa. Aturdidos y asqueados, pero demasiado atónitos para poder movernos, vimos que la carne alrededor del ojo de Mather se abultaba y se derretía. Todo lo que había oído era cierto, la Ganges Roja era tan mortífera como afirmaba la leyenda. El resto de la cara no tardó en sufrir los efectos de la saliva tóxica. Mather no dejó de aullar una súplica agonizante hasta que se quedó ronco de tanto gritar. La cabeza le humeaba, lo que añadía un hedor repugnante a una visión verdaderamente abominable. La sangre empezó a manar de la piel que siseaba debajo del ojo y comenzó a formar pequeños charcos rojos en la alfombra. El mosquito se separó de la frente de Mather y se le pegó al cuello, aunque sin hacer tanto ruido. A pesar de los frenéticos movimientos de Mather, se acomodó y se preparó para chuparle la sangre directamente de la yugular. El arrugado abdomen empezó a hincharse a medida que se atracaba del líquido rojo y caliente. Al tiempo que crecía y recuperaba vitalidad, las heridas desaparecían. Eché un vistazo a la ventana y vi que la libélula había regresado, suspendida en el agujero abierto por el disparo de la escopeta. Gina también la había visto.
—Vamos —me susurró—. Ella se encargará de ellos.
En aquel momento, oímos una terrible explosión que solo podía proceder del centro de investigación; tal vez había estallado el tanque de combustible. Gina me tiró del brazo e intentó abrir la trampilla. La ayudé a levantarla hasta que quedó abierta de par en par. Miré a mi alrededor y vi la linterna de Mather tirada en el suelo. Después de hacerme con ella y encenderla, no pude evitar echarle un último vistazo al pobre hombre. El rostro ya era irreconocible. Un profundo agujero se abría en el lugar donde antes estaba el ojo, y parte de la frente y la mejilla derecha habían quedado reducidas a una sustancia repugnante y amarillenta. Tal vez fueran imaginaciones mías, pero juraría que el otro ojo se volvió para mirarme en aquel momento. Estaba a punto de gritar cuando Gina me agarró de la manga y tiró de mí hacia la oscuridad del túnel.
Atravesamos la cámara subterránea hasta el otro lado, por donde continuaba la galería. Ignoraba adónde conduciría, aunque, la verdad, no me importaba mientras nos sacara de la isla. Gracias a la linterna, avanzamos a buen paso. Sentía las piernas tan pesadas que tenía que reunir todas mis fuerzas para que respondieran a las órdenes más sencillas.
—Bueno, al menos ese maníaco no volverá a molestarnos —dijo Gina, sin detenerse.
—No es él quien me preocupa.
—Ya, pero a menos que ella pueda abrirse camino a mordiscos a través de esa trampilla, creo que estaremos a salvo.
—Pero si no la cerré.
—Ay, Dios. Da igual, no te preocupes, debemos concentrarnos en llegar al final de este túnel.
—Si sabe de la existencia de esa entrada y está abierta, podría aparecer aquí abajo.
—No tenemos tiempo para preocuparnos de eso. Además, también está la libélula, ¿no? Ya atacó antes al mosquito, así que igual esta vez termina el trabajo.
—Tal vez, pero no podemos confiarnos. La Ganges Roja ha demostrado ser muy resistente… No puedo creer lo que le hizo a Mather.
—No te estarás compadeciendo de ese monstruo, ¿no?
—No, claro que no. Tiene lo que se merece.
Imaginé lo que quedaría de Mather en aquellos momentos. Era difícil desearle ese tipo de muerte a nadie, pero también era difícil creer que no se lo mereciera.
El dolor del tobillo aumentaba a cada paso. Deseé poder gritarle a Gina que aminorara la marcha, que me diera un respiro, pero no había más opción que seguir adelante. Teníamos que salir de allí enseguida, me doliera lo que me doliese. Gina echó un vistazo al túnel en ambas direcciones con cara de preocupación.
—¿Por qué estaba tan interesada en ti esa cosa? Porque no iría en serio eso de que quiere tu sangre para volver a ser humana… ¿verdad?
—Sí, aunque… ahora ya no estoy tan seguro. Tal vez fuera el coscorrón que me di en la cabeza.
—Pero estabas convencido de que podías comunicarte con el mosquito, y Mather también hablaba con él.
—Sí, bueno, pero vamos a salir de esta, ¿no?, así que ¿qué más da?
—Tienes razón.
Continuamos al mismo ritmo sin detenernos durante media hora hasta que oímos algo a nuestras espaldas, lo que nos hizo pararnos y nos miramos con labios temblorosos. Gina enfocó la linterna hacia la oscuridad. El zumbido agudo se oía cada vez más cerca, pero seguíamos sin ver nada. Estábamos petrificados, no podíamos echar a correr, únicamente nos quedaba esperar a ver qué ocurría. Fui yo el primero en verlo. Su sorprendente tamaño solo lo igualaba el deslumbrante brillo rojizo que desprendía su cuerpo, que absorbía la luz de la linterna y proyectaba destellos más intensos en respuesta.
—Dios santo —musité.
Creo que ambos sabíamos que era inútil correr, así que nos mantuvimos firmes en nuestros sitios dispuestos a defendernos. El mosquito nos daría alcance en cuestión de segundos. Gina estiró hacia atrás el brazo con la linterna, preparándose para golpearlo, aunque no creí que fuera a hacer mucho. Algo me decía que uno de nosotros, o los dos, iba a morir. El mosquito redujo la velocidad y al final se detuvo delante de nosotros.
«Se me ha acabado la paciencia. O me entregas ahora, mismo lo que quiero… o sufrirás el mismo destino que Mather».
Gina apretó los dientes y se mantuvo firme. Yo di un paso al frente, sintiendo que las fuerzas renacían en mí repentinamente.
—Está bien, aquí la tienes.
Me costó decir aquellas palabras. El terror del que era presa había dado alas a mi imaginación y había bombardeado mis pensamientos con todo tipo de imágenes horripilantes. Sin embargo, no había otra opción. Si continuaba resistiéndome, solo conseguiría que la Ganges Roja obtuviera por la fuerza lo que quería.
«Sí, eso es. Todo habrá acabado antes de que te des cuenta…»
Reemprendió el vuelo y se acercó con cautela, preparada para apartarse ante el más mínimo indicio de que pudiera ser atacada.
—No, no lo hagas —suplicó Gina, retrocediendo ligeramente, pero tropezó con algo, resbaló y se le cayó la linterna, momento que la Ganges Roja aprovechó para abalanzarse sobre mí como un rayo.
Se posó en mi cabeza y perdí los estribos. Lo que más me sorprendió fue el calor que generaba, era como si estuviera ardiendo. A pesar de estar convencido de que había hecho lo único que podía haberse hecho, sentí un deseo irrefrenable de apartarla de mí.
—¡Nooooooooo! —gritó Gina, desde algún lugar a mis espaldas—. ¡Apártate de él!
El mosquito se arrastró por mi cabeza y entonces, sin vacilar, me atravesó la nuca y empezó a succionar con una fuerza formidable que me arrancó unas lágrimas. Esta vez sí que grité.
«No puedo creer que por fin esté sucediendo. Amado…»
Aparte del dolor del aguijón que me atravesaba la piel y la succión, no sentía nada más. No me había inyectado su saliva, lo que me alivió y sorprendió al mismo tiempo. Por lo visto había dicho en serio que su intención era mantenerme con vida. Por increíble que pareciera, Gina empezó a abandonar mis pensamientos al mismo tiempo que el dolor y el pánico se mitigaban. Estaba a punto de rendirme por completo a su grata voluntad cuando algo me sacó del letargo. El mosquito apartó la trompa con brusquedad y un espasmo de dolor me recorrió la columna vertebral. Acto seguido, la criatura se alejó de mi cabeza, y cuando miré a mi alrededor, cansado, atontado, sin poder enfocar la vista, vi que Gina me chillaba.
—… ¿Me oyes? ¡Corre!
Me agarró de la mano y tiró de mí sin que a ninguno de los dos nos importara demasiado el estado de mi tobillo. Ignoraba qué le habría ocurrido a la Ganges Roja, pero supuse que no estaba muerta porque Gina no dejaba de volver la vista atrás y de soltar tacos. Poco después, volví a oír el zumbido, aunque no me sorprendió. Tenía la mente algo más despejada y volvía a ser completamente consciente de la desesperada situación en que nos encontrábamos. Nos detuvimos y, aterrados, dimos media vuelta para enfrentarnos a nuestra perseguidora.
Mi sangre ya había efectuado un gran cambio en ella. Por incomprensible que pudiera ser, en aquel momento tenía el tamaño de una corneja, y las dimensiones no era lo único que había sufrido un cambio. Ya no tenía ojos multifacéticos, sino dos ojos blancos, entelados y lo que creí distinguir como un pequeño punto negro en cada uno de ellos, aunque no estaba seguro. No cabía duda de que estaba sufriendo una mutación drástica. Aunque ¿era posible que estuviera transformándose en una mujer? A pesar de lo que veían mis ojos, la parte racional de mi cerebro se negaba a creerlo.
Se suspendía ante nosotros, zumbando, tal vez decidiendo qué iba a hacer, consciente de que disponía de todo el tiempo del mundo. La trompa era el doble de grande que antes, y el aguijón, alargado, grueso y muy puntiagudo, le goteaba. Me toqué el dolorido agujero de la nuca y lo noté húmedo por la sangre, pero por lo demás parecía estar bien. Miré a Gina.
—Haz algo, por amor de Dios —suplicó.
—¿Como qué?
—Tú no —aclaró, volviéndose hacia mí—, ¡se lo estoy diciendo a esa cosa! ¿Es que se va a quedar ahí flotando todo el día hasta que nos muramos de hambre?
El mosquito batió las alas a destiempo un instante. Estaba intranquilo, pero sin mediar palabra voló hacia Gina, luego se elevó y le pasó por encima. La punta de las alas rozaron el techo del túnel. Sin previo aviso se lanzó directo hacia la cabeza de Gina y se detuvo a milímetros de su pelo. A continuación, volvió a elevarse y a alejarse, pero esta vez lo oí reír. Gina estaba aterrada. Me miró, intentando ocultar el miedo.
—No pasa nada —le aseguré, tratando de tranquilizarla, aunque no conseguí disimular el tembleque de la voz.
El mosquito seguía riendo, flotando en el aire lleno de regocijo. En ese momento comprobé que, efectivamente, en sus ojos se estaban formando unas pupilas. La imagen era escalofriante.
«Sí».
La risa había cesado.
«Ahora te veo con ojos humanos. Es una sensación tan rara… Ya no me siento como una extraña, es como si volviera a casa. No queda mucho, pronto seré como antes».
—¿Y luego qué?
Fui consciente de que Gina se había vuelto hacia mí al oírme hablar. Supongo que pensó que debía de estar loco o que deliraba para seguir hablando con esa cosa.
«Luego nos iremos lejos de aquí a algún lugar donde nadie nos encuentre y podamos estar solos el resto de nuestras vidas».
—Ya te lo dije, eso no va a ocurrir.
«Solo necesito tiempo para convencerte. En cuanto me veas como en realidad soy, cambiarás de opinión y me amarás como yo te amo. Ya no queda mucho, te lo prometo».
—¿Es que no me escuchas? Eso no va a ocurrir. Nosotros abandonamos esta isla y lo que tú hagas no es asunto mío. Búscate a otro, me da igual, pero a mí déjame en paz. Ya te he dado lo que querías, ¿no? Pues ¿por qué no nos dejas ir?
«Creía que comprendías cómo me sentía… La sed del deseo, las dudas, el vacío… Bueno, no importa, serás mío, lo quieras o no».
Miré a Gina y, en ese preciso momento, el dolor regresó de golpe. Por la expresión de su rostro, estaba claro que quería saber qué estaba ocurriendo. No se me ocurrió qué decirle, así que me volví hacia la Ganges Roja.
—Sí, tienes razón, pero antes déjala ir.
El mosquito zumbó con más fuerza. Tuve la sensación de que estaba molesta y de que perdía la paciencia.
«Te ha corrompido la mente, tiene que morir. Entrégate a mí… Sométete y no sentirás más dolor. Mereces algo mejor que ser esclavo de su tiranía. Te controlará y gobernará para siempre si no te deshaces ahora de ella… Por favor… Déjame ayudarte…».
—Te juro que si la tocas…
«Si se marcha ahora, no le haré daño. Dile que corra y que no mire atrás. En cuanto te hayas sustraído a su influencia, lo entenderás todo».
Si con eso conseguía que Gina estuviera a salvo, estaba dispuesto a hacer lo que el mosquito quisiera, pero no tenía ni el tiempo ni las fuerzas para negociar mi salvación. El insecto me había chupado casi toda la energía, y mi voluntad también empezaba a flaquear.
—De acuerdo, pero prométeme que no le harás nada. Haré lo que quieras si la dejas ir.
«Claro que te lo prometo, amor mío. Lo único que deseo es hacerte feliz».
—Está bien. —Me volví hacia Gina, que parecía profundamente preocupada. Tal vez sospechaba lo que iba a ocurrir—. Escucha, tienes que irte… ahora mismo. Sigue por el túnel y lárgate de aquí.
—Debes de estar bromeando. ¡No voy a dejarte aquí con ese bicho!
—No hay otra opción. No me pasará nada, no va a hacerme daño. Vete y llama a la policía. Tengo el presentimiento de que no estaré aquí cuando lleguen, pero… al menos encontrarán a Mather y tal vez quede algún cuerpo que todavía sea identificable.
—No voy a dejarte aquí.
—¡Tienes que hacerlo!
—¡Ni hablar!
—Escúchame. —La cogí por los hombros y la miré a los ojos, desorbitados por el miedo—. Si te quedas, ambos veremos cómo muere el otro. Esa es la verdad. No podemos acabar con esa cosa. Deberíamos estarle agradecidos de que nos muestre tanta compasión.
—Jamás me lo perdonaría, Ash. No puedo hacerlo, no puedo abandonarte.
—Por favor, tienes que irte, es el único modo en que puedo protegerte. —En aquel momento caí en la cuenta de que quizá aquella sería la última oportunidad que tendría de decírselo—. Te quiero.
—¿Qué?
—Estoy enamorado de ti desde el primer día que entraste en la oficina y no soporto la idea de no volverte a ver nunca más, pero… Vete ya, por favor. Este no es el mejor momento para decírtelo, pero yo, solo… Necesitaba que lo supieras.
—Yo… —Gina guardó silencio unos instantes—. Te pegó fuerte con la pala, ¿no?
A pesar de todo, sonreí.
—Vete, por favor —insistí—, antes de que ella cambie de opinión.
La solté. Me miró fijamente y a continuación fulminó al mosquito con la mirada. Supuse que iba a lanzar una amenaza o una maldición; sin embargo, me habló a mí sin apartar los ojos de la amenaza que se mecía en el aire.
—Lo que acabas de decir… es lo más bonito que nadie me ha dicho jamás.
Dicho esto, dio media vuelta y echó a correr. La vi marchar, seguí el cono de luz de la linterna hasta que desapareció a lo lejos. Ya estaba a solas con el monstruo. Oí una especie de reventón, y cuando me volví, vi que el cuerpo del mosquito había vuelto a aumentar de tamaño. Era un espectáculo digno de ver. Si no hubiera estado tan paralizado por la repugnancia y el terror que sentía hacia aquella cosa, me habría quedado anonadado.
«Ya no queda mucho. Espera. Duerme. Te despertaré cuando haya llegado el momento».
Deseaba sucumbir a la tentación y necesitaba dormir; sin embargo, una duda me corroía. El mosquito parecía nervioso y tuve la sensación de que quería que durmiera por otra razón, así que decidí que lo mejor sería permanecer despierto.
—¿Qué pasa con Mather? ¿No te arrepientes de haberlo matado?
«¿Por qué iba a arrepentirme? Ya no me servía. Su sed de sangre y su habilidad para atraer víctimas eran lo único que hacía tolerable su existencia. El mundo está mucho mejor sin él».
—Él te alimentaba y te protegía. Dudo que haya muchos más que estén dispuestos a hacer lo mismo.
«Tal vez, pero, en última instancia, lo hacía por interés propio. No le importaba nadie más que él».
—¿Estás segura? ¿Estás segura de que no se preocupaba por ti?
«Eso no importa. Deberías dormir. Estoy transformándome rápido, siento que pronto llegará el momento, por eso deberías conservar tus fuerzas».
—¿Por qué quieres que duerma en realidad?
«¿Qué?»
—¿Qué es lo que no quieres que vea?
«La transformación será desagradable…»
—No es eso. Te da igual si eso me repugna, existe otra razón.
Oí otra especie de reventón y vi que la trompa empezaba a retraerse. Varias patas también comenzaban a acortarse, retrocedían hacia el interior del cuerpo, que no paraba de crecer.
«No seré poderosa mucho más tiempo».
—¿Poderosa? ¿Quieres decir peligrosa?
«Sí. ¡Ah! —Se retorció en el aire al tiempo que parte del abdomen se inflaba y ensanchaba—. Ya no queda tiempo, si no quieres dormir… no me queda otra opción, pero no quería que lo vieras. Has de comprender que he de cortar los lazos de tu corazón para asegurarme tu amor… Espero que, con el tiempo, llegues a perdonarme».
Se estiró del todo. Los ojos casi eran de tamaño humano, con grandes pupilas negras rodeadas de brillantes anillos verdosos. En aquel instante su mirada, atávica durante unos segundos, reveló una intención maligna. Del tamaño de un cuervo y algo más torpe que antes, aunque todavía veloz, salió disparada, pasó por mi lado y se alejó por el túnel.
—¡Gina! —grité, echando a correr—. ¡Va a por ti!
Supe, sin ningún lugar a dudas, que no tenía ni la más mínima posibilidad de atrapar al monstruo. Aunque hubiera podido llegar hasta Gina a tiempo, no tenía forma de protegerla. La Ganges Roja era demasiado grande para apartarla de un manotazo, nos mataría a ambos, pero de todos modos eché a correr.
A pesar de su renuencia a abandonarme, Gina había salvado una gran distancia y estaba acelerando el paso para alejarse todo lo que pudiera del monstruo. Sin embargo, no le sirvió de nada. Desde donde me encontraba, vi que la reluciente parodia ganaba terreno y acortaba distancia a una velocidad endiablada, era cuestión de segundos que le diera alcance, de modo que cuando yo llegara a su lado ya estaría muerta. En aquel preciso momento, justo cuando la desesperación se apoderaba de mí, algo me pasó volando junto a la oreja. No era más grande que un gorrión, pero avanzaba con decidida determinación cortando el aire como una flecha. Pronunció tres palabras, que quedaron depositadas suavemente tras de sí.
«¡No te rindas!»
No lo hice. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero me lancé hacia delante sin detenerme a pensar en la pesadilla a la que me precipitaba.
Invertí en la carrera por el túnel toda la energía que fui capaz de reunir y llegué a tiempo de ver que la Ganges Roja se posaba en la nuca de Gina. El inesperado lastre la hizo tropezar y caer de rodillas; sin embargo, antes de que la criatura tuviera tiempo de reaccionar, la libélula cargó contra ella como una bala y la apartó de la cabeza de Gina, de la que se llevó un mechón de pelo. Gina chilló, y aunque sus ojos estaban arrasados por las lágrimas, pudo ver lo que aconteció a continuación. Cuando por fin llegué a su lado, la atraje hacia mí. Las dos formas se agitaban en el agua del lago que con el tiempo había ido filtrándose por el techo del túnel. La Ganges Roja, con el cuerpo tan abultado e hinchado que ya no era reconocible, aleteaba frenética mientras luchaba por deshacerse de la libélula, cuyo cuerpo más pequeño llevaba pegado a la espalda. Contemplamos la batalla sobrecogidos, rogando para que ganara la criatura más pequeña.
Gina me rodeó la cintura con un brazo. A pesar de la adrenalina que me corría por las venas, se me empezó a nublar la vista y estaba a punto de desmayarme cuando Gina reparó en mi estado y me zarandeó para despabilarme.
—¡Eh! Que esto todavía no ha acabado.
Me concentré en la Ganges Roja y en su enemigo declarado. Estábamos siendo testigos de una batalla decisiva de la que solo uno saldría vivo y, tal como iban las cosas, el resultado por el que ambos apostábamos no parecía el más probable. La libélula había aturdido a su abultada adversaria y la estaba aguijoneando repetidamente con un cuerno puntiagudo que tenía en la cabeza y con el que había conseguido traspasar y hacer sangrar el rosado abdomen de su enemiga. Sin embargo, no parecía ser un rival de peso. Estaba convencido de que solo era cuestión de tiempo que la Ganges Roja se revolviera con un golpe mortal.
—Tengo que hacer algo —resolvió Gina, y me arrastró hacia la pared—. Ten, aguántame esto. —Me pasó la linterna—. Enfócalos.
—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer?
—Es la única oportunidad que tenemos y tú no estás en condiciones de hacer nada.
Empezó a caminar hacia los contendientes.
—No, no te acerques a ellos, por favor.
—No pasa nada, confía en mí.
Avanzó con decisión por el suelo mojado y se detuvo a escasos centímetros de los insectos.
«¡No! —aulló el mosquito más encolerizado que nunca, aunque esta vez el miedo empañaba la cólera—. ¡Aléjala! ¡Aléjala!»
Los dos insectos acabaron separados en el húmedo suelo del túnel. Ambos parecían incapaces de remontar el vuelo o poco dispuestos a hacerlo. La libélula había invertido todas sus fuerzas en el virulento ataque. La Ganges Roja, que no paraba de crecer, se alzó sobre sus dos patas más largas y fuertes y profirió algo que ya no era un zumbido, sino algo similar a un grito humano. Se estaba preparando para atacar, para asestar el golpe mortal. En aquel instante, mientras Gina esperaba el momento oportuno para intervenir, oí la otra voz, la de la libélula.
«¡Ahora! ¡Hazlo ahora!»
—¡Ahora, Gina!
Gina levantó el pie derecho. La Ganges Roja se volvió hacia ella y se quedó petrificada. Estaba a punto de gritar, esta vez de terror, pero no tuvo oportunidad de hacerlo. El zapato le aplastó la cabeza y, segundos después, el agua que corría entre los pies de Gina se tiñó de sangre. Durante un rato fuimos incapaces de movernos, estábamos como atontados, hasta que al fin logré acercarme a Gina y me quedé a su lado. Le pasé el brazo alrededor de la cintura. Bajé la mirada y vi varios pedazos rojos y negros esparcidos por el suelo, sobre la fina capa de agua. La sangre había salpicado la parte delantera de los tejanos de Gina y la pared de enfrente. No daba crédito a la cantidad que había. Miré a Gina y vi que todavía trataba de buscar una explicación a lo que acababa de presenciar. Respiraba hondo y contemplaba incrédula lo que quedaba del mosquito.
—¿La oíste?
La pregunta abandonó mis labios antes de que hubiera tenido tiempo de pensarla.
—¿A quién?
—A la libélula. ¿La oíste hablar?
—Te oí… Te oí a ti —contestó, volviéndose hacia mí—. Nada más.
Miramos a nuestra salvación gris y aparté el haz de luz de la linterna para que no lo enfocara directamente. Había remontado el vuelo y parecía bastante más recuperado que momentos antes. Dio media vuelta y se alejó por el túnel en silencio.
—Bueno, supongo que no es importante —concluí, sonriendo a Gina.
—No… Venga, larguémonos de aquí de una vez.
Volvimos a ponernos en marcha.
—Buena idea —admití.
Gina se detuvo bruscamente y me cogió del brazo. Su sonrisa se esfumó.
—¿Qué ocurre?
—¿No lo oyes?
Nos quedamos quietos, atentos a cualquier ruido. Al principio no oía nada más que las gotas de agua que caían del techo, pero entonces distinguí un chapoteo cada vez más cercano.
—Oh, no, ¿y ahora qué? —gemí.
Empezamos a retroceder. Gina me quitó la linterna de la mano y la enfocó hacia el túnel, en la dirección del chapoteo.
—¿Qué es eso?
—Ni lo sé ni lo quiero saber —dije, sacudiendo la cabeza.
—Chsss. ¡Mira!
A pesar de que no quería, miré.
—¿Qué narices es eso? —preguntó Gina.
Dos pequeñas esferas verdes se acercaban a nosotros en la oscuridad. Al principio no supe lo que eran, hasta que caí en la cuenta. Me arrodillé, estallando en carcajadas, y extendí los brazos mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Cuando el pequeño cuerpo apareció ante nosotros chapoteando en el agua, Gina dio un respingo. Aflojó el paso, maulló, se encaramó a mis rodillas y, apoyando las patas traseras en mi pierna, me puso las delanteras en el pecho. Primero se frotó el hocico contra mi nariz y luego la mejilla contra mi barbilla.
—Hola a ti también —lo saludé—, no sabes cuánto me alegra verte.
Gina se arrodilló a mi lado y empezó a acariciar el lomo del señor Hopkins.
Una vez terminamos de colmar de atenciones a nuestro pequeño amigo, reanudamos la marcha. Debimos de recorrer unos tres kilómetros como mínimo antes de llegar a la salida. Al acercarnos, vimos un tablón de madera encajado en uno de los lados de la galería, debajo de la trampilla. Era viejo, amarilleaba y estaba húmedo, pero las letras todavía eran legibles:
TRYST
El señor Hopkins empezó a ronronear y el túnel amplificó el sonido y le confirió una cualidad cavernosa.
—Nadie se va a creer lo que ha ocurrido, ¿verdad? Ni siquiera yo estoy segura —dijo Gina mientras yo subía por la pequeña escalera para abrir la trampilla de un empujón.
Llevado por el instinto, volví a bajar hasta el suelo y le tomé una mano. Para mi gran alivio, sonrió.
—¿Y te importa? —Estreché su mano—. Después de todo, estamos vivos.
—Sí… pero sigo pensando que hoy no debería haber salido de la oficina.
—Pues me alegro de que lo hicieras.
—Venga, vamos antes de que aparezca algo más por ese túnel.
Horas más tarde, después de que el sol hubiera conquistado el cielo, Gina y yo nos encontrábamos en un tren casi vacío en dirección a Londres. Abrí mis cansados ojos y paseé la vista por un vagón desierto. Algo me había despertado. Creía haber oído el zumbido de un insecto de los grandes. Presté atención unos minutos, pero solo distinguí el traqueteo del tren cruzando a toda velocidad la campiña a primera hora de la mañana.
Después de haber declarado ante la policía local, se había desatado el infierno. Todavía nos encontrábamos en la comisaría cuando llegaron los oficiales de policía, y, una vez confirmada la historia y anotadas nuestras direcciones, nos dejaron ir después de asegurarnos que no tardarían en ponerse en contacto con nosotros para corroborar los hechos. Aunque en aquel momento lo único que nos importaba era llegar a casa y meternos en una cama caliente.
Miré a la chica preciosa que dormía a mi lado y que utilizaba mi brazo a modo de almohada. Los hombros subían y bajaban mientras dormía. Transmitía una placidez contagiosa. Sentí una gran paz interior, y no solo porque todo hubiera acabado, sino porque había estado más cerca de ella que nunca.
Me puse a darle vueltas a lo que me había dicho cuando salíamos del túnel. Tenía razón, muy pocos, por decir alguno, creerían nuestra historia. Además, me daba la impresión de que cuanto más tiempo pasara, menos la creería yo mismo. Tal vez forme parte del gran proceso curativo del tiempo, un modo de conservar la cordura después de los sucesos inexplicables con los que a veces somos tan tontos de tropezar.
Cuando cerré los ojos y volví a caer en los brazos de Morfeo, únicamente fui consciente, además del continuo traqueteo del tren, de un leve latido, casi imperceptible, en la nuca.