11
CONGREGACIÓN
No encuentro palabras para explicar las náuseas que sentí al recobrar la conciencia. Fue como despertar después de haber sufrido un accidente de coche y tener resaca. Mather me había trasladado a otro lugar que no supe identificar hasta que conseguí enfocar la vista. Parecía diferente, pero no cabía duda de que me encontraba en el claro que había junto a la casa, y el sol se estaba poniendo. Una nueva punzada de dolor me traspasó la cabeza y lancé un gemido. El molesto pitido que me perforaba los oídos apenas me permitía oír nada. Sentí ganas de vomitar, pero ya podía olvidarme de ponerme en pie porque no podía moverme. Mather me había atado a un árbol con una cuerda gruesa, mirando hacia el claro; la casa quedaba a mi izquierda. Intenté dar la vuelta al árbol retorciéndome para ver si conseguía aflojar la cuerda, pero fue un esfuerzo inútil. Mather me debía de haber juntado las manos detrás antes de atármelas y después me había pasado otra cuerda por la cintura, que también había atado al tronco. Estaba claro que no quería dejar ningún cabo suelto. Tiré de los nudos varias veces para ver si se deshacían, pero no hubo Suerte. Tendría que esperar a tener la cabeza más despejada y a haber recuperado las fuerzas, así que me quedé quieto y cerré los ojos, indefenso, deseando que Mather tardara mucho tiempo en volver.
Supongo que volví a desmayarme, porque la noche había caído sobre la isla cuando abrí los ojos. Por fortuna, la luna llena lo bañaba todo con una pálida luz azulada. De vez en cuando oía un pájaro u otra criatura que se movía entre las ramas por encima de mi cabeza, o que se escurría entre las hojas del suelo, pero por lo demás todo estaba sumido en un completo silencio. Me sentí desdichadamente solo y más vulnerable que nunca.
Al cabo de un rato, no tengo ni idea de cuánto, un par de puntos verdes y luminosos aparecieron junto a uno de los árboles al otro extremo del claro. Al principio me dejé llevar por el pánico intentando imaginar qué criatura salvaje y extraña se habría interesado por mí, pero luego caí en la cuenta de que esos ojos únicamente podían pertenecer a un gato, y, por lo que sabía, solo había uno por los alrededores.
Estaba allí quieto, observándome, tal vez se preguntaba qué pensar del lío en que me había metido. Al poco rato se acercó con toda tranquilidad. En la oscuridad tenía mucho mejor aspecto, incluso daba la impresión de que se movía con un poco más de gracia y dignidad. Tal vez la noche sacara lo mejor que había en él.
Llegó junto a mis pies y se tumbó sobre su barriga, entre mis piernas. Me recordó a una esfinge diminuta cuando levantó la vista y me miró con la cabeza ladeada en actitud curiosa.
—Las cosas se han puesto feas —comenté, con una voz que apenas reconocí. La tenía ronca, débil, como si hubiera estado gritando durante horas—. Tengo la cabeza a punto de estallar.
El gato estornudó, hizo un ruidito de complacencia con la garganta y se puso a ronronear. Al menos uno de los dos se encontraba a gusto. Una de las orejas de Hopkins se estremeció, como si reaccionara ante algo, pero solo se trataba de una gota de agua. Se levantó, dio media vuelta y desapareció entre los árboles en busca de un cobijo más adecuado.
Cuando la lluvia arreció, levanté la vista hacia el cielo con resentimiento, preguntándome por qué razón no le caería bien al todopoderoso. A pesar de todo, el agua ayudó a aliviar en parte el dolor de cabeza y el de las muñecas. Cerré los ojos con la esperanza de volver a desmayarme.
«¿Quién lo sabe?», oí en un susurro, sin saber de dónde procedía. Abrí los ojos, pero no vi a nadie. La lluvia había cesado y seguía siendo de noche. El agua me chorreaba del pelo y de las cejas y tenía la ropa empapada, pero lo peor de todo era el dolor de las muñecas, que se había intensificado.
—¡¿Quién lo sabe?!
Me estremecí. Mather me había rugido la pregunta junto al oído. La cabeza me estalló de dolor. Se puso delante de mí y me alumbró con la linterna directamente a los ojos.
—Responda, ¿quién sabe que está aquí?
—No sé…
—Por supuesto que lo sabe.
—Bueno, mi editor… Y varios compañeros.
—¿Familia, amigos?
Parecía nervioso.
—Sí, algunos —mentí.
Se acercó y me puso el puñal curvado y siniestro bajo la barbilla. Tragué saliva concentrado en no mover la cabeza.
—La carta le ordenaba que no se lo dijera a nadie. ¡Quiero la verdad!
—Bueno, lo sabe mi editor… Y Gina.
—¿Quién es?
—Es la fotógrafa de la revista. Creo que le mencioné…
—Será mejor que no juegue conmigo, señor Reeves. —De nuevo hablaba en susurros—. Ni siquiera puede llegar a imaginar las consecuencias.
Segundos después, Mather apartó el puñal y se lo colocó en el cinturón.
—¿Dónde está…? —Tenía la garganta muy seca—. ¿Dónde está Maidon?
—Maidon está muerto. Muy muerto.
—¿Qué quiere decir con lo de «muy muerto»? ¿Qué ha hecho?
La opresiva necesidad de cerrar los ojos y volver a dormir se estaba haciendo insoportable, pero quería oír la respuesta de Mather.
—¿Sabe lo que es el nervio óptico?
—Tiene algo que ver con el ojo —mascullé.
—Correcto, es la fibra que conecta el ojo al cerebro.
—¿Y?
—Maidon dijo una vez en broma que le gustaría ver qué pinta tenían sus entrañas. ¡Bueno, pues ya lo sabe! Es increíble hasta dónde puede estirarse el nervio óptico.
Él sonrió de oreja a oreja. Yo sentí náuseas.
—No tiene ni idea de hasta qué punto está con el agua al cuello, ¿verdad? No quiero ni pensar qué va a encontrar la policía en ese pozo.
—No mucho —contestó, con una sonrisa—. Ya me encargaré de eso. Ahí no están todos los cuerpos, ¿sabe?
—Lo sé, arrojó unos cuantos al lago.
—Correcto.
—Maidon también me contó que usted heredó la casa, pero usted me dijo que se la había comprado a un anciano.
—Sí, eso le dije, ¿verdad? —Mather ahogó una risita, rascándose la barbilla con aire ausente y la mirada perdida en el firmamento nocturno—. Caramba, caramba… Pobre hombre, seguro que ya no sabe qué creer.
—Bueno, digamos que a partir de ahora no me tomaré todo lo que diga al pie de la letra.
No sé qué me empujaba a seguir hablando, tal vez intentaba retrasar lo inevitable.
—En realidad sí que heredé la casa de un anciano caballero, pero no se la compré exactamente.
—¿También acabó en la mesa de operaciones?
Miré a Mather con desprecio, pero no pareció molestarse.
—No… En aquel entonces el quirófano todavía no estaba preparado. Además, quería solucionar el problema lo antes posible y volver a casa. No me hacía gracia la idea de que Maidon se quedara a solas con ella. —Por un momento cometí la estupidez de creer que Mather demostraba una preocupación sincera por su antiguo cómplice, pero no duró mucho—. Confiaba a ciegas en el poder de la dama, pero Maidon tenía iniciativa cuando quería. Me preocupaba que consiguiera hallar un modo de escapar, o peor, de hacerle daño.
—Supongo que le tomó el pelo al anterior dueño, ¿no?, hasta que fue demasiado tarde.
—Bueno, no… No exactamente… Conocía la isla porque de joven había visitado el lago. En aquel tiempo la casa estaba en construcción y recuerdo que pensé lo maravilloso que sería vivir en un sitio como este. La paz, el aislamiento, la ausencia de distracciones… Poder dedicarse al trabajo de uno, alejado de una sociedad entrometida e ignorante, es un sueño. Necesitaba llevar a cabo mis experimentos cada vez con mayor frecuencia… Admito que siempre ha sido una adicción… Cuando la dama apareció en mi vida, decidí que había llegado el momento de marcharme de Londres y trasladarme a un lugar en que no solo pudiera trabajar sin intromisiones, sino también donde la dama pudiera alimentarse sin miedo a que se descubrieran los restos de sus festines.
»Recuerdo que hacía un día espléndido cuando llegué a Tryst. Ya había hecho algunas visitas al lugar en semanas anteriores para explorar el terreno y echar un vistazo a la isla. Dudo que el hombre hubiera reparado en mí las veces que alquilé un bote y navegué por el lago haciendo fotos y vigilándolo cuando salía de casa. Uno puede hacerse una idea bastante acertada del carácter y la fortaleza psicológica de una persona limitándose a observarla. Ese día me pareció el idóneo para llevar a cabo el trabajo que tenía entre manos. Por si acaso, hice un trato con el capitán del puerto para que mantuviera a los turistas alejados del lago hasta que yo volviera. Había calado al hombre desde el primer día, un tipo sin moral, interesado únicamente en su autocomplacencia. Le podría contar cosas sobre él que no creería… Cosas que le sorprendí haciendo…
»En fin, me quedaría corto al decir que el anterior dueño de la casa, el señor West, se sorprendió al verme. Creo que oír a alguien en la puerta de casa debió de ser tan inquietante como inesperado. Apareció al cabo de un rato con expresión sorprendida y me preguntó qué hacía en su isla. Al principio me mostré educado, había decidido que aquel día no zanjaría el asunto que me había llevado hasta allí de modo desagradable, habría sido bonito haberme mudado a la casa con un broche de oro. Por desgracia, me costó llevar al señor West a un terreno en que poder negociar de manera rápida e indolora. Le comuniqué que quería hacerle una propuesta, que deseaba comprar la isla y pagarla a buen precio, y que me gustaría dar una vuelta. La idea era sacarlo de la casa y eliminarlo sin perder tiempo. Enterrarlo hubiera sido una faena, pero habría valido la pena. Por desgracia, el señor West no se mostró nada colaborador. Insistió en que abandonara la isla y trató de cerrarme la puerta en las narices… Al final perdí los estribos y le di un empujón a la puerta, con lo que el hombre cayó al suelo del vestíbulo. Llevaba… Llevaba el puñal conmigo. ¿Sabe?, la ira no siempre saca lo mejor de mí, pero… Creo que el señor West sacó lo peor que llevaba dentro. Me enfureció que se empeñara en complicar tanto las cosas cuando podrían haber sido la mar de sencillas. —Mather bajó la vista y se pasó la lengua por los dientes en actitud pensativa—. La vida es así. Cuando acabé con él, arrastré su cuerpo hasta el bosque mientras buscaba desesperado el modo de deshacerme de él y de que no pudieran localizarlo mientras me encontrara en Londres preparando el traslado. Así fue como encontré el centro de investigación. Sudando como un condenado, arrastré el cadáver hasta el edificio y lo bajé al sótano. Antes había una escalera en el pozo que llegaba hasta el suelo. En el fondo había un desagüe que desembocaba en el lago y que se utilizaba para deshacerse de los desperdicios, y eso fue exactamente lo que hice. Arranqué la escalera de la pared del pozo y arrojé el cuerpo al interior para que se pudriera y se descompusiera junto al desagüe. Tal vez todavía hay parte de él allí abajo… en el fondo.
—Morboso hijo de puta, ¿cómo puede disfrutar asesinando a la gente de esa manera, destruyendo sus cuerpos?
No soportaba su proximidad, me ponía los pelos de punta y deseé haberme asegurado de que estuviera muerto después de haberlo empujado al pozo.
—Hace mucho tiempo decidí que no es la muerte, ni la enfermedad, ni la guerra nuclear lo que nos aterroriza. Lo que más nos aterra no es el mundo exterior, sino el interior. —Guardó silencio unos instantes, dejando en el aire lo que acababa de decir—. Somos lo que vemos en el espejo, pero también lo que no vemos. La sangre, los órganos, la carne, las… vísceras. Sin embargo, le damos la espalda porque es horrible, porque somos horribles. ¿Sabe?, si le damos la vuelta a la piel, somos la visión más aterradora que podamos imaginar y eso es algo que siempre me ha fascinado. ¿Quiere que le diga algo? Por eso lo hago. Deseo comprender por qué somos tan abominables una vez que nos quitan la piel.
—¡Está usted chalado!
—Y usted es un joven que todavía ha de descubrir las complejidades de la naturaleza.
Se enderezó, se subió la cremallera de la chaqueta y se dirigió hacia el borde del claro, hacia los árboles, entre los que desapareció camino de la playa. Estaba perplejo. ¿Por qué Mather sentía la necesidad de confiarme toda esa información? ¿Intentaba confesarse? Seguro que el sentimiento de culpabilidad no le quitaba el sueño.
Pasó un buen rato sin que se oyera nada. A pesar de la sombra que planeaba sobre mi destino, todavía me sentía aletargado y lento. Tal vez el golpe en la cabeza había embotado mis sentidos. Cuando luchaba por reprimir una nueva arcada, oí una voz que me llamaba. Cerré los ojos y me envolvió una acogedora oscuridad.
—Estoy aquí.
Volvía a tratarse de una voz de mujer, dulce y seductora.
—¿Dónde?
—Cerca.
—¿Qué quieres decir?
—No importa, escucha, tienes que rendirte. Todo acabará muy pronto.
—No estoy seguro de si eso suena bien.
—No te hará daño, solo hará lo que yo le permita.
—¿Mather?
—Sí.
—¿Quién eres?
—Nhan Diep.
—¿Qué? Debo de estar soñando.
—No, ni siquiera estás dormido.
Abrí los ojos para comprobarlo y vi que seguía en el claro y que nada sugería que estuviera soñando.
—No puedes ser el mosquito, no es posible.
—Lo es, hace mucho tiempo que tengo esta forma, pero, por fortuna, todo acabará pronto.
—¿Por qué?
—Porque estás aquí.
—¿Yo?
—Sí, te he estado esperando. —Guardó silencio, como si algo la hiciera vacilar—. Si le hubiera dejado, te habría matado la primera noche, mientras dormías. Si por él fuera, acabaría ahora mismo con tu vida, pero no puede. Aunque lo atormenta, no puede oponerse a mi voluntad.
—¿Por qué me has estado esperando a mí?
—Porque eres muy especial, Ashley Reeves.
—¿Especial?
—Creía que nunca te encontraría, pero por fin estás aquí. Eres mi salvación.
En ese momento oí unas voces que no estaban en mi cabeza, sino que procedían de la playa. Sentí que la presencia de Nhan Diep se desvanecía, y, poco después, había desaparecido.