10

ABSOLUCIÓN

—A veces creía descubrir algo espeluznante en la mirada de Mather. Al principio me dije que era cosa de mi imaginación, pero más tarde me di cuenta de que le pasaba algo, era imposible que las atrocidades que cometía fueran todas en nombre de la ciencia.

Maidon se puso en pie y comenzó a pasear nervioso por la estancia. Su ropa pertenecía a una década olvidada y su piel tenía el tono pálido de la descomposición, de la muerte. El aspecto general era el de un hombre aferrándose a la vida por una razón desconocida, aunque importante, a pesar de que la muerte casi lo había llamado a su lado.

—Esa noche, Mather había acabado de operar a un hombre que había escogido en los aledaños de la estación del tren —continuó—. Le había practicado unas incisiones profundas en las muñecas y le había seccionado los tendones para cambiárselos de sitio y volver a unirlos. Quería que el hombre creyera que estaba moviendo un dedo, cuando en realidad movía otro. Aquello no tenía justificación, pero yo… Tal vez fue la bebida o las drogas, porque solía abusar de ambas. Nunca vi qué les ocurría a los que sobrevivían a los experimentos. Supongo que los mataba, si no, habrían… Quizá por eso le resultó tan fácil controlarme, porque yo casi siempre estaba colocado. De todos modos, esa noche en concreto estábamos esperando a que el sujeto se despertara cuando oímos que alguien llamaba a la puerta con mucha suavidad… —Maidon ahogó una risita—. A veces, Mather y yo pensábamos lo mismo, porque dijo exactamente lo que a mí me pasaba por la cabeza en ese momento: «Oí un golpe de repente, como si alguien llamara suavemente a la puerta de mi habitación». Es del poema El cuervo, de Edgar Allan Poe. Me puso nervioso oír esas palabras en alto. Me acerqué hasta la puerta y la abrí. Jamás he tenido ni tanto miedo ni tanto frío como esa noche ante aquella monstruosidad. Desprendía un brillo rojizo muy intenso y su zumbido producía un soniquete espantoso. Se suspendía delante de mí hasta que retrocedió, como si fuera a embestir contra mi cabeza. Me cubrí la cara con las manos, pero me pasó volando por el lado, junto a la oreja, en dirección a Mather.

»Me volví creyendo que me encontraría a Mather peleándose con el bicho, pero el mosquito se posó sobre el busto de Florence Nightingale que había pertenecido a la difunta tía de Mather, y se quedó allí observando a Mather, como si lo estudiara.

»Cerré la puerta y me acerqué a la mesa. El pie del paciente empezó a dar sacudidas, anuncio de que pronto recuperaría la consciencia. Mather seguía absorto en su mirada, creo que incluso sonreía. Jamás había visto un insecto tan grande. Mather se acercó al busto, se detuvo delante del mosquito y, mirándolo fijamente, recitó otro verso del poema: «¡Decidme cuál es vuestro distinguido nombre, en los dominios plutónicos de la noche!». El mosquito aleteó con más fuerza y emitió un extraño zumbido agudo que me traspasó la cabeza. El dolor era insoportable. Tuve la sensación de que la criatura intentaba bloquear mis pensamientos para que no oyera algo, así que me alejé hasta el otro extremo de la habitación para aclarar las ideas. Mather también se frotaba la frente, pero no parecía que le afectara tanto como a mí. Estaba boquiabierto y los ojos se le salían de las órbitas. El insecto le estaba haciendo algo, algo raro.

»En la mesa, el brazo izquierdo del hombre se estremeció y el sujeto soltó un gruñido. “Dios santo, se está despertando”, pensé. Me acerqué a su cabeza y vi que empezaba a parpadear. Miré a Mather para que me dijera qué hacer, pero él seguía absorto en el mosquito.

»—¡Ven aquí, por el amor de Dios! —le grité—. Está despertándose.

»Mather se volvió hacia mí, sonriente.

»—¿No me digas? Qué oportuno —respondió.

»—¿Oportuno? ¿Qué dices? Necesita más anestesia.

»—¡No! —Mather se acercó a mí y me cogió por la muñeca—. No gastes más, no la va a necesitar.

»—¿Qué?

»—Ya lo verás. —Me soltó el brazo, volvió a mirar el insecto y le hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. Adelante —lo invitó—, sírvete tú misma.

»Lo miré atónito preguntándome qué locura se había adueñado de él. En ese momento, el mosquito se alzó era el aire y se lanzó derecho al cuello del paciente.

»—¿Qué hace? ¿Por qué está…?

»Comprendí demasiado tarde lo que iba a suceder. El mosquito clavó la trompa con aguijón en la yugular del pobre hombre. Retrocedí anonadado. Por si el tamaño de esa cosa no era lo bastante aterrador, el modo en que le chupó la sangre a la víctima lo fue sin duda. El cuerpo del mosquito fue creciendo hasta que alcanzó el doble de su tamaño anterior. Tiré a Mather de la manga.

»—Deberíamos salir de aquí y llamar a alguien —sugerí—, alguien que sepa de bichos como ese.

»El mosquito continuó alimentándose hasta que tuvo el cuerpo hinchado de sangre. A continuación, apartó el tubo, aleteó un momento y se posó tan tranquilo.

»—Un espectáculo sublime —comentó Mather.

»—¿Qué narices es eso?

»—Algo muy especial, eso seguro. Muy, muy especial.

»—¿Especial? Por Dios santo, ¿no creerás que vamos…?

»En ese instante, empezó a ocurrirle algo al cuello del paciente que me dejó mudo. Mather también se había dado cuenta.

»—¡Santo cielo! —murmuró.

»El insecto se alejó del paciente y se posó en el busto. Lo que momentos antes no había sido más que un pinchazo se estaba convirtiendo en un agujero humeante que iba ensanchándose y del que salía un olor nauseabundo a carne putrefacta. El paciente estaba totalmente consciente y agitaba los brazos desesperado. Instantes después… empezó a chillar.

»La saliva del mosquito había consumido la mitad izquierda del cuello del hombre. Intenté poner fin a su sufrimiento inyectándole una dosis mortal de morfina, pero Mather me detuvo. Tuve que ver cómo moría el pobre hombre. Aquella noche la mente de Mather sufrió un cambio. Había hecho cosas espantosas antes, pero desde aquella noche en adelante se volvieron más atroces. Estaba a punto de decir que acudiría a la policía, pero antes de que pudiera hablar, el mosquito alzó el vuelo y se posó sobre la mesa, delante de mí.

»—Sé lo que vas a decir —me susurró Mather al oído— y ella también.

»—¿De qué…? ¿De qué estás hablando?

»Forcejeé con él para tratar de soltarme, pero me tenía sujeto con fuerza. Mather soltó una carcajada, pero al final me dejó ir. Me alejé tambaleante de la mesa y pisé el charco de sangre que había en el suelo.

»—Por lo visto, la dama lleva un tiempo buscando a alguien como yo.

»Mather sonrió y alargó una mano. El mosquito voló hasta su palma.

»—¿Qué haces? ¡Aléjate de esa cosa o te matará!

»Retrocedí un paso hacia la puerta. Mather profirió una risa espeluznante.

»—No tiene intención de hacerme daño, Maidon. La salvación se presenta de muchas formas distintas.

»—¿La salvación? ¿De qué estás hablando?

»—Todavía no estoy seguro del todo, pero lo sabré con el tiempo. —Miró el mosquito con cierta adoración—. Creo que tiene mucho que enseñarme. —Volvió a reír entre dientes—. Venga, sé un buen chico y no la disgustes, no querrás correr el mismo destino que este pobre hombre, ¿verdad?

»—¡Por amor de Dios, Mather, mira este desastre! ¡Esa cosa es peligrosa! Tenemos que decírselo a alguien.

»—¿De qué estás hablando? ¿Decírselo a quién? —Se acercó a mí, mirándome fijamente—. ¿Qué crees que pasará si le explicas a la policía los detalles de nuestros experimentos? ¿Eh? Que nos encerrarán a ambos y arrojarán la llave. Lo sabes. Eso, claro está, si ella no te atrapa antes.

»La idea de ser la próxima víctima de la criatura pudo más que yo. Parecía como si tuviera controlado a Mather, por eso no se mostraba hostil con él. De hecho, a partir de aquella noche se hicieron inseparables. Seguí ayudándole con sus experimentos, incluso cuando se hizo evidente que no quedaba en él ni una brizna de curiosidad científica. Mutilar a esa pobre gente le reportaba placer, pero siempre se defendía cuando yo cuestionaba sus métodos. Me aseguraba que era el único modo de aprender más sobre el cuerpo humano y sobre la conexión entre el cuerpo y la mente.

»Poco después de aquella terrorífica noche, Mather me anunció que se trasladaba lejos de Londres, a una isla que había comprado. Le pregunté cómo se las había arreglado para comprarse toda una isla y me explicó no sé qué sobre una herencia. Aunque me lo aseguró una y otra vez, no me convenció. Intenté alejarme de él y le supliqué que me dejara en paz, pero ni siquiera me escuchó. No confiaba en mí y quizá tuviera razón.

»De repente, un día me invitó a su casa por un tema de gran urgencia. Cuando llegué, le pregunté si había ocurrido algo malo y él respondió que algo había ocurrido, pero que era magnífico. La Ganges Roja estaba con él y parecía igual de nerviosa. Mather dijo que tenía que adelantarse e ir a la isla por un día o dos para asegurarse de que todo estuviera dispuesto para el traslado. Debí de palidecer cuando me informó de que la dama se quedaría en casa para vigilarme. Insistí en que no había necesidad, que no causaría problemas, pero ni siquiera fingió que me escuchaba. Se fue aquella noche y me dejó con el mosquito, el cual parecía encantado con su función de vigilancia. Podía moverme con total libertad por la casa, pero por lo demás era un prisionero. Me resultó extraño que Mather fuera capaz de separarse del insecto pues hasta entonces jamás se habían alejado el uno del otro. Mather regresó a la segunda noche de su partida, pero no comentó nada acerca de cómo le había ido el viaje, únicamente que todo estaba como debía estar y que nos mudábamos a la semana siguiente. Ni me molesté en insistir en que prefería quedarme allí. No habría servido de nada.

»Llevamos muchos años en la isla, creo que ya he perdido la cuenta. La casa estaba aquí cuando llegamos e ignoro la suerte que corrió el anterior dueño. Mather dijo que no sabía nada de la historia de la casa salvo que un tal Cotton, un benefactor, se la había dejado junto con el resto de la isla. Esta caravana también estaba aquí cuando llegamos y Mather me dijo que sería mi hogar, que ya me haría saber cuándo requeriría mi ayuda. Me trae comida una vez a la semana. No es mucho, pero lo suficiente para ir tirando. En muchos sentidos, me siento como un animal, un animal enjaulado obligado a servir a su dueño. Aunque ¿qué otra cosa puedo hacer? No puedo reintegrarme en la sociedad, no después de todo lo que he visto y he hecho, y sé que Mather dejaría suelto el mosquito para que me diera caza y acabara conmigo. No, es imposible que pueda escapar.

Maidon era un hombre cansado, cansado de muchas cosas. Descorrió ligeramente una cortinilla y volvió a echar un vistazo por la ventana.

—¿Todavía le trae comida? ¿Aunque ya no le ayude con los experimentos?

—Sí… Creo que no es capaz de abandonarme del todo y que tampoco quiere matarme… salvo que tenga que hacerlo. Hemos pasado muchas cosas juntos. Por raro que parezca, creo que me considera su amigo, aunque ni él mismo se dé cuenta.

—¿Nunca ha intentado escapar?

—¿Adónde iría? ¿Qué haría? Estoy encadenado a Mather, a esta isla y a los horrores que he visto. No puedo irme, no sabría cómo sobrevivir… Además, está ella…

—¿Ella?

—Mather tiene un libro que se titula Su historia. Dice que es…

—Un momento, lo he leído. Bueno, unas páginas. Mather me señaló un capítulo titulado «La leyenda de Nhan»…

—Diep.

—Sí, eso es.

—¿Ha leído la historia?

—A medias, me quedé dormido. Mather me contó algo más esta mañana, me explicó la parte en la que ella abandona a su marido por un marino mercante.

—Sí, si no hubiera aparecido ese marinero, las cosas podrían haber sido distintas.

—¿La historia tiene importancia?

—Tal vez sea la explicación de todo.

—Pero si no es más que una leyenda. Como eso de que la Ganges Roja puede… penetrar en las mentes de los hombres.

—Creo que hay algo de verdad en la historia. Permítame contarle el resto de la leyenda, podría ayudarle.

—Está bien…

—Seré breve, se lo prometo, Veamos… El barco mercante… Ah, sí, trataban a Nhan Diep como a una reina. Ya no tenía que trabajar, de lo único que debía preocuparse era de estar hermosa para su nuevo marido.

Tropecé con la mirada atormentada de Maidon y tuve la sensación de que aquella conversación era tan beneficiosa para mí como para él. No había hablado con nadie más que con Mather durante años. Debía de resultar reconfortante tener a alguien con quien charlar.

—Ngoc Tam buscó a su mujer durante días, creyendo que la habían raptado —prosiguió Maidon—. Un día, a punto de abandonar un puerto en el que había atracado para abastecerse para el resto del viaje, creyó ver a su esposa tomando el sol en la cubierta del largo navío que en aquellos momentos era su hogar. Ngoc Tam dejó caer lo que llevaba en las manos y se la quedó mirando, incapaz de creer lo que estaba viendo. En aquel momento, el marino mercante salió de la cabina, besó a Diep con ternura en la mejilla y se tumbó a su lado. Tam se puso furioso. Asaltó el barco mercante y arrojó al agua a dos guardias cegado por la ira. Exigió saber qué estaba ocurriendo y, atónito, escuchó decir a Diep que había escogido al marino mercante, quien le había prometido todo lo que pidiera. Tam guardó silencio unos instantes mientras el marino se preguntaba cómo se resolvería la situación. Tam asintió con un gesto de cabeza y se resignó ante la evidencia de que había perdido a su dama. Sin embargo, antes de irse exigió a Diep que le restituyera las tres gotas de sangre que le había dado para devolverle la vida. Diep soltó una carcajada y se encogió de hombros. A continuación, se hizo con un cuchillo que había en un cuenco y se hizo un corte en la punta del dedo índice…

—¿Le devolvió la sangre?

—Bueno, Diep creía que se había vuelto loco y solo pretendía complacerlo con la esperanza de que la dejara en paz cuanto antes. En cualquier caso, cuando Tam recibió la sangre en la palma de la mano, tuvo lugar una transformación. Diep se alzó de los cojines en los que descansaba y empezó a menguar, su cuerpo empezó a retorcerse y a doblarse sobre sí mismo. Tam y el marino mercante retrocedieron horroriza¬dos ante lo que estaban presenciando. En cuestión de segundos, Diep alcanzó el tamaño de una mosca, aunque a diferencia de esta, ella tenía un largo aguijón que se extendía desde la cabeza. Un aguijón concebido para una sola cosa.

—Sangre.

—Exacto, pero no cualquier sangre, sino la sangre de Tam, solo así podría volver a convertirse en una mujer. Voló hasta él, pero Tam la dejó aturdida cuando trató de espantarla. Al volver a levantar el vuelo, Tam ya se había ido. Diep desconocía el camino de regreso a casa, por lo que tuvo que emprender la búsqueda desesperada y sin descanso de su marido… —Maidon frunció los labios, juntó las manos y se miró los pies. Acto seguido, ahogó una risita—. A pesar de todo, es una bonita historia —comentó.

—Sí, aunque perdone que insista, pero ¿qué tiene que ver con nuestra situación?

—Creo que la historia explica la existencia de la Ganges Roja.

—¿Qué? ¿No creerá que… la Ganges Roja es… Nhan Diep?

—Sí.

—¿Porqué?

—¿Por qué no? He oído cosas más extrañas.

—Yo no.

—Si conoce las historias sobre la Ganges Roja, el extraño poder que ejerce sobre Mather y su sed de sangre a pesar de que no puede reproducirse, entonces…

—Venga, hombre. —Solté una carcajada—. Eso es tener mucha imaginación. De acuerdo que el mosquito es extraordinario, pero no es más que un fenómeno de la naturaleza, solo eso. No existe ninguna prueba que sugiera que tenga algún tipo de relación con la leyenda. Es decir, ¿ha experimentado usted algún tipo de fenómeno extraño estando cerca de ella?

—Directamente no, pero se comunica con Mather, de eso estoy seguro.

—Imaginaciones de Mather… Eso o está jugando con usted.

—No, no. Antes de que ella llegara, Mather se comportaba de forma normal, bueno, aparte de los experimentos.

—Está bien —le concedí—, digamos que hago un gran esfuerzo de imaginación y creo que es verdad, entonces ¿qué hace Nhan Diep aquí exactamente? ¿Qué busca?

—Creo que está haciendo que Mather la ayude. Él y yo atraemos a gente a esta isla y ella se alimenta de ellos con la esperanza de que algún día encuentre…

—¿La sangre de su marido? ¡Eso es de locos!

—Sí, bueno, Mather está convencido, estoy seguro. Sea cierto o no, conque crea en ello ya es suficiente para ponernos en peligro.

Miré la ojerosa cara de Maidon, sus marcadas y pálidas facciones. Era un prisionero y actuaba como tal.

—Está bien, ¿no vendría siendo hora de largarse de aquí? —pregunté.

—Ya se lo dije, yo no voy a ninguna parte.

—Pero…

—No puedo irme.

¿Por qué?

—¿Es que no me ha estado escuchando? No puedo reintegrarme en la sociedad. Además… Creo que ella sabría que trato de huir. Aunque consiguiera salir vivo de la isla, ella me encontraría y me lo haría pagar. Sin embargo, a usted aún le queda una oportunidad, no ha estado expuesto a ella demasiado tiempo…

En ese caso le enviaré ayuda tan pronto como llegue al pueblo. —Me levanté—. Mather comentó en el sótano algo sobre una libélula y parecía bastante preocupado. ¿Eso le dice algo?

—No recuerdo que nunca dijera nada sobre una libélula. Salvo que sea…

Maidon frunció el ceño, dándole vueltas a algo.

—Mather cree que es una amenaza —añadí—. Creo que la llamó la Yemen algo.

—¡La Yemen! Sí. Así que la Yemen es una libélula… Ahora todo tiene sentido. Las libélulas se alimentan de mosquitos. Ha debido de venir a por ella.

—¿Quién?

—¿Recuerda el genio de la historia de Nhan Diep?

—Sí.

—Una de las formas que adoptaba era la de una libélula, y se supone que es inmortal, así que… Tal vez sea cierto, tal vez ha venido a por ella, a detenerla. Eso explicaría por qué se han ido todas las moscas.

—¿Usted también se ha dado cuenta?

—Sí. Debe de llevar por aquí algún tiempo, observándola y asegurándose de que por fin la ha encontrado. Quizá haya expulsado los demás insectos para que no lo distraigan. Libélula del Yemen debe de ser el nombre moderno, como Ganges Roja. Tiene que haber estado siguiéndola desde hace mucho tiempo, razón de más para que salga de esta isla tan pronto como le sea posible. No me gustaría encontrarme en medio de ese enfrentamiento.

Pensé que el tipo deliraba. El hombre creía ciegamente en la leyenda, tanto como el propio Mather. Hice un último intento para persuadirle de que abandonara la isla conmigo.

—¿Está seguro de que por lo menos no quiere intentar salir de aquí?

—Ashley, lo último que merezco de nadie es compasión. Hace mucho tiempo que perdí ese derecho. Soy un monstruo, como Mather o la dama.

—¿De modo que tiene intención de morir aquí?

—Mi destino está ligado al de Mather, siempre lo ha estado.

Reflexioné unos instantes. A pesar de lo que Maidon había hecho, me resultaba imposible no sentir pena por él. Había desafiado a Mather cuando las cosas habían ido demasiado lejos y luego se había visto obligado a seguir ayudándole en contra de su voluntad.

—Bueno, ¿cómo salgo de la isla si no puedo utilizar el bote de Mather?

—Se lo enseñaré —dijo, levantándose y abriendo con cuidado la puerta de la caravana.

Echamos un cauteloso vistazo a nuestro alrededor en busca de alguna señal de Mather y prestamos atención a los susurros o los chasquidos de las ramas en cuanto pusimos un pie en el suelo del bosque. Una vez que Maidon se convenció de que estábamos solos, me miró y me hizo un gesto con la cabeza para indicarme que el camino estaba despejado y que podíamos continuar. Ya casi era mediodía. Lo único que anhelaba era encontrarme de vuelta en casa y poner toda la distancia que fuera posible entre la isla y yo.

—Vamos —me indicó Maidon.

Seguí su paso apresurado aunque no tenía ni idea de adónde me llevaba. Mi instinto me dijo que nos dirigíamos hacia la casa, pero si fuera así, en algún momento tendríamos que haber salido al camino. Al cabo de unos cinco minutos, Maidon se detuvo en lo alto de una pequeña elevación y me esperó.

—Está allí abajo, al pie de la colina.

Empezamos a bajar la pendiente.

—Pero si allí abajo no hay nada —objeté.

Maidon no respondió, así que me limité a seguirle y a dejarme resbalar de vez en cuando para no caer rodando.

Cuando llegamos al pie de la colina, Maidon estaba esperándome en medio de un pequeño claro, vuelto hacia mí. Me puse a su lado con mirada inquisitiva mientras Maidon estudiaba el suelo bajo nuestros pies. Seguí la dirección de su mirada y al principio no distinguí nada interesante aparte de tierra, hojas y ramas rotas… hasta que lo vi.

Estaba bien camuflado. Un grueso y viejo cabo que asomaba poco más que unos centímetros. Por lo visto, los extremos quedaban ocultos bajo el manto otoñal, supuestamente atados a algo. Maidon se agachó, cogió el cabo con ambas manos y poco a poco fue enderezando el cuerpo, apoyándose en las piernas y sujetando el cabo con firmeza. Lentamente, la cuerda fue quedando a la vista y levantando tras ella una sección cuadrada de suelo que al final resultó ser una escotilla de madera. En aquel momento se oyó un extraño estruendo y Maidon soltó la cuerda. Lo miré y vi que se tambaleaba hacia atrás y se llevaba las manos a la frente, que sangraba en abundancia.

Resbaló, cayó boca arriba y se golpeó la cabeza contra el suelo con dureza. No volvió a moverse. Supe lo que había ocurrido incluso antes de confirmarlo. Me volví lentamente hacia la izquierda y vi la figura desesperada que sujetaba sobre su cabeza una pala con la que estaba a punto de asestar un nuevo golpe. En sus ojos no había ni ira ni sed de venganza, solo deseos de matar. Tuve menos de un segundo para prepararme antes de que la hoja fría y dura de la pala de Mather me golpeara la cara.