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REVELACIÓN

Mather estaba absorto en sus pensamientos cuando me reuní con él en la cocina. Lavaba los platos, pero muy lentamente. Estaba a punto de preguntarle si algo iba mal cuando, al verme en la puerta, dio un respingo y casi se le cae la taza que tenía en la mano.

—Discúlpeme —me excusé—, no pretendía asustarle.

—No, si en realidad es culpa mía. Estaba ensimismado… —Parecía incómodo, aunque no comprendí por qué—. Ah, ¿ya se va? —preguntó al ver que llevaba la mochila colgada del hombro.

—Sí, dentro de nada. Me espera trabajo en la oficina, ya sabe, pero no me importaría echar un vistazo rápido a la isla antes de irme.

—Ah, bien, espere, que acabo con esto y le acompaño.

—Oh, no, es muy amable, pero si no le importa preferiría ir solo. Quería sacar algunas fotografías de la casa y del lago para el artículo… si no tiene ningún inconveniente.

—Bueno, no…

—Le aseguro que me hago cargo de lo que dijo antes, que no quiere gente merodeando por aquí, pero solo sacaré fotos generales a los árboles y al lago, nada que pudiera revelar su paradero.

—¿Me da su palabra?

—Por supuesto.

—Bueno… Está bien. Haga lo que quiera, pero recuerde que no quiero que aparezca ningún nombre en el artículo, perdone que insista en ello.

—Sí, me hago cargo. No se preocupe, estaré de vuelta de aquí a media hora y luego podemos partir si le parece bien.

—De acuerdo.

—Perfecto. Sonreí y di media vuelta, pero Mather se quedó junto al fregadero, como si esperara a que me fuera.

—Bueno, entonces me marcho. Nos vemos de aquí a un rato. Justo cuando salía, Mather añadió:

—Vaya con cuidado y no se aleje demasiado… El camino es peligroso más allá del cobertizo del bote, hay todo tipo de plantas venenosas. Siempre me mantengo alejado de esa parte de la isla.

—Ah, vaya, de acuerdo. Iré con cuidado.

Fuera se respiraba un aire fresco y agradable. Atisbé un movimiento con el rabillo del ojo y al volverme hacia la casa vi que se movían las cortinas del salón. Retrocedí unos pasos, hasta el lindar del bosque, y saqué la Nikon de la funda para comprobar si funcionaba correctamente. Todo estaba en orden, así que saqué unas cuantas fotos de la casa desde distintos ángulos antes de devolver la cámara a la funda. Me pregunté cómo sobrevivía Mather allí solo. No había demasiada gente que estuviera preparada para vivir tan aislada. ¿Había sido la experiencia con Maidon la única razón para tomar una decisión tan drástica? Me intrigaba el aspecto psicológico de su situación. Me consideraba una persona bastante solitaria, pero me costaba imaginar que pudiera apañármelas sin una interacción social regular, me volvería loco. Tal vez no nos demos cuenta de hasta qué punto dependemos de los demás hasta que nos encontramos realmente solos. Sin embargo, a juzgar por lo que había visto, parecía que Mather llevaba bastante bien su aislamiento.

Me encaminé hacia la playa, pero luego cambié de opinión. No quedaba por ver nada que valiera la pena en esa dirección y estaba seguro de que obtendría mejores vistas del lago desde cualquier otro punto de la isla, así que tomé el camino que había descubierto con anterioridad. Por fortuna, había apartado un montón de ramas del camino durante la excursión, de modo que me resultó más fácil avanzar. No tardé mucho en alcanzar las rocas que se cernían sobre la segunda cala. Saqué la cámara, me pasé la correa por el cuello y miré el lago a través del objetivo. Parecía que al final acabaría haciendo buen día. Varios jirones de nubes se deshilachaban en el cielo y la superficie del lago relucía bajo el sol de la mañana. El contraste con el día anterior no podía ser mayor. Saqué unas cuantas fotos de la gran extensión de agua y, a continuación, retomé el camino, aunque esta vez me dejé la cámara colgando del cuello.

El sendero terminaba junto a las rocas. Además de la playa y el cobertizo del bote, solo había una vegetación muy densa. Sin embargo, al dar media vuelta vislumbré un pequeño espacio abierto entre los árboles. Mather me había advertido que no fuera en aquella dirección, pero tal vez exageraba. Me acerqué a la pequeña abertura y eché un vistazo, aunque lo único que vi fueron ortigas y ramas. Me metí las manos en los bolsillos y avancé con cuidado.

Al principio tuve que hacer algo de fuerza para abrirme camino, pero tras apartar a un lado varias ramas con los hombros, descubrí que el nuevo sendero no se diferenciaba demasiado del anterior. Serpenteaba en dirección al otro extremo de la isla, así que aceleré el paso.

Los árboles estaban habitados por cientos de pájaros, aunque no los veía. Hasta el momento solo había sacado fotos de la casa y del lago, pero quería plasmar parte de ta flora y fauna local por si al final no conseguía fotografiar la Ganges Roja. Siguiendo el camino vislumbré la parte trasera de la casa de Mather. Me adentré un poco entre los árboles en busca de una posición mejor y pronto me vi recompensado. Al final del pasillo había una ventana con una cortina. Debajo había una pequeña construcción de madera, un poco más grande que una caseta de perro, que debía de albergar el generador. A pesar de que Mather había dicho que no utilizaba demasiada electricidad, seguro que la máquina le era de gran utilidad. Traté de imaginarme acabado de naufragar en la isla, de noche y con unas míseras velas para ir de un lado al otro. No era una idea demasiado reconfortante.

La imagen de la casa y el generador era lo bastante escalofriante para darle al artículo la atmósfera adecuada. Saqué varias fotos seguidas entre las ramas y el ruido del disparador espantó algunos pájaros. Una vez satisfecho, regresé al sendero y retomé el paseo.

El canto de los pájaros sonaba distante, como si esa parte de la isla no les interesara. La vereda se ensanchaba, se estrechaba y a veces casi desaparecía. Fui silbando alguna que otra melodía o escuchando el rumor de las ramas balanceándose al viento por el camino, preguntándome si habría algo de interés al final del sendero.

CENTRO DE INVESTIGACIÓN

DEL LAGO DE LA LANGUIDEZ

ISLA DE ARIES

PROHIBIDO EL PASO

La señal colgaba ligeramente ladeada de una puerta que barraba el camino y, aunque las letras apenas se leían, me llamó la atención. Las malas hierbas se enredaban en los hierros de la puerta y cubrían la alambrada. Estaba claro que todo aquello llevaba bastante tiempo abandonado, por lo que enseguida se me planteó una cuestión: ¿Por qué me había dicho Mather que no había más construcciones en la zona? Sí que me había comentado que no iba por esa parte de la isla muy a menudo, pero me costó creer que ignorara la existencia de ese centro de investigación.

Me quedé mirando la señal durante un rato, incapaz de avanzar por culpa de aquellas palabras tan simples y a la vez tan imperiosas:

PROHIBIDO EL PASO

Saqué un par de fotos y a continuación me acerqué a la puerta. Se me antojó extraño que hubiera un centro de investigación al final de aquel sendero tan poco usado. Aunque llevara cerrado algún tiempo, habría esperado algo más que una vereda. Tal vez se podía llegar al centro por otro lado, quizá desde la playa. Eché un vistazo a mi alrededor con nerviosismo, entre los árboles, por si captaba algún movimiento, aunque no esperaba encontrarme con nadie. Trepé a la puerta, pasé las piernas por encima y me dejé caer al suelo. El camino continuaba al otro lado y doblaba hacia la izquierda.

Al volver el recodo, vi un edificio de ladrillo a pocos pasos. No cabía duda de que estaba abandonado. El tiempo y el clima habían dejado su huella, y el denso follaje a ambos lados intentaba asfixiarlo lentamente. Cogí la cámara y retrocedí unos pasos para que cupiera en el objetivo. En aquel momento, un conejo salió de los arbustos a unos metros de mí y se quedó allí parado, con la cabeza ladeada, como si me mirara con burla. Saqué la foto con el animal al fondo. El conejo, sorprendido por el ruido del disparador, dio media vuelta y desapareció de un brinco en el bosque. Bajé la Nikon y volví a mirar el edificio. Estaba a menos de dos kilómetros de la casa. ¿Cómo era posible que Mather ignorara su existencia?

El exterior no me proporcionó pista alguna acerca del tipo de investigación que allí se hubiera llevado a cabo. Sin embargo, al acercarme al porche, vi una pequeña placa en la pared, a la izquierda de la puerta.

CENTRO DE INVESTIGACIÓN MARINA

DEL LAGO DE LA LANGUIDEZ

Una tupida y lustrosa enredadera arrollaba los postes de madera que aguantaban el tejadillo del porche. La mitad superior de la puerta de entrada era de cristal, que se había vuelto marrón a causa de la humedad y el polvo acumulados durante años. La parte inferior estaba combada y podrida. La pintura blanca aún aguantaba en algunos puntos, pero en su mayoría se había desconchado hacía muchos años. Giré el pomo, que cedió sin protestas. En cuanto le di un empujón a la puerta y entré, me asaltó un olor a madera mohosa, a vegetación húmeda y a algo más. Se parecía al olor repugnante de la carne en descomposición, aunque era peor.

La estancia en la que me encontraba era una pequeña recepción de la que solo quedaban las paredes. Donde una vez hubo varias sillas atornilladas al suelo, ahora solo quedaban los agujeros en el pavimento. En el suelo, a la derecha, estaban esparcidos los añicos de un jarrón roto que la mugre había vuelto verde. La página de una revista, que el tiempo había descolorido y blanqueado casi en su totalidad, había quedado grabada en el linóleo, como un tatuaje fortuito.

Crucé el pequeño vestíbulo hasta una puerta medio entornada que daba a una estancia más grande. La luz inundaba lo que en su tiempo debió de ser un gran laboratorio. Allí olía aún peor y me costaba tratar de ignorarlo. Los cristales rotos crujían bajo mis pies. La luz verde que se traslucía a través de las hojas que cubrían una de las ventanas iluminaba unos tanques enormes tipo acuario colocados a lo largo de la pared de la derecha. Algunos estaban intactos y otros sufrían distintos grados de deterioro. Delante había unas mesas altas cubiertas de mugre y restos. Supuse que el personal las había utilizado para llevar a cabo sus experimentos. Avancé hasta el centro de la habitación y vi un taburete empotrado en uno de los tanques de la pared de la derecha. No cabía duda de que se trataba de un acto vandálico, pero ¿quién haría una cosa así? ¿Habría ocurrido antes o después de que Mather llegara a la isla?

Al fondo de la habitación había tres puertas. La primera, la de la izquierda, daba a una estancia anexa que parecía ser la sala para el personal, con lavabos y un armario bastante grande. Me fijé en una vieja revista científica, similar a El eslabón perdido, que había en el suelo, relegada a un rincón de una patada. Me acerqué y le eché un vistazo. Estaba abierta por un artículo sobre una plaga de termitas y variedades raras de las así llamadas «supertermitas». Alguien se había interesado por los autores del artículo, Pat Harold y C. H. Peters, porque habían trazado un círculo alrededor de los nombres con un rotulador. Dejé la sucia revista donde estaba y regresé al laboratorio.

La puerta de en medio, la opuesta a la recepción, era la salida de emergencia. A la derecha había otra puerta. Giré el pomo y empujé, pero apenas cedió; por lo visto estaba encajada en el marco. Tuve que darle una fuerte patada para que se abriera lo suficiente y permitiera colarme en el interior.

Me encontré en lo alto de una escalera de peldaños de cemento. Busqué un interruptor a los lados antes de caer en la cuenta de que el generador, donde se encontrara, seguramente no funcionaría. El hedor había empeorado, tenía la sensación de que casi podía tocar las ráfagas hediondas que venían de abajo. A pesar del posible peligro, el periodista que llevo dentro estaba decidido a descubrir qué había allí al fondo, en la penumbra.

Como no llevaba linterna, regresé al laboratorio, donde había luz natural, y saqué el flash de la cámara de la funda. Por fortuna, igual que la Nikon, el remojón del día anterior no lo había dañado. Lo coloqué en la pestaña de la cámara y esperé a que se cargara antes de dispararlo para probarlo. Solo me quedaban dos fotos en el carrete, así que no vi la necesidad de sacarlo. El flash funcionaba bien. Regresé junto a la puerta y esta vez le di varios empujones con el hombro hasta que se abrió del todo y se estampó contra la pared. Gracias a la poca luz que se colaba por la puerta, pude bajar medio tramo antes de necesitar el flash. Al primer disparo, vi la otra mitad de la escalera, de modo que pude bajarla en la oscuridad mientras retenía la imagen en la cabeza.

Llegué al pie de los escalones y volví a disparar el flash. Esta vez la luz reveló un pequeño sótano con estanterías y cajas puestas unas encima de otras. Estaba seguro que en uno de los rincones había vislumbrado una lámpara de aceite encima de una mesilla. Cerré los ojos y estudié la imagen que había quedado grabada en las retinas. Seguro que había algo en esa dirección. Avancé hasta el rincón y volví a disparar el flash, dirigiéndolo hacia el lugar en cuestión. Efectivamente, se trataba de una lámpara de aceite con una enorme caja de cerillas a un lado.

—Bingo —murmuré.

Busqué la caja a tientas, rasqué una cerilla y cogí la lámpara sin saber muy bien cómo se encendía. La cerilla se había consumido peligrosamente cerca de mis dedos cuando conseguí encenderla. La alcé para que iluminara el sótano. Era un poco diferente de cómo lo había visto con el flash. Además, se me había pasado por alto la puerta que había al lado de la escalera. Me metí la caja de cerillas en el bolsillo y eché un vistazo a las estanterías y a las cajas por si había algo más de interés, pero como no encontré nada, me dirigí hacia la puerta.

No tenía picaporte, de modo que le di un empujón y descubrí que se abría sin demasiada resistencia. Al levantar la lámpara, comprobé que se trataba de una habitación algo más grande que la anterior, con el suelo negro. Por lo visto, lo habían pintado de aquel color por alguna razón, aunque sin demasiada destreza ya que en algunos lugares se entreveían zonas más claras. Había agujeros hechos con taladro aquí y allí, aunque no logré imaginar con qué propósito. En medio de la habitación había una mesa, pintada también, algo que se me antojó muy raro. Paseé la lámpara por las paredes y descubrí un par de pequeñas estanterías y una cómoda. Conté al menos siete lámparas de aceite distribuidas por toda la habitación y colocadas de manera que iluminaran el lugar para que pudiera llevarse a cabo algún tipo de trabajo. Además del nauseabundo olor a podrido percibí un extraño tufo a oxidado que venía de algún lugar. Orienté la lámpara hacia el suelo y la luz se abrió paso a través de la extraña pintura, que dejó a la vista varias capas. En algunos lugares tenía un claro tinte castaño. Empecé a sentirme mareado y no solo por el olor. Era como si mi subconsciente estuviera intentando decirme algo que yo no quería oír.

En la pared del fondo había otra puerta y decidí investigarla antes de que el olor hediondo me obligara a salir de allí.

La puerta era sencilla y ligera y casi se abrió por sí sola. Menos mal que no la traspasé de inmediato, porque de repente oí como si algo cayera en una especie de pozo. La pared de enfrente se encontraba a unos dos metros, pero no sabría decir a qué distancia se encontraba el suelo. Me arrodillé en el umbral, bajé la lámpara y, reprimiendo las arcadas causadas por los efluvios que asaltaron mi nariz, distinguí varias formas a unos cuantos metros. Balanceé la lámpara adelante y atrás, pero no conseguí adivinar qué había allí abajo.

Retrocedí unos pasos, me saqué la mochila y la cámara del hombro y las dejé en el suelo, a la derecha, para no tropezar con ellas. Encendí otra lámpara, ya tenía dos, y me las llevé al borde del pozo. Coloqué una con cuidado detrás de mí, a la derecha, me tumbé en el suelo y balanceé la otra en la oscuridad; aun así no conseguí ver nada. Me di por vencido, de modo que me saqué el cinturón, até un extremo al asa de la lámpara con un nudo bien fuerte y la hice descender. La fui bajando hasta que, en un momento de descuido, el cinturón me resbaló de las manos. La lámpara cayó sobre una pila enorme en el fondo del pozo. Entorné los ojos y distinguí una forma familiar iluminada por la lámpara, que había aterrizado de pie. Se me escapó un grito ahogado y, por una fracción de segundo, el hedor que me envolvía pasó a un segundo plano.

—Dios mío —balbucí, con una voz que apenas reconocí.

Cerrada en una garra, una mano sobresalía entre una maraña de cuerpos, algunos vestidos, otros no, pero todos en distintas fases de descomposición. Temblando y casi sin poder respirar, me puse en pie y me quedé mirando el horror que se ocultaba allí abajo. En ese momento algo cayó al suelo a mis espaldas produciendo un gran estruendo. Mi cuerpo reaccionó al estrépito con un respingo y, al perder el equilibrio, caí sin remedio en una tumba abierta.