5

ABOMINACIÓN

Saqué el dictáfono del bolsillo y lo dejé en el brazo del sillón después de apretar el botón de grabación. No le pedí permiso a Mather porque no deseaba interrumpirlo y arriesgarme a perder lo que parecía una historia prometedora. A veces mi trabajo requiere cierta relajación de las formas.

—Debido a mi juventud, carecía de la experiencia que ahora atesoro —empezó a decir Mather—. Permití que otros me dirigieran y por eso mismo acabé haciendo cosas que no quería hacer. Maidon era un hombre que me inspiraba una profunda admiración. Nos conocimos el primer día que entré en la facultad de Medicina, en una clase abarrotada. Tartamudeé durante la presentación, como a veces me ocurría cuando me ponía nervioso, y nos estrechamos la mano.

»“Maidon, Alexander Maidon”, dijo que se llamaba. Desprendía tal aire de seguridad en sí mismo que te sentías cómodo en su presencia. Contestó a todas las preguntas que el profesor formuló a los alumnos ese día, incluso discutió con el hombre en una de las ocasiones, para gran regocijo de la clase. Después de eso, decidí convertirme en su sombra pues se trataba claramente de alguien de quien podría aprender. Sin embargo pronto descubriría que también tenía sus defectos. Era propenso a sufrir súbitos, recurrentes e inexplicables arrebatos de ira y jamás aceptaba su parte de culpa, por muchas pruebas que demostraran lo contrario. Nunca tenía la culpa de nada. Siempre encontraba alguna excusa, por débil que fuera, para que la culpa recayera en otro. De hecho, si fuera él quien le contara esta historia, me echaría las culpas a mí. Cuando acertaba, se llevaba todo el mérito sin tener en cuenta a las personas que le hubieran ayudado, pero cuando las cosas salían mal, le faltaba tiempo para encontrar a otra persona a la que culpar, sobre todo a mí.

Mather se detuvo unos instantes, tal vez para darle mayor efecto o quizá porque los recuerdos no debían de ser agradables.

—Se le ocurrió la idea mientras tomábamos una copa en nuestro bar preferido, cerca del hospital. Lo de Maidon con la anatomía era una obsesión, incluso para un estudiante de cirugía. Creía que aún quedaban secretos que descubrir mediante nuevas y poco ortodoxas formas de estudio anatómico. Gran parte de sus teorías procedían de sueños que había tenido, un hecho preocupante por sí solo, pero aún más cuando en algunas ocasiones conseguía llevar a cabo los estrambóticos experimentos que le sugería el subconsciente.

»Consideraba que pasarse todo el tiempo libre entre los cadáveres de la morgue, diseccionando, examinando y buscando Dios sabe qué, era lo más normal del mundo. Los otros estudiantes, y varios doctores, lo evitaban, lo consideraban un tipo morboso. Era alto, delgado y llevaba el pelo largo y negro tan sucio que se le pegaba a la frente en mechones grasientos y muy poco favorecedores. Me sacaba bastante altura y sus zancadas a menudo me dejaban atrás, por lo que tenía que esforzarme para seguir su paso. No sé qué hacía cuando se compraba ropa, pero siempre elegía mal las tallas. Llevaba camisas demasiado pequeñas y pantalones demasiado cortos. No parecía que la moda le interesara demasiado; igual que otras muchas cosas, la consideraba una distracción de su trabajo. A veces se pasaba noches enteras haciendo cosas que los demás estudiantes intentábamos evitar a no ser que constituyeran una parte obligatoria de nuestros estudios. Corrían muchas historias sobre pobres enfermeras confiadas que tropezaban con la sucia y extenuada figura de Maidon encorvado sobre un cadáver en la morgue haciéndole cosas espantosas. Por lo que sé, nunca hizo nada ilegal o indecente, pero su entusiasmo era, digámoslo así, excesivo.

»Sin embargo, el oscuro y totalmente lamentable incidente que nos llevó a Maidon y a mí a seguir caminos diferentes estuvo relacionado con un sueño particularmente espantoso que tuvo sobre lo que describió como una “extracción de órganos injustificada”. Jadeando a causa del nerviosismo, me dijo que el órgano que debía extraerse no era importante, que lo que le interesaba eran las consecuencias de la extracción. Tenía que tratarse de un órgano con una función importante, de este modo los resultados de la extracción serían claros y se manifestarían de inmediato.

»Quedé horrorizado al oír la idea de Maidon, y aún lo sigo estando hoy día. Tuve que pedirle que repitiera lo que me había dicho para estar seguro de no haberlo entendido mal. Volvió a contármelo, esta vez más calmado y con todo tipo de detalles. Durante un rato no supe qué decir, mudo de asombro como estaba, hasta que Maidon exigió saber qué me preocupaba. Que tuviera que preguntármelo me hizo soltar una carcajada.

»¿Cómo era posible que no viera que lo que se proponía iba más allá de lo inmoral y que rozaba lo inhumano? Intenté hacerle cambiar de opinión, sin éxito. Esa noche casi atisbé en su mirada una locura creciente alimentada por una curiosidad insaciable. Tuve la sensación de que se guardaba algo. Tal vez ocultaba algo más monstruoso de lo que ya había revelado porque sabía lo que yo haría o diría si lo descubría.

»No dejé de poner objeciones al plan de Maidon. En vano intenté asegurarle que, aparte del tema moral, ese tipo de procedimiento estaba lleno de complicaciones. Yo tenía cierta responsabilidad como estudiante de Medicina, la de proteger la vida siempre que me fuera posible, la de no infligir un daño o una tortura innecesaria. No podía permitirme tomar parte en unos planes tan descabellados. Maidon suspiró cuando supo que mi respuesta era “no” y que no debía perder el tiempo tratando de convencerme. Tuve la impresión de que lo recibió con más tristeza que enojo, y se resignó a emprender el trabajo en solitario.

»Al día siguiente no podía pensar en otra cosa que no fuera el plan de Maidon. Sin supervisión de ningún tipo, sería libre de hacer lo que le apeteciera, y eso me preocupaba. Me convencí de que tendría que fingir que aceptaba ayudarlo, solo para que las cosas no se salieran de madre, para evitar que fueran más lejos. Esa noche me acerqué a Maidon en el bar y fingí que estaba de acuerdo con él. Fue como si se sacara un gran peso de encima y se dirigió a la barra a pedir las bebidas. Lo que estaba haciendo era peligroso y rogué a los cielos no haberme equivocado. Maidon derramó la cerveza con las prisas de vuelta a la mesa. Llevaba empapados los puños de la camisa gris cuando se sentó.

»—Perfecto —dijo, con la mirada encendida—, son muy buenas noticias. Me aterrorizaba la idea de hacerlo solo. No sabes lo mucho que esto significa para mí.

»—Bueno —contesté, fingiendo una sonrisa—. Sabía que lo harías de todos modos y creo que las cosas irán mucho mejor si estoy allí para echarte una mano.

»—Ya lo creo que sí —aseguró Maidon, entusiasmado—. ¡Ya lo creo que sí!

»—Dime, ¿dónde vas a encontrar a alguien que se deje practicar una operación así?

»—Eso déjaselo a mi amigo. Te sorprendería saber cuántos sujetos dispuestos a hacerlo corren por ahí fuera, tipos que se dejarían hacer cualquier cosa por menos que nada.

»—¿Como quién?

»—¿Quién? ¿Te has paseado por los barrios bajos últimamente? ¿Has echado un vistazo a las puertas de las tiendas?

«—¿Indigentes?

»—Sí, “indigentes”. Amigo mío, algunos están pidiendo a gritos que los elijan para estos experimentos. Los drogadictos están desesperados. Están en un nivel distinto al nuestro, en un nivel inferior. Sus necesidades son más simples y sus exigencias más baratas.

»—Pero ¿irás con cuidado? Es decir, los tratarás con respeto ¿no? El respeto…

»—… ¿que exigiría cualquier ser humano? Por supuesto, después de todo, soy humano.

»—Debes comprender que ha de hacerse en el más estricto de los secretos —le advertí, adoptando un tono serio—. Lo que vamos a hacer contraviene la práctica médica legal, y debes asegurarte de que no infligimos ningún daño a largo plazo a los pacientes.

»—Sí, sí —me aseguró Maidon—, aunque hoy día ¿qué no lo hace? A veces el único camino del progreso reside en saltarse las normas, pero no te preocupes, me aseguraré de que nadie lo descubra.

»—¿Cómo?

»—Bueno, soy un hombre de recursos. Siempre me ando con cuidado para mantener a los curiosos alejados de mis asuntos.

»—Maidon…

»—Relájate, ¿quieres? Confía en mí. Estamos a punto de embarcarnos en una aventura que nos llevará a hacer grandes descubrimientos, al progreso. Lo hago en nombre de la Medicina, en beneficio de mis congéneres.

»—¿De verdad?

»—¡Mather, por amor de Dios! —Maidon guardó silencio un instante para reflexionar sobre algo antes de decir—: No soy un monstruo.

»—Lo sé, pero…

»—Créeme, si estuviera yendo demasiado lejos, lo sabría.

»—Le dio varios tragos a su cerveza. Creo que ya estaba un poco más relajado, aunque por muy seguro que pareciera Maidon, seguía sin convencerme del todo. Su comportamiento pasado indicaba que desconocía el significado de ir “demasiado lejos” o que por fuerza le importara.

»Ese día acabamos bastante borrachos. Fui animándome a medida que pasaba la noche, pero empecé a dudar de mi capacidad para detener el diabólico proyecto de Maidon. Ojalá las cosas hubieran sido mucho más fáciles.

»Poco antes de que cerraran, abandonamos el bar y fuimos dando un paseo hasta la parada del autobús, donde Maidon se subió al que le llevaba a casa. Yo vivía en las habitaciones de estudiantes que había junto al hospital, un hospedaje que prefería con mucho. Siempre me había sentido bien viviendo entre más gente. Me confortaba oír sus voces a través de las paredes de la habitación. Como puede ver, mis gustos han cambiado drásticamente desde entonces. Por el contrario, a Maidon le chiflaba la soledad. La enorme casa que había alquilado debía de costarle un riñón, pero había perdido a sus padres siendo él muy pequeño y lo había criado una tía rica, la cual, supongo, le daba algún tipo de asignación. No solía mencionarla muy a menudo, pero en las raras ocasiones que aparecía en la conversación, me daba la impresión de que la mujer era bastante estricta, posiblemente cruel, y de que Maidon agradecía el estar lejos de ella. Casi nunca invitaba a nadie a casa, ni siquiera a mí. Creo que era un refugio importante para él.

»Al día siguiente me quedé muy sorprendido cuando Maidon me anunció que estaba preparado para llevar a cabo el experimento. Tenía unas profundas ojeras, o sea que le había costado conciliar el sueño. Eso o había estado toda la noche preparándose para el experimento. En cualquier caso, me invadió un gran desasosiego. Le mentí y le dije que ya había quedado ese día para ir a otro sitio; sin embargo, mi historia se hizo migajas ante un interrogatorio sin precedentes. Maidon fue refutando todas las excusas que le puse hasta que al e final cedí. Parecía tan decidido que nada podía interponerse en su camino.

»La noche no se hizo esperar. Me sentí tentado de ir al bar a echar un trago para reunir el coraje necesario, pero habría sido catastrófico. No dejaba de darle vueltas a algunas cuestiones incómodas. ¿A quién elegiría como sujeto del experimento? ¿Cómo se aseguraría de que sobreviviera? ¿Qué pasaba si ocurría lo peor, si el sujeto moría? ¿Sería culpable de asesinato? De una cosa estaba seguro, si quería mantener a Maidon bajo control, tendría que permanecer sobrio, así que decidí no ir al bar. Según lo acordado, llegué a su casa a las once de la noche. Era septiembre, de modo que hacía ya horas que había oscurecido cuando llamé a su puerta. En el interior de la casa no se oía nada. Me pasé las manos por el pelo con nerviosismo.

»“Tal vez ha empezado sin mí”, me dije en voz alta. Retrocedí unos pasos y levanté la vista hacia las ventanas del primer piso, pero no había luces encendidas en la casa. Estaba desconcertado. Sabiendo lo meticuloso y frío que era Maidon, tenía que haber pasado algo grave para que no estuviera en casa tal como habíamos acordado. Esperé unos minutos más, preguntándome si no se me habría estropeado el reloj, pero en ese momento Maidon apareció en la verja, a mis espaldas. Avanzó por el camino de entrada con una bolsa de papel marrón con algo dentro en una mano y rebuscando las llaves en el bolsillo con la otra.

»—Siento haberte hecho esperar, tuve que salir un momento —se disculpó, esbozando una sonrisa y metiendo la llaveen la cerradura—. Todo está preparado. Estoy deseando empezar.

»Abrió la puerta y le seguí adentro.

»El interior de la casa revelaba que Maidon no era un forofo de la decoración. Las paredes del salón estaban cubiertas de un viejo papel beige que se había desprendido totalmente en algunos puntos. Había un pequeño sofá y un sillón que habían visto tiempos mejores. La chimenea estaba sellada y pintada. No había ni radio ni televisor, ni siquiera una lámpara o un elemento decorativo. Estaba claro que no pasaba mucho tiempo en aquella habitación. Me senté con cuidado en el mullido sillón, no fuera a ser que se rompiera. Maidon insistió en prepararme una taza de café y fue a la cocina a poner una cafetera.

»Miré las paredes de papel desprendido. Notaba una sensación rara en el estómago. Tenía la boca seca y me sudaban las manos. Quería ponerme cuanto antes con el asunto, cuanto más esperara, más posibilidades había de que mi imaginación echara a volar. Poco después, Maidon me trajo una enorme taza de café y volvió a salir, murmurando algo para si mismo. Me escaldé la lengua al primer sorbo y solté un taco. Una vez el líquido se hubo enfriado, tomé un segundo sorbo, pero cuando el café llegó al estómago, sentí ganas de vomitar. Maidon regresó justo en ese momento, lo que me permitió desviar la atención del creciente malestar que sentía.

»Apareció en la puerta con una bata de cirujano y otra en la mano para mí.

»—Aquí tienes —dijo, pasándome la bata blanca—. Acábate el café y nos ponemos manos a la obra.

»No me apetecía acabarme el café, pero bajo su atenta mirada me sentí obligado a hacerlo. El líquido chapoteó en mis intestinos, sin intención de asentarse, como si fuera un invitado poco grato. Dejé la taza en la alfombra y me puse la bata. A continuación, Maidon me condujo por un pasillo y subimos la escalera hasta el primer piso. Llegados al descansillo, abrió la puerta de un dormitorio enorme y me invitó a entrar.

»Lo primero en lo que reparé al pasar a la habitación fue en la cantidad de luz, estaba totalmente iluminada. Había corrido las cortinas y, además de la lámpara del techo, había dispuesto tres lámparas por la habitación. Debía de haberles colocado las bombillas más potentes que había encontrado pues en la habitación casi no se proyectaba ni una sombra. En cuanto me acostumbre ala claridad, vi al hombre inconsciente que había tumbado en la mesa.

»Se trataba de un vagabundo, de eso no cabía duda. Sus ropas eran viejas, estaban rotas y manchadas. Iba sin afeitar, tenía la nuca negra de mugre y el pelo enmarañado y apelmazado. Miré a Maidon, quien se limitó a sonreír y a darme unas palmaditas en la espalda.

»—¡Bien! —Se acercó a una mesita en la que había dispuesto instrumental quirúrgico diverso—. ¿Empezamos?

»—¿Está dormido?

»—No, pero está muy ebrio. Confía en mí, ni se inmutará. Acabo de comprar otra botella de whisky por si necesita más sedación. Usaría un anestésico, pero no pude sacarlo del hospital. Lo tienen tan bien guardado que cualquiera diría que se trata de lingotes de oro. En fin, se ha de saber improvisar.

»Miré la bolsa de papel marrón que había en el suelo y la botella de whisky que había ocultado. Le había quitado el tapón para tenerla preparada.

»—Bueno, ayúdame a darle la vuelta.

»—Un momento —dije, sintiéndome cada vez peor—. ¿Estás seguro de que sabes lo que haces?

»—Totalmente seguro. Por el amor de Dios, hombre, ten un poco de fe.

»—Sigo pensando que es una mala idea —insistí.

»Maidon me miró como si yo estuviera loco.

»—Amigo mío, ¿se puede saber cuál es el problema? No hay nada que temer.

»—¡No tengo miedo! —Era mentira. Se me había metido un frío en el cuerpo que no era normal.

»—No pasa nada. —Descansó una mano en mi hombro—. Te lo prometo, todo saldrá bien.

»—Está bien. Entonces… —Intenté parecer más calmado de lo que en realidad me sentía—. ¿Vas a extraerle el hígado, a tomar nota de los efectos que tiene sobre su cuerpo y se lo vas a reimplantar?

»—Sí, eso es. —Detecté cierta vacilación en la respuesta de Maidon, algo no iba bien—. Como te dije el otro día, se trata de una extracción de órganos injustificada. El hígado es un órgano vital, de modo que si lo extraes, los efectos tienen que ser obvios. Anotaré los resultados y luego los analizaré. Sujétale la pierna, por favor.

»—¿Y cómo se va a beneficiar la ciencia de esto exactamente?

»Suspiró.

»—Bien, si sabemos cómo reacciona el cuerpo ante la ausencia de un órgano vital…, podremos encontrar el modo de compensar dicha ausencia. Por ejemplo, la ausencia del hígado dará paso a un rápido envenenamiento de la sangre. Si somos capaces de registrarlo del modo más preciso, entonces podremos hallar métodos alternativos para purificar la sangre o incluso medidas preventivas…

»—Pero eso es medicina elemental —lo interrumpí—. Cualquiera con nociones de anatomía podría llegar a esa conclusión. He visto gente con fallo hepático e ictericia. No es agradable, pero todo el mundo sabe qué ocurre en su interior.

»—Sí… pero esa gente sigue un tratamiento, se intenta que estén lo mejor posible… No se les hace un estudio concienzudo. Yo me propongo dar ese paso importante, me propongo analizar el proceso desde el principio hasta el final como nunca nadie lo ha hecho antes. —Miré al sujeto que había en la mesa—. De todos modos, dudo que el hígado de este tipo hubiera funcionado mucho más tiempo.

»—Sí, pero se lo vas a volver a implantar, ¿verdad? Esté en el estado en que esté.

»—Venga, por favor —respondió Maidon, con calma—, si él mismo se ha destruido con el alcohol. Podría palmarla en cualquier momento… Míralo.

»—Sinceramente, espero que no estés insinuando lo que creo que estás insinuando.

»—¡Mira que eres duro de mollera, hombre!

»El explosivo arrebato de Maidon me sorprendió.

»—Mira, si se hubiera tratado de alguien un pocos más sano, entonces tal vez podría reimplantarle el órgano tras un breve período, pero ni siquiera soy capaz de imaginarme la dificultad que supone encontrar un sujeto sano y dispuesto. Escucha, hablé con él largo y tendido y se lo expliqué todo. Ha consentido totalmente a…

»—¿A qué? ¿A morir?

»—Bueno… Sí. No podemos dejar escapar esta oportunidad…

»—¡No! Ni hablar, Maidon. Esto no está bien, nada, nada bien. ¡No puedes cargarte al hombre sin más, joder!

»—¿Qué sentido tiene dejar que siga viviendo? Deja que haga una contribución a la ciencia médica y que dé algún sentido a su patética vida. No entiendo por qué de pronto te empeñas en hacer que esto parezca tan macabro.

»—¡Porque lo es! ¡Es un asesinato!

»—¿De verdad? ¿Es un asesinato si él ha dado su consentimiento? ¿Es un asesinato si esto nos lleva a hacer un descubrimiento valioso? ¿Un descubrimiento que en algún momento podría salvar vidas?

»—¡Eso no son más que especulaciones! ¡No tienes derecho a jugar con la vida de la gente, a jugar a ser Dios!

»En ese momento Maidon me miró fijamente, como si tratara de decirme algo con sus ojos que no podía expresar y con palabras. Sonrió.

»—Mather, amigo mío… somos dioses.

»Noté que me temblaban los labios, como si fueran a responder algo, pero no lo hicieron. No tenía respuesta para aquello. De hecho, no fui capaz de articular palabra hasta al cabo de un buen rato.

»—Yo creía que extraerías el órgano, anotarías los resultados y se lo reimplantarías.

»Maídon frunció los labios, bajó la vista y, para mi estupefacción, se puso a reír.

»—Pebrecito Mather, que Dios te bendiga. ¿De verdad es posible sacarle el hígado y volvérselo a poner al cabo de varios minutos? Tu ingenuidad es casi simpática. Dime, ¿cómo creías que iba a mantenerlo vivo durante el procedimiento? Ya tuve mucha suerte al hacerme con esto —dijo, señalando el instrumental.

»—¡Hijo de puta! No permitiré que lo hagas —le solté—. ¡No puedo permitirlo!

»—¿Qué quieres decir con eso de “no puedo permitirlo”? —Estaba muy enfadado—. ¿Quién te crees que eres?

»—No voy a dejar que asesines a este hombre. ¿Qué se supone que harás si lo descubre la universidad, o la policía…?

»—Esos déjamelos a mí. Tú estás aquí para ayudarme, pero el responsable soy yo. Venga, ayúdame a darle la vuelta.

»—No, no voy a hacerlo.

»—Ya veo. —Maidon me miró fijamente. Su pie repiqueteaba nervioso contra el suelo—. Si no me ayudas, te prometo que llevaré a cabo el experimento de todos modos y…

»—No, no lo harás.

»—¡Ya lo creo que sí! No puedes vigilarme las veinticuatro horas del día, Mather. Lo haré y si sale mal, te incriminaré. ¿Qué te parece eso? ¿Eh? ¿A quién va a creer la universidad? ¿A mí con mis notas ejemplares o a ti con tu mediocre rendimiento?

»—Te la jugarías.

»—Tal vez, pero soy más listo que tú. Si me propongo incriminarte, lo haré y lo sabes. Si quieres que este asunto acabe bien, solo te queda ayudarme.

»—Seré cómplice de asesinato.

»—¡Deja de decir eso! ¡No es un asesinato! —Maidon me fulminó con la mirada—. Ya te lo he dicho, ha dado su consentimiento. —Soltó un bufido y miró al paciente—. Ahora lo que necesito es un pulso firme y completo silencio para trabajar. Si no vas a ayudarme, sería mejor que te fueras.

»Con gran esfuerzo, cambió al hombre de posición él solo y a continuación le abrió la camisa de un tirón. Un olor a sudor rancio me golpeó la nariz. Inmóvil e indeciso me quedé mirando mientras Maidon, que parecía disfrutar con la tarea, afeitaba el torso del hombre y preparaba la zona con yodo. Cuando terminó, alargó la mano hacia el escalpelo. Saliendo del estupor en que me había sumido, me acerqué a Maidon y detuve su mano.

»—Suéltame —me espetó con asco—. ¿Qué crees que estás haciendo?

»—Suéltalo, Maidon. Suéltalo o iré derecho a la policía.

»—¿De verdad? Estoy seguro de que les interesará mucho saber qué tienes que ver tú en todo esto. —Vacilé unos instantes, lo suficiente para darle la oportunidad de soltarme la mano y devolver su atención al paciente—. ¡La policía! —se burló con desdén—. No lo harás.

»—Lo digo en serio —lo amenacé.

»—Yo también. Estás metido en esto tanto como yo. No te atreverás a mezclar a la policía en este asunto.

»—Vine aquí para evitar que cometieras un gran error. Creí que te haría entrar en razón. Si hubiera sabido que no tenías intención de reimplantarle el órgano, probablemente ya habría hecho que te arrestaran. Si este hombre muere, te convertirás en un asesino. Por amor de Dios, eres mi amigo… ¿Crees que me gustaría verte entre rejas?

»Pensé que podría ganarme a Maidon. La mano que sostenía el escalpelo empezó a temblar ligeramente. Se inclinó sobre el paciente y estuvo así bastante rato, imponiendo un silencio incómodo que me hizo preguntarme si no habría entrado en algún tipo de trance. A continuación, despacio pero seguro, devolvió el escalpelo a la bandeja de metal y se limpió la frente sudorosa con la manga de la camisa.

»—Muy bien —dijo, frustrado—. Déjame solo un momento, por favor. Haré que se despeje y saldaremos cuentas.

»—Es de locos, pero casi sentí pena por Maidon. Su rostro era el vivo retrato de la derrota cuando salí de la habitación. Quise decir algo, pero no pude. Tenía el aspecto de un hombre al que le han cortado las alas cuando estaba a punto de lograr algo magnífico. Salí sin decir palabra.

»Abajo me preparé una taza de té. Me llevé la infusión al salón y me recliné en el sofá. Tomé un sorbo con cuidado y dejé la taza. El té estaba bueno y me calmó un poco después del acalorado intercambio de palabras que había tenido lugar arriba. Imagine a Maidon en la habitación, mascullando y maldiciéndome mientras reanimaba al paciente. Los párpados se me cerraban como si estuvieran imantados y mi respiración se hizo pausada y regular. Estaba extenuado y me quedé dormido.

»Me desperté poco después, acongojado por un súbito temor. Se oía mucho ruido en la habitación de arriba y, en medio de los gritos exasperados de Maidon pidiendo calma, oí los chillidos amortiguados de una criatura desesperada que padecía lo indecible. No tardé en imaginar lo que ocurría allí arriba. Me levanté del sofá de un salto, salí de la habitación y subí la escalera de dos en dos. Antes de llegar al dormitorio, oí gritar a Maidon.

»—¡Oh… Oh, Dios mío!

»La sala de operaciones era un caos. El instrumental médico estaba tirado por el suelo, contra el que también se había estrellado la botella de whisky, que además había dejado una mancha oscura y húmeda. Maidon dio un respingo al oírme llegar y se volvió hacia mí. Su rostro estaba teñido de sangre y terror. Al acercarme, vi la forma contrahecha del vagabundo tirado en el suelo, con las piernas retorcidas de un modo poco natural y preso de convulsiones.

»No hay palabras que puedan describir el horror al que tuve que enfrentarme. Tal vez baste decir que jamás habría podido imaginar que el dolor pudiera dejar en tal estado a un ser humano o a un animal.

»—¡Dios santo! —exclamó Maidon, quedándose corto.

»Intenté no mirar las terribles sacudidas del vagabundo, pero me fue imposible.

»—¿No podemos hacer nada? —supliqué.

»—¿El qué? No tiene hígado —contestó Maidon, y añadió a continuación en un tono frío a la vez que carente de emoción—: Se está muriendo.

»Sentí una ira repentina. El que se hacía llamar amigo mío me había mentido. Jamás se había planteado abortar la operación. No había ni rastro de compasión en su corazón. En sus ojos vi un fuego que ardía por algo más que el mero conocimiento, en ellos distinguí una pasión aborrecible.

»No había conseguido detener a Maidon y por eso me sentía en parte responsable de su acción de brutalidad suprema. Maidon demostraba una gran astucia y tenacidad al haber conseguido llevar a cabo su plan atroz.

»Como cabía esperar, el indigente murió. Su muerte, me entristece decirlo, no fue ni rápida ni placentera. Le rogué a Maidon que acabara con su sufrimiento, pero él insistió en dejar al hombre como estaba para poder anotar los resultados del abominable experimento.

»No pude moverme hasta que el hombre expiró. Maidon me rogó que me quedara, insistió en que necesitaba mi ayuda para depurar las conclusiones. Creo que lo que realmente quería era que le echara una mano para deshacerse del cadáver, pero no quise saber nada más de aquel asunto, que cada uno cargara con lo suyo.

»Esa noche empezaron las pesadillas. A partir de ese momento, comencé a ver la cara del pobre desgraciado con una expresión aterrorizada permanente y a oír sus gritos agónicos. Desde entonces, jamás ha abandonado mis pensamientos. A partir de esa noche, Maidon mantuvo las distancias conmigo, como me había figurado. Solo lo veía en clase y allí se sentaba al final de todo, solo, y trataba de hacer las prácticas en solitario.

»Más o menos al cabo de un mes del incidente, Maidon desapareció. Nadie supo adónde se había ido o por qué, pero meses antes que se marchara empezaron a circular rumores que hablaban de gritos y desapariciones por la zona. Tal vez Maidon había continuado sus experimentos sin mi ayuda. Tiemblo solo de pensar en lo que pueda haber hecho.

»Cuando me hice cirujano, creí que sería capaz de olvidarlo, pero mi carrera estuvo marcada desde el principio. Todas las operaciones que llevaba a cabo me traían de nuevo aquel recuerdo, tan claro como el agua. No sé cómo conseguí continuar con mi trabajo durante dieciséis años antes de que los recuerdos y la culpabilidad me empujaran a la depresión y a la desesperación.

Mather hizo una pausa. Estaba claro que la historia estaba sacando a la luz viejas y poco gratas emociones. Guardé silencio, tratando de digerir lo que me había contado. Creo que huelga decir que no me cuentan historias como estas todos los días. Intenté imaginarme en el lugar de Mather. La idea era espantosa. Tal vez Mather no era consciente de lo espeluznante y aterradora que podía resultar una historia como aquella para un extraño como yo. Una nube a la deriva proyectó una sombra grisácea en su rostro.

—Por fortuna había ahorrado una considerable suma de dinero y pude mudarme aquí —continuó diciendo Mather—. Por fin podría dedicarme a mi verdadera obsesión: la dama.

Miré el dictáfono para ver si me quedaba bastante cinta. Casi había llegado al final de una cara, pero la historia de Mather parecía acercarse a su final. No pude evitar cierta sensación de desasosiego. ¿Por qué Mather me había explicado la historia? ¿Y por qué me había confesado que no había intentado detener antes a Maidon? No me había dado la impresión de que fuera una persona fácil de intimidar. ¿Por qué no había acudido a la policía en cuanto tuvo oportunidad? Seguro que lo habría hecho si hubiera estado realmente horrorizado por lo que su amigo había hecho. Empezó a preocuparme el tipo de persona que pudiera ser Mather.

—Es como si ella justificara todo lo que he hecho hasta ahora —aseguró.

—Ya —respondí, asintiendo con un gesto de cabeza—. Una historia bastante tétrica, ¿no? Debe de ser difícil vivir con una cosa así.

—Lo es, por eso estoy mucho mejor aquí, así estoy apartado de los horrores de la sociedad, de todo lo que me lo pueda recordar. Además, la dama es una gran compañía.

Sonrió.

—No obstante, ¿no le preocupa que pudiera escapar? Quiero decir… ¿No le atacaría a usted igual que atacaría a cualquier otro?

—Tal vez, depende… —contestó Mather, casi con indiferencia.

—¿De qué?

Seguí a Mather con la mirada cuando este se levantó y se acercó a la ventana del salón.

—Parece que está volviendo a clarear.

Tenía razón. Los nubarrones habían pasado y un sol radiante inundaba el lago. Mather recogió mi taza, la colocó en la bandeja junto a la suya y se dirigió a la cocina sin decir nada. Pensé en lo que le había preguntado y en por qué no me había respondido. Eché un vistazo afuera y decidí que, si Mather no tenía ningún inconveniente, iría a dar un paseo antes de irnos al pueblo. Después de la historia que acababa de oír, necesitaba estar a solas y un poco de aire fresco. Además, si Mather no se oponía, me gustaría sacar unas fotos de la casa y los alrededores. Salí del salón y crucé el pasillo hasta mi habitación para coger la mochila, pero de camino reparé en que no se oía nada en la cocina. Lo que Mather estuviera haciendo, lo hacía en silencio. En ese momento se me pasó por la cabeza entrar en su dormitorio para sacarle unas fotos a la Gangas Roja. ¿Me pescaría? Y si me sorprendía, ¿qué haría Mather? No, esperaría que se me presentara una ocasión mejor, ya estaba bastante espantado, tanto por la histeria como por él, y no tenía ni idea de cómo reaccionaría si me sorprendía contraviniendo sus deseos. Sin embargo, si lo pudiera tener alejado de la casa, tal vez entonces se me presentaría la ocasión que necesitaba…