El despacho estaba sólo a ocho manzanas de distancia, así que Myron decidió ir a pie. En la Sexta Avenida, los coches estaban atascados en la calle, aunque el semáforo estuviera en verde y no hubiera obras a la vista que impidieran el tráfico. Todo el mundo hacía sonar el claxon. Como si fuera a servir de algo. Un hombre bien vestido se bajó de un taxi. Llevaba traje de raya diplomática, reloj de oro Tag Heuer y zapatos de Gucci. También llevaba una gorra con hélice y orejas tipo Spock. Nueva York, mi ciudad preferida.
Myron hizo caso omiso del humo de los coches e intentó repasar todo el caso de principio a fin. La teoría más aceptada, la principal, por así decir, era aproximadamente: Valerie Simpson había sufrido abusos por parte de Pavel Menansi y, tras recuperar su salud mental, decidió denunciarlo. Aquello podría haber sido muy negativo para la economía de TruPro y de los hermanos Ache, de modo que éstos la eliminaron antes de que pudiera llegar a hacerles ningún daño. Todo encajaba perfectamente. Todo tenía sentido.
Pero aquella mañana había dejado de tenerlo.
La teoría principal había sufrido un revés brutal: Pavel Menansi también había sido asesinado, y de manera parecida a la de Valerie Simpson. Siguiendo la teoría principal, los asesinatos de Valerie Simpson y Pavel Menansi resultaban contradictorios. ¿Para qué matar a Valerie Simpson por proteger a Pavel Menansi y luego matarlo a él? No encajaba en absoluto. Ni TruPro ni los Ache salían ganando con ello.
Lógicamente, existía la posibilidad de que Frank Ache hubiese decidido que Menansi suponía un riesgo demasiado grande, que sólo era cuestión de tiempo que se supiera lo suyo y que era mejor cortar por lo sano directamente. Pero si Frank hubiera querido matar a Pavel, se lo habría encargado a Aaron. Pavel había sido asesinado entre las doce y la una de la madrugada. Aaron ya había muerto a las doce. Myron reflexionó sobre aquello un poco más y decidió que el hecho de que Aaron estuviera muerto hacía muy poco probable que hubiese sido el asesino. Y encima, si Frank hubiera pretendido matar a Pavel, no habría tenido ningún sentido asustar a Myron ni atacar a Jessica.
Al otro lado de la calle, una mujer de tez pálida provista de un megáfono gritaba que hacía poco había conocido a Jesús cara a cara. Cuando Myron pasó junto a ella, la mujer le puso un folleto en la mano.
«Jesús me ha enviado para daros este mensaje», decía en el folleto.
Myron asintió con la cabeza y luego se fijó en las manchas de tinta que tenía el folleto.
«Qué pena que no te haya regalado una buena impresora», pensó.
La mujer le dirigió una mirada extraña y siguió gritando por el megáfono. Myron se metió el folleto en el bolsillo y siguió andando. Su mente volvió al problema que tenía entre manos.
Frank Ache no estaba detrás del asesinato de Pavel, pensó. Al contrario, lo quería vivito y coleando porque significaba mucho dinero para TruPro. Frank Ache había encargado incluso protegerlo. Y liquidar a la principal gallina de los huevos de oro del tenis no tenía ningún sentido.
¿Y a qué conclusión nos conducía todo eso?
Dos posibilidades. Una: había dos asesinos diferentes con objetivos diferentes. Al ver la oportunidad que se le ofrecía, el asesino de Pavel había dejado una bolsa de Feron’s para inculpar al asesino de Valerie. Dos: existía alguna relación entre Valerie y Pavel que todavía era imposible saber.
A Myron le gustaba más esta segunda posibilidad, porque le conducía inevitablemente a su primera obsesión: el asesinato de Alexander Cross.
Tanto Valerie Simpson como Pavel Menansi habían estado en el club de tenis Old Oaks aquella noche de hacía seis años. Los dos habían ido a la fiesta en honor de Alexander Cross. Pero ¿y qué? Supongamos que lo que Jessica le había dicho por la mañana fuera cierto. Supongamos que aquella noche Valerie Simpson hubiera visto alguna cosa, tal vez la verdadera identidad del asesino. Supongamos que ese fuera el motivo por el cual la mataron. ¿Qué relación tendría eso con Pavel Menansi? Y aunque él hubiese visto lo mismo que Valerie, llevaba años sin abrir la boca, así que, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Pavel no iba a ofrecerse voluntario para ayudar a la pobre Valerie ni mucho menos, de modo que, ¿qué relación había? ¿Y qué pasaba con Duane Richwood? ¿Cómo encajaba en todo aquello? ¿Y Deanna Yeller? ¿Y dónde estaba Errol Swade? ¿Estaría vivo todavía?
Fue tres manzanas en dirección este y luego dobló la esquina en Park Avenue. El majestuoso (incluso ostentoso) Helmsley Palace, o Helmsley Castle o Helmsley lo que fuera se alzaba ante él, en medio de la calle, y el edificio MetLife lo rodeaba como un padre protector. El MetLife había sido durante muchos años una especie de monumento característico de Nueva York, conocido como el edificio Pan Am. Myron seguía sin acostumbrarse al cambio. Cada vez que daba la vuelta a la esquina seguía esperando encontrarse con el logotipo de Pan Am.
Enfrente del edificio del despacho de Myron había mucho bullicio. Pasó por delante de aquella escultura tan moderna que adornaba la entrada. Era una escultura horrenda. Se parecía mucho a un tracto intestinal gigantesco. Una vez, Myron había buscado el nombre de la escultura, pero tal y como solía ocurrir en Nueva York, alguien le había arrancado la placa. La cuestión de para qué querría nadie la placa con el nombre de una escultura era algo que escapa a todo intento de comprensión. Tal vez la hubiesen vendido. Tal vez existiera un mercado negro de placas de nombres de obras de arte para quienes no podían permitirse comprar obras de arte y se conformaban con las placas.
Era una teoría interesante.
Entró en el vestíbulo y vio a las tres azafatas de la compañía Lock-Horne sentadas en sus taburetes tras un mostrador muy alto, todas ellas con sonrisas de plástico en la cara. Iban tan maquilladas que podían haberse confundido con dependientas de una tienda de cosméticos. Lógicamente, no llevaban la típica bata de dependiente de tienda de cosméticos, por eso se veía claramente que no eran profesionales del maquillaje. Aun así, las tres eran atractivas, ya que al fin y al cabo no eran más que aspirantes a modelo que preferían estar allí a servir mesas (aparte de que así también estaban más cerca de los peces gordos). Myron pasó por delante de ellas, sonrió y les saludó educadamente con la cabeza. Ninguna le hizo ojitos. Hmm. Ya debían de saber que vivía con Jessica. Sí, debía de ser eso.
Cuando finalmente llegó a su planta y se abrió la puerta del ascensor, Myron fue directo hacia Esperanza. La blusa blanca que llevaba hacía buen contraste sobre su piel morena y lisa. Habría quedado bien en uno de esos anuncios de bronceadores. El bronceado de Santa Fe sin necesidad de tomar el sol.
—Hola —dijo Myron.
—Es Jake —dijo Esperanza sosteniendo el auricular del teléfono contra el hombro—. ¿Quieres hablar con él?
Myron asintió en silencio y Esperanza le pasó el teléfono.
—Hola, Jake.
—Una nena le hizo una autopsia parcial a Curtis Yeller —dijo Jake—. Te llamará.
—¿Una nena? —preguntó Myron.
—Mea culpa por no ser políticamente correcto. A veces sigo refiriéndome a mí mismo como «negro».
—Eso es porque eres demasiado vago para decir estadounidense de origen africano.
—¿Pero no se decía afroamericano?
—No, ahora se dice estadounidense de origen africano.
—Siempre que no sepas cómo se dice algo, pregúntale a un blanco. Bueno, sea como sea, la ayudante del forense se llama Amanda West. Parecía tener muchas ganas de contar cosas.
Jake le dio a Myron su dirección.
—¿Y qué hay del policía? —preguntó Myron—. Jimmy Blaine.
—Nada.
—¿Todavía trabaja?
—No, se jubiló.
—¿Tienes su dirección?
—Sí.
Silencio. Esperanza tenía la mirada fija en la pantalla del ordenador.
—¿Podrías dármela? —preguntó Myron.
—No —respondió Jake.
—No pienso molestarle, Jake.
—He dicho que no.
—Ya sabes que puedo encontrarla por mi cuenta.
—Perfecto, pero yo no pienso dártela. Jimmy es uno de los buenos, Myron.
—Y yo.
—Quizá. Pero a veces, los inocentes salen mal parados en tus pequeñas cruzadas.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Sólo que lo dejes en paz.
—¿Y a qué viene tanta defensiva? Yo lo único que quiero es hacerle un par de preguntas.
Silencio. Esperanza seguía concentrada en el ordenador.
—A menos que hiciera algo que no debía —añadió Myron.
—Da igual —dijo Jake.
—Aunque hubiese…
—Aunque hubiese. Adiós, Myron.
El teléfono quedó en silencio. Myron se quedó mirándolo un momento y luego dijo:
—Ha sido una conversación extrañísima.
—Sí, sí —dijo Esperanza sin despegar la mirada de la pantalla del ordenador—. Te he dejado los mensajes sobre tu mesa. Tienes un montón.
—¿Has visto a Win?
Esperanza negó con la cabeza.
—Pavel Menansi ha muerto —dijo Myron—. Alguien lo asesinó anoche.
—¿El tipo que abusó de Valerie Simpson?
—Sí.
—Uf, pues no veas lo mal que me sienta. Espero poder dormir por las noches —Esperanza se apartó al fin de la pantalla un momento y añadió—: ¿Sabías que estaba en aquella lista que me diste de invitados a la fiesta?
—Sí. ¿Has encontrado otros nombres interesantes?
—Uno —respondió Esperanza casi sonriendo.
—¿Quién es?
—Piensa en un perrito faldero.
Myron hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Piensa en Nike —continuó Esperanza—. Piensa en el contacto de Duane con Nike.
Myron se quedó de piedra.
—¿Ned Tunwell?
—Respuesta correcta —parecía que toda la gente con quien hablaba Myron fuera presentadora de concursos televisivos—. En la lista aparece como E. Tunwell y su nombre verdadero es Edward, así que investigué un poquito y… ¿a que no sabes quién fue el primero en cerrar un contrato con Valerie Simpson para Nike?
—Ned Tunwell.
—Y adivina quién quedó con tres palmos de narices cuando la carrera de Valerie se vino abajo.
—Ned Tunwell.
—Guau —dijo Esperanza en tono seco—, parece que tuvieras poderes psíquicos —y, dicho esto, volvió a concentrarse en la pantalla del ordenador.
—¿Alguna otra cosa? —preguntó Myron tras esperar unos segundos.
—Sólo un rumor con muy poco fundamento.
—¿Cuál?
—Lo típico en estas situaciones —dijo Esperanza sin separar los ojos de la pantalla—. Que Ned Tunwell y Valerie Simpson eran más que amigos.
—Ponme con Ned. Dile que necesito…
—Ya lo he hecho —le interrumpió Esperanza—. Vendrá aquí esta tarde a las siete.