Jessica no tuvo ni siquiera que enseñar el escote.
Los dos Crane se quedaron deslumbrados con ella. La señora Crane se puso a hablar con Jess de sus novelas y el señor Crane no paraba de sonreír ni de tragar saliva. Al principio del segundo set, el señor Crane trató de rebajar medio punto el porcentaje de la comisión. Era muy buena señal. Myron tomó nota mentalmente de que debía llevar más a menudo a Jess a las reuniones de negocios.
Había otros agentes en el lugar. Montones de ellos. La mayoría iban con traje y corbata y llevaban el pelo peinado hacia atrás con gomina. Los había de todas las edades, pero la mayoría parecían bastante jóvenes. Varios intentaron acercarse para entablar conversación, pero el señor Crane fue ahuyentándolos uno a uno.
—Son como buitres —le dijo Jessica a Myron al oído cuando uno de ellos le dio la tarjeta al señor Crane.
—Sólo están tratando de hacer negocio —dijo Myron.
—¿Acaso los defiendes?
—Yo hago lo mismo, Jess. Si no se lanzaran no tendrían ninguna oportunidad. ¿Crees que los Crane van a decantarse por ellos?
—Pero aun así tú no actúas como esos tipos.
—Y entonces ¿qué estoy haciendo ahora mismo?
—Ya, pero tú eres más mono —dijo Jessica tras pensarlo un momento.
No iba a decirle que no. Eddie destrozó a su contrincante por 6-0, 6-0, pero el partido no había sido tan fácil como se desprendía del resultado. A Eddie le faltaba refinamiento. Confiaba en la potencia física. Y menuda potencia la suya. Su raqueta atravesaba el aire como la guadaña de un segador y la pelota salía disparada de las cuerdas como si la hubiera disparado con un bazooca. Ya aprendería refinamiento con el tiempo. De momento, su increíble potencia física era más que suficiente.
Después de que los dos tenistas se dieran la mano, los padres de Eddie bajaron a la pista.
—Hazme un favor —le dijo Myron a Jessica.
—¿Cuál?
—Llévate a los padres un par de minutos. Quiero hablar con Eddie a solas.
Jessica lo consiguió invitándolos a comer. Mientras Jessica acompañaba al señor y la señora Crane al restaurante Rackets, desde donde se veía la tribuna, Myron acompañó a Eddie al vestuario. El chico casi no había derramado ni una gota de sudor. Myron había hecho más esfuerzo sólo de verlo jugar. Eddie andaba a zancadas y de manera pausada, con una toalla alrededor del cuello, totalmente relajado.
—Les he dicho a TruPro que no estaba interesado —dijo Eddie.
Myron asintió en silencio. Eso explicaba la generosa oferta de Aaron de cederle la representación de Eddie.
—¿Cómo reaccionaron? —preguntó Myron.
—Se cabrearon bastante.
—Ya me lo imagino.
—Creo que quiero ponerme en manos de tu agencia.
—¿Qué opinan tus padres?
—En realidad da igual. Los dos son conscientes de que es decisión mía.
Fueron andando varios pasos más, hasta que Myron dijo:
—Eddie, necesito hablar contigo de Valerie.
—¿Todavía estás intentando descubrir al asesino? —preguntó Eddie con una sonrisa de soslayo.
—Sí.
—¿Por qué?
—No sé. Es algo que tengo que hacer.
Eddie asintió con la cabeza. Al parecer aquella respuesta le bastaba.
—Dispara —dijo Eddie.
—¿Conociste a Valerie en el campamento de Pavel en Florida?
—Sí.
—¿Cómo os hicisteis amigos?
—¿Has estado alguna vez en la academia de Pavel?
—No.
—Entonces a lo mejor no lo entiendes —Eddie Crane hizo una pausa para apartarse el pelo de los ojos y luego prosiguió—: Quizá parezca extraño que una chica de dieciséis años y uno de nueve se hagan muy amigos. Pero en el mundo del tenis es bastante normal. Uno no hace amigos con gente de su edad. Son el enemigo. Val y yo estábamos muy solos, supongo. Y éramos tan diferentes que no significábamos una amenaza el uno para el otro. Creo que por eso empezamos a hacernos amigos.
—¿Te habló alguna vez de Alexander Cross?
—Sí, un par de veces. Salían juntos o algo.
—¿Te dio la impresión de que fueran muy en serio?
El guardia comprobó sus pases y los dejó entrar. Eddie se encogió de hombros.
—No mucho. Su vida era el tenis. Los novios eran secundarios.
—Cuéntame más cosas de la academia de Pavel. ¿Cómo le fue a Valerie y a él?
—¿Que cómo les fue? —Eddie esbozó una sonrisa triste y negó con la cabeza—. Era una carrera constante para ser mejor que los demás. Todos los niños intentaban ganar al resto.
—¿Y Valerie estaba en el primer puesto de las chicas?
—Era la reina indiscutible —afirmó Eddie asintiendo.
—¿Se llevaban bien Pavel y Valerie?
—Sí. Por lo menos al principio. Pavel conseguía interesar a Val mejor que nadie. Practicaba horas y horas con sus ayudantes y, justo cuando pensabas que Valerie ya no iba a poder dar ni un paso más, aparecía él y ¡bum!, era como una recarga de energía. Val jugaba muy bien, pero Pavel sabía cómo despertar su instinto competitivo. Cuando Pavel estaba presente, Val destrozaba a todos sus contrincantes. Se lanzaba al suelo, se estiraba al máximo y devolvía todos los globos que le lanzaban. Era increíble.
—¿Y cuándo empezaron a ir las cosas mal?
Eddie se encogió de hombros.
—Cuando empezó a perder —dijo Eddie como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Qué pasó?
—No lo sé —dijo Eddie. Se quedó un momento pensativo y después añadió—: Dejó de preocuparle, supongo. Les pasa a muchos tenistas. Se queman. Demasiada presión en muy poco tiempo.
—¿Y qué hizo Pavel?
—Probó todos los trucos que conocía. Verás, él fomentaba un ambiente de competición salvaje. Me dijo que eso servía para separar la paja de los que valían de verdad. Pero Valerie empezó a dejar de reaccionar a aquel estímulo. Seguía derrotando a la mayoría de las chicas, pero cuando jugaba contra las grandes, Steffi, Mónica, Gabriela, Martina… ya no tenía el arrojo necesario para vencerlas.
Eddie se sentó en una silla delante de la taquilla. Había muy poca gente en los vestuarios. El suelo enmoquetado de color marrón estaba cubierto de trozos de envoltorios y vendajes. Myron se sentó junto a él.
—Me dijiste que viste a Valerie días antes del asesinato.
—Sí —comentó Eddie—. En la recepción del Plaza. —Se sacó el polo. Estaba delgadísimo, con esa delgadez que da la impresión de que las costillas se le claven a uno en el corazón—. Llevaba mucho tiempo sin verla.
—¿Qué te dijo?
—Que iba a volver a jugar. Parecía bastante emocionada con la idea, como la Val que había conocido años atrás. Entonces me dio tu teléfono y me dijo que me mantuviera alejado de Pavel y de TruPro.
—¿Te dijo por qué?
—No.
—¿Te dijo alguna cosa más?
Eddie no respondió de inmediato; trató de recordar el encuentro.
—No mucho. Tenía bastante prisa. Me dijo que tenía que ir a arreglar algo.
—¿Arreglar qué?
—No lo sé. No me lo dijo.
—¿Qué día era?
—El jueves, creo.
—¿Te acuerdas de qué hora era?
—Debían de ser alrededor de las seis.
Valerie había llamado al apartamento de Duane el jueves a las cinco y cuarto. Arreglar algo. ¿Pero arreglar qué? ¿Su relación con Duane? ¿O sacarla a la luz? ¿Y si lo había amenazado con hacerlo? ¿La habría matado Duane con tal de impedírselo? Myron no lo creía, sobre todo teniendo en cuenta que en el preciso instante en el que le dispararon, Duane estaba sacando una pelota de tenis delante de miles de personas.
Eddie se quitó las zapatillas deportivas y los calcetines.
—Tengo dos entradas para ir a ver a los Yankees el miércoles por la noche —dijo Myron—. ¿Quieres ir?
—Pensaba que tú no hacías esas cosas —dijo Eddie sonriendo.
—¿Qué cosas?
—Hacer la pelota.
—Pues lo hago. Lo hacen todos los agentes y yo no soy distinto. Pero en este caso he pensado que podría ser divertido de verdad.
—¿Debería sospechar de tus motivos? —dijo Eddie poniéndose en pie.
—Sólo si eres listo.
A Duane le gustaba estar solo antes de un partido. Win le había enseñado técnicas de meditación, sin las cintas de vídeo. Por eso se sentaba a menudo en un rincón en la posición del loto con los ojos cerrados. No le gustaba que le molestasen y eso era lo bueno. De todas formas, Myron no estaba seguro de que quisiera hablar con él en aquel preciso momento. Su principal responsabilidad seguía siendo ayudar a su cliente a jugar lo mejor posible, y sobre todo aquel día, que iba a ser el más importante de toda la carrera de Duane. Hablarle de su encuentro el día anterior con Deanna Yeller le privaría de toda su concentración. Se la destrozaría por completo.
Iba a tener que esperar a otro día.
Había muchísimo público. Todo el mundo quería ver el partido entre el recién llegado Duane Richwood y Michel Brishny, un checo imperturbable, un ex número uno que ocupaba en el presente el quinto puesto de la clasificación. Myron y Jessica se sentaron en primera fila. Jess estaba increíble con su vestido amarillo muy sencillo de tirantes. Los espectadores se quedaban mirándola, pero eso era lo más normal del mundo. No cabía duda de que ese día la televisión iba a retransmitir muchas imágenes del palco de lujo. Entre la belleza de Jess y su fama en el mundo literario no iban a poder resistirse.
Myron pensó en hacerle sostener una de sus tarjetas de presentación, pero no, habría resultado demasiado cutre.
La bandada de invitados selectos ya había tomado asiento. Ned Tunwell y otros VIPs de Nike ocupaban la mayor parte de uno de los palcos. Ned saludó a Myron como si fuera un molinillo con LSD. Él le devolvió el saludo brevemente. Dos palcos detrás estaba sentado el gordinflón de Roy O’Connor, el voluminoso presidente de TruPro. A su lado, Aaron, con el rostro expuesto al sol, como si tratara de absorber todos sus rayos, e iba vestido con su atuendo habitual, es decir, traje blanco sin camisa. Al otro lado de la escalera, Myron vio al senador Cross en un palco atestado de tipos con pinta de abogados y pelo entrecano, a excepción de Gregory Caufield, con quien seguía interesado en hablar. Tal vez después del partido se presentara la oportunidad. La rubia pechugona del otro día estaba en el mismo asiento. Al mirarla, aquella chica tan curvilínea lo saludó tímidamente, pero él no le devolvió el saludo.
Myron se volvió hacia Jessica y le dijo:
—Eres preciosa.
—¿Más que la rubia esa de las tetas grandes? —preguntó ella.
—¿Quién?
—La bestia ensiliconada que te está haciendo ojitos.
—No sé de quién hablas —contestó Myron. Y luego añadió—: ¿Cómo sabes que son de silicona?
Los jugadores salieron a la pista para empezar a calentar. Dos minutos después, Pavel Menansi hizo su entrada triunfal en las gradas. Hubo algunos aplausos y él demostró su gratitud haciendo un gesto circular con la mano. Casi como si fuera el papa. Llevaba equipo blanco de tenis y un suéter verde atado al cuello. Sonreía a destajo. Se dirigió al palco de TruPro. Aaron se levantó, lo dejó pasar y volvió a sentarse. Pavel y Roy O’Connor se estrecharon las manos.
Para Myron, aquello fue como una patada en el plexo solar.
—Oh, no —dijo.
—¿Qué? —preguntó Jessica.
—Tengo que irme —dijo Myron poniéndose en pie.
—¿Ahora?
—Volveré luego. Excúsame ante los Crane.