—¿Algún mensaje?
Esperanza asintió con la cabeza.
—Un millón, aproximadamente.
—¿Se sabe algo de Eddie Crane? —dijo Myron mientras examinaba el montón de papeles.
—Has quedado en cenar con él y sus amigos.
—¿Cuándo? —dijo Myron levantando la vista.
—Esta noche. A las siete y media. En La Reserve. Ya he reservado mesa. No te olvides de mencionar el nombre de Win.
Mencionar el nombre de Win iba muy bien en la mayoría de los restaurantes más elegantes de Nueva York.
—Supongo que ya sabrás que eres un genio.
—Sí —dijo Esperanza asintiendo.
—Quiero que vengas tú también.
—No puedo. Tengo clase hoy.
Esperanza iba a clases nocturnas de Derecho.
—¿Pavel Menansi sigue siendo entrenador de Eddie?
—Sí, ¿por qué lo dices?
—Ayer en el Open él y yo tuvimos una pequeña discusión.
—¿Por qué motivo?
—Había sido el entrenador de Valerie.
—¿Y discutisteis sobre eso?
Myron asintió sin decir nada.
—Y le volviste loco con tu atractivo natural, ¿no?
—Algo así.
—O sea, que no vamos a tener ninguna posibilidad con Eddie —dijo Esperanza.
—No necesariamente. Si Eddie le tuviera cariño a Pavel, a estas alturas ya habría fichado para TruPro. A lo mejor hay algunas desavenencias.
—Casi se me olvida —dijo Esperanza cogiendo una pequeña pila de papeles—. Acaba de llegar esto por fax. Quieren que lo firmes ahora mismo.
Era el contrato de un jugador de béisbol en ciernes llamado Sandy Repo. Un pitcher. Los Houston Astros lo habían elegido en la primera ronda. Myron lo repasó de arriba abajo. El día antes por la mañana habían ultimado el contrato verbalmente, pero Myron detectó un párrafo nuevo al primer vistazo. Lo habían añadido en la penúltima página.
—Qué monos.
—¿Quiénes?
—Los Astros. Ponme con Bob Wasson.
Wasson era el director general de los Astros.
—En principio mañana por la tarde tienes una cita con los de Burger City —dijo Esperanza mientras cogía el auricular del teléfono.
—¿A la misma hora que el partido de Duane?
Esperanza asintió.
—¿Quieres acudir tú? —preguntó Myron.
—No van a querer hablar con una recepcionista.
—Eres una socia —la corrigió Myron—. Una socia muy valiosa.
—Pero sigo sin ser el responsable principal. No soy Myron Bolitar.
—Ah, ¿pero hay alguien que lo sea?
La secretaria y socia de Myron puso los ojos en blanco, cogió el teléfono y empezó a marcar un número.
—¿De verdad crees que estoy preparada? —dijo Esperanza evitando mirarlo a la cara.
Lo había dicho en un tono difícil de descifrar. Myron no estaba seguro de si era sarcasmo o inseguridad. Probablemente las dos cosas a la vez.
—Seguramente quieran a Duane para la nueva campaña —dijo Myron—. Pero Duane prefiere esperar a que salga un contrato a escala nacional. Intenta encajarles a otro.
—De acuerdo.
Myron entró en su despacho. Por fin en casa. Tara[2]. Desde su despacho tenía una vista espléndida del perfil de los rascacielos de Manhattan. No era el mismo panorama desde la esquina que tenía Win, pero tampoco estaba nada mal. En una pared tenía fotogramas de películas. Desde Bogie y Bacall hasta Woody y Diane. En otra pared tenía pósteres de Broadway. Sobre todo musicales. Desde Rodgers y Hammerstein hasta Andrew Lloyd Webber. La última pared era la de los clientes. Tenía fotos de todos sus deportistas en plena acción. Se quedó observando la foto de Duane, que aparecía con la espalda arqueada preparado para sacar.
—¿Qué pasa, Duane? —dijo Myron en voz alta—. ¿Qué es lo que ocultas?
La foto no le respondió. Las fotos no solían hacerlo.
De repente sonó el teléfono y oyó la voz de Esperanza a través de la función de altavoz del aparato:
—Tengo a Bob Wasson al teléfono.
—De acuerdo.
—Puedo decirle que espere hasta que termines de hablar con la pared.
—No, creo que lo cogeré ahora mismo —qué listilla ella. Pulsó el botón del altavoz—. ¿Bob?
—Maldito sea, Bolitar, no me hagas hablar por el altavoz, que no eres tan importante, caray.
Myron cogió el auricular.
—¿Ahora mejor?
—Sí, genial. ¿Qué quieres?
—Hoy me ha llegado el contrato.
—Perfecto, me alegro por ti. Y ahora te diré lo que tienes que hacer. Primer paso: fírmalo donde pone una «X». ¿Sabes hacerlo, no? Te he puesto el nombre escrito a máquina debajo de la «X» por si no te acuerdas de cómo se escribe. Y hazlo con bolígrafo, Myron. De tinta azul o negra, por favor. Nada de ceras de colores. Segundo paso: mete el contrato en el sobre con la dirección escrita que he adjuntado al contrato. Humedece la solapa. ¿Me vas siguiendo?
El bueno de Bob. Agradable como tener piojos.
—Hay un problema —dijo Myron.
—¿Un qué?
—Un problema.
—Oye, señor Bolitar, si intentas presionarme para sacarme más dinero, ya te puedes ir a tomar por el culo.
—Cláusula treinta y tres, párrafo «C».
—¿Qué le pasa?
Myron empezó a leerlo en voz alta:
—El jugador se compromete a no practicar ningún deporte que suponga un riesgo para su salud o para su seguridad, incluido, aunque no exclusivamente, el boxeo o la lucha profesional, montar en motocicleta, montar en ciclomotor, montar en automóviles de carreras, practicar paracaidismo, volar en ala delta, cazar, etcétera, etcétera.
—Sí, ¿y qué? Es una cláusula de actividades prohibidas. Está sacada de la NBA.
—Los contratos de la NBA no dicen nada de que no se pueda ir a cazar.
—¿Qué?
—Por favor, Bob, no me tomes por retrasado mental. Has metido la palabra «caza», la has colado, digamos.
—¿Y qué tiene eso de malo? A tu chico le gusta cazar. Hace dos años se lesionó un día que se fue a cazar y se perdió la mitad de su año como júnior. Queremos asegurarnos de que no vuelva a suceder.
—Pues entonces tendrás que compensarle de alguna manera —dijo Myron.
—¿Qué? No me toques las pelotas, señor Bolitar. Tú lo que quieres es que le paguemos si se lesiona, ¿no?
—Exacto.
—Pues por eso no queremos que cace. Imagínate que se pega un tiro. O imagínate que otro imbécil lo confunde con un ciervo y le pega un tiro. ¿Sabes lo que nos costaría eso?
—Resulta conmovedor que te preocupes tanto por él —dijo Myron.
—Uy, perdón. Mil perdones. Supongo que debería preocuparme más y pagarle menos.
—Bien visto. Olvida lo último que te he dicho.
—De acuerdo, olvidado. ¿Eso es todo?
—A mi cliente le encanta cazar. Significa mucho para él.
—Y su brazo izquierdo significa mucho para nosotros.
—Pues entonces te sugiero un trato justo.
—¿Cuál?
—Un plus. Si Sandy no caza, tú accedes a pagarle veinte mil dólares al cabo del año.
Myron escuchó carcajadas al otro lado de la línea.
—Estás totalmente chalado.
—Pues entonces retira esa cláusula. No entra dentro de lo estándar y no la queremos ahí.
Se produjo una pausa y luego Bob dijo:
—Cinco mil. Ni un centavo más.
—Quince.
—Que te den por ahí, Myron. Ocho.
—Quince —repitió Myron.
—Creo que te estás olvidando de cómo se juega a esto —dijo Bob—. Yo digo una cantidad un poco más alta, tú dices una cantidad un poco más baja y al final quedamos en una cantidad intermedia.
—Quince, Bob. O lo tomas o lo dejas.
Win abrió la puerta y entró en el despacho. Se sentó sin decir palabra, se puso la pierna izquierda sobre la derecha y empezó a repasar sus cuidadas uñas.
—Diez —dijo Bob.
—Quince.
La negociación continuó un rato. Win se levantó y se miró en el espejo que había detrás de la puerta. Cuando Myron colgó el teléfono cinco minutos después, Win seguía retocándose el peinado. No tenía ni un pelo fuera de lugar, pero eso no parecía detenerlo.
—¿Cómo ha quedado la cantidad final? —preguntó Win.
—Trece mil quinientos.
Win hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Luego sonrió ante el espejo y dijo:
—¿Sabes qué estaba pensando?
—¿Qué?
—Que debe ser un asco ser feo.
—Ya. ¿Crees que puedes despegarte un momento del espejo?
—No va a ser fácil —dijo Win con un suspiro.
—Sé valiente.
—En fin, supongo que puedo seguir más tarde.
—Muy bien. Así tendrás una motivación para seguir adelante.
Tras un último retoque al peinado, Win dio media vuelta, se sentó y dijo:
—¿Qué pasa?
—El Cadillac azul pálido todavía me sigue.
—¿Y quieres que me encargue de descubrir quiénes son? —dijo Win con cara de satisfacción.
—Algo así —dijo Myron.
—Perfecto.
—No quiero que te lances a por ellos sin mi presencia.
—¿Es que no te fías de mi buen criterio?
—No lo hagas, ¿de acuerdo?
Win se encogió de hombros y preguntó:
—¿Y cómo ha ido la visita a la finca de los Van Slyke?
—He conocido a Kenneth. Pero no hemos acabado de congeniar del todo.
—Ya me lo imagino.
—¿Lo conoces? —preguntó Myron.
—Uy, y que lo digas…
—¿Es tan gilipollas como yo creo?
—De proporciones épicas —comentó Win extendiendo las manos.
—¿Sabes algo más de él?
—Nada relevante.
—¿Quieres investigarlo?
—Desde luego que no. ¿Qué más has descubierto?
Myron le contó todos los detalles de la visita a los Van Slyke y a Jake.
—Muy curioso, muy curioso —dijo Win cuando Myron terminó.
—Sí.
—¿Y cuál es el siguiente paso? —preguntó Win.
—Quiero atacar este asunto desde varios frentes.
—Que son…
—El psiquiatra de Valerie, para empezar.
—Ése te soltará tonterías como lo del secreto profesional —dijo Win descartando la idea con un ademán—. ¿Quién más?
—La madre de Curtis Yeller presenció cómo le disparaban a su hijo. Además es la tía de Errol Swade. Tal vez tenga algo que decir de todo esto.
—¿Como por ejemplo?
—Tal vez sepa qué fue de Errol.
—¿Y qué? ¿Crees que te lo va a decir?
—Nunca se sabe.
—O sea, que básicamente tu plan consiste en patalear de impotencia.
—Más o menos. También tendría que hablar con el senador Cross. ¿Crees que podrías concertarme una entrevista?
—Puedo probar —dijo Win—. Pero tampoco vas a sacar nada de él.
—Caray, hoy estás rebosante de optimismo.
—Sólo te digo las cosas como son.
—¿Has descubierto alguna cosa en el Plaza?
—Pues sí, así es. —Win se recostó en la silla y juntó las yemas de los dedos—. Valerie sólo hizo cuatro llamadas en los últimos tres días. Todas dirigidas a tu despacho.
—Una para concertar una cita y hablar conmigo —dijo Myron—. Y las otras tres el día de su muerte.
—Impresionante —dijo Win emitiendo un leve silbido—. Primero descubres que Kenneth es un gilipollas y ahora esto.
—Sí, a veces tengo miedo de mí mismo. ¿Algo más?
—Uno de los porteros del Plaza recordaba bastante a Valerie —continuó Win—. Y después de darle una propina de veinte dólares, recordó que Valerie salía mucho a dar paseos cortos. El tipo lo encontraba curioso, porque los huéspedes sólo suelen salir de vez en cuando y no cada pocos minutos.
Myron cayó de repente en la cuenta.
—Hacía llamadas desde una cabina.
—Ya he llamado a Lisa —dijo Win asintiendo—, aquella amiga mía que trabaja en la compañía telefónica NYNEX. Por cierto, ahora me debes dos entradas para el Open.
«Genial», pensó Myron.
—¿Y qué ha descubierto tu amiga?
—El día antes del asesinato de Valerie, se hicieron dos llamadas desde una cabina cerca del cruce entre la Quinta Avenida y la Calle 59 a la residencia del señor Duane Richwood.
Myron sufrió un arranque de desaliento.
—Mierda.
—Pues sí.
—O sea que Valerie no sólo llamó a Duane —dijo Myron—, sino que encima se esforzó todo lo posible para que nadie llegara a saberlo.
—Eso parece.
—Tendrás que hablar con él —dijo Win tras un momento de silencio.
—Lo sé.
—Espérate a que acabe el torneo —añadió Win—. Entre el Open y la gran campaña de Nike. No hay necesidad de distraerlo ahora mismo. Puede esperar.
Myron negó con la cabeza.
—Hablaré con él mañana mismo. Después del partido.