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—¡Ilustrísima! —alertó Dahos—. ¡La mujer ha convertido en estatuas de piedra a los guardias!

—¡Ya lo veo, idiota! —contestó, enfurecido, Hederick. Una docena de novicios se refugiaron debajo del estrado, pero él se resistía a dar muestras de pánico—. ¡Manda más guardias contra ella, imbécil!

El sumo sacerdote tardó un poco en cumplir la orden. Antes de reaccionar, se quedó observando con asombro a la anciana maga.

—¡Qué poder! —murmuró. Después alzó la voz, de modo que resultara audible para Hederick—. Ilustrísima, la mujer ha paralizado a dos docenas de guardias. Arroja relámpagos por el patio como si se tratara de simples ramitas y, sin embargo, no ha herido a nadie. ¿Cómo es eso posible?

—Sólo me quiere a mí —gritó Hederick—. ¡Me mataría si pudiera, pero yo soy demasiado fuerte para ella! ¡Doblad las fuerzas, sumo sacerdote!

Dahos apartó la mirada de la hechicera para observar al Sumo Teócrata. Después, dirigió un breve gesto al capitán de la guardia de Erodylon, que se llevó un cuerno a los labios y sopló.

La entrada principal del edificio del templo se abrió bruscamente, permitiendo la estrepitosa salida de seis goblins revestidos con armadura de cuero y armados con mazas y lanzas. Parpadeando a causa de la hiriente luz, se abrieron paso a codazos entre la despavorida multitud y dejaron a más de una persona magullada tras de sí. Ojos Amarillos corría en dirección a Ancilla y Tarscenio, con sus cinco compañeros pisándole los talones.

—¡Acabad con la bruja! —los arengó—. ¡Matadlos!

Los goblins no tuvieron más éxito que los guardias. A veinte pasos de Ancilla y Tarscenio, chocaron contra una invisible pared mágica y se desplomaron, inconscientes, en los adoquines del suelo.

—¡Por Sauvay! —juró Hederick.

La bruja no lo había retado nunca de forma tan directa. Hederick introdujo la mano bajo la tela de la túnica y sacó un objeto. Luego alargó la mano hacia Ancilla. De repente, él y Dahos quedaron bañados en una rutilante luz. El artefacto brillaba de tal modo que, salvo Hederick, nadie alcanzaba a discernir sus sutiles detalles. Para la mayoría no era más que una resplandeciente bola.

—¡Renuncia, bruja! —vociferó—. Mis dioses me protegen, aquí y en todo lugar.

—Debes poner fin a esta maldad, Hederick.

Ancilla habló con tono normal, pero su voz pareció resonar en las paredes de mármol, las piedras del patio y el hierro de las puertas. Los relámpagos seguían rebotando en el recinto. El materbill, manchado de ceniza y sangre, soltó un gruñido antes de precipitarse hacia la puerta por donde había salido. Obedeciendo la orden de Hederick, un asustado novicio haló frenéticamente la cuerda y la leonina criatura desapareció sin percance en dirección a las estancias subterráneas de Erodylon.

Novir tonwek. —La voz grave de Ancilla rodeó, sinuosa, a Hederick como si de un lazo se tratara.

—No puedes detenerme, Ancilla —contestó.

Centinbil chuffhing, adon.

—Son patéticas tus tentativas de dominarme —espetó Hederick—. No puedes hacerme daño, porque tengo el Dragón de Diamantes de mi señor Sauvay. —Lo puso en alto exultante, regocijado por el poder que le confería. ¡Que las masas vieran el poder que su Sumo Teócrata poseía!

Gatefil antogys adon.

—¿Qué va a ser esta vez, Ancilla? ¿Vas a volver a utilizar la magia para tratar de arrebatarme a mis seguidores, a mis colaboradores más próximos? No van a renegar de mí, bruja. Además, ellos no pueden hacerme ningún mal, a pesar de tus deseos. Mi señor Sauvay hizo demasiado fuerte al Dragón de Diamantes para que tengan efecto los simples subterfugios.

Hederick la provocaba, consciente de las miradas maravilladas de cientos de conversos Buscadores. Imaginaba lo que pensarían: El Sumo Teócrata se estaba enfrentando él solo a una maga de primera categoría, ¡y la estaba ganando, sin magia!

—¡Ríndete ya, Ancilla! —la conminó—. Me ocuparé de que tú y Tarscenio tengáis una muerte rápida. No alargaré vuestra agonía, por más que no lo merezcáis. ¡Una maga y un falso sacerdote de los Buscadores! A Sauvay y Omalthea les satisfará vuestra muerte. Nos colmarán de favores a mí y a mis seguidores. —Se volvió de cara a la muchedumbre, sosteniendo en alto el Dragón de Diamantes, y gritó—: ¡Oídme, gentes de Solace!

Las manos de Ancilla resultaron apenas visibles, tanta era la velocidad con que las hizo girar en el aire.

Gatefil antogys adon. Shiral —entonó con ojos centelleantes.

A su alrededor comenzaron a girar poderes mágicos que, al unirse y separarse creaban arco iris de colores. El Sumo Teócrata no había visto nunca tamaña manifestación de poder mágico. En todo aquello no había no obstante nada que el Dragón de Diamantes de Sauvay no fuera capaz de neutralizar, Hederick estaba convencido de ello. Lo elevó más, colocándolo de forma que lanzara una multitud de destellos con el sol de mediodía. Como siempre, la gente quedó como hipnotizada…, todos salvo Ancilla y su impío compañero. La hermana de Hederick había lanzado por lo visto algún hechizo protector sobre Tarscenio, escudándolo del efecto del Dragón de Diamantes de Sauvay.

—Si no cesas en esta actividad, Hederick —advirtió Ancilla—, te arrancaré de tu querido Erodylon.

Hederick sonrió con desdén, confiando en que el apoyo de Sauvay le permitiría vencer.

En la arrugada cara de Ancilla había una expresión implacable mientras proseguía con su advertencia.

—Oh, no te mandaré muy lejos, Hederick —precisó—. No te privaré de tu templo, pero estarás en un lugar desde el que no podrás seguir haciendo daño a los inocentes.

El Sumo Teócrata lanzó una malévola carcajada y volvió a exhibir el Dragón de Diamantes.

Ghezit.

Hederick vio una nube púrpura que se aproximaba a toda velocidad. Por su parte delantera se abrió, como la réplica de unas fauces de dragón, mientras por atrás el vapor se expandía hasta adoptar la forma de un lagarto gigantesco que se irguió sobre él, casi tan inmenso como el patio, adelantando unas afanosas garras.

Ancilla siguió recitando, con un sentimiento de triunfo manifiesto en su porte y en cada una de las sílabas que pronunciaba. ¿Dónde había acumulado un poder semejante? Se preguntó, extrañado, Hederick.

Centinbil chuffhing, adon. Ghezit. Gatefil antogys adon. Ghezit.

La nebulosa boca se abrió aún más al tiempo que el lagarto mágico se precipitaba hacia adelante.

Hederick hizo girar el Dragón de Diamantes para encararlo a la criatura mágica que tanto se le parecía. Se produjo un relampagueo y un nubarrón de humo. Después, el lagarto retrocedió en el cielo por encima de Erodylon y con las patas delanteras se tocó un boquete que había aparecido en su vaporoso vientre. Dio media vuelta allá en lo alto.

Y arremetió contra Ancilla y Tarscenio.

—¡Sederai donitan! —declamó Ancilla que, con un codazo, apartó a Tarscenio para aguardar sola el ataque del monstruo.

La criatura la engulló entera. Donde un instante antes se encontraba la hermana de Hederick, no había nada.

El caos se adueñó un momento del lugar antes de que los guardias del templo y los goblins de Hederick recuperaran la normalidad y comenzaran a abrirse paso entre la empavorecida multitud. Para entonces, Tarscenio había salido ya por la puerta y corría hacia los vallenwoods.