19

Snup se sumergió en la dirección que le había indicado Tarscenio. Debía hundirse hasta una profundidad dos veces superior a su altura, le había dicho el anciano. Bajo el agua, el mármol cedía paso a otra especie de roca dura que los obreros no se habían molestado en pulir. Snup nadaba conteniendo la respiración, ayudándose en su descenso con los asideros que encontraba en la tosca pared.

Tarscenio, que era buen nadador, lo alcanzó enseguida. Tenían que darse prisa para localizar un respiradero antes de que se quedaran sin aire. En el agua, la oscuridad era cada vez más intensa y Tarscenio a punto estuvo de chocar con el ladrón.

Snup agarró algo y echó atrás la mano, horrorizado. Arrojó algo blando y escurridizo que se escabulló expulsando una nube de tinta.

Entonces vieron el túnel, un denso círculo rodeado de algas, negro como la misma noche. Tarscenio buscó a tientas el brazo de su acompañante, señaló con la lanza que habían cogido al koalinth y lo empujó hacia el agujero. Snup se zafó, sacudiendo con violencia la cabeza. «Bueno, iré yo primero —pensó Tarscenio—. Pero si me quedo atascado delante de ti, estás perdido, amigo mío». Por otra parte, si en el túnel aguardaba otro koalinth, la decisión del otro podía resultar la más prudente.

Con la lanza atada a la cintura, Tarscenio se impulsó hacia el túnel y, aferrándose a sus resbaladizos bordes, se introdujo con dificultad en él.

El espacio era exiguo y Tarscenio lograba avanzar sólo manteniendo los brazos estirados ante sí y las piernas bien juntas, con lo que a duras penas podía nadar.

Moviendo febrilmente los pies, Tarscenio notó el roce de las manos de Snup. El ladrón lo seguía de cerca, pues, dedujo, haciendo votos por que se tratara de él.

Pronto sintió un fuerte ardor en los pulmones y perdió el sentido de la orientación. No sabía si se desplazaban en horizontal o bien hacia arriba, aunque dudaba de que le sirviera de mucho el dilucidarlo. Para entonces, se movía débilmente y a trechos avanzaba solamente con los brazos, para descansar las piernas. Una voz lacerante repetía en su cerebro: «Necesito aire, necesito aire». Intentó concentrarse en el Dragón de Diamantes, en su odio hacia Hederick. También en Ancilla. Aquel esfuerzo merecería la pena si conseguía salir con vida.

Finalmente, sus manos salieron a la superficie. Se paró a descansar en una pendiente, con la mejilla apoyada encima de un blando fango… respirando. Se llenó a fondo los pulmones varias veces, sin hacerle ascos a la fetidez del ambiente. Era aire, al fin y al cabo. En algún lugar caían gotas. Aquello era lo único que se oía, aparte de sus jadeos.

Después, el frenético remolino que se formaba a sus pies le recordó la presencia de Snup. Tarscenio se desplazó un poco y oyó cómo el ladrón emergía tras él. Salió, tosiendo, doblado por las náuseas.

—Por todo lo que es sagrado… anciano… —jadeó—, he estado en algunos sitios horrorosos… pero éste… —Tarscenio oyó un ruido de bascas seguido de unos cuantos juramentos—. ¿Adónde vamos… desde aquí?

—Callad un momento —le ordenó Tarscenio—. Necesito pensar.

Debían adaptar la vista a la oscuridad. Se levantó con cautela y, tras desatarse de la cintura la lanza del koalinth, tanteó con ella el espacio circundante.

—¡Ay! ¡Por los dioses que adoréis, anciano, tened más cuidado!

Tarscenio farfulló una disculpa. Se encontraban, al parecer, en un segundo túnel, mucho más espacioso que el anterior, que les permitía incluso mantenerse de pie.

La lanza topó con algo blando pero sólido. La desplazó y tanteó de nuevo, un poco hacia la derecha, con igual resultado. Luego hacia la izquierda. El arma halló la misma clase de obstrucción. Era algo demasiado blando para tratarse de piedra o de madera y demasiado duro para ser barro.

Tarscenio se llevó la mano al bolsillo donde guardaba el pedernal.

—Supongo que no llevaréis yesca seca encima, ¿eh, espía? —preguntó.

—Oh, sí —contestó con sarcasmo Snup—. En el mismo bolsillo donde está mi colección de esmeraldas.

Tendría que recurrir a la magia, pues, pese a que apenas le quedaban fuerzas. Los sucesivos encantamientos lo habían agotado y durante aquellos días había disfrutado de muy breves períodos de descanso.

Shirak —susurró, haciendo ondular la mano en torno al extremo de la punta de la lanza.

La punta adquirió el resplandor de una antorcha. Tarscenio miró en derredor, esperando en parte ver lo que por fin vio. Snup, desprevenido, se quedó sin aliento y aprestó el puñal.

Eran cuatro, cuatro cadáveres puestos boca abajo. Cuando alzó la luz, Tarscenio advirtió otros bultos parecidos, más allá. Movió de nuevo la luz. Una capa de lodo azulado cubría los cuatro cadáveres de la cabeza a los pies.

Con la punta del pie, hizo girar suavemente uno de ellos. Snup se dobló con una arcada.

—Es el hombre de esta tarde —dijo Tarscenio en voz baja—. El que se ha atrevido a replicar a Hederick. Los guardias se lo han llevado.

Recordando que Snup no se hallaba presente cuando se había dictado la sentencia del mago de túnica negra, puso boca arriba a otro de los muertos. Se trataba de una mujer de mediana edad, con el pañuelo de la cabeza atado aún al cuello.

—Ésta es una de las mujeres que han detenido los guardias. —Desplazó la mirada hacia los otros dos cadáveres y detectó dos pañuelos más—, y sus amigas.

El ladrón, con los ojos desorbitados de terror y repugnancia, parecía un hurón. Tarscenio, por su parte, se sentía sólo cansado y viejo.

—Supongo que el materbill debía de estar ahíto y por eso han puesto los cadáveres aquí —comentó—. Con el tiempo los restos irán a parar al lago.

—Pero ¿qué les ha pasado? —chilló Snup—. ¿Qué es esa capa? No tienen heridas, sólo esa cosa azul… —Se inclinó para tocar una de las formas inertes.

Tarscenio gritó para prevenirlo, pero fue demasiado tarde.

Snup puso en contacto el dedo índice con la sustancia azul y dio un brinco. Tarscenio le agarró la mano y, con la luz de la lanza, quemó el cieno. El dedo, enrojecido, se hinchó con una ampolla.

—¿Qué es eso? —gritó Snup.

—Es algo que digiere los cuerpos —respondió con nerviosismo Tarscenio—. Y ahora, silencio —reclamó. Snup se controló a duras penas.

—¿Por qué? —preguntó por fin en voz baja—. ¿Quién va a oírnos aquí?

—Lo que quiera que haya esparcido esta sustancia.

El horror se intensificó en el semblante de Snup.

—No sé cómo se llama ese monstruo. El hombre que me habló de él hace años aludía a él como una criatura del lodo.

—¿Dónde está?

—En algún sitio de este túnel, diría. De haber estado en el otro, ya estaríamos muertos. Estos seres desparraman su baba tanto sobre los vivos como sobre los muertos y luego se retiran a una cueva a esperar a que surta efecto y su presa esté lo bastante blanda para absorberla.

—¿Os explicó ese hombre cómo se podía combatir a ese tipo de criaturas?

Tarscenio esbozó una mueca. Había algo que recordaba vagamente, pero que no podía precisar con palabras. Había transcurrido mucho tiempo.

Snup realizó un gesto de ahogo.

—Puedo enfrentarme a enemigos humanos y hasta a un hobgoblin o dos, pero esto… no sé si lo soportaré, Tarscenio.

—Habéis realizado una elección cuando habéis entrado en el túnel.

—Pero…

—Silencio —repitió Tarscenio—. Escuchad.

Oyeron un chapoteo y luego un sonido, como de algo que se arrastrara por el túnel hacia ellos.

—Quizá deberíais apagar esa luz —sugirió Snup.

—Esa criatura ve en la oscuridad. ¿Vos también?

Sin esperar a oír la respuesta, Tarscenio sorteó los cadáveres, encaminándose al lugar de donde provenía el ruido, con la lanza en ristre.

Un poco más adelante, ante ellos, relucía un montículo de pálida baba azul de un metro de altura.

Snup se detuvo, confundido, un instante.

—¿Es esta bestia insignificante? —dijo, recuperado ya del asombro—. Me parece que puedo eliminarla yo solo.

Alzó el brazo y al cabo de un segundo su puñal surcaba el aire en dirección a la criatura. El grito de Tarscenio llegó demasiado tarde.

El arma rasgó la cobertura de baba del monstruo y luego rebotó en su pellejo para caer en el agua, al pie de los dos hombres. Snup se encorvó para recogerla, pero al final optó por sacarla del agua con el pie, ya limpia de baba.

Tarscenio frunció el entrecejo, tratando de desenterrar un recuerdo impreciso.

El monstruo se deslizaba hacia ellos como una babosa, muy despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—¿Cómo lo paramos? —susurró Snup, más atemorizado que antes, retrocediendo un paso.

—Manteneos alejado. Atrapa a las víctimas vivas interceptando sus pensamientos. A esta distancia, es posible que no lo consiga. Si llega más cerca, os ofrecerá lo que más deseáis, hasta que al final seáis vos mismo el que se preste a ser devorado.

—¿Ese bicho? —replicó, incrédulo, Snup—. ¡Qué va!

—Ha doblegado a hombres más fuertes que vos.

—Debe tener un punto débil —insistió el espía—, un lugar donde pueda hacer mella mi puñal. —Snup siguió adelante. Tarscenio intentó contenerlo, pero él se soltó y continuó—. Se mueve hacia aquí —señaló—. Tiene que tener ojos o algo donde no disponga de coraza…

El bandido quedó reducido al silencio: su mirada había quedado prendida en la criatura, situada a tan sólo unos palmos, mientras por el túnel se propagaba una voz susurrante.

—Te daré grandes riquezas. Te daré un poder inmenso. El mundo entero se estremecerá ante ti. El mundo te adorará postrado. Serás más rico de lo que hayas podido soñar.

Snup emitió un gemido. Tarscenio buscó en sus bolsillos algo con lo que taparse los propios oídos, pero lo había perdido todo en el lago. Tendría que utilizar las manos. Tapándose las orejas fue al lado de Snup con la intención de sustraerlo a la fatal influencia de la criatura.

—Todo Solace se afanará por satisfacer hasta el menor de tus deseos. No te faltará de nada. Disfrutarás de un poder y una riqueza por la que con gusto morirían los reyes.

Tarscenio apoyó la mano en el hombro de Snup que se aproximó de un salto a la criatura. Ésta se volvió entonces unos milímetros para dirigir sus tentadoras palabras a Tarscenio.

—A ti también te ayudaré a conseguir lo que quieres. Tu dama volverá a la vida y Hederick morirá. Tú y tu dama gobernaréis Solace. Dispondréis de riqueza y poder. Esto se hará realidad. Podréis propagar la palabra de los antiguos dioses por el mundo, tú y tu dama. Ninguno de los dos morirá. Vuestros cuerpos recobrarán la juventud; seréis fértiles; tendréis hijos. Y esos hijos adorarán a los antiguos dioses.

—No puede ser —susurró Tarscenio, tapándose los oídos—. Es contra natura.

—Yo puedo hacer que ocurra.

Tarscenio volvió a tirar del brazo a Snup, que reaccionó empujándolo hacia el fango. Después se precipitó hacia el monstruo, pero no bien lo tocó, comenzó a gritar. En un momento quedó cubierto de reluciente baba azul.

El ladrón se pasaba frenéticamente las manos por el tronco y las piernas, tratando de quitarse aquella pegajosa sustancia que le corroía la piel. Tarscenio adelantó la lanza, con la esperanza de que la luz de la punta bastara para neutralizar la baba, pero Snup gritó una vez más y se desplomó sin vida. Entonces la criatura se abalanzó sobre él y empezó a comer con voracidad.

El anciano aprovechó ese instante para alejarse corriendo por el túnel. Tenía que haber alguna salida.

Más adelante encontró un recodo y escuchó el sonido del agua procedente de allí, mezclado con el murmullo que a sus espaldas lanzaba la bestia, como un reclamo.

—Te daré la vida eterna. Tendrás un sinfín de vidas para adorar a tus dioses, junto con esa maga a la que amas. Vuestros cuerpos serán jóvenes y gozaréis de una vida fácil.

Tarscenio dobló la vuelta y resbaló en el fango. Allí acababa el túnel. Sobre su cabeza, el agua manaba por dos aberturas en la pared. Arriba, entre ambas, había una trampilla.

El monstruo del lodo llegó, deslizándose por la curva. Y en ese preciso instante, el anciano recordó por fin cómo podía neutralizarlo.

—Serás rico. Tus pecados te serán perdonados, Tarscenio, barridos como el polvo. Tus años de embaucador Buscador quedarán perdonados. Tus años de codicia, orgullo y engaño quedarán reducidos a nada. Y tendrás a Ancilla a tu lado.

El montículo de baba azul siguió avanzando hacia él hasta detenerse justo al lado del agua transparente que descendía en cascada de la pared. Tarscenio se retiró al espacio que había entre los dos caños.

—Piénsalo, Tarscenio, una vida de sosiego. Podrás descansar. ¿No quieres descansar? ¿No estás agotado, Tarscenio? Yo puedo ayudarte.

Tarscenio tenía la ropa empapada, pero de agua limpia. Mientras se disolvía la suciedad del túnel, sintió que con ella se iba parte de su fatiga. La criatura se hizo a un lado. Aunque su susurro no cesó, Tarscenio bloqueó la mente frente a la bestia y, atravesando la cascada, se situó detrás de ella.

Luego, dio un paso adelante y le clavó la lanza iluminada.

De la baba que entró en contacto con ella brotó humo, y el monstruo retrocedía a trompicones hacia el agua.

—Tu dama volverá a la vida. Hederick morirá. Dispondrás de riqueza y poder. Podrás propagar la doctrina de los antiguos dioses. No morirás. Volverás a ser joven. Tendrás…

Tarscenio le hincó la lanza con todas sus fuerzas. El pellejo no cedió aún, pese a la densa emanación de humo. La luz de la punta de la lanza hacía brillar la baba como una llama azul.

Apoyando los pies en la pared del túnel, Tarscenio transmitió todo el peso de su cuerpo en el siguiente ataque. Aunque la lanza no traspasó la piel de la criatura, la fuerza del golpe la mandó hacia las cascadas de cristalina agua.

En un instante, la capa protectora de baba se esfumó y el duro cuero se estremeció bajo la fuerza del agua limpia.

Luego, el monstruo estalló.