Cuando la dejé en la agencia a la mañana siguiente todavía no había nadie allí. Desde luego, era muy temprano. Me compadecí un poco de ella al ver su cara de sorpresa al bajar del coche pues se me ocurrió darle un beso de despedida. No podía desaprovechar aquella oportunidad.
—Recógeme al salir de clase —dijo, mientras se apeaba—. Iremos a comer juntas.
Anteayer, en cambio, había querido que quedáramos el sábado siguiente. Realmente algo había cambiado, y mucho.
—De acuerdo —respondí—, pero tengo clase hasta las dos. No puedo llegar antes.
—¡Uf! —exclamó—. Yo suelo comer a las doce.
—No tiene nada de particular si te levantas a las seis. Lo siento, pero no podré llegar antes.
—¿No podrías saltarte una clase en mi honor? —preguntó, con un parpadeo de coquetería. Aparentaba ser una adolescente de dieciséis años.
—Lo haría encantada —dije con una sonrisa—, pero hoy es imposible. La clase es de una asignatura fundamental.
—Bueno. Entonces a las dos —respondió.
—A las dos y cuarto —corregí—. Y eso porque tengo este bólido. Con el autobús no podría llegar antes de las tres.
—¿Entonces ya te empieza a parecer bien? —preguntó, con un punto de ironía.
—Sí, desde luego —respondí—. Tenías razón. Como siempre.
—Me parece fantástico que lo reconozcas. —Se inclinó otra vez y me dio un casto beso.
Cuando se irguió, la vi satisfecha.
—En caso de que hoy te encuentres con algún extraño y debas inclinarte un poco delante de él, lo mejor sería que te abrocharas algo más la blusa. Quizás hasta arriba del todo.
Se miró el escote.
—¿Por qué? Sólo llevo desabrochados dos botones. Como siempre.
—Pues yo lo encuentro demasiado atractivo —dije—. Por si acaso te encuentras con un extraño, yo creo que lo mejor es que te los abotones.
—Lo crees —contestó y me miró—. ¿Sólo porque tú no puedas dominarte y dejar de mirar mi escote, supones que a los demás les pasa lo mismo? —Se mostró satisfecha y divertida.
—Es tu escote —respondí, alzando los hombros—. Pero ahí hay mucho que ver. Tengo serias dudas de que alguien pueda controlarse a la vista de todo lo que muestras.
—Me da todo lo mismo —dijo, sonriente.
Puse el coche en marcha.
—Adoro esto de flirtear contigo por la mañana, pero tengo que ir a clase —dije, lamentándolo.
—No te olvides de la mochila del cole —bromeó.
—Ya verás cuando vuelva. Espérate a la tarde —grité, mientras me alejaba.