Al día siguiente no me podía quitar a Danielle de la cabeza, sobre todo por su oferta de un empleo en prácticas. Era mucho más de lo que había soñado. En realidad yo no tenía muy claras las ideas sobre lo que quería ser, pero supe de inmediato que la actividad de una agencia de publicidad me iba a resultar muy interesante.

Me sentí inquieta cuando se me pasó por la cabeza la idea de que la oferta no hubiera ido en serio. ¿Y si no se acordaba de mí cuando fuera a verla? Quizá debía llamar para asegurarme.

Lo hice después de comer, pero no estaba. Su secretaria me dijo que ya no podría hablar con ella hasta el día siguiente.

—Pásese sin más —dijo, en un tono neutro pero amistoso—. Siempre necesitamos gente de prácticas.

No me sentía muy segura pero, a pesar de todo, la tarde del día siguiente, el último de clase antes de las vacaciones de verano, me planté en la dirección que figuraba en la tarjeta.

Era un edificio bajo, parecía tener un solo piso, amplio y cuadrado, de techo plano. Una nave industrial totalmente funcional, con un acogedor y alegre tono gris hormigón. No era lo que uno podría imaginarse como un agradable centro de trabajo.

Sin embargo, dentro resultaba distinto. Había una gran variedad de colores. Abundaban los carteles publicitarios, algunos los conocía, otros no, y sobre todo me llamaron la atención aquellos hombres y mujeres, jóvenes y joviales, que intentaban venderme un producto.

¿Qué había dicho ella? ¿Qué era lo mismo que el periodismo? A mí no me lo parecía.

Tuve que preguntar a algunas personas que andaban por allí ocupadas y que me mandaron a diferentes direcciones antes de que, por fin, encontrara a la secretaria con la que había hablado por teléfono. También parecía estar muy ocupada y sólo me miró un instante.

—Danielle está en su despacho —dijo, mientras intentaba poner los papeles de su mesa en un orden incomprensible para mí—. Entra por ahí. —Señaló hacia atrás de forma imprecisa con un montón de papeles que llevaba en la mano.

Lo más probable es que aquél fuera el despacho de Danielle. Al parecer, allí no había apellidos.

Pasé por delante de la secretaria y me quedé en el umbral de la puerta que había detrás de ella. Estaba abierta del todo, por lo que pensé que no estaría. Busqué entre el desorden que veía, pero me pareció que allí no había nadie.

Intenté golpear con los nudillos en el marco de la puerta, pero sólo se oyó un tenue ruido. No era de madera.

Mi timidez me retuvo por un momento en el sitio, pero luego me atreví y entré.

—¿Hola? —pregunté, apocada.

De repente, entre la montaña de papeles apareció una cabeza.

—¿Sí? —preguntó Danielle, al parecer sin reconocerme.

—Yo… yo vengo por lo de las prácticas —balbuceé.

Danielle no parecía muy afable. Frunció el entrecejo.

—¿Prácticas?

Ya lo sabía yo: lo de la oferta no había ido en serio. Se había olvidado de lo que me había dicho.

—De acuerdo —dije y me volví hacia la puerta—. Ya me voy. Sólo quería preguntar…

—No, espera. —Salió de detrás de los papeles y entonces me di cuenta de que aquello debía de ser su escritorio. Me miró con más atención—. Nos encontramos en Chariot la otra noche, ¿no es cierto?

—Sí —asentí.

Miró hacia atrás y encontró un trozo de escritorio sobre el que se pudo apoyar sin tirar al suelo todos los papeles.

—¿De verdad quieres hacer las prácticas? —preguntó de nuevo, ahora con una sonrisa un tanto indiferente, igual que la semana anterior.

—Sí me gustaría, sí —contesté—. Ahora estoy de vacaciones y…, bueno… —Me paré antes de decir que en realidad no me podía permitir dejar de ganar algún dinero en ese período, pero ahora no hablábamos de eso. Además, no me atreví a preguntar.

—Seis semanas, ¿no? —dijo ella con toda precisión. La pérdida de tiempo no encajaba en su estilo. Me maravilló el hecho de que pudiera estar sentada detrás de un escritorio tan desordenado. Me sentí algo confundida.

—Sí —asentí de nuevo—. Puedo empezar mañana mismo.

—De acuerdo. —Se levantó y regresó a su atestada mesa—. Pregúntale a Tanja. Ella te dará un contrato. Y mañana te vienes a eso de las diez.

«¿Y quién es Tanja?», dije para mí misma, pero Danielle había desaparecido detrás de su escritorio y renuncié a molestarla de nuevo con esa pregunta.

Abandoné su despacho y me sentí un tanto despistada cuando, de repente, una secretaria pasó por delante de mí.

—Esto… ¿Tanja? —dije tan rápido como pude, para ver si ella me podía indicar a quién dirigirme.

—¿Sí? —respondió algo impaciente. Parecía que era Tanja. Señalé hacia la puerta por la que yo acababa de salir—. Ella me ha dicho que debo dirigirme a usted por lo del contrato de prácticas —dije, haciendo un esfuerzo.

—Está bien —respondió, y se deslizó detrás de su escritorio, que también parecía estar oculto bajo una montaña de papeles, aunque, comparado con el de su jefa, estaba limpio como los chorros del oro.

Tanja sacó una hoja de un cajón.

—Lee esto y, si estás de acuerdo, lo firmas —me explicó sin ningún interés y, cuando vio que no me movía porque todo parecía ir demasiado rápido para mí, continuó hablando—. Aquí nos tuteamos todos. Si quieres, te lo puedes llevar a casa y mañana, o cuando vayas a venir, lo traes.

Me resultó algo violento, tanto que me puse colorada. Cogí un bolígrafo y firmé deprisa y corriendo sobre la línea de puntos que pude descubrir. No sabía lo que firmaba, pero esperé que no me causara ningún perjuicio. En cierto modo me daba igual. Tan sólo quería salir de allí para tratar de asimilar todo aquello, que me parecía una locura.

¿Cómo le iba a explicar a mi madre que me habían contratado para hacer unas prácticas durante las vacaciones, pero que no me iban a pagar? Y si era así… Los pensamientos me sacudían la cabeza mientras iba en el autobús de vuelta a casa. Todo había ocurrido muy rápido y aquella mujer, Danielle, me desconcertaba.

Mi madre confiaba en que durante las vacaciones yo aportara algo a la economía familiar. Teníamos muy poco dinero y, dado que yo iba al instituto, no disponía de muchas oportunidades para reducir esa escasez. El dinero de mis estudios salía casi en su totalidad de la comida y nunca supe cómo se las apañaba mi madre con su menguado sueldo. Por ello, yo estaba obligada a conseguir una actividad remunerada durante las vacaciones. ¿La había logrado ahora o no?

Fue la misma pregunta que me formuló mi madre durante la cena y yo me justifiqué diciéndole que trabajaría tres días en la agencia, pues era toda una oportunidad el hecho de haber conseguido hacer prácticas allí.

Mañana, cuando viera a Tanja, leería otra vez el contrato y entonces se lo podría decir. Pero ¿qué pasaría si en la casilla del salario para estudiantes aparecía escrito un cero? Tendría que buscarme otra cosa y dejaría claro que no era lo que yo quería. Aunque no hubiera sabido explicar muy bien el motivo.

A la mañana siguiente llegué con toda puntualidad a la entrada. Me pareció que era la primera. Luego, diez minutos más tarde, llegó Tanja y abrió.

Era un buen horario de trabajo. Mi madre se iba de casa todos los días a las seis de la mañana para llegar a tiempo.

Antes de que Tanja pudiera escapar, le pregunté por mi contrato. Lo puso delante de mí y comprobé que no debía preocuparme. El sueldo era más elevado de lo que pensaba. Mi madre se pondría muy contenta.

Sin embargo, quise asegurarme.

—¿Está bien esta cifra? —le pregunté, mientras señalaba la línea de honorarios.

Ella asintió y en aquel momento entró Danielle.

Tanja se dio la vuelta, disgustada.

—¿Otra vez te has pasado toda la noche trabajando, Danielle? —le recriminó a su jefa.

«Vaya camaradería que hay por aquí…», pensé.

Se veía que Danielle tenía un aspecto algo ajado, lo que confirmaba la sospecha de Tanja, pero no dijo nada.

—¿Existe algún problema con tu contrato? —dijo, al ver que yo lo tenía aún en la mano.

Yo quise contestar y darle las gracias, pero Tanja añadió:

—Creo que no está muy de acuerdo con el sueldo.

—Cogió unos papeles y desapareció en las profundidades de la habitación.

Danielle me quitó el contrato de las manos y lo miró.

—Esto es muy poco —dijo con energía, tomó un bolígrafo y dobló la cifra. Firmó la corrección que había hecho y me devolvió el papel—. ¿Satisfecha? —dijo, con una sonrisa de cansancio.

—Mi madre y yo tenemos muy poco dinero —comencé a decir, para explicarle que la primera cifra me había parecido suficiente y que ahora me sentía más contenta y agradecida, pero ella no me dejó continuar.

Negó con un gesto y quiso irse.

—Eso me lo cuentas en otro momento. —Parecía agotada.

—Gracias —dije deprisa, antes de que pudiera pasar alguna otra cosa—. Es más de lo que esperaba.

Se volvió de nuevo.

—¿Ah, sí? —preguntó, incrédula, y luego desapareció en su oficina.

Ese día no la volví a ver más. Se fue con algunas de sus colaboradoras a una presentación en una gran empresa, una clienta importante, como me dijo Tanja.

Tanja me enseñó un par de cosas y enseguida me puse a hacer las tareas más habituales que ya conocía de otros trabajos: copiar, clasificar, guardar unas cosas y eliminar otras.

Todo eso era algo que hacía falta en aquella agencia. Había un caos que podría definirse como creativo, pero que se propagaba por todas partes.

—Y cuando tengas que hacer algo en el despacho de Danielle —me advirtió Tanja—, no toques nada. No le gusta. Puede llegar a ponerse muy desagradable.

—¿Ni siquiera ordenar? —pregunté. Era algo que le hacía mucha falta a aquella mesa del despacho.

—¡En absoluto! —gritó Tanja, que ya estaba dedicada a otras actividades—. ¡Te podría asesinar!