—¡Usted me ha tomado el pelo! —tronó el profesor Häusly.
Danielle levantó los ojos, extrañada, y yo pensé si no tendría que darle una patada en los huevos a aquel fulano.
—¡Usted no padece ELA! —vociferó.
Danielle lo miró con fijeza, como si fuera un demonio que hubiera subido directo desde los infiernos.
—¿Qué…, qué pasa…, por favor? —tartamudeé.
—¡De ELA, nada! —repitió—. Es una malformación arteriovenosa, que conocemos como MAV. La hinchazón causada por los esteroides que le hemos dado contra la ELA ha remitido, pero puede volver de nuevo. Vístase. No se va a morir. Al menos no por ahora —murmuró, haciendo ondear su bata.
—No puede mostrar así toda la alegría que siente —dijo la doctora, que le había seguido hasta la habitación—. Y, además, está disgustado porque ha perdido un cobaya humano para sus investigaciones sobre la ELA. —Sonrió, con un poco de ironía.
—Yo… —Danielle se incorporó—. ¿No tengo esa esclerosis? —Su tono de voz era escéptico y yo me sentía igual.
—Sabemos muy bien que la ELA es difícil de diagnosticar. Y todos los síntomas apuntaban a que lo era —dijo la doctora.
—Pero…, ¿cómo puede estar ahora tan segura de que no es ELA? —preguntó Danielle, siempre escéptica.
—Cuente con que es verdad, no hay ELA —dijo, sonriente, la doctora—. Porque la causa de su parálisis ha sido una malformación arteriovenosa en la columna vertebral, una MAV. Apenas se pueden diferenciar los síntomas de las dos enfermedades. La MAV estaba ahí, pero no se podía comprobar en las exploraciones porque estaba oculta por la propia hinchazón. Si ahora retiramos los esteroides, la inflamación estará controlada y tratada, y desaparecerá, y sin inflamación dejará de haber parálisis —dijo y se rió con ganas.
—¿Así de sencillo? —pregunté yo.
—Así de sencillo —afirmó. Luego miró a Danielle—. Mientras tanto, descanse, que lo necesita. Después le daremos el alta —dijo, y salió de la habitación.
Danielle se dejó caer, hecha polvo, sobre los almohadones de la cama.
«Nada de ELA». La información pasó del oído al cerebro con mucha lentitud.
—Nada de ELA —susurré y luego ya lo dije en voz alta—. ¡No tienes ELA! —De repente, mi corazón empezó a latir de nuevo. Danielle no iba a morir, sobreviviría…, sería para mí…
—Nada de ELA —repitió Danielle. Respiró profundamente—. ¿Qué es, entonces, si es que se han equivocado? —No quería admitir su nueva situación, no fuera a ser que luego sufriera otra decepción. Eso yo lo entendía muy bien.
—Debe ser cierto, en vista de lo furioso que estaba Häusly —dije, sonriente—. Seguro que no ha echado para atrás su diagnóstico sin antes pensárselo mucho.
—Es verdad —dijo, meditabunda. El júbilo que surgía y se alzaba de mi interior parecía faltarle a ella—. He escapado de las garras de la muerte por un pelo —añadió.
—Ésa eres tú. —Me paseé, nerviosa, por la habitación—. ¿Acaso no te alegras?
—Eso ya llegará —dijo Danielle—. Más tarde. Lo primero de todo es entender lo que pasa. —Me miró fijamente.
—¡Danielle, Danielle, Danielle! —exclamé. Luego me acerqué a ella y le di un rápido beso en la boca—. Vives. ¡Vas a sobrevivir! ¿Es tan difícil de entender?
—He vivido los dos últimos años con ese diagnóstico sobre mí —respondió—. Y no me ha resultado nada fácil. Ya hacía tiempo que había aceptado que iba a morir y ahora… estoy viva.
—Sí, vives. —La besé otra vez—. Vives, vives, vives… —casi lo dije como una canción.
—Veo que apenas puedes contener tu entusiasmo —dijo y comprobé que una leve sonrisa se deslizó hasta la comisura de sus labios.
—¿Te sorprende? —La miré, radiante.
—Un poquito —respondió—. No fui muy amable contigo antes de desaparecer.
—Ya hace tanto tiempo que me he olvidado de eso —dije, feliz.
—Era una forma de hacerte más fácil la separación. —Suspiró—. Supuse que, si te enfadabas conmigo porque te había ofendido, podrías soportar mejor el hecho de que yo ya no estuviera más allí. Eso en caso de que nunca volviera. Pensé que te sentirías contenta por haberte librado de mí.
—Tendrías que haber sabido que las cosas no iban a ser así. —La abracé—. Vamos a dejar de hablar de eso. Tú querías algo bueno para mí, aunque me resultara doloroso. Pero ahora todo eso ya ha pasado.
—Si lo ves de esa forma… —dijo. Sacó los pies de la cama—. ¿Has reservado el vuelo?
Una sombra flotó por la habitación. Yo había hecho la reserva, pero en condiciones muy distintas a las de ahora.
—Sí, sí lo he hecho —respondí.
—Entonces nos podemos largar —dijo. Se apoyó un poco y pudo ponerse de pie junto a la cama. Aquello era algo asombroso. Nunca hubiera pensado que lo vería de nuevo.
—¿No te encuentras un poco débil? —pregunté, al ver que se tambaleaba un poco—. La isla no se va a escapar de donde está.
—No quiero pasar ni un día más aquí, ni un día más de lo necesario —respondió.
Por supuesto, yo eso también lo entendía muy bien.