Al día siguiente, en plena madrugada, comenzaron los reconocimientos, antes incluso de que yo llegara a la clínica. Cuando subí, Danielle no estaba en su habitación.
—Viene enseguida —me dijo el celador, al que ya conocía del día anterior—. Están haciéndole una TAC.
Una tomografía computarizada, al menos era algo que yo ya había escuchado antes. Te introducen en un tubo para examinar algún órgano en particular. Lo vi una vez en una película de la televisión. El tubo era muy estrecho. Si, una vez dentro, a Danielle le sobrevenía un ataque de asfixia… En mi interior volvió a crecer la preocupación que el día anterior se había aliviado algo, porque en la recepción de la clínica me habían dado ciertas esperanzas.
Una enfermera llegó. Llevaba a Danielle en una silla de ruedas.
—Veo que ya estás en marcha —saludé, en un tono conscientemente alegre.
—¡Oh, sí! He estado en danza de una habitación a otra —respondió con ironía.
—¿Sabes algo ya? —pregunté.
Movió la cabeza en un ademán negativo.
—No, esto no va nada rápido. Primero quieren esperar a ver el resultado de los reconocimientos. —Me miró con una extraña expresión en su rostro—. Andy, no te hagas muchas esperanzas, porque probablemente serán en vano. No te decepciones si es así.
Yo sentí que todo mi cuerpo se ponía en tensión. ¡Por supuesto que me había forjado esperanzas! Eso era todo de lo que yo disponía.
—¡Bueno! —contesté, para tranquilizarla—. Ya sé que los análisis no ofrecen una garantía total.
—Ninguna en absoluto —corroboró Danielle. Acercó su silla de ruedas a la ventana y miró al exterior—. Como Legoland —dijo—. Siempre que estoy en Suiza creo que todo lo de aquí se parece a Legoland. Tan pulcro, tan ordenado, tan uniforme, como si todo lo hubieran construido adrede así.
Me acerqué a ella.
—Tienes razón, sí se parece —contesté.
—Pero en Legoland no hay enfermedades —dijo y apartó la silla de la ventana para orientarla hacia la cama—. ¿Me ayudas? Estoy agotada y me gustaría acostarme.
La llevé junto a la cama y me incliné hacia ella. La habría besado con mucho gusto, pero me di cuenta de lo cansada que estaba. Extendió los brazos y trató de subir por sí misma a la cama, pero no lo consiguió. La levanté en alto y la ayudé a echarse. Todavía estaba muy delgada.
Mientras la tapaba, se quedó mirándome durante unos minutos.
—No debes preocuparte. ¿Me lo prometes, Andy? La tristeza no sirve para nada. —Sus ojos me escrutaron como si quisiera graba mi rostro en su memoria por última vez.
Yo moví despacio la cabeza.
—No te lo puedo prometer —respondí—. Quizás no podría cumplir esa promesa.
—Prométeme al menos que lo vas a intentar.
Yo sabía que eso también estaba condenado al fracaso.
Ella cerró los ojos.
—Yo… me estoy durmiendo… —susurró.
La contemplé durante un rato. Estaba echada y respiraba con calma, lo que ya me pareció un buen síntoma, y luego me acerqué a la ventana y miré para fuera. Sentía pavor ante los resultados de los reconocimientos, que sólo podían dejar abierto a la esperanza un leve resquicio, difícil de conservar. El estado de Danielle empeoraba día a día y, cuando los resultados de los exámenes lo confirmaran, me di cuenta de que me vería obligada a mantener mi promesa. Después tendría que llevarla a la isla…
Me pasé la mano por los ojos. No podía soportar la idea, pero tenía que hacerlo. Lo había prometido.