Por la noche tenía poco sueño. Melina y Anita, apoyadas más tarde por Stavros, trataron por todos los medios de distraerme de mis sombrías ideas. Pero yo sólo tenía en mi pensamiento el rostro de Danielle, que iba palideciendo más y más hasta transparentarse y desaparecer. Mi mente quería prepararse para su muerte, pero el corazón estaba en contra y volvía a ver de nuevo su rostro ante mí.
Me sentí satisfecha cuando por fin amaneció y pude levantarme.
Fuimos caminando al hospital, porque quedaba cerca. Al llegar sentí de nuevo que me temblaban las rodillas, pues no sabía lo que nos esperaba allí.
—No te preocupes. —Melina y Anita me pusieron entre ellas e intentaron animarme.
Yo sabía que ellas no podían quitarme la preocupación, pero su apoyo me sirvió de ayuda para soportar aquellos instantes.
La enfermera que nos acompañó a la unidad de cuidados intensivos informó a Melina sobre el estado de Danielle.
—Se ha despertado esta mañana —dijo Melina y me sonrió—. Ahora se ha vuelto a dormir, pero incluso ha bebido algo. Como es lógico, todavía está muy débil, pero mejora a medida que pasa el tiempo.
«Oh, Dios». Casi se me doblaron las piernas. Una sensación de alivio recorrió mi cuerpo como una ola benefactora, cargada de felicidad.
—Es una buena noticia. —Anita miraba a Melina.
—Sí. —Melina sonrió—. Creo que a partir de ahora ya no debemos preocuparnos más.
Entramos juntas en la habitación de Danielle y me pareció que su estado no había cambiado en nada, tan sólo sus mejillas daban hoy la sensación de tener un tono más rosado que pálido. Al acercarme a la cama noté, además, que su respiración era más fuerte. Fui a darme la vuelta para coger una silla cuando advertí un revoloteo en sus párpados. No consiguió abrirlos del todo pero era evidente que lo intentaba.
—Danielle… —susurré. No pude pronunciar más que aquel susurro—. Danielle…
Se formó una leve rendija entre sus párpados y se volvió a cerrar otra vez. Un segundo intento resultó mejor y, por fin, al tercer intento pude reconocer el color de sus ojos.
—Danielle… —susurré de nuevo, pero esta vez formé una sonrisa con la comisura de mis labios.
—Tú…, ¿qué…? —dijo y volvió a cerrar los ojos.
—¿Quieres beber algo? —pregunté, mientras miraba alrededor en busca de un recipiente adecuado.
—Agua —dijo ella con un hilo de voz y sin volver a abrir los ojos.
Alcancé el vaso que estaba en la mesilla, al lado de la cama. Metí en él una pajita para beber. Los dedos de Danielle estaban tan débiles que no podían sujetar el vaso; lo tuve que hacer yo por ella.
Bebió un trago y se dejó caer sobre la almohada, agotada, pero ahora sí abrió los ojos.
—¿Qué…? ¿Dónde…? —Parecía estar muy confusa.
—Estás en un hospital. En Atenas —le informé.
—Atenas —repitió con tono incrédulo.
—Sí. Ayer te trajo un helicóptero. Te encontramos en la isla. —Seguro que no se acordaba de nada.
—La isla —repitió de nuevo.
Quizá debería haberle preguntado el motivo por el que estaba allí y en aquel estado, pero ahora me pareció algo prematuro.
—No te encontrabas nada bien —dije con cautela—. Y por eso te trajimos al hospital.
—No me encontraba nada bien —repitió otra vez, como si quisiera reunir primero las piezas del puzzle para luego poder armarlo. Ahora no tenían ningún significado para ella.
—¿Qué…? —Me miró—. ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo has venido?
Era evidente que se recuperaba.
—Estaba preocupada por ti —contesté—. Y por eso vine a buscarte.
—Y de hecho me has encontrado —dijo, como si no se alegrara por eso.
—Yo…, Danielle…, por favor… Primero tienes que curarte. Luego podremos hablar de todo —contesté—. Déjanos ahora que pensemos tan sólo en tu recuperación.
Ella volvió la cabeza.
—No puede ser —dijo.
—¿Por qué no? —inquirí.
—No lo entiendes —contestó y volvió de nuevo la cabeza, ahora hacia mí—. No quiero que estés aquí.
Tragué saliva. Yo sospechaba algo así, pero no quería darme por vencida. Ella se sentía débil y exhausta, y puede que no supiera lo que decía. Sentí un escalofrío en mi corazón.
—¿Por qué no? —pregunté, con voz apenas audible.
—¿Qué haces aquí? —inquirió a su vez. Un instante antes parecía estar tensa, pero ahora se mostraba otra vez agotada.
No estaba en condiciones de pelear, así que yo tenía ahora mi oportunidad.
—Tanto en los buenos como en los malos tiempos. ¿No se dice así? —Sonreí con lágrimas en los ojos.
Ella hizo un movimiento brusco, como si reprimiera un repentino dolor.
—No quiero que veas esto —susurró.
—Ya sé que no quieres tener deudas conmigo —contesté con cierto tono jocoso, pero ella me miró muy seria. No lo consideraba ninguna broma.
—Sí —confirmó con voz débil.
Danielle hubiera seguido discutiendo, pero le venció la debilidad. Era incorregible. Incluso en su estado…
—Ahora que estás aquí, ya verás lo rápido que te curas —dije.
Me miró, pero no dijo nada.
—Stavros me ha prometido que se va a ocupar en persona de ella —dijo Melina, mientras yo retrocedía.
Danielle, al parecer, no se había dado cuenta de que había alguien más en la habitación, que yo no estaba sola. Pareció sorprendida.
—Es Melina —le informé—. Nos ha ayudado, a Anita y a mí. Sin ella lo más probable es que no te hubiéramos encontrado.
—Spyros nos ha contado que te habías ido sin llevarte apenas víveres —dijo Melina.
—Sí…, yo…, yo quería pescar algo para abastecerme de comida —contestó, fatigosamente.
—¿Y los peces no querían lo mismo que tú? —bromeó Melina.
—Yo…, yo… Luego ya hubo un momento en que me encontré muy débil. —La voz de Danielle se apagó. Pareció que volvía a dormirse.
Anita cogió mi brazo y se enganchó a él. Miró hacia la cama en la que Danielle yacía reposadamente.
—¿Qué, estás ya tranquila? —preguntó en voz baja—. La hemos encontrado, está con vida y descansa. No se puede pedir más.
Respiré hondo.
—Puede que no —contesté.
Anita me miró con un gesto de simpatía.
—Todo ha cambiado —dijo—. Ella no puede continuar donde lo dejó. Debéis hablar entre vosotras, aclarar lo que haya que poner en claro. Luego todo volverá a ir bien.
Aclarar lo que haya que poner en claro, lo que eso pudiera significar. Danielle no me lo había dicho.
—Si quieres, te puedes quedar aquí todo el día —me dijo Melina—, pero también os puedo proponer una visita a la ciudad. No me espera nadie en Atenas.
—¡Oh, sí! —Los ojos de Anita brillaron—. Sería maravilloso.
Moví la cabeza en señal de negación.
—Me quedo aquí —dije—. A lo mejor se despierta otra vez y…
—Lo más probable es que necesite dormir mucho y que no se vaya a despertar dentro de poco —contestó Melina—, pero entiendo que quieras quedarte. —Se volvió hacia Anita—. Entonces vamos a dar una vuelta por la ciudad las dos solas. —Se echó a reír.
Mientras salían de la habitación, acerqué de nuevo mi silla a la cama y me senté junto a Danielle. Su mano, pequeña y transparente como el cristal, reposaba sobre la sábana. Yo era capaz de reconocer todas y cada una de sus venas. Tomé su mano y la estreché con mimo, la acerqué a mi cara y deposité un beso en ella.
—Danielle —susurré—, mi amor.
De momento era todo lo que yo quería, pero sentía miedo de lo que ocurriría cuando se restableciera por completo. Ahora ella no podía elegir pero, más tarde, ¿me volvería a echar? Yo no lo sabía, como tampoco sabía por qué lo había hecho la última vez.
Los días se sucedieron y Danielle recuperaba las fuerzas poco a poco. Sólo hablábamos de su convalecencia y de ninguna otra cosa más. Melina y Anita volvían muy complacidas de sus constantes excursiones. Una tarde, después de salir de la clínica, nos sentamos en un pequeño restaurante de la esquina. Estábamos con Stavros y aquel local se había convertido prácticamente en su segunda vivienda, pues él no cocinaba nada en su casa. Stavros y Melina mantuvieron una conversación en griego.
Anita y yo no entendíamos ni una palabra, pero Anita observaba atenta a Melina.
—¿Qué es lo que ocurre de verdad entre vosotras cuando estáis solas? —le pregunté, inmiscuyéndome en sus reflexiones.
Ella se sobresaltó.
—¿Qué…, qué quieres que pase? —preguntó a su vez con expresión de culpabilidad.
Puse un tono de satisfacción.
—Habéis estado mucho tiempo por ahí juntas.
—Melina me enseña la ciudad —dijo, pero en su rostro apareció un ligero rubor.
—¿Sólo la ciudad? —inquirí de nuevo, con el mismo tono de satisfacción.
—Bueno, nosotras…, nos hemos besado —susurró y me miró—. Andy, han sido los besos más hermosos de toda mi vida. Nunca tengo bastante.
Sonreí con ironía.
—Si Melina está de acuerdo con eso, estoy segura de que podrás conseguir tantos como quieras —dije con aire convencido.
—Pero yo… —se interrumpió—. A ver si me entiendes, es igual que me ocurría con Tessy —continuó—. Yo no tenía un momento para pensar en eso y ya se había pasado.
—Y ahora tienes miedo de que la cosa acabe igual que con Tessy. —Me puse seria.
—Sí —contestó, con un temblor en la voz—. Melina es muy distinta. No tiene nada que ver con Tessy, más bien todo lo contrario, pero las cosas han ido tan rápidas…
—Que vayan rápido no quiere decir que vayan mal —respondí—. ¿O acaso no crees en el amor a primera vista?
—Por supuesto que sí, al cien por cien —dijo ella, en un tono infeliz—. Pero también lo pensé con Tessy y… aquello no era amor.
—Pero Melina —miré hacia donde estaban los otros dos, de los que parecíamos habernos olvidado por completo— es una de las personas más simpáticas y amables que yo haya conocido nunca. No te va a dejar en la estacada. Nos ha ayudado incluso cuando éramos unas extrañas para ella. Es como un sueño, la mejor base para una relación.
—Sí. —Anita miró en dirección a Melina y en su rostro se dibujó una sonrisa de felicidad—. Es como un sueño.
—¿Y sólo os habéis besado? —pregunté, para tomarle el pelo.
Me miró escandalizada.
—¿Crees que te mentiría?
—Anita —dije, mientras acariciaba suavemente su brazo—, me alegro por ti. Es tan bonito que os hayáis podido conocer… —Eso era algo que no se podía decir, por cierto, con respecto a Danielle y a mí…
Suspiré.
—Danielle se avendrá a razones. —Ahora era Anita la que me consolaba a mí—. No es como Tessy. De ella no se sabía lo que se podía esperar. Fue un error por mi parte. Pero Danielle es…, es una mujer madura y sabe lo que hace.
—Eso es lo que yo he pensado durante mucho tiempo. —Arrugué la frente—. Pero…, desde que nos vemos todos los días en el hospital, es como si, de repente, se hubieran dejado de lado ciertas cosas. Sólo charlamos de lo más cotidiano. —Sonreí—. ¡Del tiempo que hace!
—Está todavía muy débil. Apenas acaba de escapar de la muerte —respondió—. Quizás está demasiado asustada y no puede pensar en otra cosa. Tal vez le asaltan recuerdos que le dan miedo. Debes tener paciencia. —Me miró—. ¿No te ha dicho nada de lo que ocurrió?
—No. —Agité la cabeza—. Se lo guarda para ella. No me atrevo a hacer preguntas porque evita el tema.
—Es más seguro hablar del tiempo… —comenzó a decir Anita, pero Melina la interrumpió.
—¿Andy? —preguntó—. ¿Seguía Danielle algún tratamiento médico en Alemania?
La miré con extrañeza.
—No, que yo sepa no.
«¿Y yo qué sé?», pensé. Si ya había comprobado que Danielle pudo haber tenido docenas de amantes sin que yo lo supiera, ¿por qué debería tener conocimiento acerca de una posible consulta médica?
—¿No ha ido nunca a una clínica o algo parecido? —insistió Melina.
—No tengo ni idea. En todo caso, desde que yo la conozco, no. —Mi asombro iba en aumento.
—Ya. —Melina miró a Stavros y le dijo algo. La expresión de su rostro mostraba preocupación.
—¿Qué pasa? —inquirí, alarmada—. ¿Está enferma y tan débil que casi se muere?
—Stavros y sus colegas no lo saben —respondió ella—. Pero les parece extraño que todavía no pueda andar. Ya hace tiempo que debería haberse levantado.
—¿Está… paralítica? —susurré con una voz que era un soplo. Sentí como si una mano helada me oprimiera el corazón.
—Piensan investigar una posible lesión en la médula espinal —contestó—. Hasta ahora no se lo habían planteado.
—¿Se va a… quedar en una silla de ruedas? —pregunté, horrorizada.
—Es probable que sólo se trate de una reacción asociada a la convalecencia —dijo para tranquilizarme—. Es lo que piensan los médicos, pero quieren cerciorarse.
Stavros dijo algo y Melina asintió con la cabeza y se volvió de nuevo hacia mí.
—Dice que no debes preocuparte. No saben bien lo que es, pero piensan que no se trata de nada grave. Es sólo… —sonrió levemente—. Los médicos siempre quieren saberlo todo de una forma muy precisa.
Stavros hizo otro comentario y Melina lo tradujo para nosotras.
—Mañana por la mañana quieren hacerle un reconocimiento a Danielle.