—No te mareas en el avión, ¿verdad? —me preguntó Anita, preocupada—. Estás tan pálida…
—Ayer estábamos en la cocina de mi casa hablando de este tema y ahora en el aeropuerto —contesté—. Casi no he podido dormir por los nervios, por eso estoy pálida. No tengo ningún problema con los aviones.
—Eso está bien —dijo Anita—. Ahora dime tan sólo: ¿te entendí mal y no querías volar?
—Todo ha sido muy rápido —respondí, en un tono de disculpa—. Casi no he tenido tiempo ni de hacer la maleta.
—¿Qué se necesita bajo el sol meridional? Estorba casi todo y si te falta algo lo podemos comprar allí.
—Eso es lo que me dijo también Danielle —recordé en voz muy baja.
—Seguro que está allí —dijo Anita—. Se te veía tan segura.
—Pero pierdo la seguridad a medida que pasan los segundos —afirmé—. Quizás ha sido sólo una idea descabellada. Como no se me ocurría otra cosa…
—Si es así, lo comprobaremos al llegar a Grecia. Y puesto que estaremos allí, podremos disfrutar de unas vacaciones.
—Si es así… —vacilé—. Si ella no está allí, no sé dónde debería buscarla —murmuré.
—La encontraremos —afirmó mi amiga—. A lo mejor regresa de motu propio.
—Eso ya no me lo creo —dije—. En tal caso, ya hubiera regresado hace mucho tiempo.
—Tú sabrás, porque yo no la conozco. ¿Fuisteis muchas veces al Egeo? —Se sentó en un banco de la sala de embarque.
—Sólo una vez —dije en voz baja—. Al principio de todo.
—Oh, entonces resultará muy romántico para ti volver de nuevo —aseguró una Anita sonriente—. Fue casi como vuestra luna de miel.
Yo no contesté, debido a que todo lo que me parecía muy lejano en el tiempo aparecía de nuevo ante mí. Danielle y yo también habíamos salido de aquel mismo aeropuerto y yo no sabía lo que me esperaba, ni lo podía sospechar.
Anita interpretó mal mi silencio.
—La vamos a encontrar —repitió para consolarme.
—Pero…, ¿qué pasará después? —tartamudeé, mientras me ponía la cabeza entre las manos—. ¿Qué hago si ella no me quiere ver? —murmuré.
—Entonces puedes hacer con ella lo mismo que he hecho yo con Tessy —respondió, tajante—. La tachas de tu vida.
La miré con desesperación.
—No puedo hacerlo —susurré.
—Eso también lo decía yo hasta hace poco. ¿Te acuerdas de aquella vez en Eifel, cuando me consolaste? —dijo Anita—. ¿Y qué pasa hoy? Ya casi no me acuerdo de cómo es Tessy.
—Eso no es cierto, Anita. —A pesar de mis incontenibles lágrimas, no tuve más remedio que sonreír.
—Bien, no es del todo cierto —admitió Anita—. Pero sí lo será en un futuro muy próximo. Por ahora aún me acuerdo de cómo es. —Su mirada estaba un poco perdida.
—Es muy atractiva —afirmé.
—¡Oh, sí! —Anita suspiró—. ¿No te parece terrible que seamos tan superficiales y sólo nos fijemos en el aspecto exterior? Espero ser más inteligente la próxima vez.
Al menos, aunque sólo fuera en sus pensamientos, podía imaginarse una próxima vez, pero no era ese mi caso. Danielle era en lo único en lo que deseaba pensar y no quería hacer otra cosa.