—El desayuno… —susurró una voz en mi oído.
Abrí los ojos, que aún estaban algo pegados, y vi ante mi cara el burbujeante contenido de una copa de champán.
Danielle sonrió.
—En realidad, lo había encargado para que anoche hiciéramos un brindis por tu selectividad —aseguró—, pero, como no llegamos a esa fase, hoy vamos a desayunar con champán.
Me erguí en la cama para sentarme.
—No tengo nada en contra —sonreí—. Es una bonita forma de variar.
—Justo. —Danielle me dio una copa y luego brindó conmigo—. Por la mejor del curso.
—La segunda —corregí—. La superempollona ha debido utilizar el tiempo mejor que yo. —Sonreí. Ella sabía en qué había utilizado una parte de mi tiempo, y también sabía que no me arrepentía de haberlo hecho—. Pero con eso me basta. Para la escuela de periodismo también cuentan otras cosas y no hay numerus clausus.
—Entonces podía haberte resultado aún más fácil —replicó Danielle.
—Sí, puede ser. Ahora tengo que ver cómo puedo ganar dinero. Primero puedo vivir en casa, pero luego resulta más complicado. Lo de las prácticas, las estancias en el extranjero, todo eso es caro.
Ella me miró.
—Tú necesitas a alguien que te financie los estudios y yo necesito a alguien, una mujer que sea para mí como… —dijo—. ¿Sería muy descabellado que las dos estuviéramos juntas?
Me sentí feliz. ¡Por fin! Por fin se había dado cuenta de que nos pertenecíamos, de que yo la amaba y de que quería existir para ella… Y al parecer, ella también lo deseaba: estar ahí para mí, ocuparse de mí. No decía nada de su amor hacia mí, pero sí lo demostraba. Aquello era más de lo que yo esperaba.
Me incliné hacia ella y le di un beso en los labios.
—Quizá podría trabajar contigo de vez en cuando, en la agencia. Eso me ayudaría mucho.
—Lo puedes hacer, si lo deseas —respondió, en un tono más serio de lo que sería de esperar en aquella situación. ¿No se sentía tan feliz como yo?—. Pero tengo una propuesta mejor para ti. —Se separó un poco de mis brazos y me pasó una hoja de papel—. Esto te resultaría más cómodo —dijo, manteniéndose aún seria.
Sonreí, cogí el papel, comencé a leer y me quedé de piedra.
—¡Esto no puede ir en serio! —exclamé, con voz áspera.
—Sí —respondió, en un tono distendido.
—Pensaba que ya habíamos terminado con este tema. —Aún estaba afectada.
—¿No te gusta? —preguntó, como si no lo supiera—. En realidad no difiere mucho del acuerdo que ya establecimos una vez.
—Sí. —Tiré el papel al suelo—. Casi no se diferencia en nada, en eso tienes razón.
Ella se agachó y lo cogió.
—¿Lo firmas? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—No, nunca.
—Bien. —Dejó el papel sobre la cama—. Es una pena. Me hubiera gustado ayudarte con los estudios. Eres muy inteligente. Te lo has ganado.
¿Y lo que me acababa de ofrecer también me lo había ganado? Me levanté. Es probable que ella no lo hiciera con mala intención. Mi opinión era que ella no podía manifestar así sus sentimientos, pero yo sí tenía que hacerlo. Sonreí.
—Puedes estar contenta, porque te vas a ahorrar un montón de pasta.
Quise abrazarla, pero ella se dio la vuelta.
—Sí, sí lo estoy —dijo con desinterés, mientras me miraba con expresión de frialdad—. Entonces nuestros caminos se separan aquí.
—Pero, Danielle…, ¿por qué? —Yo no lo podía entender. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra?
—Sólo hay dos posibilidades —dijo ella—. O lo suscribes y… seguimos como hasta ahora, o no firmas y se acabó. No nos volveremos a ver.
—Danielle —susurré, con expresión de duda—, no puedes pensar así.
—Sí —dijo, impasible—. Así es como pienso. Decídete. Está en tus manos. A mí me da igual. Si no quieres, me buscaré a otra. Es lo que siempre he hecho.
Me hubiera gustado ser tan fría como ella e irme de inmediato. ¡Dios mío, yo la quería! Ella no podía hacer…, pero sí lo hacía. La miré. Yo la necesitaba, pero ella no precisaba nada de mí. Yo no era más que una compañera de juegos para su cama. Una de las muchas a las que pagaba. ¿Qué más quería yo?
—Trae —dije con voz ronca. La voz casi no me salía—. Voy a firmar.
Luego ya no me pude quedar por mucho más tiempo. Aquella noche…, aquella noche había sido un sueño del que había despertado para aterrizar en una pesadilla. Si sólo hubiera sido eso, un sueño o incluso una pesadilla, aún me quedaría alguna esperanza, pero en realidad no lo había soñado. Danielle me había hecho firmar como si no significara nada para ella, como si sólo hubiera sido una transacción de negocios. Luego abandonó el dormitorio. Yo me vestí a toda prisa y me fui. No la volví a ver.
Sin saber dónde dirigirme, seguí a lo largo de la calle hasta internarme en el bosque. No podía ir a casa, no podía ver a nadie, ni siquiera a mi madre. Tenía que estar sola. Me metí en el bosque hasta que encontré un tronco de árbol en el que me pude sentar. Allí permanecí un buen rato, mirando al vacío: no veía, ni oía, ni sentía nada. Era lo peor, no sentir nada, pero, a la vez, tener miedo de que aquel estado se pasara y regresaran las sensaciones y los sentimientos, el horror y el shock.
Aquello no podía haber ocurrido, no me había pasado. Danielle me había amado durante toda la noche, había leído en mis ojos todos mis deseos, se había ocupado de mí con cariño. Pero no era esa Danielle la que…
No me lo podía creer. No podía ser verdad. Yo había sido abducida a un universo paralelo y allí existía otra Danielle, y era ésta la que lo había hecho todo. O bien había surgido un desplazamiento en el tiempo y Danielle había vuelto a ser tan fría como al principio. Habíamos ido unos meses hacia atrás y todo lo que teníamos entre nosotras, el amor, el cariño, nuestra unión, todo había desaparecido. Lo otro pertenecía al futuro y por eso Danielle…
Cerré los ojos. No tenía ningún sentido buscar explicaciones, porque todas eran absurdas e improbables. No había ninguna que fuera posible o, al menos, que yo pudiera entender. Danielle había decidido que quería mantener conmigo un contrato y no una relación de amor. Como siempre, eso estaba claro. La tarde anterior, la noche, todo parecía una obra de teatro y ahora ya había caído el telón.
Me había cogido desprevenida, me había hecho sentirme segura con todas sus caricias y luego… Poco a poco se fue abriendo paso en mi cabeza la idea de que había firmado un contrato y de que no podía echarme atrás… ¡Claro que sí que podía! Bastaba con que fuera a ella y…
¿Y…, y qué? Vi de nuevo sus ojos ante los míos cuando me dijo que buscaría a otra mujer, porque ya lo había hecho en diversas ocasiones. No era una broma, era algo muy serio. Muy serio.
¿Qué había pasado por su interior? ¿Había hecho yo algo equivocado? ¿Había mostrado en demasía lo mucho que yo la amaba? Me había prohibido decirlo, pero mostrarlo… De eso no había dicho nada. Y ella… ella también…
¿Lo habría entendido todo mal, sus gestos de amor, sus tiernas miradas? ¿Quizás consideraba que nuestra relación era como un negocio y ahora, en vista de que duraba más tiempo, quería regularla con un contrato y fijar por escrito lo que le parecía sobreentendido? No me lo podía creer, pero ella lo había hecho.
Tenía que abandonarla; no podía quedarme junto a ella, porque yo misma sería incapaz de soportarlo. No podría cumplir con el contrato. En el Egeo, a pesar de resultarme difícil, hubiera podido, pero ahora…, después de todo este tiempo…, las dos ya no éramos… Me resultaba imposible.
Pero la alternativa era no volvernos a ver. Eso es lo que ella había dicho.
Y yo no podía, pura y simplemente no podía.
Volví a su casa. Tenía que hablar con ella. Me quedé ante la puerta cerrada, pero no me abrió. Y la casa me miraba como un sátiro perverso.