—¡Eh! ¡Parece haber sido un fin de semana genial! —me saludaron cuando llegué el lunes a clase—. ¡Algunos todavía están trompas! —dijo un compañero, mientras me daba un golpecito en el hombro.
—Sí… sí, fue fantástico —dije, algo sorprendida. Para ser sincera, el recuerdo de la noche anterior había borrado por completo todo el fin de semana. Menos una cosa.
—Hola, Anita —la saludé con una sonrisa y me senté a su lado. Bärbel ya estaba en nuestro banco, pero de momento renuncié a él.
—Hola, Andy. —Anita parecía algo huraña. Estaba claro que no se había acabado de recuperar de las confesiones del fin de semana.
—Me gustaría sentarme aquí. —Le dirigí una mirada muy significativa a Bärbel.
—Susanne preferiría ser descuartizada antes que sentarse junto a Bärbel. —Anita hizo una mueca; Susanne era la chica que se sentaba a su lado—. Un día la sacó tanto de quicio que estuvo a punto de pegarle.
—Ya lo sé. —Suspiré. Luego miré a Anita—. ¿Cómo te va?
—Oh, bien…, muy bien. —Anita tragó saliva y miró al suelo—. Me has ayudado mucho.
—Me alegro —dije—. ¿Vamos a dar una vuelta por la ciudad después de clase? ¿Te apetece?
—¿No has quedado con Danielle? —Anita parpadeó y me miró con asombro.
—Danielle trabaja. Trabaja casi todo el tiempo. Nunca llega a casa antes de las nueve de la noche. —De nuevo tuve una sensación extraña, motivada por el comentario que había hecho Danielle el día anterior. Esta mañana estaba como cambiada. No había hecho referencia a lo ocurrido durante la noche y yo tampoco había dicho nada. Ella me… Bueno, sí, casi me había despertado con un orgasmo y luego desayunamos juntas. Para lo que era habitual en ella, hoy estaba de muy buen humor. Hizo alguna broma, cosa que nunca hacía.
—Tiene una profesión liberal. —Suspiró—. Lo sé por mis padres. No hay vacaciones, ni fines de semana: sólo trabajo.
—Sí —dije yo—. Eso es.
—¿Y a ti qué te parece eso? —preguntó—. Casi no la podrás ver y, cuando lo hagas, estará muy cansada.
—La veo a diario —dije—, al menos todas las noches. Sí, tiene poco tiempo y, en cuanto a lo de cansada…, sí, a veces también está cansada. En los últimos tiempos incluso me parece que demasiado. —Los momentos en que se sentía agotada y aquéllos en los que se abalanzaba sobre mí de forma apasionada se sucedían con brusquedad. Las dos posiciones eran siempre muy extremas. A veces me daba miedo, pero luego volvía a mostrarse tan… tan cariñosa y desvalida. Se lo hubiera dicho, pero, aunque fuera verdad, lo más probable es que hubiera estallado en un ataque de ira. En algunos momentos me transmitía una sensación de desamparo, y eso era nuevo, porque nunca antes había percibido aquellos sentimientos en ella.
—Pero tú la ves todos los días —dijo Anita con nostalgia—. Eso es… muy hermoso.
El timbre de la clase interrumpió nuestra conversación y Susanne se acercó a mí con las cejas arqueadas.
—Ya me voy —dije, mientras me levantaba. Me senté al lado de Bärbel, que me observó con mirada de disgusto. Comenzó la clase.