Soñé con sardinas en lata y al despertar me di cuenta del motivo: estaba acorralada por los cuatro costados. A izquierda y derecha se agolpaban sacos de dormir con contenido humano. Había muy poco sitio en el suelo.
Debía de ser muy temprano y todos parecían dormir. O habían estado bebiendo hasta horas muy tardías y les resultaba difícil despertar. Yo no me había enterado de nada. Podían haberse tumbado a mi lado uno después de otro o haber entrado en tropel, pero yo ya dormía como un lirón.
Ahora ya me sentía descansada y fresca. No quería dormir. El misterio era averiguar cómo salir de aquella lata de sardinas sin romper los huesos de ninguno de mis compañeros de dormitorio.
Intenté volverme a la derecha. No pude. Los cuerpos estaban tan pegados que ni siquiera podía darme la vuelta. Sólo había una posible escapatoria: hacia arriba. Abrí la cremallera de mi saco, lo que provocó que también se abriera la del vecino, pues se había quedado enganchada a la mía. El chico murmuró algo e intentó volver a taparse pero no pudo, porque yo sujetaba mi cremallera para intentar levantarme. Luché con la cremallera y tensé mis músculos, todo al mismo tiempo, para tratar de ponerme vertical. Quien lo haya intentado alguna vez sabrá de lo que hablo. Sin embargo, de alguna forma conseguí ponerme de pie y traté de abrirme camino entre las montañas de sacos. Fue totalmente inútil.
Adelanté un pie, lo que me sirvió para cosechar algún que otro gruñido malhumorado, y luego hice avanzar el segundo pie. El resultado fue el mismo. De esa forma conseguí llegar hasta el borde del campamento de sacos de dormir. Una vez allí, me apoyé en la pared y miré el camino que había recorrido. Ya no había ningún hueco en el lugar en el que yo había estado tumbada hacía poco; los otros se habían movido hasta invadirlo. No me quedaba muy claro cómo había podido dormir en un espacio tan reducido.
Pero ahora tenía ganas de tomarme un café y dirigí mis pasos hacia la cocina. Era pequeña, pero disponía de cafetera, y me sorprendió que ya humeara allí el café caliente. Alguien debía de haberse levantado antes que yo. Cogí una taza, vertí café en ella y luego añadí leche en polvo. No había leche fresca. Con la taza en la mano, salí pegada a la pared para intentar no pisar a nadie, lo que conseguí sólo en parte.
Anita estaba sentada en el banco que había delante de la casa y agarraba su taza con las dos manos.
—Buenos días —dije, sonriente.
Ella miró hacia arriba con aspecto turbado.
Me senté a su lado.
—Me encanta esta niebla matutina —dije, mientras miraba por encima de los árboles, en los que la niebla, suave como el algodón, colgaba en forma de telas de araña.
—A mí también —dijo ella en voz baja. Me pareció que sus manos agarraban la taza con más fuerza.
—¿Siempre te levantas tan pronto? —pregunté, y bebí un trago del ardiente café.
—No siempre —respondió—, pero hoy… —Se volvió hacia mí con un movimiento brusco—. Tengo que disculparme otra vez contigo. —Su voz sonaba angustiada, como haciendo de tripas corazón—. Por favor, olvida lo que pasó ayer.
—No lo voy a hacer. Y no quiero hacerlo —dije, mirándola—. Por favor, no te hagas reproches —continué—. No ha pasado nada. Además, me alegro de que por fin hayamos podido hablar de todo y de que nos conozcamos un poco más.
—Seguro que no te ha gustado nada lo que has conocido de mí —replicó.
—Sí —dije—. Me ha gustado. —Miré su cara, que había desviado de mi vista porque sentía una vergüenza terrible—. Me has gustado mucho como persona. Y aún me gustas. Siento mucho que yo no…
—Está bien. —Levantó la mano, sin mirarme—. Por favor, no lo menciones. Te lo agradecería mucho.
—De acuerdo. —Me mantuve callada a su lado y ella contempló el paisaje, también sin hablar.
—Danielle es… ¿es tu primera novia? —preguntó, al cabo de un rato.
Quizás en aquellos momentos aquella pregunta podía resultar un tanto embarazosa para mí, pero…
—Sí —respondí.
—¿No ha habido nadie en clase que te haya interesado?
—Aparte de ti, nadie —contesté y sonreí levemente.
—Podemos…, quiero decir, en clase…, ¿podemos seguir igual que hasta ahora?
—¡Cómo no…! —exclamé perpleja—. Si tú lo quieres.
—Pensé que a lo mejor preferirías… —contestó ella.
—¿Yo? No. —Sacudí la cabeza—. Me alegraría de que a partir de ahora fuéramos mejores amigas que antes.
—¿Te alegraría? —Me miró, sorprendida.
—¿Y por qué no? —contesté—. Nos entendemos y nos gustamos. Somos… —titubeé.
—De la misma acera. —Anita terminó la frase y, poco a poco, se dibujó una sonrisa en su rostro—. Eso está muy bien.
—Sí, yo también lo pienso —dije—. Y no veo ningún motivo por el que no podamos ser amigas. Platónicas.
—Platónicas. —La sonrisa de Anita se hizo más abierta—. Tienes miedo de que pueda volver a molestarte, ¿no?
—No —negué con la cabeza—. De verdad que no. Y tampoco fue una molestia. Te entendí bien. Si yo estuviera en tu situación…
—No hubieras sido tan idiota como para irte con alguien como Tessy —dijo.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté—. Podría haber sido justo lo contrario. Todos ansiamos ternura y amor.
—Amor, sí. —Anita respiró hondo—. ¿Pero alguien sabe de verdad lo que es eso?
La miré.
—Yo creo que tú lo sabes —dije, con dulzura—. Y yo también me puedo hacer una idea de lo que es. Es un sentimiento tan profundo que nadie lo puede explicar, pero que se reconoce en cuanto uno lo siente.
—¿Crees que hay personas que no pueden amar? —preguntó Anita.
«Bueno, no me gustaría encontrarme con un témpano así», pensé. Anita se refería, por supuesto, a Tessy, pero si pensaba en Danielle…
—No lo sé —respondí—. No me lo puedo imaginar.
—Pero ella… —Anita tragó saliva—… ella me dijo que me quería y poco tiempo después…
—No la conozco —encogí los hombros—, pero quizá para ella no significa nada decir algo así. Se limita a decirlo. A cualquiera.
Anita se derrumbó.
—Sí —susurró—, puede ser.
—Lo siento —dije y le puse una mano sobre el hombro—. No debería haber dicho eso.
—Pienso que es cierto —contestó Anita en voz baja—. No debe significar nada para ella. Ni lo que dice ni lo que hace tienen ningún significado para ella. Todo fue solo…
—No te atormentes —repuse—. Las cosas no van a mejorar.
—¿Por qué habré sido tan tonta? —Anita me miró, interrogante, y con los ojos húmedos.
—Sólo por estar enamorada no se tiene por qué ser tonta —protesté, en defensa de mis propios intereses—. A veces hay que buscar mucho hasta encontrar lo adecuado.
—¿Crees que tú has tenido que buscar mucho? —preguntó.
Me había atrapado donde ella quería. Titubeé.
—No —dije—. No lo creo.
—¿Piensas que Danielle es la persona adecuada para ti? —Arqueó las cejas.
Pensé en la forma en que Danielle perdía los estribos, en su falta de sentimientos y en todo lo que había vivido con ella y que no había sido muy agradable. Pensé en su rostro, en su sonrisa, en los pequeños gestos con los que me demostraba que sentía algo por mí y que no quería perderme, y sentí calor en el corazón.
—Sí —dije—, eso es lo que pienso.
—Deseo que tengas razón —dijo Anita—. Tessy era…, bueno, no era mi primera mujer, pero por sentimientos sí que podía haberlo sido. Fue la primera mujer que me interesó de verdad.
—¿Antes habías tenido otras novias que no te habían interesado? —Estaba perpleja. Aquello era algo que no me podía imaginar.
Anita encogió los hombros en plan defensivo.
—Quizás es que me he expresado mal —dijo—. Antes había tenido otras novias, pero… se trataba más bien de amistades entre chicas. Sí, nos acostábamos juntas, pero en realidad la cosa era… —Dejó de hablar y se mordió los labios—. Tessy era una auténtica mujer —afirmó—; no tenía nada que ver con una amistad entre chicas.
—Entonces es que durante ese tiempo tú aún te movías entre chicas y ella ya era una mujer adulta —repuse.
—O no. —Suspiró—. Quizás fue ése el fallo y yo debería haberme quedado con las chicas.
Reflexioné. Yo me había saltado ese paso, ya que Danielle era una mujer de verdad, y de eso no había ninguna duda. Yo había comenzado desde un principio con ella y no con las chicas. ¿Cuáles eran las ventajas y los inconvenientes?
—Eso no lo puedo juzgar —dije—, porque nunca lo he experimentado.
Anita me miró.
—¿Te gustan las mujeres mayores? —preguntó.
¿Mujeres mayores? ¡Dios mío! ¡Mujeres mayores! ¡Pensaba en Danielle! Por un momento me quedé sorprendida.
—Pues… no lo sé —dije después.
—¿Quieres decir que no elegiste a Danielle por eso?
—Es que… fue que… más bien Danielle me eligió a mí. —Me resultaba embarazoso seguir con aquella charla. Me acordé de nuestro primer encuentro en el bar de mujeres. Era muy probable que Danielle ya supiera que quería tener algo conmigo antes de que hubiera llegado a la barra, antes de que yo la hubiera visto. Eso hubiera sido lo que más se adecuaba a su eficiencia, que por aquel entonces era desconocida para mí.
—Eso quiere decir que a ella le gustan las chicas jóvenes —dictaminó Anita.
Yo no tenía ni idea. No conocía a ninguna de sus anteriores novias y seguro que habían sido muchas.
—Eso… no lo sé —respondí—. Nunca hemos hablado del tema.
—Pero lleváis mucho tiempo juntas —dijo Anita, extrañada—. De esas cosas se suele hablar.
«¿Sí? ¿Se habla?», pensé. Era posible, pero Danielle y yo nunca habíamos hablado de esos temas.
—Nosotras no —dije—. Danielle no cuenta muchas cosas de su vida.
—¿Y a pesar de eso os entendéis muy bien? —preguntó Anita.
—Sí —contesté—. La verdad es que sí. —A pesar de que yo no lo tenía demasiado claro en aquellos momentos.
—Si no llevarais juntas tanto, diría que eso suena más a una historia de sexo —dijo—. Claro que entonces se habría acabado hace ya mucho tiempo.
«¡Oh, Anita! ¿Qué me cuentas?».
—No es una… historia de sexo —rechacé la idea. Me asaltaron malos recuerdos que prefería olvidar. Aquel comentario contribuía a alimentar mis dudas, que aún no habían desaparecido del todo, a pesar de que Danielle se comportaba ahora de una forma muy distinta.
—No, seguro que no —dijo Anita—. Te envidio.
—¿Me envidias? —No me lo esperaba, después de todos sus razonamientos.
—Sí —dijo Anita con sencillez—. Tú lo has hecho muy bien. Has esperado hasta que apareciera la mujer adecuada en la que puedes confiar. No te has dejado llevar por jueguecitos innecesarios. Eso debe de ser divino. Por eso te envidio.
Nunca lo había visto desde esa perspectiva. Eso sólo se puede ver así cuando se tiene mucha experiencia con mujeres que se dedican a esos jueguecitos. Mujeres como Tessy. En cierto modo, estaba contenta de haberme ahorrado todo eso. Danielle era…, bueno, era de otra forma.
—Sí…, eso…, gracias —dije, a pesar de que no sabía si era la respuesta adecuada.
Anita lanzó un largo y profundo suspiro.
—Los demás ya deben de estar levantándose. Creo que voy a preparar un par de litros de café para contrarrestar las cajas de cerveza de ayer. —Se levantó.
—Yo voy a quedarme un rato más aquí —repuse—. Ahí dentro te puedes romper una pierna si no vas con cuidado.
—De acuerdo —dijo y se marchó.
Yo me quedé y pensé en todo lo que había ocurrido y en todo lo que habíamos hablado. Nunca me había imaginado un fin de semana así. Hasta la fecha, los días en Eifel habían sido más bien inocentes. A lo mejor ya habían pasado esos tiempos. Me imaginé que había empezado la etapa seria de la vida.