El tiempo pasó muy rápido y de nuevo nos vimos sentadas en el avión de regreso a casa.
—Voy a echar de menos esa enorme chimenea —comenté—. Es muy acogedora. ¡Y el whirpool del tejado! —Me eché a reír y luego me puse un poco colorada, porque lo habíamos utilizado en varias ocasiones y no sólo para aliviarnos las agujetas.
—Cada vez que voy a Aspen, al volver me planteo la posibilidad de construirme en casa una chimenea como ésa —dijo Danielle—, pero luego la encuentro muy exagerada. La que tengo está muy bien, aunque no sea tan grande.
—Ya es bastante grande —contesté yo—. Pero el jacuzzi en el tejado estaría muy bien.
—Sí, a lo mejor tengo que encargar uno —dijo Danielle.
—Eso siempre lo puedes hacer.
Me miró.
—Sí —dijo luego, en un tono de voz sorprendentemente bajo—, eso siempre lo puedo hacer.
«¿He dicho algo malo?», pensé. Al menos es lo que me pareció. Danielle miró hacia delante en silencio.
—¿Danielle? —pregunté—. ¿Pasa algo?
Ella volvió de nuevo la cabeza hacia mí.
—No —dijo—, nada de nada. Sólo que estoy un poco cansada de esquiar y de tanto aire fresco.
—Fresh air served daily —repetí el lema publicitario de Aspen—. Eso es una gran verdad. Y la nieve es el doble de fría. Nunca había experimentado un aire tan fresco.
—Ayer esquiaste muy bien —dijo con una sonrisa—. Y eso que sólo has dado unos pocos días de clase.
—Jules ha sido una buena profesora —contesté—. Has sido muy amable al venir conmigo, a pesar de ser tan aburrido para ti.
—No fue aburrido —dijo ella—. De lo contrario no lo hubiera hecho.
Me acordé de mis torpes movimientos, mientras Danielle se deslizaba por la montaña de una forma tranquila y elegante. De no ser por mi presencia, ella hubiera podido hacer otro tipo de descensos.
—Practicaré —afirmé—. Por si volvemos en las próximas Navidades.
Ella me miró.
—¿Las próximas Navidades?
¡Se me había escapado! Por lo que yo la conocía, no le gustaba preparar las cosas con tanta anticipación. Yo no me podía imaginar mi vida sin ella, pero ella… Yo no sabía lo que podía pensar. Nunca se me habría ocurrido preguntarle cómo imaginaba que sería nuestro futuro juntas, porque hubiera sido demasiado peligroso para mí. Prefería soñar con que esto continuaría hasta la eternidad. Por el momento parecía que sí.
—Yo… quiero decir… —tartamudeé—, como dijiste que tú acostumbrabas a venir en Navidades…
—Pero si tienes pensado algo distinto para las próximas… —balbuceé.
«Dios mío…», me dije.
—Las próximas Navidades —dijo ella, pensativa. Luego sonrió—. Sí, ¿por qué no? Las próximas Navidades.
Bueno, gracias a Dios, no había sido tan malo. Nunca sabría a qué atenerme con exactitud y no podía prever de antemano cómo reaccionaría, pero en los últimos tiempos se mostraba muy afable, eso sí tenía que admitirlo. A veces, por la noche, si se hallaba entre mis brazos, tenía la sensación de sujetar a un gatito que no deseaba más que acurrucarse contra mí.
En ocasiones, cuando yo no podía dormir, la observaba mientras ella lo hacía: era una sensación maravillosa. Su sueño era intranquilo pero, con sólo acariciarla, se tranquilizaba, suspiraba y se volvía hacia mí sin despertarse.
—Danielle… —le susurré al oído y le di un leve y casi imperceptible beso en los labios—. Lo eres todo para mí. —Ella no quería oír ese tipo de cosas mientras estaba despierta, pero, cuando dormía, me pertenecía totalmente y yo podía darle todo mi amor y hacerle las caricias que quisiera.