—Hoy vamos en taxi —dijo Danielle entre dos bocados, mientras desayunábamos.
—¿En taxi? —pregunté, sorprendida—. ¿Qué pasa con el SUV?
—Se queda aquí aparcado —respondió, e hizo una mueca tan extraña que no tuve más remedio que preguntarme si habría planeado algo.
Poco después del desayuno sonó una bocina delante de la puerta. Nos dirigimos fuera y allí esperaba un taxi. El Ultimate Taxi[5] estaba a un lado, pero, como es sabido que los norteamericanos tienden a la exageración, parecía muy posible que aquí, para estimular un poco el negocio, a cualquier cosa le llamaran Ultimate Taxi.
El coche ya resultaba un tanto raro a causa de su aspecto exterior, pero la mayor sorpresa me esperaba al entrar en él. Aquello no tenía mucho que ver con un taxi.
—Jon es una celebridad aquí —dijo Danielle, mientras nos sentábamos—. El taxi es de 1978 y desde entonces han subido a él todos los personajes famosos que han venido a Aspen, desde Clint Eastwood a Pierce Brosnan. Jon tiene una página de Internet y fotos con casi todos los que han montado en su coche.
Era impresionante lo que me estaba comentando, pero yo no podía concentrarme del todo en sus palabras. Aquel taxi era una verdadera sorpresa. Por dentro era como una discoteca, con rayos láser que se reflejaban en una minibola de discoteca, que colgaba del techo del coche. Todo era de colores y muy estridente. El conductor tenía a su lado un teclado, una batería electrónica y algunas cosas más.
Danielle sonrió al ver mi expresión.
—Toca mientras conduce —me dijo.
—¿Qué?
—Aquí en Aspen todo el mundo conoce su taxi —dijo Danielle—. No tiene accidentes.
—Me lo creeré cuando regresemos —repliqué, escéptica.
El conductor se dirigió a Danielle.
—¿Quiere transmitir este viaje a su casa, para la familia o los amigos? —preguntó.
—No, gracias. —Danielle me miró—. ¿O quieres hacerlo tú? Es lo último que ha instalado. El viaje se transmite en directo por Internet y así otras personas pueden participar en él.
—¿Papá, mamá y los niños están en Aspen y abuelito y abuelita, desde casa, pueden ver cómo viajan en taxi? —pregunté, perpleja.
—Sí, así es como ocurre realmente —dijo Danielle.
—¿Y dónde vamos, entonces? —pregunté.
—A ningún sitio. Si coges este taxi vas sin rumbo fijo, sólo a dar una vuelta.
El conductor nos entregó dos extrañas gafas de sol. Danielle se colocó las suyas y yo, no sin titubear, seguí su ejemplo. No eran unas gafas de sol normales. Modificaban la percepción, más incluso que un caleidoscopio psicodélico; en realidad, eso es lo que era aquel taxi. Yo sólo veía los colores del arco iris.
—OK —dijo Jon Barnes; su nombre completo lo encontré escrito por todas partes en el taxi—. Let’s drive, vámonos. —Arrancó y, al mismo tiempo, una de sus manos hizo sonar algo de jazz en el teclado.
Yo lo miré y Danielle se rió.
—Esto no es nada. Espera un poco.
Al regresar a casa me daba vueltas la cabeza.
—¡Es increíble! —exclamé—. ¡Conduce con los codos y, simultáneamente, toca la flauta para acompañar a Pink Floyd, que sale atronando por los altavoces, y dirige un espectáculo en 3D de láser!
—Sí, es único —dijo Danielle, risueña—. Cuando lo escuché por primera vez casi no me lo podía creer. Pero ya tienes la foto y así siempre sabrás que no fue un viaje provocado por el LSD. —Volvió a echarse a reír.
Yo miré la foto que tenía en la mano. Nos mostraba a las dos en la parte de atrás del taxi, con aquellas extrañas gafas apoyadas sobre la nariz y rodeadas por una decoración chillona. En aquel viaje en taxi lo normal era que consiguieras una foto tuya.
Estaba dispuesta a conservarla, porque era la única foto que tenía en la que estábamos las dos juntas. Tampoco tenía ninguna de ella sola, aunque me hubiera encantado. A Danielle no le gustaban las fotografías.
—Ha sido un viaje fantástico —dije, impresionada—. Todavía me hacen chiribitas los ojos.
—Eso te va a volver a ocurrir —dijo Danielle, mientras se me acercaba. Sus ojos brillaban un poco, pero no era por el viaje en taxi. Me cogió entre sus brazos y me besó. Luego me llevó hasta la piel de oso que había delante de la chimenea.
Tardamos un poco más de lo normal en irnos a esquiar…