Danielle caminó muy deprisa por el aparcamiento en dirección a nuestro lujoso jeep. No podía seguirla…
Cuando nos subimos y arrancó, le pregunté:
—¿Estás enfadada? No he hecho nada. Jules y yo sólo estábamos charlando. Ella también es…
—Ya lo sé —repuso Danielle—. Lo adiviné al verla hoy por primera vez.
—¿Eso lo ves en las mujeres? —pregunté. Yo no llegaba tan lejos, porque, aun cuando hacía alguna que otra especulación al respecto, la verdad es que siempre era con poco acierto.
—No en todas —dijo Danielle—, pero sí en muchas.
—Lo cierto es que vosotras dos sois bastante mejores para eso que yo —suspiré.
—¿Vosotras dos? —preguntó Danielle.
—Bueno, Jules lo supo de inmediato —contesté.
—Lo sabía —replicó Danielle en un tono seco. No estaba entusiasmada. Ella podía, pero, claro está, las demás no. A ella le hubiera gustado mucho decidir quién lo era y quien no. Era muy típico de su obstinada postura.
—Pero, al fin y al cabo, no es tan grave, ¿no es cierto, Danielle? —pregunté, con una cierta inseguridad—. Quiero decir que nosotras no hemos hablado sobre… sobre el tema.
—¿Sobre qué, entonces? ¿Sobre mí? —Danielle me miró.
—No, no hablamos de ti para nada —le aseguré enseguida. Tenía la impresión de que iba a explotar en cualquier momento—. Sólo sobre ella y sobre mí.
—¿Sobre ella y sobre ti? —Me volvió a mirar—. ¿Tenéis una cita esta noche o algo parecido?
No tuve más remedio que sentir cierta satisfacción.
—No hace falta que te pongas celosa —dije.
—¿Celosa, yo? —Danielle estalló en una carcajada, mientras torcía por una calle—. ¡Yo nunca estoy celosa!
—¿Nunca? —pregunté, estupefacta.
—No —dijo ella, al parecer tan sorprendida como yo—. Esas pretensiones posesivas me parecen dignas de risa.
«Ah, ¿lo son para ti? ¿Estás totalmente segura?», pensé para mi interior. Entonces la cosa adquiría un matiz muy distinto, que ella, por supuesto, no iba a admitir. La mirada que le dirigió a la mano de Jules daba a entender que le hubiera gustado hacerla cachitos con un hacha.
No dijo nada más hasta que llegamos a casa. Una vez allí, subió rápidamente las escaleras para cambiarse de ropa. Yo también fui a mi habitación, ya que, tan pronto como se estaba bajo techado en un sitio que no estuviera cerca de la temperatura de congelación, el dichoso traje te hacía sudar en un instante.
Según nuestro horario, volvía a ser medianoche y, dado que la noche anterior había sido tan corta, noté que mi cansancio se había reforzado con el poco habitual esfuerzo del día. Me hubiera apetecido mucho irme a la cama de inmediato.
Danielle apareció de repente en la puerta de mi habitación, cambiada y con un aspecto mucho más lozano que el mío.
—He encargado unos bistecs al servicio de compras —dijo—. Están abajo en la nevera. ¿O prefieres comer otra cosa?
Ella no renunciaba a cocinar durante las vacaciones, aun cuando fuera tarde, aunque, de hecho, allí no era tan tarde.
—No sé si voy a aguantar mucho tiempo despierta —dije—. Casi me estoy quedando dormida. Me aterroriza pensar en las agujetas que tendré mañana. ¿Tú no notas nada? —La miré.
—Sí, claro —contestó—. Pero también tengo algo para combatirlas —dijo, con una sonrisa—. Ven, te lo voy a enseñar.
Me picaba la curiosidad. Fui tras ella escaleras arriba. Hasta entonces nunca había ido más arriba del piso en el que dormíamos y por allí no parecía que hubiese nada. Al llegar a lo alto de la escalera, Danielle abrió una puerta y salió al tejado. De un nicho lateral sacó un pequeño aparato en el que oprimió un botón. Un poco más allá de nosotras se abrió una cubierta y debajo apareció un hueco circular.
—¿Qué es eso? —pregunté. No tenía ni idea de lo que era.
—Un jacuzzi hot tub, lo llaman ellos aquí. Pero soy más profana y prefiero llamarlo whirpool —explicó Danielle.
—¿Aquí fuera? —pregunté, sin dejar de tiritar, ya que no llevaba puesta la ropa de esquiar.
—Te sorprenderá —contestó—. Es el mejor remedio contra las agujetas. —Apretó un botón—. Ahora se calentará mientras bajamos a la cocina a preparar la comida. Cuando subamos, estará caliente y nos podremos meter en él.
—¿Desnudas? —pregunté—. Yo quiero un traje de neopreno para el camino.
Danielle se echó a reír.
—Puedes desnudarte en el borde y meterte enseguida. No es tan malo. El agua está muy caliente. —Me hizo una seña—. Vamos abajo para poder volver cuanto antes y despreocuparnos de nuestras agujetas.
—Bueno, lo dejo en tus manos —dije, escéptica—. Espero que ya lo hayas probado.
—Sí, lo he hecho en varias ocasiones —dijo y, sin más, desapareció hacia abajo.
Me dejó, como siempre, con la palabra en la boca, pues me hubiera gustado preguntarle si lo había hecho sola o con alguien. Incluso aunque ella asegurara que no estaba celosa, por más que lo que había ocurrido hoy daba la impresión de todo lo contrario, yo sí lo estaba. No quería tener pretensiones posesivas con respecto a ella, entre otras cosas porque yo sabía que Danielle las hubiera rechazado de inmediato, y no sólo por sus afirmaciones de hoy, pero tampoco la quería compartir con nadie. Y con ella en el whirpool, eso yo no se lo iba a permitir a otra mujer.
Suspiré. No resultaba sencillo. Yo no sabía nada de su pasado y, si alguna vez le había puesto la vista encima a Ray, eso era algo que yo tampoco sabía. ¿Podría preguntarle sobre ese tema sin que se echara a reír? Aunque eso no era lo peor que me podía revelar su risa. Lo peor es que quizá se enfadara y se mantuviera reservada, que yo no pudiera acercarme a ella y que fuera conmigo tan fría como una estatua de hielo. Eso era algo que yo no quería vivir.
Quizá no era tan mala idea lo del whirpool. Yo sabía que con el agua caliente no habría hielo que aguantara mucho tiempo sin fundirse.
Cuando llegué a la cocina los bistecs ya estaban en la sartén y Danielle se dedicaba a tostar un poco de pan.
—Hoy estoy cansada para hacer grandes cosas en la cocina —dijo—. Pensé que lo más sencillo serían unos filetes.
Sacó una rebanada de pan de la tostadora, la puso en una cesta y luego me la pasó. Luego repartió la carne en dos platos, se hizo con un par de frascos de salsas y nos fuimos hacia arriba.
Llegamos al tejado y ya humeaba el whirpool.
—¿Qué, no te parece muy prometedor? —preguntó, sonriente—. ¿Piensas todavía en quedarte congelada? —Hizo un movimiento en dirección a la piscina—. Entra y luego te daré tu plato.
Me acerqué, me deshice a toda velocidad de los zapatos, los calcetines y los pantalones, y me metí en la piscina. La ropa de la parte de arriba me la quité ya dentro del agua. Mis cosas quedaron algo mojadas, pero mereció la pena.
Ella se acercó y me dio los platos. Luego se desvistió con rapidez y se metió a mi lado en la piscina. Miró hacia arriba, al cielo, que con los vapores del agua había adquirido el aspecto de un paisaje algodonoso.
—Esto siempre me resulta fantástico —dijo en voz baja—. Es como estar sentada en el centro de la Vía Láctea.
Tenía razón, a mí también me lo pareció. Le pasé su plato y comimos dentro de la piscina.
—¡Ah…! —suspiró, mientras dejaba a un lado el plato y extendía los brazos para apoyarlos en el borde de la piscina. Luego me miró—. Mañana no habrán desaparecido del todo las agujetas pero, gracias a esto, serán más leves —dijo, sonriente.
—Incluso aunque no desaparezcan, ha merecido la pena —contesté. Me deslicé hacia ella y me acurruqué entre sus brazos.
Danielle me miró y me besó con dulzura en los labios. Luego se recostó de nuevo y las dos miramos el cielo nocturno.
Sentí su cercanía. Sentí que estaba sentada a mi lado, que estaba conmigo, con mi cabeza en su hombro y, aparentemente, sin querer otra cosa más que a mí. Como si nos bastara a la una con la otra, juntas bajo las estrellas, envueltas en los vapores de la Vía Láctea. Y sentí que el resto del mundo no era más que un lejano recuerdo.
Era todo muy romántico. Incluso hubiera llorado de alegría. Estuvimos sentadas durante un buen rato y luego Danielle se inclinó hacia mí y comenzó a besarme. Su mano acariciaba mi pecho, mis costados, el trasero, y luego avanzó por mi muslo. No hizo nada más. Sólo me acarició dentro del agua caliente y burbujeante, bajo el estrellado cielo invernal, me besó con ternura y luego volvió a reclinarse hacia atrás.
—Ah, Danielle… —murmuré, feliz, y me acurruqué entre sus brazos—. Se está tan bien aquí…
Ella rió en voz baja.
—Y tú que tenías miedo de congelarte…
—No, la verdad es que una no se puede congelar. —Me vi obligada a sonreír. Una vez más miré a la inmensidad del cielo—. ¿Te puedo preguntar algo, Danielle?
—¿Dime? —Su voz sonaba algo cansada. Tenía los ojos cerrados.
—¿Ha estado aquí… Ray?
—¿Ray? —Volvió su cara hacia mí y arrugó la frente—. ¿Por qué Ray?
—Bueno…, yo pensaba… Cuando se dirigió a ti en Sally’s. —Me interrumpí. Hubiera sido mejor callarme.
Ella me miró durante unos segundos.
—No, sólo estuvimos abajo —dijo después. Luego titubeó—. Ésa no fue mi mejor noche —remató su frase.
—¿Qué quieres decir con eso?
«¿Por qué preguntas?», pensé. En realidad no quería saber nada al respecto. Me pude imaginar el punto culminante, pero preferí no hacerlo.
—Pues que yo había bebido más de la cuenta —dijo Danielle—. Y ella… lo aprovechó. Yo no había previsto que ocurriera…
Ésta sí que era una nueva variante. En mi rostro apareció una mueca.
—¿Quieres decir que te forzó contra tu voluntad? —Me eché a reír—. ¡No me lo puedo ni imaginar! —Eso de que Danielle hiciera algo que no deseara me parecía impensable.
—Yo tampoco —replicó ella, enfadada—, pero eso fue lo que pasó.
—Pequeña y dulce ratita Danny —dije con una mueca.
—No soy pequeña —repuso Danielle, molesta.
—Pero sí al lado de Ray —dije yo—. Ella está muy… crecidita.
—Musculosa, eso es lo que quieres decir —corrigió de mala gana—. Fue Miss Bodybuilding de Colorado.
—Ése es el aspecto que tiene todavía —dije, con una especie de cacareo—. Casi no me puedo imaginar cómo debe de ser hacerlo con ella… —Me callé, porque no quería imaginarme a Danielle en la cama con otra mujer. Eso me hacía sentirme intranquila.
—Como con Arnold Schwarzenegger si fuera mujer —dijo Danielle. Sus labios hicieron un movimiento brusco y no pude saber si se sentía divertida o violenta. Al cabo de unos segundos se rió—. No, eso sería injusto para Ray —continuó—. Me llevó literalmente… en sus brazos —dijo, riéndose más aún—. Escaleras arriba.
Yo la miré, estupefacta.
—¿Te llevó a la cama?
—Sí —dijo Danielle—. Aquella noche yo casi no podía ni andar.
De nuevo se calló, como si, de repente, se hubiera dado cuenta de que era mejor olvidarlo todo.
Yo nunca la había visto bebida y casi no lo podía ni imaginar. Siempre se dominaba y controlaba. Sólo bebía whisky porque le gustaba, quizá también porque la relajaba un poco, pero seguro que no lo hacía para emborracharse. Al menos nunca lo había hecho en mi presencia. Aquella noche tuvo que ocurrir algo que la obligara a tirar por la borda todo su dominio. Parecía no querer hablar del tema.
De todas formas, Ray había tenido suerte. Y eso que no era, ni por asomo, el tipo de Danielle. En cualquier otra ocasión no se hubiera dejado acompañar a su casa por alguien así.
—Mira. Mira hacia arriba —susurró de repente en voz baja—. ¿No es maravilloso?
Yo seguí con los ojos el movimiento de su brazo apuntando hacia el cielo y lo vi. Eran fuegos artificiales. Abundantes luces de colores que estallaban en el cielo nocturno y relegaban a un segundo plano el brillo de las estrellas.
—Pero si aún no es Nochevieja —repliqué sorprendida.
—Aquí lo hacen mucho durante todo el invierno, no sólo a finales de año —dijo Danielle—. Ya ni me acordaba.
El whirpool estaba muy caliente. Las dos estábamos más juntas de lo que nunca antes habíamos estado y nos limitamos a mirar las estrellas hasta cansarnos.
Para no separarnos, nos fuimos juntas a su habitación, nos acariciamos en su cama sin desear otra cosa que aquellos dulces mimos, nos acurrucamos una junto a la otra y nos quedamos dormidas.