Cuando vi a Danielle aquella noche me sentía muy dispuesta a pedirle explicaciones, pero cuando empezó a besarme me di cuenta de que todo lo demás carecía de importancia.
—Mi madre estaría encantada si vinieras a casa por Navidad —dije después—. Si no tienes familia…
Danielle me miró por un momento, con aspecto pensativo.
—No, creo que no —dijo más tarde—. Suelo ir a esquiar algunos días durante las Navidades y este año voy a hacer lo mismo.
—Es una pena —repuse. Todo se desmoronó a mi alrededor al pensar que pasaría unos días sin verla—. No sé esquiar y, además, quiero pasar la Nochebuena con mi madre. Seguro que tú te irás antes.
—Sí —empezó a decir, pero luego se interrumpió un momento—. Pero también me podría ir más tarde.
—¿Más tarde? —repetí con una mirada esperanzada.
—Sí, y así podrías venirte.
¡Me echaba de menos! Podría haber flotado hasta el techo a causa de la emoción. No quería renunciar a estar dos días sin mí: era lo mismo que sentía yo.
—Eso… eso sería fantástico —tartamudeé, sin poder respirar.
—Quizá puedas aprender a esquiar. —Sonrió y luego se inclinó hacia mí—. En Colorado.
—¿En Colorado? —Yo valoraba mucho sus besos, pero aquello no fui capaz de asimilarlo con suficiente rapidez.
—Vuelo a Aspen… la mayoría de las veces. Los americanos son muy divertidos en Navidad. Totalmente distintos a nosotros.
—Esquiar en Aspen. —Yo estaba boquiabierta. ¿Quería ir conmigo?
—¿Te vendría bien el día veintiséis? —preguntó—. ¿O mejor el veintisiete?
En esta ocasión no iba a cometer el mismo fallo de nuestra primera vez.
—El veintiséis está bien —repuse.
—De acuerdo —dijo ella—. Le diré a Tanja que haga una reserva para las dos.
—Hummm… ¿Tanja? —pregunté—. ¿Es necesario?
Ella me miró.
—Puede que tengas razón. Resulta demasiado evidente, ¿no crees?
—Sí —dije, roja de vergüenza—. Ella ya reservó la mesa y me llamó para comunicármelo. Seguro que sospecharía algo.
—En realidad me da igual —contestó Danielle—, pero si te molesta yo misma haré la reserva de los vuelos. —Se mostró satisfecha—. De esa forma tendrás mayor paz interior.
—Es que esto es demasiado para mí —me disculpé—. Hoy te has encontrado con mi madre y luego lo de Tanja y Aspen.
Ella me interrumpió con un beso.
—Está bien —dijo en voz baja—. Lo haremos así, si eso es lo que deseas. Y ahora… vamos a hacer otras cosas. —Se deslizó hacia abajo y me besó los pechos.