Oma y yo llegamos a la sala Gaveau mucho antes de la hora. El ambiente estaba febril, excepcional. A nuestro alrededor, casi todos los espectadores evocaban a Paul Niemand, ya porque habían asistido, como yo, a su primer concierto, ya porque habían oído hablar maravillas de ese joven prodigio.
Le había pedido a Oma que llevara sus gemelos de teatro. Creo que los tuve delante de los ojos durante casi toda la primera mitad del concierto. En vano, ya que el inverosímil cabello del solista seguía ocultando su rostro.
Paul Niemand me pareció más distendido que la otra vez. Se acercó a saludar muy brevemente, luego fue a sentarse al piano, indiferente a los aplausos ya muy nutridos del público.
Empezó a tocar en un silencio religioso. Le murmuré a Oma:
—Bach, las Variaciones Goldberg.
Gracias a los discos de mi padre y de Daniel, conocía ya dos interpretaciones diferentes de esta obra. La interpretación de Paul Niemand me recordó la emoción que había sentido al escuchar la de Glenn Gould. La estructura y la claridad de estas Variaciones se pusieron en evidencia. El público sin duda compartió mi opinión, ya que ovacionó a Paul Niemand.
Mientras saludaba ante los flashes crepitantes, intenté verle la cara una vez más. Imposible.
—Toca muy bien tu pianista —me dijo Oma—. Es una lástima que se tape la cara, porque parece lindo muchacho.
Le perdoné a Oma sus opiniones algo simplonas. Ya sea en sociedad o en la televisión, juzga a la gente primero por su cara. Con un prejuicio favorable si se trata de alguien lindo y bien vestido según su gusto.
—No es mi pianista, Oma.
Hasta entonces, Paul Niemand me pertenecía un poco. Yo lo había descubierto. Pero ahora se estaba convirtiendo en una estrella. Era célebre y se me escapaba.
La segunda parte del concierto comenzó con el Cuarto Impromptu de Prokofiev. Por primera vez, una obra del siglo XX me parecía accesible, casi familiar. Era sensible al nerviosismo de los ritmos, al carácter accidentado y atrevido de las melodías, a esa mezcla elegante de disciplina y salvajismo. Ignoro por qué el público aplaudió particularmente este fragmento. Tal vez, porque era el último que figuraba en el programa. La gente se levantaba, gritaba su entusiasmo, reclamaba un bis a los alaridos. No me quedé atrás con los aplausos.
Paul Niemand volvió y se sentó de nuevo al piano, en el silencio bruscamente restablecido. Con los primeros acordes, tuve la certeza de que esa obra tenía cierto parentesco con las de mi padre. Encontraba al oírla una emoción similar. ¿Quién podía ser su autor?
Poco a poco, una loca idea se me imponía: si Paul Niemand había elegido este fragmento para su bis, era porque le gustaba. Entonces, también le gustarían las sonatas; de mi padre… ¡Seguro! ¡Si alguien podía interpretarlas era él, mi pianista sin rostro!
Ya estaba esbozando una estrategia que me permitiera acercarme a él, explicarle… No sería fácil, pero lo lograría.
El bis fue festejado por un público en delirio. No participé de la euforia general. Estaba rumiando mi proyecto. A mi lado, Oma me preguntó en medio de la algarabía:
—¿Te gustó esa música? Bueno, si se le puede llamar música a eso.
De repente, vi a mi vecino aplaudir con toda su fuerza:
—Discúlpeme… ¿Conoce el título de ese fragmento?
—¡No! Tal vez Niemand sea el autor. Estuvo maravilloso.
—Ven, Oma, salgamos. O mejor no, espérame aquí.
En el hall, le pregunté a una acomodadora si era posible felicitar al solista. Me explicó cómo llegar al camarín. Ay, ya había allí como unas veinte personas. Un individuo alto, de esmoquin, agitaba los brazos como un espantapájaros:
—No… Paul Niemand no recibirá. No quiere ver a nadie.
El pequeño grupo insistía, protestaba, hacía una y mil preguntas en desorden.
Renuncié. Si Paul Niemand cerraba su camarín a los periodistas, ¿por qué lo abriría a una desconocida de quince años? No. Sin embargo, la próxima vez (y no dudaba de que hubiera otra), tendría las partituras en la mano. Insistiría. Lo esperaría a la salida. De una manera u otra, lo vería, le hablaría, lo convencería…
Ya me estaba repitiendo en la cabeza mis futuros argumentos.
Cuando volví a encontrar a Daniel en el banco, el martes después de las vacaciones, me preguntó:
—¿Qué tal el recital de Paul Niemand?
—Estuvo muy bueno —respondí un poco antipáticamente.
Comprendió que no sería pródiga en detalles; nuestra conversación fue breve y trivial. Como pretexto, dijo que tenía que repasar algo urgente y se fue muy rápido, antes que yo.
Desde entonces, yo controlaba la prensa. Le había pedido a Oma que desmenuzara diarios y revistas. Quería, sobre todo, conocer la verdadera identidad del compositor de ese bis extraordinario. Había algunas líneas elogiosas en el diario de la tarde que recibe Oma. Nada en Télérama.
Pero un día, triunfadora, me extendió una revista:
—¡Mira, aquí! ¡Hablan de tu pianista!
—¿Qué revista es?
—Sinfonía. El diariero me aconsejó consultar la prensa especializada. Ves, tenía razón.
Me precipité sobre el artículo en cuestión.
PAUL NIEMAND
UN TALENTO QUE SE CONFIRMA
Este joven pianista, aún desconocido hasta hace unos meses, llenó la sala Gaveau el miércoles 12 de abril. En una ocasión, ya habíamos apreciado la sensibilidad de su interpretación (sobre todo, con Schubert) en su primer concierto. Esta vez, el solista hizo maravillas con Bach y sus peligrosas Variaciones Goldberg. Ciertamente, pensamos en Glenn Gould, cuya originalidad, virtuosismo y maestría Paul Niemand pareciera poseer. Pero paradójicamente, Paul Niemand sorprendió al público con dos obras contemporáneas: primero, con una fulgurante interpretación del Cuarto Impromptu, de Prokofiev. La visión de Niemand podría sentar un precedente. El nerviosismo, la petulancia, la ironía y el realismo de su interpretación muestran esta obra bajo una nueva luz. Luego, el solista dio la nota con una sonata interpretada en el bis. Marcada por influencias tan diversas como las de Luciano Berio o Jacques Charpentier, esta obra, que alía fuerza y originalidad, según es de nuestro conocimiento, nunca había sido interpretada en concierto; cabe suponer que Paul Niemand es su autor.
Este joven solista parece cultivar cierto misterio en torno de su persona. No se conoce su rostro, se niega a dar reportajes; Amado Riccorini (de quien Paul Niemand es alumno desde hace algunos años) nos ha confiado que desearía respetar el anonimato de su pequeño prodigio hasta que su talento se viera completamente afirmado.
Apostemos a que, antes de fin de año, será llamado por una gran discográfica. Pues el público espera con impaciencia volver a escuchar a Paul Niemand, sobre todo, en el repertorio de este fin de siglo. Podría tratarse, después de Samson François, de uno de los más grandes pianistas de nuestro tiempo.
No le mostré el artículo a Daniel. Le dije simplemente, la semana siguiente, de manera anodina, en el transcurso de la conversación:
—Sabes, Paul Niemand, el famoso pianista… y, bueno, ¡también es compositor!
Daniel sonrió de modo altanero. Me respondió:
—Todavía no es famoso. Podría serlo dentro de unos años tal vez, eso es diferente. Y me sorprendería que compusiera, virtuoso, compositor… Es demasiado para un solo hombre. ¡Ese tipo no es Mozart!
Cambié de tema de conversación.