—También tuvimos suerte, desde luego —admitió Tío Zip.
Seria Mau había regresado a la órbita para encontrar a la manada Moire cubriendo todo como un traje barato. Les había dado algunos problemas en su escapada, y ahora estaba acorralada entre las rocas y bajíos gravitacionales del sistema interior, hablando con Tío Zip a través de una red de transmisores que cambiaban aleatoriamente. La manada Moire (aceptando esta precaución como un desafío, y alegre de escapar de una lucha que Tío Zip no les permitiría ganar) se había lamido sus heridas, reunido sus matemáticas y surcaba la red a un ritmo de diez millones de deducciones por nanosegundo. Mientras tanto, el espectro de Seria Mau miraba a Tío Zip, y Tío Zip la miraba a ella. Seria Mau apenas podía ver su rostro de porcelana y su bonito chaleco por encima de la chirriante curva de su vientre, vestido con ropas de capitán y contenido por un cinturón de cuero negro que tenía sus buenos quince centímetros de ancho. En una mano tenía algo que recordaba un telescopio de bronce, y en la otra un antiguo librofalso de papel, La galaxia y sus estrellas. Tenía puesto en la cabeza su sombrero de marinero, con Bésame Rápido en letra cursiva alrededor de la corona.
—No hay sustituto para la suerte —dijo.
Lo que había sucedido era lo siguiente: en su prisa por derrotarse mutuamente para llegar a la Gata Blanca, Tío Zip y el comandante del crucero pesado nástico Tocando el Vacío habían chocado en el aparcamiento de Motel Splendido. En el momento de la colisión, el vehículo elegido por Tío Zip (la nave-K Le Rayón X, junto con la manada Krishna Moire, conseguida a través de contactos secretos en la burocracia de los CMT), ya habían alcanzado el veinticinco por ciento de la velocidad de la luz. Treinta o cuarenta segundos más tarde, estaba enterrado profundamente bajo el casco verdoso y pellejudo de la nave nástica, tras penetrar las estructuras internas hasta el centro de mando y control antes de perder impulso. La Tocando el Vacío absorbió esta energía de una sencilla manera newtoniana, retransmitiéndola como calor, ruido y (finalmente) una aceleración viscosa en la dirección de la Pequeña Nube de Magallanes. Su casco quebrado fue rápidamente rodeado por nubes de operadores sombra que intentaron hacer una estimación de daños. Una horda de diminutas máquinas reparadoras (programas enjambre de gama baja sobre un sustrato de pegamento cerámico inteligente) empezaron a sellar el agujero.
—Mientras tanto —dijo Tío Zip—, descubro que el tipo está ya muerto, aunque la matemática de su nave lo mantiene como una especie de espectro. Voy y digo: «Eh, todavía podemos trabajar juntos. Que estés muerto no es ningún impedimento para ello», y él está de acuerdo. Tenía sentido que trabajáramos juntos. Trabajar juntos puede ser a veces lo adecuado.
Así estaban las cosas. Los operadores sombra de Tío Zip, asumiendo correctamente que ninguna de las naves iba a ir a ninguna parte por su cuenta, empezaron a construir puentes de software entre la matemática de la nave-K y los sistemas de propulsión de su nuevo anfitrión. Nadie había hecho esto antes, pero en cuestión de horas estaban en marcha y persiguiendo a la Gata Blanca, su origen, posición y motivos enmascarados bajo la curiosa firma doble que tanto había desconcertado a Sería Mau.
—Hizo falta algo de suerte —repitió Tío Zip. Parecía gustarle la idea. Extendió las manos cómodamente—. Las cosas parecieron estropearse un par de veces por el camino. Pero aquí estamos. —La miró—. Tú y yo, Seria Mau, tenemos que trabajar juntos también.
—No contengas la respiración, Tío Zip.
—¿Por qué dices eso?
—Por todo. Pero principalmente porque mataste a tu hijo.
—Eh, eso lo hiciste tú. ¡A mí no me mires! —Negó con la cabeza—. Debe ser conveniente olvidar tan pronto las cosas.
Seria Mau tuvo que reconocer la verdad de eso.
—Pero fuiste tú quien me relacionaste con él —dijo—. Me relacionaste y me pusiste en marcha. ¿Y por qué molestarte, de todas formas, cuando ya sabías dónde estaba Billy? Lo supiste todo el tiempo, o no me lo habrías dicho. Podías haberlo encontrado en cualquier momento. ¿Por qué la charada?
Tío Zip consideró su respuesta.
—Es cierto —admitió al final—. No necesitaba encontrarlo. Pero sabía que él nunca compartiría esa fuente secreta suya. Se tiró diez años en ese planetucho de mierda, esperando que yo se lo preguntara, para poder decir que no. Así que en cambio le envié lo que necesitaba: le envié una historia triste. Le mostré que todavía podía hacer algo bueno en el mundo. Le envié a alguien que estaba mucho peor que él, alguien a quien pudiera ayudar. Sabía que se ofrecería a llevarte allí. —Se encogió de hombros—. Supuse que podría seguirte —dijo.
—Tío Zip, hijo de puta.
—Alguna gente me lo ha dicho —admitió Tío Zip.
—Bueno, pues Billy al final no me dijo nada. No lo interpretaste bien. Sólo subió a mi nave para acostarse con Mona la clon.
—Ah —dijo Tío Zip—. Todo el mundo quiere acostarse con Mona. —Sonrió, recordando—. Era también una de las mías —dijo. Entonces sacudió tristemente la cabeza—. Las cosas no fueron bien entre Billy Anker y yo desde el primer día que salió de la incubadora. A veces pasa con un padre y un hijo. Tal vez fui demasiado duro con él. Pero él nunca se encontró a sí mismo, ¿sabes? Lo cual es una lástima, porque se parecía muchísimo a mí cuando era joven, antes de que hiciera una entrada de más y como consecuencia pillara esta enfermedad obesa.
Seria Mau cortó la conexión.
El sonido de alarmas. Bajo su cambiante luz interna azul y gris, la Gata Blanca parecía vacía y encantada al mismo tiempo. Los operadores sombra colgaban bajo los techos de los habitáculos humanos, señalando a Seria Mau y susurrándose entre sí como hermanas afligidas.
—Por el amor de Dios, ¿qué ocurre ahora? —les preguntó Seria Mau. Ellos se cubrieron unos a otros las bocas de aspecto magullado con los dedos. La manada Moire había localizado la mayoría de los transmisores FR y corría tras el resto como un montón de perros en el muelle de Carmody por la noche.
—Tenemos un buffer de unos cuantos nanosegundos de grosor —le advirtió la matemática—. Deberíamos luchar o marcharnos. —Reflexionó un instante—. Si luchamos, probablemente perderemos.
—Entonces vámonos.
—¿A dónde?
—A cualquier parte. Despístalos.
—Podríamos despistar a la manada-K, pero no a la nave nástica. Sus sistemas de navegación no son tan buenos como yo, pero su piloto es mejor que tú.
—¡Deja de decir eso! —chilló Seria Mau. Entonces se echó a reír—. ¿Qué más da, después de todo? No nos harán daño… no hasta que descubran a dónde vamos, al menos. Y tal vez ni siquiera entonces.
—¿A dónde vamos?
—¡Sí que te gustaría saberlo!
—No podremos ir allí hasta que lo sepa —le recordó la matemática.
—Súbeme —dijo Seria Mau. Al instante, las catorce dimensiones del sensorium de la Gata Blanca se desplegaron a su alrededor, y estuvo en tiempo nave. Un nanosegundo, pudo oler el vacío. Dos, pudo sentir la diminuta caricia de la materia oscura contra el casco. Tres, pudo sintonizar la horrible vida de fusión del sol local, con sus sonidos que nadie había descrito jamás. Cuatro nanosegundos, y tuvo los lenguajes de mando constantemente rediseñados de la manada Moire flotando hacia ella a través de algo parecido a capas de un líquido claro, la codificación en la que estaban suspendidos. En cinco nanosegundos supo todo sobre ellos: estatus de propulsión, ritmo de combustión, armas preparadas. Qué daños sufrían tras el encuentro del día: los cascos lastimados en puntos cruciales por la ablación de partículas, los arsenales vacíos. Pudo sentir las nanomáquinas trabajando a marchas forzadas para pulir su arquitectura interna. Eran demasiado jóvenes y estúpidos para advertir lo dañados que estaban. Pensó que podría derrotarlos, dijera lo que dijera la matemática. Se quedó allí un nanosegundo más, calentándose en la noche de catorce dimensiones. Parpadeos y fibras de iluminación iban y venían. Cosas distantes como ruidos. Oyó a Krishna Moire decir «¡La tengo!», pero sabía que no la tenía.
Éste era el lugar para ella.
Era el lugar para la gente que ya no sabía qué era. Que nunca lo había sabido. Tío Zip la había llamado «una historia triste». Su madre llevaba mucho tiempo muerta. Hacía quince años que no veía a su padre ni a su hermano. Mona la clon sólo había sentido desprecio hacia ella, y Billy Anker se había apiadado de ella aunque lo había matado: además de eso su dura muerte aún flotaba ante ella, como el menú de su propia muerte. Entonces se engañó pensando que toda la complejidad de ser humano era transparente en este nivel de cosas, y que podía ver directamente a su través al otro lado, justo hasta el sencillo código que había detrás. Podía quedarse o irse, en este lugar como en la vida. Ella era la nave.
—Ármame —ordenó.
—¿Es esto lo que quieres?
—Ármame.
En ese punto exacto, la manada-K encontró el último de sus transmisores y empezó a desmadejar el hilo que llevaba hasta ella. Pero Seria Mau estaba conectada, y ellos seguían pensando en milisegundos. Cada vez que la encontraban, estaba en otro lugar. Entonces, en el instante que tardaban en advertir lo que había sucedido, ella entró en su espacio personal.
El encuentro tenía que tener lugar dentro de un minuto y medio, o Seria Mau se quemaría. Durante este tiempo entraría y saldría impredeciblemente del espacio normal cincuenta o sesenta mil veces. Recordaría poco de todo eso después, una imagen aquí, una imagen allá. En espacio nave, un estallido de gamma alto, generando 50 000 K durante catorce interminables nanosegundos, parecía una flor. Los objetivos giraron como diagramas bajo la mirada de sus sistemas de adquisición, para volverse varios grados a un lado o a otro en siete dimensiones hasta que brotaron como flores también. Para los objetivos, la Gata Blanca parecía salir de la nada en tres o cuatro arcos diferentes que parecían simultáneos, aunque secuenciales, en una bruma de señuelos, señales falsas y lenguajes de batalla inventados, un revoltijo de código y violencia que sólo podía tener una conclusión.
—El hecho, chicos —se apiadó—, es que yo misma no estoy segura de cuál de éstas soy.
La Norma Shirike, debatiéndose por conectar, se disolvió en una nube de píxeles, como piezas de rompecabezas barridas de la mesa por un viento fuerte. La Kris Rhamion y la Sharmon Kier, tratando de no chocar una con otra en su prisa por escapar, chocaron en cambio con un pequeño asteroide. De repente, todo fueron trozos y piezas desiguales, flotando en ninguna parte. Tenían filos irregulares. Ninguno de ellos parecía humano, en ninguna escala que Seria Mau escogiera. El espacio local se enfriaba, pero era todavía como un horno, resonando con luz y calor, resplandeciendo con partículas exóticas y estados de fase. Era hermoso.
—Me encanta estar aquí —dijo Seria Mau.
—Te quedan tres milisegundos —le advirtió la matemática—. Y no los eliminamos a todos. Creo que uno dejó el sistema. Pero Moire sigue suelto y lo estoy buscando.
—Déjame aquí.
—No puedo hacer eso.
—Déjame, o estamos perdidas. Usó su equipo como señuelos, entró en tiempo nave tarde. La apuesta era que tendría un milisegundo o dos para alcanzarme cuando yo frenara. —Era una táctica de manual y ella había picado—. ¡Moire, hijo de puta, sé lo que pretendes!
Demasiado tarde. Había vuelto a tiempo normal. El proteoma del tanque, rebosando de nutrientes y tranquilizadores hormonales, empezaba a intentar repararla. Apenas podía permanecer despierta.
—Joder —le dijo a la matemática—. Joder, joder, joder.
Se oyó una risa en las frecuencias FR. Krishna Moire cobró brevemente existencia ante ella, vestido con su uniforme de asalto azul pólvora.
—Eh, Seria —dijo—. ¿Qué es esto, preguntas? Bueno, la despedida por mi parte. Una jodida despedida para ti.
—Está sobre nosotros —dijo la matemática.
La nave de Moire fluctuó hacia ellas a través del naufragio. Parecía un fantasma. Parecía un tiburón. Nada que ella pudiera hacer sería lo bastante rápido. La Gata Blanca giró y giró llena de pánico como una de sus propias víctimas, buscando una salida. Entonces todo se iluminó como un árbol de Navidad, y la Krishna Moire fue espantada por la explosión, una aguja negra dando vueltas de campana contra el resplandor moribundo de la explosión. En el mismo instante, Seria Mau fue consciente de que algo enorme se había materializado junto a la Gata Blanca. Era el crucero nástico, con su enorme casco de aspecto terroso, como una fruta caída y podrida en un viejo huerto, todavía rebosante de medios autorreparadores.
—Jesús —dijo ella—. Lo han embestido. Tío Zip ha embestido a su propio tipo.
—No creo que fuera Tío Zip —corrigió la matemática—. La orden vino de otra parte de la nave. —Una risa seca—. Es como si hubiera una mente bicameral allí dentro.
Seria Mau se sintió emocionada cuando oyó esto.
—Fue el comandante. Siempre le caí bien. Y él siempre me cayó bien a mí.
—A ti no te cae bien nadie —señaló la matemática.
—Normalmente no —dijo Seria Mau—. Pero hoy estoy muy trastornada. No puedo dilucidar qué me pasa. ¿Dónde está ese hijo de puta de Moire?
—Está en las capas exteriores del gigante gaseoso. Escapó surfeando la ola de expansión del golpe. Ha sufrido daños, pero sus motores funcionan todavía. ¿Quieres ir tras él?
—No. Fríelo.
—¿Cómo?
—Fríe a ese cabrón.
—¿Qué?
—Si quieres hacer algo, hazlo tú mismo —suspiró Seria Mau—. Ya está.
Las armas se soltaron de una de las complejas estructuras externas de la Gata Blanca, esperaron durante un parpadeo mientras sus motores se encendían, y luego corrieron hacia la atmósfera del gigante gaseoso. La gravedad intentó eliminarlas de la existencia, pero entre aquí y allá se convirtió en la voz de Dios. Algo como un relámpago destelló contra la cara del gigante gaseoso mientras empezaba a encenderse. Tío Zip abrió una línea con la Gata Blanca. Hinchaba los mofletes, enfadado.
—Eh, eso no era necesario, ¿sabes? Pagué un buen dinero por esos tíos. No les habría dejado hacerte daño.
Seria Mau lo ignoró.
—Mejor luz fuera —aconsejó a la matemática. Bostezó—. Vamos a este lugar. —Y luego—: No quería que ese cabrón volviera a molestarme. Estaba demasiado cansada.
Cuando dejaron el sistema, una nueva estrella había empezado a arder tras ellos.
Seria Mau durmió durante mucho tiempo, al principio sin soñar. Luego empezó a ver imágenes. Vio el río Perla Nueva. Vio el jardín, gris bajo la niebla. Se vio a sí misma desde muy lejos, muy pequeña pero claramente. Tenía trece años. Había ido a alistarse para las naves-K. Se estaba despidiendo de su hermano y su padre. La escena era ésta: la estación de Saulsignon, todavía bonita bajo los cielos de guerra, que eran igual que los cielos de guerra de la Antigua Europa terrestre, azules, turbulentos, con huellas de vapor pero llenos de esperanza. Se vio a sí misma despedirse, y vio a su padre alzar la mano. El hermano se negó a saludar. No quería que se fuera, así que incluso se negaba a mirarla. Esta escena se difuminó lentamente. Después de eso, se vio a sí misma la última vez que fue humana, sentada en el borde de una cama, tiritando, vomitando en un cuenco de plástico mientras intentaba sujetar una bata de algodón que se abría constantemente por la espalda.
Te alistas para las naves-K en habitaciones blancas y estériles a temperatura regular; sin embargo, hagas lo que hagas no puedes entrar en calor. No puedes comer. Te dan el vomitivo de todas formas. Te ponen la inyección. Te hacen las pruebas, pero para ser sincera eso es sólo para pasar los dos o tres días que necesita la inyección para actuar. Para entonces tu corriente sanguínea rebosa de patógenos selectos, parásitos artificiales y enzimas preparadas. Tienes síntomas de esclerosis múltiple, lupus y esquizofrenia. Te atan y te dan una mordaza de goma para que la muerdas. El camino queda libre para los operadores sombra, que operan en un sustrato nanomecánico a nivel submicrométrico, y pronto empiezan a convertir en pedazos tu sistema nervioso simpático. Expulsan continuamente la basura a través del colon. Te bombean con una pasta blanca de factorías de diez micrómetros que producen proteínas exóticas y controlan tus indicadores internos. Te horadan en cuatro puntos de la espina dorsal. Estás consciente durante todo este proceso excepto por el breve instante en que te presentan al código-K en persona. Muchos reclutas, incluso ahora, no logran pasar de este punto. Si lo haces, te sellan en el tanque. Para entonces ya han roto la mayor parte de tus huesos, y te han quitado algunos órganos: estás sorda y ciega, y de lo único que eres consciente es de una especie de marea nauseabunda que te envuelve para siempre. Se han introducido en tu neurocórtex para que acepte el puente de software conocido irónicamente como «la Cruz de Einstein» por la forma que ves la primera vez que lo utilizas. Ya no estás sola. Pronto podrás procesar conscientemente miles de millones de bits por segundo; pero nunca volverás a caminar. Nunca te reirás ni acariciarás a nadie ni serás acariciada, follarás ni serás follada. Nunca harás nada por ti misma. Ni siquiera cagarás sola. Te has enrolado. Se te ocurre durante un instante que fuiste capaz de elegir esto pero que nunca, jamás, podrás renunciar a ello.
En el sueño, Seria Mau se veía a sí misma desde arriba. Todos estos años lloraba por lo que se había hecho entonces. Su piel era como la piel de un pez. Temblaba en el tanque como un maldito animal experimental. Pero su hermano no le quiso decir adiós aquel día. Eso en sí mismo era motivo suficiente. ¿Quién quería un mundo así, cuando tenías que ser la madre todo el tiempo y tu hermano ni siquiera te decía adiós?
Bruscamente Seria Mau miró la imagen de una pared vacía cubierta de seda gris de golilla. Después de un rato, la parte superior del cuerpo de un hombre (era alto, delgado, vestido con un frac negro y camisa blanca almidonada; sostenía en una mano enguantada de blanco un sombrero de copa, en la otra un bastón de ébano) se inclinó lentamente dentro del marco de la imagen. Seria Mau confió en él de inmediato. Tenía risa en los ojos (eran de un penetrante azul claro) y un bigotito negro, y el pelo azabache engominado pegado a la cabeza. A ella se le ocurrió que estaba haciendo una reverencia. Después de un largo rato, cuando él se había inclinado tanto en su campo de visión como era posible sin entrar en él, le sonrió, y con voz tranquila y amistosa dijo:
—Debes perdonarte todo esto.
—Pero… —se oyó replicar Seria Mau.
Con esto, el fondo de seda de golilla fue sustituido por un grupo de tres ventanas de arco que daban al brusco resplandor del Canal Kefahuchi, Esto hizo que la habitación pareciera estar dando vueltas por el espacio a un ritmo medido, subrelativista.
—Debes perdonarte por todo —dijo el prestidigitador.
Lentamente, la saludó con el sombrero y salió de la imagen. Antes de marcharse, le hizo una señal para que lo siguiera. Ella despertó de pronto.
—Envíame a los operadores sombra —le dijo a la nave.