AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, me gustaría agradecerles a mis editores, David Trías y Emilia Lope, el entusiasmo que mostraron ante este descabellado proyecto desde el primer momento que les hablé de él, cuando todavía no había escrito ni una sola línea. Y agradecerles aún más que siguieran mostrándolo después de haberlo leído.

Por supuesto, mi más sincero agradecimiento también a mi agente, Antonia Kerrigan, a Hilde Gersen, por su sobrenatural eficacia, y al resto de su maravilloso equipo. Gracias a todos ellos, solo puedo decir que cuando una de mis obras abandona mis manos, es siempre para caer en otras mejores.

Pero una novela no solo se lee cuando está terminada. Como cualquiera puede deducir hojeando los agradecimientos que suelen aparecer en las páginas finales de la mayoría de ellas, todos los escritores contamos con personas a las que dejamos leer nuestros manuscritos para que nos aconsejen y orienten, pues únicamente los genios son capaces de escribir una novela solos. En mi caso, una de esas personas es Lorenzo Luengo, que desde que nos conocimos ejerce de impenitente lector de cuanto brota de mi pluma, ayudándome a cincelar todo lo que escribo con esa descarnada sinceridad que es el motivo, a la larga, de que siempre le deje leer mis escritos, con la secreta esperanza de que en algunos de mis borradores estampe algún día su sello de calidad. Por lo tanto, no puedo sino agradecerle sus críticas, tanto como el sentido del humor del que sabe dotarlas para facilitarme su digestión. Amigos como él mitigan en cierta medida la aplastante soledad del trabajo de escritor.

Pero con la escritura de esta novela he descubierto que se puede ir más allá, que esa soledad puede desaparecer por completo, sencillamente compartiéndola con alguien. Hasta hace poco eso me parecía increíble, pero muchas cosas me parecían increíbles antes de conocerla a ella. M. J. no dudó en refugiarse conmigo en el interior de esta novela, y allí encendió un cálido fuego para paliar las posibles nevadas, que fueron muchas. Ahora ya sé que nunca más escribiré solo. Y como mi agradecimiento diario me parece insuficiente, desde aquí quiero agradecerle no solo la infinita paciencia que demostró ante mis cambios de humor, agobios y nerviosismo inherentes a la labor creadora, sino también la seguridad que cada mañana encontraba en sus ojos, esa certeza que me decía que si yo me extraviaba, ella conocía el camino. En algún universo donde nuestras miradas no se hubiesen cruzado, esta novela habría sido sin duda muy distinta. Pero qué importa. Estoy convencido de que no existe ningún universo donde eso no haya sucedido.