Parte 2

Porque nosotros somos la encarnación local de Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas, conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.

Carl Sagan, «Cosmos»

Danzas de colores parecían bailar al compás de un leve murmullo casi apagado de estructura semejante al ruido rosa. Es todo lo que captaban sus sentidos. La tensión aún se apoderaba de sus pensamientos, fruto de la sensación de miedo que no pudo evitar sentir en los últimos segundos. —¿Me dolerá? —pensó entonces fugazmente—. Espero que sea rápido. —El adormecimiento gobernaba su psique. Ya no sentía las manos ni los pies, ni podía siquiera abrir los ojos que poco antes uno de los operarios había cerrado.

Casi en forma de respuesta a su pregunta, sintió que un agudo e insoportable dolor cruzaba cada partícula de su ser. Por suerte, fue momentáneo, casi un suspiro. Durante un brevísimo instante, le pareció que todos sus sentidos se apagaran de repente. Deseó con todas sus fuerzas que no volviera a ocurrir algo semejante. Creía que caería inconsciente mucho antes. Diablos, en estos momentos prefería que abortasen la operación.

Recuperó la audición, o al menos parte de ella. Esta vez el ruido parecía seguir otro patrón. Lo que parecía un sonido a mayor volumen comenzaba a destacar sobre el resto, pero no le resultaba familiar. Sonaba a intervalos irregulares, y no se sentía capaz de ubicar su posición. De hecho, en estos momentos se sentía absolutamente desorientado, y todo intento de mover alguna parte de su cuerpo resultaba en fracaso. Ni siquiera lo sentía.

El sonido se acalló durante largo rato. Intentó ordenar sus pensamientos, pero todo era demasiado confuso. La tempestad se había desatado en su mente, y a cada instante se sorprendía recordando quién era él y dónde estaba en ese momento. Notó que, a pesar de la tremenda confusión, no percibía ningún dolor en su cabeza. No eran pocas las veces que había padecido migrañas en su vida, estaba seguro de poder distinguirlas en cuanto comenzaban. Pero esta vez, y salvo el tormentoso episodio reciente, ningún dolor se manifestó para quedarse. Todo le resultaba parecido a la desorientación que se sufre al despertarse de un sueño del que uno es incapaz de recordar nada.

De nuevo el rimbombante sonido. Esta vez lo oía con mayor claridad. —Parece la voz de alguien—, pensó. —Es como si emanara tras una gruesa pared de corcho.

—Jesús… —inaudible— ¿… oyes?

Sin duda alguien le llamaba por su nombre. Intentó responder, pero no sentía la lengua, ni el aire en sus pulmones.

—… pera que ajusto la frec… —la mayor parte era ininteligible.

La nube de su mente parecía que se iba disipando, y dejaba paso poco a poco a la lucidez. ¿Habría habido algún problema durante la fase de criogenización? Sin duda había pasado muy poco tiempo. Aquella voz no le sonaba de nada, no parecía ser la de ninguna de las personas que le acompañaron a la sala. Era la voz de una mujer, probablemente joven. Su voz sonaba tremendamente sensual.

—¿Ahora mejor? ¿Me oyes, Jesús? —sonó casi con la claridad de poder escuchar a una persona que habla frente a ti. Tenía un extraño acento que no alcanzaba a determinar.

La ansiedad se apoderaba de él. ¿Cómo iba a responder, si no podía gesticular palabra o gesto alguno? Entonces se percató de algo que le había pasado desapercibido: No veía nada en absoluto. De hecho, no podía percibir siquiera el característico fondo negro cubierto de suaves luces que normalmente se vería con los ojos cerrados, debido a la sensibilización de los conos de nuestra retina al estimulárseles con la imagen del interior del párpado, por el que se debería filtrar la luz ambiental. No sabía explicarlo, pero no recibía estímulo visual alguno. No veía en ningún color concreto, simplemente había dejado de ver totalmente. Se preguntaba si era esto lo que sentiría una persona completamente ciega. Si alguien le pidiera ahora que lo describiera, se vería incapacitado para hacerlo. Lo único que se le ocurría era contestar a la demanda con otra pregunta. «¿De qué color es el infrarrojo? ¿Cómo describirías el ultravioleta?», se decía a sí mismo.

—Vale, veo que ya me escuchas. Imagino que te debe resultar muy frustrante querer contestarme y no poder hacerlo, pero no te preocupes, me hago cargo. Eso sí, debo pedirte que sigas intentando hablar, pues necesito algunas muestras más para poder activar un sintetizador de voz acorde a tu forma de pensar en el habla. Voy a tener que pedirte que intentes pronunciar algunas palabras. ¿Estás listo?

Jesús no entendía nada. ¿Quién era esta persona? ¿Qué era aquello del sintetizador de voz? Nadie le explicó que iban a comunicarse con él a través de un aparato. ¿No se suponía que debían simplemente criogenizarlo y ya está? Aquello debía ser una broma.

—Bueno, supondré que lo estás —continuó la chica—. Empecemos por algo básico. ¿Puedes repetir «Mi nombre es Jesús Blanco»?

La frase resonó en su cabeza. Blanco, ojalá fuese capaz de percibir al menos ese color. Toda esta situación le resultaba muy frustrante. Nadie lo había preparado para esto.

—Veo que sigues dándole vueltas a la cabeza, pero me temo que así no conseguiremos nada. Aún no somos capaces de poder leer lo que estás pensando, así que te pediría que por favor te concentrases en intentar pronunciar las palabras que he mencionado. Concéntrate en decirlas sin más, no pienses en otra cosa. Como cuando mueves un brazo que sientes que está dormido. Escucha a tu propia voz en tu cabeza.

Jesús se resignó, e intentó hacer caso a la invisible voz. Procuró que las palabras saliesen de su boca, aunque no recibió estímulo físico alguno. Imaginó mentalmente que las pronunciaba con claridad.

—¡Estupendo! Vale, la damos por buena. Ahora di: «El césped es de color verde».

Nuevamente hizo caso a la voz, sin aparente resultado.

—¡Guau! Esto está muy bien, realmente bien. Veo que no te cuesta nada. Mejor, así se te hará más leve, pues aún nos quedan 2998 frases más. ¡Ja!

¿2998 frases? ¿Pero qué propósito tenía todo esto? Sólo quería saber qué estaba sucediendo ahí fuera.

—¡Eh! Estás inquieto, ¿cierto? Lo veo en el monitor. Supongo que te estarás preguntando a qué viene todo esto. Me resultará difícil explicarlo ahora, pero te adelanto que es necesario que sigas mis instrucciones para que podamos comunicarnos. Si no seguimos correctamente este proceso, no podré conseguir que vuelvas a hablar. Así que te pido un poco de confianza, y que intentes hacer lo que te digo. ¿De acuerdo? Lo estás haciendo muy bien. Concéntrate ahora en esto, y te prometo que cuando acabemos podremos hablar sobre todo lo que quieras, y aclararé cualquier duda que pueda estar atormentándote. Será pesado para ambos, pues si dedicamos una media de 10 segundos por cada frase, el proceso completo nos llevará algo más de 8 horas. Pero bueno, ya tendremos tiempo para descansar luego, ¿no?

Se resignó, y decidió dar un voto de confianza a la abrumadora voz que repartía esperanzas.

Aquel extraño juego parecía hacerse eterno. De cuando en cuando, su oradora —de la cual no conocía siquiera su nombre— le animaba indicándole cuántas frases llevaban y lo poco que faltaba para finalizar. Parecía bastante contenta con los resultados. Durante casi todo el proceso, aprovechando algunos diminutos ratos muertos, Jesús continuó intentando gesticular con cualquiera de los miembros de su cuerpo, pero seguía sin sentir nada, ni siquiera hormigueo. Sorprendentemente, en una de esas ocasiones aquella vocecilla sonó en tono de reprobación:

—Vamos, Jesús, deja de intentar moverte. Recuerda que te tengo vigilado. Tenemos que terminar de realizar el ajuste del habla. Luego nos encargaremos de todo lo demás.

Al cabo de lo que le parecieron las horas más largas de su existencia, terminaron con la última frase. La curiosidad por todo aquello le carcomía por dentro.

—Felicidades. Esa era la última. Dame unos segundos y hacemos la primera prueba.

Se percató de que, en todo este tiempo, sólo era capaz de oír la voz de aquella chica. No había ruido de fondo. No se distinguía nada más. Ni su respiración, ni la de su misteriosa compañera, que debía estar realmente quieta en su puesto pues tampoco hizo nada de ruido en todo momento.

—Y… ¡acción! ¿No era eso lo que se solía decir? Jijiji —rio—. Veamos, prueba a decir algo, cualquier cosa.

—¿Como qué? —pensó Jesús, exhausto.

—Uy, espera, que no he activado la retroalimentación. Ahora, prueba otra vez.

—¿Hasta cuándo va a durar…? —Se cayó repentinamente. ¡Lo había oído! Había percibido su propia voz. Aunque le sonaba un poco rara, posiblemente por el mal estado en que se encontrarían su garganta y sus cuerdas vocales.

—¿Ves? Esto es otra cosa. Ahora ya podemos hablar.

—¿Este soy yo? Quiero decir, ¿esta es mi voz? Vaya, casi no me reconozco. ¿Cómo es que sigo sin sentir nada? Ni siquiera noto el aire saliendo de mi boca. De hecho, ¡ni siquiera siento la boca!

—Vale, veamos, iremos poco a poco. En primer lugar, quiero darte la bienvenida. Mi nombre es Annette Vogel. Estás en la sala «despertar» del complejo C de Transhumanity 2. Han pasado exactamente… —breve pausa de silencio absoluto—… 1312 años desde la criogenización del cuerpo de Jesús Blanco.

¡Madre mía! ¿Acaso era eso posible? Estaba seguro de que apenas habrían transcurrido varias horas desde que se acomodara en la camilla, y le colocaran aquella vía sanguínea. Pretendían hacer recircular su sangre por la máquina que le induciría una hipotermia previa al paso final de criogenización, una especie de estado de animación suspendida que facilitara el proceso. Poco después de esto, sólo recordaba desorientación, aquel dolor momentáneo, y la aparición de la voz de su nuevo acompañante. ¿Sería razonable pensar que todo esto se trataba de una farsa? No podía imaginarlo posible, pues a priori no se le ocurría ni un solo motivo.

—¿Es cierto que ha transcurrido tanto tiempo? —dijo Jesús muy serenamente, intentando transmitirse tranquilidad a sí mismo—. Para mí ha sido casi un suspiro.

—Es natural. Ten en cuenta que toda tu actividad cerebral ha estado completamente paralizada durante todos estos años. El tiempo es moldeado según la manera en que lo percibimos. Y su percepción puede ser comprimida o estirada según varía la velocidad de transmisión de tus pensamientos en su soporte vital: tu cerebro. Es como si pasásemos una película de 24 fotogramas por segundo a sólo 12 fotogramas por segundo: La película duraría justo el doble. En tu caso, hemos separado tu último pensamiento antes de que tu actividad de detuviese, del primero tras la recuperación de la actividad, por un lapso de 1312 años.

—O sea, que han sido capaces de recuperarme. ¡Increíble! ¿Cómo han resuelto el problema del desorden y destrucción celular provocado por la criogenización? Y hablando de eso… ¿por qué ha utilizado antes la tercera persona para referirse a mi cuerpo? ¿Y por qué no puedo ver nada?

—Sí, supongo que tienes muchas preguntas. Veo que eres muy perspicaz. Por favor, tutéame, abandonemos los formalismos, en mi idioma natal no existen y me resultan complicados de seguir. Empezaré contestando a tu última pregunta. El problema de recuperación del cuerpo ha sido una de las mayores dificultades técnicas que hemos padecido durante los últimos años. Después de muchos intentos fallidos, nos dimos cuenta de que probablemente sería un esfuerzo inútil, ya que la cantidad de daños que se producen en la materia orgánica imposibilita traerlo de nuevo a la vida con éxito. Perdimos muchos cuerpos durante esos experimentos, algunos de los cuales estamos seguros que debieron sufrir lo indecible. Puedes considerarte afortunado al estar aquí hablando conmigo en este preciso instante, sin apenas haber notado el salto. Al final, y gracias a los enormes avances que se produjeron en el estudio del funcionamiento del cerebro y su simulación, se nos ocurrió atacar el problema desde otra perspectiva: ¿Y si en lugar de recuperar el cuerpo físico, utilizábamos algunos de esos simuladores, y copiábamos la estructura cerebral del organismo latente?

Hizo una pequeña pausa. Jesús estuvo a punto de intervenir, pero las palabras de Annette le interrumpieron.

—El problema era casi tan complejo como el primero, pero esta vez tenía visos de poder hallar una solución factible. Por fortuna, las personas que decidieron criogenizaros pensaron que sería buena idea aportar todo tipo de datos adicionales sobre el funcionamiento de vuestros cerebros. Así, pudimos disponer de información verdaderamente útil. Un buen ejemplo de ello son las decenas de electroencefalografías, que nos permiten conformar toda una cartografía de la actividad cerebral frente a diversos estímulos. Además, incorporaron las imágenes en vídeo y audio, muestras de olor y sabor, e incluso diversos objetos sólidos con diferentes texturas, que provocaban esos estímulos registrados en las pruebas, además de esquemas de construcción de los aparatos de reproducción de audio y vídeo en caso de que no supiésemos cómo leer los datos allí almacenados. Con todo este conglomerado de datos, pudimos interpretar correctamente los resultados.

—Sí, recuerdo que pensé si todas aquellas pruebas servirían verdaderamente para algo. Ellos se limitaron a justificarme que, si bien no podían estar seguros de su utilidad, nunca estaba de más aportar toda la información que fuera humanamente posible con la tecnología de la que disponíamos.

—Pues hicieron muy bien, ya que de lo contrario probablemente no podríamos estar manteniendo esta conversación. La configuración de las distintas sinapsis entre neuronas es específica de cada individuo. Es más, la forma en que registramos los datos que nos proporcionan nuestros sentidos, y los ordenamos en forma de pensamiento, depende mucho de cómo sea esta estructura, que cambia constantemente, eliminando viejas conexiones y creando otras nuevas. Dependen mucho de las distintas experiencias que haya vivido el individuo previamente. Por ejemplo, si yo pronunciara ahora la palabra «árbol», probablemente estarás creando en tu cabeza una imagen y unos estímulos que son completamente diferentes a los que se crearían en la mía al pensar en ese mismo concepto, y seguramente se parecerán a algún árbol que habremos elegido inconscientemente como modelo y que habremos contemplado alguna vez en nuestra vida. Es necesario, por tanto, estudiar también la forma de la estructura cerebral, el soporte de hardware sobre el que se ejecuta el software, pues sólo la combinación de estos nos permiten describir el proceso cognitivo completo. Los datos sobre el software nos lo proporcionaron las electroencefalografías, y los del hardware las tomografías axiales computerizadas, que también fueron incluidas. Aunque he de decir que estas últimas tuvimos que repetirlas con otras técnicas actuales, las cuales nos proporcionan una mayor resolución. Pero a pesar de todo, las tomografías originales nos permitieron comparar nuestros resultados con los datos originales, algo necesario ya que las neuronas se encontraban muy dañadas tras la congelación, y a pesar del nivel de detalle que podemos alcanzar hoy en día, a veces nos costaba entender la disposición previa de ciertos grupos de células. De todas formas, fue sorprendente descubrir que nuestro sistema cognitivo es bastante tolerante a fallos físicos, y pequeñas diferencias aquí y allá no tendrían por qué ocasionar una diferencia notable sobre el comportamiento que nos define. En definitiva, que me voy por las ramas: Gracias a todos esos modelos, a nuestra mejor comprensión del funcionamiento del pensamiento, al aumento de la capacidad de cómputo, y a la adición de modelos propios de individuos de nuestra época, hemos sido capaces de simular con resultados aceptables buena parte de tu masa encefálica.

—Entonces… A ver si lo entiendo… ¿me estás diciendo que soy fruto de la ejecución de un programa en un ordenador?

—Más o menos, pero eso debería alegrarte. Las máquinas que dan soporte a la simulación son bastante más complejas que lo que tú llamarías un ordenador. Utilizamos millones de unidades de proceso diminutas, cada una de ellas mucho más simples que los microprocesadores de tu época. El poder computacional actual está en la posibilidad de combinarlas de diversas formas. Nuestros cerebros funcionan en forma muy similar: Imagínate, lo conforman aproximadamente un billón de células, de las cuales al menos una décima parte son células nerviosas capaces de realizar hasta 20 000 conexiones diferentes con las otras. El número de combinaciones posibles que podrían formar es superior al número de átomos que existe en todo el Universo.

—Pero este no soy yo. Ya no soy Jesús Blanco. Soy sólo un programa ejecutándose en una máquina —dijo con cierto tono de insumisión, incapaz de aceptar la realidad que se le planteaba.

—¿Acaso hay diferencia? En la práctica, no somos más que máquinas electro-químicas de base orgánica, y nuestro mundo se reduce a lo que podemos percibir de la realidad gracias a nuestros sentidos, más lo que podemos inferir a partir de dichos estímulos. Si llamas Jesús Blanco al cuerpo que alojaba toda esa información, entonces sí, podrías considerarte un nuevo individuo. Pero tu pensamiento no diferiría mucho de aquel que llevaría a cabo el individuo original, incluidos todos sus recuerdos.

Recuerdos. Es cierto, apenas le costó rememorar algunos de los acontecimientos que más le marcaron durante su vida. Se vio con su amigo Gonzalo y con Lucía, riendo durante una íntima cena en un bonito restaurante de Cádiz que daba al paseo marítimo. Algunos bañistas disfrutaban de la intimidad de la noche en un mar encrespado, y ellos bromeaban sobre la posibilidad de ir a remojar sus cabezas nada más salir de allí. Un par de copas de vino más tarde acabarían con el cumplimiento de ese pensamiento, y acabaron la jornada con los trajes empapados en agua salada, y una enorme sonrisa en el rostro.

—Dime, Annette. ¿Cómo es que hablas perfectamente mi idioma? Me extrañaría muchísimo pensar que precisamente el español sea el idioma oficial de vuestra época, especialmente sin que se aprecie ninguna variación.

—Buena pregunta. ¿Recuerdas todo el proceso inicial que llevamos a cabo tras tu despertar, cuando me repetías aquellas frases? Durante ese proceso, estaba calibrando el simulador para poder estimular tu cerebro virtual mediante unos impulsos similares a los que recibirías en caso de escuchar mi voz. Porque claro, ya no tienes oídos. Dado que, como te comentaba antes, cada individuo interpreta los datos de forma diferente, es necesario realizar este proceso de calibración para poder comprender cómo lo haces tú, y que así te parezca que estás oyendo mi voz. En realidad, un complejo sistema de traducción simultánea convierte previamente mi verdadera voz y mis palabras en una nueva onda de sonido simulada por ordenador que sería muy similar a la pronunciación de esas mismas palabras en tu idioma. Y este mismo sistema lo usamos para convertir tus intentos de hablar en el sonido que experimentarías si de verdad hubieses pronunciado esas palabras, nuevamente convirtiéndolos antes en mi idioma. Aunque claro, las voces nunca son fieles a las originales, y por eso te oyes en un tono que no reconoces. Seguramente mi voz también la aprecies muy diferente a como es en realidad.

—Curioso. ¿Por eso no puedo oír nada más que nuestras voces?

—Exacto, es por eso que no oyes ningún otro ruido ambiental, pues aunque podríamos sumar a esa onda que percibes aquella compuesta por los sonidos de esta habitación, tendríamos que separar mi verdadera voz del resto, pues de lo contrario probablemente te causaría mucha confusión. Como si dos personas hablasen al unísono, una en tu mismo idioma y la otra en otro que te resultaría un galimatías.

—¿Y podrías al menos añadir cualquier otro sonido de fondo? Ese silencio sepulcral me incomoda muchísimo.

—Sí, por supuesto. Si quieres, añadiré un sonido ambiental. ¿Qué te parecería el sonido de un campo, con un arroyo y el canto de algunos pájaros de fondo? Seguro que ayudan a relajarte un poco.

Antes de que tuviese tiempo de responder, comenzó a oír el canto de lo que parecía una pequeña golondrina, el murmullo del agua serpenteando por entre las rocas en algún punto lejano, el aire batiendo las hojas de las copas de los árboles situados encima de él.

—Impresionante. Es como si estuviese allí mismo. Diría que la fidelidad es mucho mayor que la que se obtendría con unos buenos auriculares.

—Claro. Es un modelo exacto de los estímulos que alimentan el cerebro de una persona en ese ambiente, modificados y adaptados a tu función de pensamiento.

—¿Puedes hacer también que vea algo?

No hubo respuesta. Jesús empezó a imaginar que no sería grata.

—Lo siento mucho, el mecanismo de interpretación de imágenes es algo que aún se nos escapa. Si pudiera activarlo ahora mismo, sólo tendrías estímulos desordenados, sombras de imágenes en blanco y negro que te provocarían más confusión que beneficio. Es uno de los motivos por los que todavía andamos experimentando.

Jesús comprendió perfectamente la breve explicación, aunque hubiese deseado poder ver aquel mundo del que ahora formaba parte. ¡Tenía tantas ganas de explorarlo! El miedo había desaparecido casi por completo, y ahora sólo sentía una enorme curiosidad. Deseaba poder ver a la persona con la que mantenía tan interesante conversación.

—Dime, ¿cómo es el mundo ahora? ¿Qué tal hemos progresado?

Pudo oír cómo Annette suspiraba.

—Uf. Pues no lo hemos tenido nada fácil, la verdad. En cierto modo, podría decirse que hemos tenido mucha suerte de seguir aquí. En general, hemos progresado mucho en casi todos los campos del conocimiento. Por lo poco que recuerdo de las clases de historia, en tu época os enfrentabais a una inminente crisis energética causada por la alta dependencia de combustibles fósiles. Estos empezaron a escasear de forma alarmante, y desde luego no se recuperaban al mismo ritmo en que se consumían, pues como todos sabemos, hacen falta miles e incluso millones de años para que vuelvan a formarse. Por suerte, poco a poco y probablemente fruto de la necesidad, comenzamos a utilizar otras fuentes de energía más… permanentes. Los avances en la elaboración de materiales especiales para la captura de la energía irradiada por el sol en forma de calor fueron muy importantes. En cierto momento fuimos capaces de construir un material al que se llamó «agujero negro», capaz de capturar el 99% del espectro de luz visible, y por tanto un alto porcentaje de la energía proveniente del sol. Se crearon gigantescos campos de sol en tierras poco fértiles, e incluso en plataformas flotantes. Diversos avances en la construcción de células de combustible nos permitieron almacenar toda esa energía de forma eficiente, para su consumo posterior. También apuramos la cantidad de energía necesaria para la realización de muchos procesos industriales, e incluso para el consumo doméstico. Y con el tiempo, la disminución paulatina de la utilización de combustibles fósiles ayudó incluso a ralentizar el calentamiento del planeta, si bien este continuó con su aumento paulatino de temperatura de forma gradual durante un largo periodo. Pero todo esto llevó decenas de años, con diversos conflictos internacionales de por medio. Aunque ninguno de estos problemas serían comparables al inconveniente demográfico.

—¿A qué te refieres?

—Ya en tu época la humanidad estaba formada por casi 7000 millones de seres, y existían graves problemas para proporcionar una vida digna para todos. Las necesidades en cuanto a recursos para alimentar y ofrecer una oportunidad a tan enorme población comenzaron a dispararse, hasta el punto de que se temía que dicho crecimiento insostenible acabara en catástrofe. Pero nunca se puso remedio, como era de esperar. El ser humano actuó como lo haría cualquier otro animal irracional impulsado por la búsqueda de su propio beneficio individual: Simplemente disfrutó de su cómoda vida mientras pudo. En el clásico cuento de la cigarra y la hormiga, el hombre se comportó como la cigarra.

—¿Qué pasó?

—Pues que en el año 2082 la humanidad estaba formada ya por 11 000 millones, pero más de la mitad vivían en condiciones poco aptas para la vida. Los recursos de agua potable eran los más escasos, pero pronto ningún desarrollo en nuevas técnicas de agricultura, ni tan siquiera con la ayuda de los resistentes y fértiles transgénicos, fueron tampoco suficientes para abastecer con alimentos a tantísimas personas. Ni digamos la producción o caza de carne o pescado. Los ciudadanos de las distintas naciones acabaron olvidando sus tratados de paz, movidos por la necesidad, y hubo grotescas y duraderas guerras en pro de la subsistencia. Estos conflictos armados, descentralizados, considerados en conjunto hoy día como la tercera guerra mundial, fueron de lo peor que el ser humano haya conocido. Pero gracias a ellos, pensándolo ahora objetivamente, la humanidad fue reducida a poco más de 2000 millones de seres, lo que permitió partir de un punto en que fuera posible nuestra propia sostenibilidad. Desde entonces, existe una ley de contención de la población mundial, y hoy se necesita la aprobación expresa de un organismo gubernamental para poder concebir una nueva vida.

—¿Tú tienes hijos? —inquirió Jesús.

—No, por desgracia me debo a mi trabajo, y no consigo dedicar tiempo a buscar una pareja estable. En cualquier caso, no creo que me sea posible tenerlos a estas alturas. Los permisos suelen concederse a parejas que viven juntos por más de 5 años, y generalmente jóvenes, de entre 20 y 30 años. Y yo ya casi que me paso de esas cifras.

Un pensamiento rondaba por la artificial mente de Jesús durante la explicación de Annette. Tan pronto como esta acabó, aprovechó para exponer su duda.

—Hay algo que no comprendo. No me malinterpretes, ahora que entiendo mi situación estoy encantado de volver a la vida, si bien es bastante diferente de lo que imaginaba. Pero he aquí mi duda. Si habéis interpuesto medidas tan severas para el control de la población, ¿cómo es que ahora os ha dado por renacer a personas como yo? Posiblemente me cueste muchísimo adaptarme a vuestra sociedad actual; al menos me será más difícil que a una persona que haya vivido en ella desde el comienzo de su vida. ¿Qué interés podéis tener en mí? —Recordaba estas mismas palabras de los labios de su amigo Gonzalo, en aquel restaurante italiano, en lo que para él había transcurrido tan sólo un día.

—No esperaba que llegásemos a ese punto tan pronto. —Suspiró profundamente—. Verás, me temo que cometes un error al pensar que la finalidad de este experimento es traerte de nuevo a la vida, en nuestra época, dotándote de cierta autonomía para que puedas desarrollarte en nuestra compañía. No, es algo mucho más complicado que todo eso.

Un repentino temor acuciaba los pensamientos de Jesús, que empezó a pensar que su nueva vida no iba a ser tan genial como había comenzado a imaginar. Él aceptó ser criogenizado con el único objetivo de poder ser devuelto a la vida, de alguna forma, en el futuro. ¿Acaso habían decidido por él otro destino diferente?

—¿A qué… te refieres exactamente? Me estás asustando.

—Verás, Jesús. En todos estos años nos hemos dado cuenta más que nunca que la humanidad es realmente frágil. No es que vosotros mismos no lo supierais, es que nadie le había dedicado tiempo suficiente a este pensamiento como colectivo, y desde luego fueron pocos los que buscaron una solución al problema. Ocupar la Tierra es un privilegio, un regalo que el azar nos ha concedido por un tiempo limitado. En cualquier momento, ese mismo azar puede obrar en nuestra contra, y acabar con nuestra existencia con la misma facilidad con la que desaparecieron tantas otras formas de vida en el pasado.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Pues tú eres una muestra de lo que podría ser el futuro de la humanidad, ni más ni menos. Que sepamos, y aunque podemos imaginar otras formas de vida en otros mundos, somos la única prueba fehaciente del despertar de la conciencia, de un ser capaz de razonar y de darse cuenta de su propia existencia, y maravillarse ante el mundo que le rodea hasta el punto de querer aprender acerca de su origen. Hemos tenido la suerte o la desgracia de que la materia se haya ordenado en este punto del Universo de una determinada forma para crear la vida; y que tras el lento pero firme proceso evolutivo mediante la selección natural, haya dado lugar al ser humano, un animal como digo consciente de sí mismo, con una alta capacidad de aprendizaje y raciocinio, capaz de modificar su entorno para progresar como especie. Tenemos el deber de preservar este acontecimiento extraordinario, de perpetuar la especie más allá de los límites imaginables. Pero si nos quedamos aquí, exclusivamente en la Tierra, en el mundo que nos vio nacer, las probabilidades de supervivencia ante catástrofes planetarias serían bastante bajas.

—¿Y qué sugieres como alternativa? ¿La colonización de otros mundos?

—Es una posibilidad, pero es más compleja de lo que parece. Ya en el pasado se han realizado múltiples intentos de crear pequeños ecosistemas autosuficientes, con el propósito de estudiar la viabilidad de biosferas cerradas, para en un futuro poder utilizar estos conocimientos en la terraformación de algún otro apacible mundo. En tu época, más o menos, existió un proyecto llamado Biosfera 2 con esa sana intención, aunque surgieron muchas complicaciones. En intentos posteriores siempre han aparecido problemas de difícil solución. Parece ser que mantener un ecosistema cerrado es mucho más complejo de lo que esperábamos, pues son tremendamente vulnerables. Eso sin contar con que aún deberíamos buscar otros mundos donde llevar el experimento a cabo, pues los que conocemos y que se encuentran a distancias abarcables no son muy apropiados para ello. No, la solución que buscamos es mucho más sencilla que todo esto. Es hora de que probemos otras alternativas.

Hizo una larga pausa. Jesús sabía que continuaría con su explicación, así que aguardó pacientemente, mientras aprovechaba para dejar volar su imaginación.

—En Transhumanity 2 apostamos por eliminar de la ecuación la mayor debilidad de las distintas soluciones: La fragilidad del cuerpo humano. Nuestra intención final es desarrollar algún tipo de vehículo espacial autónomo, que albergue una versión mejorada de este mismo sistema simulador en el que te encuentras ahora. Dotaríamos al aparato de autonomía solar, aprovechando los avances que se han realizado en el aprovechamiento de esta rica y duradera forma de energía, y lo colocaríamos provisionalmente en órbita solar. Dado que a nuestro sol le quedan todavía varios miles de millones de años de vida, estas formas pensantes podrían disfrutar de algo bastante parecido a la vida eterna, si pensamos en las proporciones que resultan de la comparación con la esperanza de vida como seres humanos en la Tierra.

—¿Vida eterna? ¡Querrás decir martirio eterno! —El pánico se apoderó de Jesús; era curioso sentir emociones como esta sin que fuesen acompañadas de una respuesta fisiológica, tal como notar que el vello se erizaba—. No puedo imaginar cuán tortura sería permanecer encerrado en un sistema del que no puedes salir, ni desconectarte a voluntad. Miles de millones de años es mucho tiempo para una mente humana.

—No te alarmes aún, es algo que aún estamos perfeccionando. Sabemos que la soledad del individuo por un periodo de tiempo prolongado puede causar graves problemas psicológicos. Por eso estamos pensando en varias soluciones, como comunicar a estos pequeños satélites unos con otros, o tal vez almacenar varias mentes en un mismo vehículo con varios simuladores interconectados entre sí. En ambos casos, sería posible transmitir estímulos de un ser a otro, de forma que puedan conversar, sentir su contacto… ese tipo de cosas. Quizás incluso resolvamos por fin el problema de la estimulación de la memoria visual, y podamos construir todo un mundo simulado. ¡Imagínate, gozar de una existencia similar a la que has vivido hasta ahora, libre de enfermedades, de dolor, de sacrificios, de lucha constante por los recursos naturales, y con todo el tiempo del mundo por delante! Hemos creado nuestro propio elixir de vida eterna. Enviaremos estos vehículos por todo el Universo conocido, tantos como podamos, y venceremos así las enormes distancias que nos separan de otras posibles formas de vida. Es más, la existencia de esas otras formas de vida podría estar limitada en el tiempo, en un periodo quizás de unas decenas de miles de años, como lo estaría la nuestra en caso de una hecatombe de no ser por proyectos como este. Así que de esta forma maximizaremos las posibilidades de encontrarnos en tiempo y espacio con ellos. Almacenaremos todo el conocimiento humano posible en dichos satélites, y así podrán conocernos, e incluso conversar con nosotros si logran aprender nuestro lenguaje, o nosotros el suyo. Les mostraremos dónde está situado nuestro mundo, por si, tal vez, aún existamos como seres orgánicos, y puedan venir en nuestra búsqueda. Y en definitiva, resolveremos algunos de los grandes enigmas que siempre nos han atormentado, a pesar de que para algunos de ellos, por mera probabilidad matemática, imaginemos la respuesta: ¿Estamos o no solos en el Universo? ¿Qué otras formas de vida son posibles? ¿Hasta dónde llegan nuestros límites?

Las explicaciones y el entusiasmo de Annette calmaron a Jesús, y pronto se contagió de dicho entusiasmo. Todo aquello le parecía fascinante. ¿Sería posible que él fuese uno de los elegidos para tan increíble hazaña?

—¿No estaríamos sometidos a la misma fragilidad en el espacio? A fin de cuentas, hay muchos otros peligros ahí fuera.

—Sí, los hay. Pero estaríamos mucho más seguros, y como mínimo, más dispersos, con lo que sería bastante más difícil que desapareciésemos por completo tras una hecatombe de proporciones gigantescas. En el espacio, los materiales no se degradan de la misma forma que en la Tierra. Añadiremos varios niveles de redundancia para cada subsistema, para disminuir la probabilidad de perder un aparato debido a algún fallo técnico. Y lanzaremos miles, millones de estos vehículos, en todas las direcciones posibles, en busca de un futuro menos pesimista.

—¿Qué papel juego yo en todo esto, en este punto de vuestra investigación? —inquirió Jesús.

—Pues verás, este experimento es una de tantas otras pruebas que hemos venido realizando hasta ahora. En concreto, eres el experimento número 58. —Su voz comenzó a sonar mucho más seria—. Mi labor contigo consiste en comprobar que el simulador responde como esperábamos en este punto, en recoger más datos y muestras sobre tu modelo de pensamiento, y en especial, en comprobar si el simulador funciona de forma totalmente determinista.

—¿A qué te refieres exactamente?

—En este momento puedo ser totalmente franca contigo. Hemos registrado toda esta conversación, de forma que cada vez que he intervenido, en los precisos momentos exactos en que lo he hecho, se han guardado los estímulos que han sido enviados a tu simulador. En unos minutos, tendré que resetearte, devolverte al estado original en el que fuiste configurado, y hacer que se reproduzcan de nuevo esos estímulos, en el orden e instantes correctos, al menos hasta que se produzca alguna diferencia con las reacciones que has tenido a ellos hasta ahora. Esto nos ayudará a determinar si la mente humana simulada se comportará o no de la misma forma partiendo de los mismos datos de entrada, o si por el contrario existe algún factor, quizás debido a la falta de precisión en la construcción de ciertos componentes delicados, que varíe ligeramente la cadena de pensamientos. De esta forma, podríamos intentar conocer de antemano las consecuencias de determinados procesos mentales, y evitar o variar aquellas que puedan resultar dañinas para la felicidad del individuo encerrado en el simulador.

—¿Me vas a desconectar? —gritó Jesús—. No, por favor, no lo hagas. No estoy preparado.

—Lo siento, Jesús, pero todo esto es por un bien común. Sé que suena egoísta, pero trata de pensar que tu papel en este experimento es posiblemente vital para el futuro de la humanidad. De todas formas, volverás pronto, y no recordarás nada de todo esto.

—¡No! La consciencia que vas a despertar no soy yo, es sólo una burda copia de mí mismo, de un yo pasado. Somos el cúmulo de nuestros propios recuerdos, ¡y tú vas a arrebatármelos!

—De veras que lo siento, Jesús. Pero no está en mi mano. Me temo que debo proceder ya, pues no me agrada ver cómo te torturas a ti mismo de esta forma. Nos volveremos a ver muy pronto.

—¡Espera! —gritó Jesús con todas sus fuerzas.

Danzas de colores parecían bailar al compás de un leve murmullo casi apagado de estructura semejante al ruido rosa…