11
El círculo se cierra

El ejecutor Andrew Harlan se sorprendió al observar que llegaba al 575.° durante el turno de noche. No había notado el transcurso de las fisio-horas durante sus enloquecidos viajes por los Tubos. Harlan se quedó mirando, sin comprender, a los oscurecidos corredores, al paso ocasional de uno de los trabajadores nocturnos.

Encendido de rabia, Harlan no quiso detenerse a contemplar todo aquello por más tiempo. Corrió hacia la zona residencial. Encontraría las habitaciones de Twissell en el Distrito de Programadores del mismo modo que había encontrado la morada de Finge, y no temía ser detenido por nadie.

El látigo neurónico seguía en contacto con su costado cuando se detuvo frente a la puerta de Twissell. En la placa de cristal colocada a la altura de los ojos se leía el nombre grabado en letras grandes y claras.

Harlan apretó el pulsador dispuesto al lado de la puerta. Dejó que el sonido llenase el interior de la casa, mientras seguía apretando el timbre con una mano húmeda de sudor. Desde fuera se oía débilmente la llamada.

Oyó pasos a su espalda, pero no se molestó en volverse, seguro de que el hombre, quienquiera que fuese, no le dirigiría la palabra (gracias a su emblema rojo de Ejecutor).

Pero los pasos cesaron y una voz le saludó.

—¿Ejecutor Harlan?

Harlan se volvió rápidamente. Era un Sub-Programador recientemente llegado a aquella Sección. En su fuero interno Harlan lo maldijo con rabia. Allí no estaba en el 484.° Allí no le consideraban como un simple Ejecutor, sino como el Ejecutor personal de Twissell, y los jóvenes Sub-Programadores, para congraciarse con el gran Twissell, debían aparentar cortesía para su Ejecutor especial.

El Sub-Programador dijo:

—¿Desea ver al Jefe Programador Twissell? Harlan vaciló y al fin contestó:

—Sí, señor.

¡Maldito estúpido! ¿Qué podía hacer cualquiera que estuviese llamando a la puerta a aquella hora?

—Temo que no podrá verlo —dijo el Sub-Programador.

—Es un asunto importante. Tendré que despertarle —dijo Harlan.

—No digo que no. Pero el caso es que no se encuentra en esta Sección.

—¿Adonde ha ido? —preguntó Harlan con impaciencia. La mirada del otro dejó traslucir que consideraba aquello como una ofensa.

—Naturalmente, no lo sé.

—Pero yo tengo una reunión con él, a primera hora de la mañana —dijo Harlan.

—Comprendo —dijo el otro, y Harlan no entendió por qué el Sub-Programador parecía divertido ante aquella idea.

—Ha llegado usted con algo de anticipación, ¿no le parece? —continuó sonriendo levemente.

—Necesito verlo ahora mismo.

—Estoy seguro de que por la mañana lo encontrará en su despacho.

—Pero…

El otro continuó su camino, evitando cualquier roce con los vestidos de Harlan.

Harlan apretó los puños. Se quedó mirando cómo el otro se alejaba, y después, en vista de que no podía hacer otra cosa, regresó lentamente hacia su departamento.

Harlan trató de dormir. Se dijo a sí mismo que necesitaba el descanso del sueño. Trató de dormirse mediante un esfuerzo de su voluntad y, desde luego, fracasó. Pasó aquellas horas en un torbellino de fútiles pensamientos.

Sobre todo, pensó en Noys

No se atreverían a hacerle ningún daño, pensó con fervor. No podían devolverla al Tiempo normal sin calcular antes su influencia en la Realidad, y aquello les ocuparía, posiblemente, semanas. Como alternativa, podían hacer con ella lo que Finge le había descrito como castigo para él: situarla en medio de un accidente mortal.

Harlan no quiso creer en ello. No había ninguna necesidad de tomar una medida de tal naturaleza. Tampoco podían arriesgarse a enemistarse con Harlan. En la quietud de la oscura habitación y en aquel estado de semivigilia que a menudo nos hace perder de vista la proporción de las cosas, a Harlan le pareció natural que el Gran Consejo Pantemporal no se atreviera a enemistarse con un simple Ejecutor.

Después pensó en Twissell.

El viejo estaba fuera del 575.° ¿Adonde habría ido, cuando normalmente debería estar durmiendo? Un anciano necesitaba dormir. Harlan estaba seguro de la respuesta. El Consejo se habría reunido para deliberar sobre Harlan y Noys. Sobre lo que podría hacerse con un indispensable Ejecutor al que nadie se atrevía a tocar.

Harlan hizo una mueca. El que Finge informase sobre la postura agresiva de Harlan aquella tarde, no podía perjudicarle en lo más mínimo. Sus otras faltas no serían peores con ello, ni ellos dejarían de depender de él.

Y Harlan no creía que Finge fuese a dar parte de él.

Confesar su humillación ante un Ejecutor, pondría a un Ayudante Programador en una situación ridícula; lo más probable era que Finge decidiera no decir nada.

Harlan pensó en los Ejecutores como grupo, lo que, últimamente, había hecho rara vez. Su propia y algo anómala posición como ayudante de Twissell y como medio Instructor le privaba de contactos con los demás Ejecutores. De todos modos, a los Ejecutores les faltaba unión. ¿A qué sería debido? ¿Cómo era posible pasar por el 575.° y por el 482.° sin haber visto sino raras veces a otro Ejecutor? ¿Era necesario que incluso se evitasen entre sí? ¿Era natural actuar como si aceptaran la superstición de los demás?

En su mente ya había conseguido que el Gran Consejo aceptara su propósito respecto a Noys, y ahora planteaba otras peticiones. Debían permitir que los Ejecutores tuvieran una organización propia, reuniones periódicas… más relación… mejor trato por parte de los demás.

Cuando ya se consideraba como un héroe de la Eternidad, con Noys a su lado, se quedó dormido.

La llamada que sonaba en la puerta le despertó. Parecía reclamarle con impaciencia. Medio dormido aún, miró el reloj que tenía a su lado y gimió.

¡Por el gran Cronos! ¡Se le habían pegado las sábanas!

Consiguió alcanzar al botón instalado junto a la cama, y el visor de la puerta se hizo transparente. No reconoció al que llamaba, pero comprendió que era alguien importante.

Harlan abrió la puerta y el hombre, que llevaba el emblema naranja de los Administradores, penetró en la habitación.

—¿Ejecutor Andrew Harlan?

—Sí, Administrador. ¿Tiene algo que decirme?

El Administrador hizo una mueca de desagrado ante el tono beligerante de la pregunta. Continuó:

—¿Tiene usted una reunión esta mañana con el Jefe Programador Twissell?

—¿Y bien?

—He venido para informarle de que se ha retrasado usted.

—¿A qué viene todo eso? —dijo Harlan—. Usted no es del Quinientos setenta y cinco, ¿no es cierto?

—Estoy destinado en la Sección doscientos veintidós —dijo el otro fríamente—. Soy el Ayudante Administrador Arbut Lemm. He sido encargado de organizar esa reunión, y procuro evitar el innecesario escándalo que, sin duda, se produciría si me hubiese puesto en contacto con usted oficialmente por medio del Intercomunicador.

—¿Qué escándalo? ¿Qué pasa aquí? Oiga, he tenido muchas reuniones con Twissell. Es mi jefe. Nunca ha habido necesidad de hacer escándalo sobre ellas.

Un rastro de sorpresa apareció por un momento en el rostro inexpresivo que el Administrador había mantenido hasta aquel momento.

—¿Es posible que no le hayan informado?

—¿De qué?

—De que va a reunirse en sesión esta mañana, aquí en el Quinientos setenta y cinco, una Comisión del Gran Consejo Pantemporal. Toda la Sección, me han dicho, está enterada de esta noticia.

—¿Y quieren verme a mí?

Tan pronto como hubo formulado la pregunta, Harlan pensó: «Es natural que quieran verme. ¿Para qué otra cosa iban a reunirse?».

Entonces comprendió la ironía del Sub-Programador la noche anterior, ante la puerta del departamento de Twissell. El Sub-Programador conocía la noticia de la reunión que iba a celebrarse por la mañana, y le divirtió que un Ejecutor creyese que Twissell iba a dedicarle su tiempo en una ocasión semejante. Muy divertido, pensó Harlan amargamente.

El Administrador continuó:

—He recibido órdenes. No sé nada más. —Luego, aún sorprendido, añadió—: ¿No ha oído nada de todo esto?

—Los Ejecutores llevamos una vida muy retirada —dijo Harlan con sarcasmo.

¡Cinco Consejeros además de Twissell! Todos eran Jefes Programadores, y ninguno contaba menos de treinta y cinco años de servicio en la Eternidad.

Seis semanas antes, a Harlan le habría abrumado el honor de verse en presencia de semejantes personalidades, y no habría osado pronunciar palabra ante la combinación de responsabilidad y poder que representaban. Le habrían parecido de una estatura colosal.

Pero ahora eran sus enemigos, peor aún, sus jueces. No era cuestión de sentirse impresionado. Tenía que planear su estrategia.

Tal vez ignoraban que él sabía que tenían a Noys en su poder. No podían saberlo a menos que Finge les hubiera informado de su última conversación con Harlan. A la clara luz del día, sin embargo, se convenció más que nunca de que Finge no se atrevería a declarar públicamente que fue humillado e insultado por un Ejecutor.

Por tanto, parecía aconsejable tratar de conservar, de momento, aquella posible ventaja. Que ellos iniciaran el combate, que dijeran la primera palabra para aclarar la lucha.

Los Consejeros no parecían tener prisa. Se limitaron a contemplarle tranquilamente durante un almuerzo en el que no se sirvieron bebidas alcohólicas, como si se tratase de un ejemplar interesante retenido sobre un plano de fuerza por fuertes rayos repulsores. Desesperado, Harlan los contempló a su vez fijamente.

Los conocía a todos por su fama y por las reproducciones en tres dimensiones que aparecían cada fisio-mes en las películas de información. Las películas mantenían informadas a las distintas Secciones de todos los adelantos y progresos conseguidos en el conjunto de la Eternidad, y la asistencia era obligatoria para todos los Eternos que tuvieran cargos superiores al de Observador, inclusive.

Angus Sennor, calvo completamente (ni siquiera tenía cejas o pestañas) atrajo en el acto la atención de Harlan. En primer lugar porque la extraña expresión de sus negros ojos que miraban fijamente, desde la desnuda frente, era aún más notable en persona que en reproducciones tridimensionales. Después, porque Harlan conocía sus diferencias de opinión con el Programador Twissell. Y por fin, porque Sennor no se limitó a contemplar a Harlan. Le dirigió muchas preguntas con voz aguda.

En su mayoría, eran preguntas a las que no se podía contestar en dos palabras, como por ejemplo:

—¿Cómo llegó a interesarse en el estudio de los Tiempos Primitivos, joven? ¿Cree que vale la pena?

Al fin, pareció darse por satisfecho. Con un gesto indiferente dejó caer su plato en la cinta transportadora que evacuaba el servicio, y enlazó las manos sobre la mesa. (Harlan se fijó en que tampoco tenía pelo en el dorso de las manos.)

—Hay una cosa que siempre he deseado saber —dijo Sennor—. Quizás usted pueda ayudarme.

Harlan pensó: «Bien, ahora es cuando va en serio».

Pero contestó en voz alta:

—Algunos de nosotros en la Eternidad… no diré todos, ni siquiera los suficientes —y Sennor lanzó una rápida mirada al cansado rostro de Twissell, mientras los demás se inclinaban para escucharle—, pero por lo menos algunos…, estamos interesados en la filosofía del Tiempo. Quizás entienda a qué me refiero.

—¿A las paradojas del viaje a través del Tiempo, señor?

—Si quiere expresarlo en términos tan melodramáticos, así es. Pero no es todo el problema, desde luego. Existe el problema de la verdadera naturaleza de la Realidad, la cuestión de conservación de la energía másica durante el Cambio de Realidad, etcétera. Nosotros, los de la Eternidad, estamos influenciados, en nuestro estudio, de tales problemas, por la práctica del viaje en el Tiempo, que dominamos. Los hombres de los Tiempos Primitivos, en cambio, no sabían nada del Viaje a través del Tiempo. ¿Cuál era su opinión sobre estas cuestiones? El murmullo irritado de Twissell, al otro lado de la mesa, llego claramente a los oídos de todos:

—¡Tonterías!

Sennor ignoró completamente aquel comentario y siguió diciendo:

—¿Puede contestar a mi pregunta, Ejecutor?

Harlan contestó:

—Los Primitivos, virtualmente, no se preocupaban del Viaje en el tiempo, Programador.

—No lo consideraban posible, ¿eh?

—Creo que ésa es la verdad.

—¿Ni siquiera especulaban sobre este asunto?

—Bien, en cuanto a eso —dijo Harlan, inseguro—, creo que había diversas opiniones, manifestadas generalmente en cierto tipo de literatura novelesca. No estoy muy familiarizado con estos libros, pero creo que un tema muy usado era el de un hombre que regresa al pasado para asesinar a su propio abuelo cuando éste era aún un niño.

Sennor pareció encantado.

—¡Maravilloso! ¡Maravilloso! Después de todo, esto es al menos una forma de expresar la paradoja básica del Viaje a través del Tiempo, si asumimos una Realidad invariable, ¿eh? Pero sus Primitivos, me atrevería a afirmar, nunca llegaron a pensar en algo distinto de una Realidad invariable, ¿es así?

Harlan hizo una pausa antes de contestar. No podía ver adonde se dirigía aquella conversación, o cuáles eran los propósitos ocultos de Sennor, y aquello le desconcertaba.

—No conozco lo bastante de aquellos tiempos para contestarle con certeza, señor —dijo—. Pero creo que algunos Primitivos llegaron a especular sobre la existencia de sendas alternativas del Tiempo o planos de existencia. No estoy seguro.

Sennor hizo un gesto.

—Estoy seguro de que se equivoca, joven. Es posible que le haya influido su propio conocimiento del asunto al leer ciertas ambigüedades en tales obras. No, no es posible que la mente humana pueda llegar a comprender la intrincada filosofía de la Realidad sin tener una experiencia práctica del Viaje. Por ejemplo, ¿por qué la Realidad posee inercia? Todos sabemos que existe. Cualquier alteración de la Realidad debe alcanzar cierta magnitud antes de que se efectúe un Cambio verdadero. Aun entonces, la Realidad tiene tendencia a regresar a su condición original. Por ejemplo, supongamos un Cambio aquí, en el Quinientos setenta y cinco. La Realidad cambiará con efectos progresivos hasta quizás el Seiscientos. Seguirá cambiando, pero con efecto decreciente, hasta quizás el Seiscientos cincuenta. Más allá la Realidad no resulta afectada. Todos sabemos que ocurre así, pero ¿alguno de nosotros conoce la causa? El razonamiento intuitivo nos sugiere que cualquier Cambio de la Realidad debe prolongar sus efectos sin límite a través de los Siglos, y, sin embargo, no sucede así. Tomemos otro punto. Me han dicho que el Ejecutor Harlan se distingue por su capacidad de seleccionar el Cambio Mínimo Necesario para cualquier situación. Apuesto cualquier cosa a que no puede explicarnos cómo llega a formar sus decisiones. Piensen ahora en lo ignorantes que debían ser los Primitivos. Se preocupaban del problema de un hombre que matase a su abuelo, porque no comprendían la verdad de la Realidad. Examinemos un caso más posible y más fácilmente analizado, y tomemos la situación de un hombre que en sus viajes a través del Tiempo llegase a encontrarse a sí mismo.

—¿Qué puede sucederle a un hombre que se encuentre a sí mismo? —dijo Harlan bruscamente.

El hecho de interrumpir a un Programador era una falta de etiqueta. El tono de Harlan hacía la falta más notable y escandalosa. Todas tas miradas se volvieron con reprobación hacia el Ejecutor.

Sennor tosió, pero prosiguió con el gesto del que está decidido a no abandonar su cortesía pese a dificultades casi insuperables. Continuó su interrumpida frase, evitando dar la impresión de que contestaba directamente a la poco respetuosa pregunta.

—Veamos los cuatro casos que puede plantear tal situación. Llamemos A al hombre que llegó primero en el fisio-tiempo, y B al que llegó después. Primer caso, A y B no llegan a verse uno al otro, ni hacen nada que pueda afectar en forma significativa a cualquiera de los dos. En tal caso, en realidad no se han encontrado y podemos considerar la situación como trivial.

»O bien B, el que llegó el último, puede ver a A mientras A no ve a B. Aquí tampoco pueden esperarse consecuencias serias. B, al ver A, lo ve en una posición y ocupado en actividades de las que ya tenía conocimiento. No, hay ninguna complicación nueva. La tercera y cuarta posibilidades consisten en que A vea a B, mientras B no ve a A, o que A y B se vean el uno al otro. En cada una de estas posibilidades, el punto crucial está en que A ha visto a B; el que el hombre del pasado se ha visto a sí mismo en el futuro. Fíjense en que así averigua que seguirá vivo hasta la edad aparente de B. Sabe que vivirá lo bastante para poder realizar la acción de que ha sido testigo. Un hombre que conozca su propio futuro, aunque sea en el más pequeño detalle, puede actuar con arreglo a tal seguridad y, por tanto, cambiar su propio porvenir. Se comprende que la Realidad debe cambiar para impedir que A y B se encuentren, o por lo menos para hacer imposible que A vea a B. Entonces, y dado que nada de lo sucedido en una Realidad que ha sufrido un Cambio tiene efectos posteriores, A nunca se ha encontrado con B. Igualmente, en cada una de las aparentes paradojas del viaje en el Tiempo, la Realidad siempre cambia por sí misma para evitar tales paradojas, y llegamos a la conclusión de que no existen paradojas en el viaje a través del Tiempo, y de que no pueden existir nunca.

Sennor pareció estar muy satisfecho de su disertación, pero en aquel momento Twissell se puso en pie.

—Creo, señores, que se nos hace tarde —dijo.

Con mayor rapidez de lo que Harlan hubiese creído posible, el almuerzo llegó a su final. Los cinco miembros de la Comisión se despidieron de él brevemente, con el aire del que ha visto su curiosidad satisfecha. Sólo Sennor alargó la mano y añadió una breve despedida a su gesto.

Harlan observó su partida con sentimientos confusos. ¿Cuál había sido el objeto de aquel almuerzo? Principalmente, ¿por qué se había referido al caso de un hombre que se encuentre a sí mismo? No habían hablado para nada de Noys. ¿Quizá se habían reunido solo para estudiarle, para examinarle de pies a cabeza y luego abandonarle a la decisión de Twissell?

Twissell regresó al lado de la mesa, ahora completamente vacía de alimentos y cubiertos. Estaban solos él y Harlan. Como para subrayar su intimidad, Twissell encendió un nuevo cigarrillo.

—Y ahora, a trabajar, Harlan —dijo Twissell—. Tenemos mucho que hacer.

Pero Harlan no podía, no quería, esperar más.

—Para empezar, tengo algo que decir —dijo secamente.

Twissell pareció sorprendido. Las arrugas se acentuaron alrededor de sus cansados ojos, y soltó la ceniza de su cigarrillo con aire pensativo.

—Desde luego, hable si lo desea. Pero antes, siéntese, muchacho, siéntese — dijo.

El ejecutor Andrew Harlan no se sentó. Empezó a caminar a lo largo de la mesa, mordiendo las frases para evitar que su excitación le hiciese caer en la incoherencia. El Jefe Programador Laban Twissell siguió los nerviosos paseos del otro, con lentos movimientos de su anciana cabeza.

—Hace muchas semanas que vengo estudiando los microfilms sobre Historia de las matemáticas —dijo Harlan—, y los libros de las distintas Realidades del Quinientos setenta y cinco. Las diferentes Realidades no tienen mucha importancia. Las matemáticas no cambian. El orden de su desarrollo tampoco cambia. No importa cómo se pueda variar una Realidad, la Historia del crecimiento de las matemáticas sigue siendo la misma. Los matemáticos han cambiado; diferentes personas han realizado los descubrimientos, pero los resultados finales son los mismos… De todas maneras, he aprendido mucho. ¿Qué le parece eso?

Twissell arrugó el ceño y dijo:

—Una extraña ocupación para un Ejecutor.

—Yo no soy un Ejecutor cualquiera —dijo Harlan—. Usted lo sabe bien.

—Continúe —dijo Twissell, y lanzó una rápida mirada al reloj que llevaba en la muñeca izquierda. Los dedos que sostenían el cigarrillo se movieron con desacostumbrado nerviosismo.

Harlan dijo:

—Hubo un hombre llamado Vikkor Mallansohn, que vivió en el Siglo Veinticuatro. Ya sabe que esto es una parte de la Era Primitiva. Se le conoce por ser el primero que construyó un Campo Temporal. Eso quiere decir, desde luego, que fue el inventor de la Eternidad, ya que la Eternidad no es sino un enorme Campo Temporal que atraviesa el Tiempo normal, y que está libre de las limitaciones de ese Tiempo normal.

—Supongo que le enseñaron eso cuando era un Aprendiz, muchacho.

—Pero no me dijeron que no era posible que Vikkor Mallansohn pudiera inventar el Campo Temporal en el Siglo Veinticuatro. Nadie pudo hacerlo, porque entonces no existía la base matemática para ello, no existió hasta los estudios de Jan Verdeer en el Siglo Veintisiete.

Si había algún signo por el cual el Jefe Programador Twissell podía expresar una completa sorpresa, era el de dejar caer su cigarrillo. Ahora lo dejó caer. Hasta su eterna sonrisa había desaparecido.

—¿Le enseñaron las ecuaciones de Lefebvre, muchacho? —dijo.

—No. Y no digo que las comprenda. Pero son necesarias para el descubrimiento del Campo Temporal. Eso he aprendido. Y que no fueron inventadas hasta el Siglo Veintisiete. De eso también estoy seguro.

Twissell se inclinó para recoger su cigarrillo y lo contempló con aire dubitativo.

—¿Y no cree posible que Mallansohn hubiese descubierto el Campo Temporal por casualidad, sin conocer su justificación matemática? ¿Que pudiera ser un invento empírico? Se han hecho muchos descubrimientos semejantes.

—Ya lo pensé. Pero después de la invención del Campo Temporal se tardó tres Siglos en analizar sus consecuencias, y al final de todo este tiempo no fue posible mejorar el Campo de Mallansohn. Eso no puede ser una simple coincidencia. El trabajo de Mallansohn demostró de cien formas distintas que debió conocer las ecuaciones de Lefebvre. Si las conocía o si las desarrolló sin el trabajo de Verdeer, ¿por qué no lo dijo?

Twissell dijo:

—Veo que continúa hablando como un matemático. ¿Quién le ha mencionado todo esto?

—He estudiado los microfilms.

—¿Nada más?

—He reflexionado.

—¿Sin ayuda de estudios matemáticos superiores? Le he vigilado de cerca durante muchos años, muchacho, y nunca creí que poseyera tal talento. Continúe.

—La Eternidad nunca pudo ser establecida sin el descubrimiento por Mallansohn del Campo Temporal. Mallansohn nunca pudo realizar tal cosa sin un conocimiento de matemáticas que solo existían en su futuro. Eso es lo primero. Mientras tanto, aquí en la Eternidad, existe un Aprendiz que fue escogido como Eterno contra todas las reglas, pues su edad no era la adecuada y además estaba casado. Le han enseñado matemáticas y Sociología Primitiva.

—¿Bien?

—Afirmo que se proyecta enviarle hacia el Pasado, más allá del origen de la Eternidad, hasta el Siglo Veinticuatro. Usted se propone hacer que el Aprendiz Cooper enseñe las ecuaciones de Lefebvre a Mallansohn. Comprenderá ahora —añadió Harlan con pasión— que mi posición como experto en Tiempos Primitivos y mi conocimiento de la situación me dan derecho a un trato especial, muy especial.

—¡Por el Gran Tiempo! —murmuró Twissell.

—Es cierto, ¿no es así? El círculo se cierra, con mi ayuda. Sin ella… —Harlan dejó la frase inconclusa.

—Ha llegado muy cerca de la verdad —dijo Twissell—. Sin embargo, habría jurado que no había nada que indicase…

Se sumió en pensamientos en los que ni Harlan ni el mundo exterior parecían jugar ningún papel.

Harlan dijo rápidamente:

—¿Sólo cerca de la verdad? Es la verdad.

No podía explicar por qué estaba tan seguro de la parte esencial de lo que había dicho, aun descontando el hecho de que desesperadamente necesitaba que fuera así.

—No, no. No es toda la verdad —dijo Twissell—. El Aprendiz Cooper no va al Siglo Veinticuatro para enseñar nada a Mallansohn.

—No le creo.

—Debe creerlo. Debe comprender la importancia de todo esto. Necesito su cooperación para terminar nuestro proyecto. Debe comprender, muchacho, que el círculo está mucho más completo de lo que usted piensa. El Aprendiz Brinsley Sheridan Cooper es Vikkor Mallansohn.