Del mito a la utopía ciclista

Es el ambicioso recorrido que Marc Augé, antropólogo francés, propone hoy a los ciclistas: pasar del mito urbano a la utopía social. Dejo a profesionales competentes la reflexión sobre las avenidas abiertas y por abrir en «la urbanización del mundo» (Ibd., p. 49). Es decir, los necesarios «apuntes de ingeniería y cultura» (subtítulo del escrito sobre «La modernidad de Cerdá») con los que, por ejemplo, año tras años nos deleita la Fundación Esteyco. En esta breve reflexión me limitaré a un tema más propio de las ciencias sociales, con las que tengo una mayor cercanía. Trataré de lo que Augé llama «la recherche de la ville perdue» (Ibd.).

Confrontemos los hechos. «El mundo —constata Augé— se ha vuelto un mundo/ciudad, en cuyo interior circulan y se intercambian toda clase de productos, incluidos los mensajes, las imágenes, los artistas y las modas. Pero también es verdad que cada gran ciudad es un mundo, un resumen del mundo, con su diversidad étnica, cultural, social y económica. Los espacios cerrados que tenderíamos a olvidar —llevados por el fascinante espectáculo de la globalización—, los encontramos también en los “rotos” del tejido urbano. La ciudad/mundo, en su existencia real, desenmascara la ilusión del mundo/ciudad. Los centros financieros, con sus famosos edificios conocidos en el mundo entero por haber sido diseñados por los más grandes arquitectos, se caracterizan por estar en comunicación con todo el planeta, y sin embargo permanecen inaccesibles para todo el que no trabaje allí. A propósito del mundo/ciudad y de la ciudad/mundo podemos tener la impresión de la desaparición de la ciudad como tal. Ciertamente que lo urbano se extiende por todas partes, pero los cambios ocurridos en la organización del trabajo y en las tecnologías —que a través de la televisión y del Internet imponen a cada individuo la imagen de un centro desmultiplicado y omnipresente— suprimen cualquier relevancia a oposiciones del tipo ciudad/campo o urbano/no urbano. La oposición entre mundo/ciudad y ciudad/mundo es, por así decirlo, como la traducción espacial visible de una globalización entendida como el conjunto planetario de los medios de circulación y de las redes de comunicación y de distribución. Paul Virilio señalaba en La bombe informatique cómo ese conjunto global era considerado por los estrategas del Pentágono americano como el interior de un mundo en el que lo local se había vuelto exterior. Pero esa transformación es más general todavía. Por eso la gran ciudad se define en nuestros días por su capacidad de volverse al exterior. Por un lado, ella quiere seducir en primer lugar a los turistas extranjeros. Y por otro, el urbanismo está orientado por la necesidad de facilitar el acceso a los aeropuertos, a las estaciones y a las grandes autopistas. La facilidad por entrar y salir es el imperativo número 1, como si el equilibrio de una ciudad dependiera de sus contrapesos exteriores. La ciudad se descentra como se descentran los inmuebles y los hogares con la televisión y el ordenador, y como se descentrarán los individuos cuando los teléfonos móviles se habrán convertido a la vez en ordenadores y televisiones. Lo urbano se extiende por todas partes, pero hemos perdido la ciudad y nos hemos perdido a nosotros mismos» (p. 49-52).

Al borde de tal apocalipsis, nuestro autor —Marc Augé— vuelve su mirada sobre una posible redención técnica: la bicicleta. «Entonces, sí, quizá la bicicleta pueda tener un papel determinante que jugar en ayuda de los humanos, ayudándoles a retomar conciencia de ellos mismos y de los lugares en donde viven, al “invertir” —en lo que les concierne— el movimiento que proyecta a las ciudades fuera de ellas mismas. Tenemos necesidad de la bicicleta para re-centrarnos sobre nosotros mismos, al re-centrarnos sobre los lugares en donde vivimos» (p. 52). Dejándose llevar por este milagro móvil, y por el sustrato cultural que lo transporta a él mismo, nuestro etnólogo transpirenaico, nos convoca para la conquista de un nuevo humanismo. A grito de pedal: «Á vos vélos, pour changer la vie!» (p. 88). Pedalear nos permitirá acceder al principio de realidad, dejando atrás el mundo infantil de la ficción. «Je pédale, donc je suis» (p. 86).