(Miguel Ángel Rui-Wamba)
«Ahora voy retirándome ya de mí, hacia vosotros, inevitables sabios del aire, por el aire».
Pedro Salinas
La siguiente reflexión tiene dos ocasiones. La primera es familiar: el Agosto pasado con Javier y Teresa en su (¿aéreo?) refugio de Queralbs (Girona). La segunda cultural: la lectura del «Éloge de la bicyclette» de Marc Augé (Payot, París 2008). A Javier he podido seguir a cierta distancia (muy grande) en la escapada académica que dará lugar a un nuevo libro de Esteyco. Marc Augé me ha parecido más accesible a mi ritmo literario, sobre todo cuando afirma que «no se puede hacer el elogio de la bicicleta sin hablar de uno mismo» (p. 9).
Mi condición de peatón nació un Enero de 1944 a quinientos metros de la célebre y pendiente (en todos los sentidos de la palabra) Casa de Juntas de Gernika (Bizkaia). Desde entonces no he parado de andar: Bilbao, Salamanca, Kinshasa, Bujumbura, Lovaina, Frankfurt, San Francisco, Kigali, Bruselas, Quito. Ciudades que me han acogido de dos a cinco años o más, con su lengua, cultura, guerras y paces. Rememorando esos múltiples espacios recorridos me viene a la mente una reflexión de Idelfonso Cerdá, recogida de la maravillosa semblanza, técnica y humana, que Javier Muñoz Álvarez (La modernidad de Cerdá, Fundación Esteyco 2009) nos ofreció las pasadas Navidades: «servir a este país que otros quieren tanto… sin hacer nada» (p. 159). Mi andadura vital sigue teniendo ese mismo motivo y parecidas decepciones. Aunque deseo el mismo edificante resultado.