«Mi tour de Langkawi acabó de la misma manera que la vuelta a Siam: en el asfalto. Si a ello se suma una caída sin consecuencias en la etapa inaugural de Malasia se llega a un total de tres accidentes en el plazo de un mes. Debo confesar que en los tres casos la culpa fue mía. Mi jefe de equipo lo llama “proceso de aprendizaje”, Morder el polvo forma parte de ello. Trato de convencerme de que voy bien mientras consiga levantarme después de cada caída. Pero no las tengo todas conmigo».

Lluvia En Mis Ojos, Thijs Zonneveld

«Pero cuando evoco el mundo de la bicicleta suelo olvidar las complicaciones mecánicas que lleva consigo, mi incapacidad para volverla a su estado normal cuando algo se estropeaba. No quiero hablar de las averías del piñón, o del plato, de los juegos de bolas porque eso son ya palabras mayores, sino simplemente de los pinchazos, del humilde pinchazo de una rueda de bicicleta. Por supuesto conocía la técnica a emplear para su reparación: aplicar los desmontables, sujetarlos a los radios, extraer la cámara, inflarla, introducirla en un balde de agua, buscar la punzada, frotarla con lija, extender la disolución, orearla, quitar la membranita blanca del parche y aplicarlo. El camino de vuelta tampoco ofrecía dificultad: introducir la cámara bajo la cubierta, repartirla a lo largo de la rueda sin retorcerla, meter la cubierta en la llanta a mano mientras pudiese, y, finalmente, en los centímetros finales, con los desmontables.

Todo correcto pero era ahí donde empezaba mi calvario. La rueda, después de reparada no cogía aire o, si lo cogía lo expulsaba con la misma rapidez.

—Pellizcas la cámara con el desmontable, chaval. La rueda está pinchada.

Debía de ser cierto; al arreglar un pinchazo inevitablemente hacía otro».

Mi Querida Bicicleta, Miguel Delibes

«Nada hay más escalofriante que la sensación de vacío que provoca una pedalada al aire. Un eslabón de la cadena que se suelta. El cuerpo de Arturo perdió de súbito su punto de apoyo. Casi tocó con el mentón en la tija del manillar. Adrenalina y un reflejo salvador. Al fin pudo recomponer la figura y sentarse mientras veía culebrear la cadena sobre el asfalto. Suelta. Inútil. Y ahí, una vez sorteado el peligro de la caída, empezó lo peor: ver cómo se alejaban las otras bicicletas. Escuchar incluso algún comentario con sorna. Eso le despellejaba por dentro.

[…]Trató de poner a salvo su dignidad pensando en otra cosa. Era difícil. No dejaban de circular otros participantes. Cada uno era una puñalada. Cada vez más gordos, más viejos. Más dolorosos. Echó la vista al otro lado. Al menos iba a aprovechar el mirador de La Arboleda. Pensó en el ingeniero de caminos o en el encargado de obra que elige la ubicación de los miradores. Sin querer, condicionan la forma de mirar el paisaje de todos los que por allí pasan».

Jesús Gómez Peña[9]

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